Una silueta en la noche (Especial Halloween 2023)
Enlayers |
Colaborador Invitado |
Apenas habían pasado un par de semanas desde las últimas inundaciones, esas que habían asolado pueblos enteros y colapsado durante días las ciudades más importantes del país. Después, las aguas habían vuelto a su cauce y el regreso a la rutina y al día a día había sido inevitable, tan inevitable como que a las cinco menos cuarto de la mañana de aquel viernes, sonara el despertador en el móvil de Alicia. Con la torpeza que acompaña a un cuerpo dormido, tanteó la mesilla hasta encontrar el dispositivo y, mientras soltaba un breve gruñido, consiguió silenciarlo. A continuación se acomodó bajo el nórdico, intentando dilatar lo máximo posible el momento de levantarse. Pero cinco minutos después, la alarma volvió a sonar, con apatía calculada, recordándole que tenía obligaciones que atender.
Tras soltar un suspiro de resignación se incorporó, dirigiéndose a continuación a la ventana de la habitación, con intención de comprobar si la tormenta, que había estado descargando agua durante toda la noche, había amainado definitivamente. Pero nada pudo ver a través de unos cristales que se hallaban completamente empañados. Una breve sonrisa asomó tímida a la comisura de sus labios pues aquel lienzo en blanco era una tentación en la que debía caer irremisiblemente tal y como había lo había hecho siempre, desde que tenía uso de razón. Su dedo índice comenzó a delinear con pulso firme lo que debía ser una figura sonriente. Sin embargo, antes de terminarlo un rayo solitario, retazo de la tormenta nocturna, tocó tierra a escasos metros de la casa, iluminando la noche con un fogonazo cegador y provocando un pulso electromagnético que, como si de la onda expansiva de una bomba se tratara, empujó con furia a Alicia hacia atrás. El dolor la traspasó con fuerza cuando chocó contra los pies de la cama y, sin poder evitarlo, se acordó de la madre de todos los carpinteros y de la estúpida de su casera por haberle alquilado el piso con unos muebles de madera maciza, posiblemente pertenecientes a sus tatarabuelos en vez de con unos simples muebles del IKEA. Y mientras intentaba recuperarse, pudo observar como una descarga electrostática terminaba de recorrer los cristales de la ventana, mientras estos vibraban perceptiblemente. Finalmente todo volvió a la normalidad.
Tras una ducha rápida, un desayuno contundente y un maquillaje ligero pero apañado, Alicia se sintió con fuerzas suficientes para enfrentarse a la última jornada de trabajo de la semana. Además era muy posible que, por fin, Germán se decidiera a ir un poco más allá del simple coqueteo y la invitase a tomar algo después del trabajo. Con estos pensamientos bailando en la cabeza abandonó su apartamento, accedió al interior del ascensor y giró la llave que daba acceso al garaje de la vivienda, haciendo que las puertas se cerraran obedientes. Sin embargo, el ascensor no se movió del sitio. Tras un par de segundos, introdujo de nuevo la pequeña llave, la volvió a girar y, mientras un pequeño chispazo recorría los dedos de su mano, el pilotito rojo se encendió, aunque el elevador siguió inamovible. Alicia resopló fastidiada, mientras un pequeño hormigueo le recorría el brazo que sujetaba las llaves. De pronto sonó un “clip” y las luces se apagaron, haciéndose la oscuridad más completa en el receptáculo, rota sólo por la presencia de aquel pequeño punto rojo palpitante. Aquella negrura impenetrable consiguió que el silencio presente se hiciera más obvio, interrumpido sólo por su respiración, agitada y algo descontrolada.
Con mano temblorosa consiguió introducir de nuevo la llavecita en su lugar y, tras girarla infructuosamente un par de veces, finalmente consiguió anular el sistema de ahorro de energía del elevador. Las luces volvieron a encenderse y el ascensor comenzó su descenso, haciendo que Alicia soltara un suspiro de alivio mientras intentaba recuperar la calma. Durante el breve descenso no pudo evitar girarse para enfrentarse a su propio reflejo, en un gesto automático que repetía a diario. Se autoevaluó con ojo crítico y se otorgó un notable alto, gracias al sugerente escote que había elegido aquella mañana. Pero la sonrisa de satisfacción que apareció en su rostro quedó congelada breves instantes después, cuando las puertas se abrieron y pudo vislumbrar, a través del espejo del ascensor, una silueta borrosa tras ella.
Alicia se giró asustada, mientras intentaba evitar que un grito sofocado saliera su garganta. Sin embargo, para su desconcierto, allí no había nadie. Por un instante le pareció percibir cierto temblor en el aire y un olor a ozono que no tenía mucho sentido en aquel lugar. Con el corazón en un puño y volviendo a sentir de nuevo el brazo algo entumecido, se asomó al descansillo pudiendo comprobar que el mismo permanecía vacío. A continuación avanzó rápidamente hasta su plaza de garaje que, por fortuna, se encontraba a pocos metros.
Una vez dentro del coche, miró en todas direcciones con angustia, pero no pudo ver a nadie. Se permitió entonces tomarse unos segundos para intentar calmarse antes de arrancar. Después puso la radio a todo volumen, donde sonaba una canción de Ed Sheeran “…just dancing with my eyes closed, cause everywhere I look…” y, por alguna extraña razón, al escuchar aquella voz familiar, se sintió absurdamente a salvo. Pulsó el botón de encendido en la consola del SUV y enfiló hacia la puerta de salida del garaje, cincuenta metros más allá. Antes de llegar accionó el mando a distancia pero, al hacerlo, notó de nuevo un breve chispazo en la mano mientras veía como una pequeña voluta de humo salía del dispositivo. Como resultado la puerta se negó a obedecer. Tras varios intentos infructuosos, dejó de intentarlo, convencida de que el mando estaba frito y, resignada, tuvo que admitir que no le iba a quedar otra que utilizar el sistema manual de emergencia para la apertura de puertas del garaje.
Aquella era una de las situaciones que siempre había temido, pues andar a solas de madrugada por el garaje era uno de sus miedos más recurrentes. Pero no podía quedarse allí esperando sin más hasta que algún otro vecino fuera a salir del aparcamiento, así que intentó reunir el valor suficiente como para bajarse de su vehículo. Sin saber muy bien porqué, por un instante, imaginó que era Makoto Kino, una de sus heroínas de la infancia y, con esta idea en la cabeza, sintió el valor suficiente para abrir la puerta del vehículo y dirigirse con premura hacia el mecanismo manual de apertura.
Avanzó mirando inquieta a cada instante por encima del hombro, mucho más asustada de lo que estaba dispuesta a admitir, mientras que el eco de sus pisadas resonaba por todo el garaje. Abrir el armario del sistema manual no le supuso ningún problema, sin embargo colocar la palanca en la posición adecuada y hacerla girar fue mucho más complicado de lo que había podido imaginar.
El sonido del agua a través de una cañería se mezclaba con el quejido oxidado de la manivela y con la música que se escapaba por la puerta abierta del SUV. Concentrada como estaba en girar aquella dichosa palanca no se percató de los parpadeos intermitentes que comenzó a sufrir el sistema de alumbrado hasta que todo se apagó de repente. Alicia se quedó paralizada en el sitio, incapaz de reaccionar, con la mirada fija en la luz del habitáculo de su coche que brillaba como un faro en medio de una tormenta. Una fina película de sudor perlaba su frente y, a pesar de sentir calor, temblaba como lo haría una hoja caduca aferrada a una rama zarandeada por las últimas brisas de otoño. Sin previo aviso las luces volvieron a encenderse, pero ella no pudo reaccionar y continuó anclada en el sitio mirando el interior de su coche, del que seguían escapándose las notas de la misma canción “…I still see you and time is movin` so slow and I don´t know what else that I can do…”. Entonces pudo ver cómo al final del garaje la luz volvía a fallar, pero haciéndolo esta vez de forma secuencial, pues poco a poco, la oscuridad fue avanzando hacia donde ella se encontraba, lenta pero inexorable. Y en medio de la oscuridad que se acercaba le pareció discernir una silueta borrosa que aparecía y desaparecía entre breves destellos eléctricos. “Makoto Kino”, “Makoto Kino”, se repitió una y otra vez mientras volvía a girar lo más rápidamente posible la manivela que le permitiría abandonar el aparcamiento. Lenta, muy lentamente, la puerta se fue abriendo, mientras la oscuridad se le venía encima y, a cada poco, la silueta volvía a hacerse visible, cada vez un poco más cerca. Al final el pánico fue más fuerte que el sentido común y sin tener la certeza de que el hueco era suficiente como para pasar con su vehículo por él, corrió hasta el mismo, dando un portazo justo cuando los últimos LED del garaje dejaron de lucir. Su corazón latía desbocado, mientras Sheeran le gritaba desde la radio “…whit my eye-eye-eye-eyes eye eye eye eyes closed…”. ¿No se iba a acabar nunca aquella estúpida canción?, pensó por un instante mientras miraba por el espejo retrovisor, a través del cual pudo ver una luneta trasera completamente empañada en la que, de repente, comenzó a perfilarse una silueta que parecía vibrar en medio de la ostentosa oscuridad que la rodeaba.
Por segunda vez en aquella noche, Alicia ahogó el grito que pugnaba por salir de su garganta mientras, por puro instinto, pisaba el acelerador. El motor respondió con ferocidad bajo su pie y el coche salió propulsado con rabia rampa arriba, incorporándose bruscamente a la avenida donde, más por fortuna que por pericia, consiguió esquivar a un coche que circulaba en sentido contrario. El conductor del otro vehículo le gritó de forma vehemente, aunque obviamente era imposible que ella pudiera oírle, mientras mantenía pulsado el claxon durante varios segundos, antes de perderse de vista. Como toda respuesta ella sólo consiguió hacerle la señal del pajarito, aunque para cuando lo hizo, el otro vehículo ya estaba lejos.
Durante unos cientos de metros avanzó despacio, intentando serenarse y cuando pensó que por fin lo había conseguido, las luces de las farolas parpadearon brevemente y se apagaron dejando la avenida totalmente a oscuras, excepto por el panel publicitario de una parada de autobuses que se encontraba más adelante. Desde la distancia le pareció distinguir en él la figura de Makoto Kino anunciando una reposición de Sailor Moon en Amazon, pero aquello era tan improbable como que volvieran a emitir Mazinger z al mediodía en TVE. Entonces el panel se apagó por unos instantes y cuando volvió a encenderse lo hizo a la par que el resto de la avenida. Unos segundos después el SUV llegó a la altura del luminoso que, en esos momentos, mostraba a una Alexa Dávalos que miraba hacia atrás con el miedo reflejado en el rostro mientras huía, anunciando The man in the high Castle. Por un fugaz instante se le vino a la memoria una de las escenas de la serie en la cual la protagonista Juliana Crain conducía angustiada y pisaba a fondo el acelerador de su coche, el cual era encontrado envuelto en llamas por su perseguidor en la escena siguiente.
Por puro instinto levantó el pie del acelerador, el cual había ido presionando sin darse cuenta tras pasar la parada de autobús, justo a tiempo para poder frenar antes de llegar a la última rotonda de la avenida, La Puerta del Universo, desde la que partía el carril de aceleración que comunicaba con la autovía que la llevaría a su trabajo y cerca de Germán. Sin embargo allí todavía le aguardaba una nueva sorpresa, pues la glorieta se encontraba totalmente anegada debido a las lluvias torrenciales caídas durante la noche y a un sistema ineficaz de alcantarillado.
Sin pensarlo mucho, se internó en aquella improvisada laguna creada durante la noche. Mientras avanzaba lentamente pudo contemplar a una furgoneta de reparto y un utilitario abandonados a su suerte que, sin duda, habían colisionado cuando las aguas todavía no eran tan profundas. El morro de la primera estaba totalmente deformado, mientras que el utilitario tenía la puerta del conductor totalmente hundida. Alicia no pudo evitar echar un vistazo al interior del habitáculo, donde pudo ver cómo un cadáver era consumido por las llamas, o al menos eso le pareció en un principio pues, tras parpadear horrorizada descubrió que, en realidad, la oscuridad lo envolvía todo. En ese instante un par de golpes en la carrocería de su vehículo la estremecieron. Se giró segura de que iba a encontrarse con una silueta oscura, siniestra y desenfocada, sin embargo el sonido había sido producido por una rama que flotaba a la deriva. Sólo entonces, al ver la altura que en esos momentos alcanzaba el agua, fue plenamente consciente de lo precaria que era su situación y agradeció al vendedor del concesionario que insistiera en que se llevara la versión SUV del modelo elegido en vez de la deportiva. Por fortuna la salida de la rotonda estaba ahí mismo y pudo seguir avanzando sin que el coche diese signos de haberse visto afectado por el agua.
El carril de aceleración se hallaba libre de tráfico así como la autovía, por lo que pudo hacer la incorporación sin ningún contratiempo. Por fin podría relajarse y para ello comenzó a tararear la canción que sonaba en esos momentos en la radio “…me hiciste daño y así te extraño, y aunque sé que un día te voy a olvidar, aún no lo hago, es complicado…” No había terminado la canción cuando una densa niebla se hizo dueña de la carretera descendiendo el rango de visibilidad abruptamente. Y aunque aquel era un fenómeno normal en aquel tramo y en aquella época del año, debido a la presencia del río Bursela, no por ello la atmosfera reinante le pareció menos inquietante. Alicia descendió instintivamente la velocidad por debajo de los noventa kilómetros por hora y apenas unos segundos después, sin previo aviso, escuchó el chirrido de un frenazo tras de sí. Casi no tuvo tiempo de mirar por el retrovisor interior cuando una enorme mancha negra se le echó prácticamente encima. En un acto reflejo, pisó el acelerador a fondo dándole unos centímetros más de margen de maniobra al descerebrado que venía detrás, el cual consiguió esquivarla y pasar a su lado a una velocidad endiablada, perdiéndose de nuevo en la niebla. ¿A qué necio imprudente se le ocurría ir tan deprisa en medio de aquella densa niebla?
Alicia se acomodó tras el volante intentando calcular cuánto faltaría para cruzar aquel inconveniente atmosférico. Entonces intuyó más que vio a una silueta vibrante que avanzaba por en medio de la carretera. En un acto reflejo, rectificó su trayectoria lo suficiente como para evitar atropellarla, pasando a apenas un palmo de distancia de la misma. Para su desconcierto la sombre, aunque difusa, le resultó extrañamente familiar. Iba pensando cómo era eso posible cuando un coche negro apareció volcado en medio de la carretera. Su cerebro fue más rápido que sus reflejos y la señaló, en un instante, que aquel era el coche que hacía un momento la había adelantado como alma que llevara el diablo. Intentó esquivarlo a la vez que frenaba y el coche derrapó, obligándola a contra volantear para intentar reconducir la trayectoria. Había evitado un choque frontal contra el vehículo accidentado, que podía haber resultado fatal, aunque no pudo evitar salirse de la calzada, precipitándose por un terraplén que la condujo de forma aparentemente ineludible directa hacia el cauce del río. Sin embargo, la cantidad de barro y arbustos que había en la pendiente sirvieron como ayuda en la frenada, permitiendo que el SUV quedase varado en la orilla del río.
Tras el susto inicial, intentó sacar el coche de allí, pero se encontraba completamente atrapado en el barro. Decidió entonces llamar a la compañía de seguros pidiendo ayuda pero, cuando estaba sacando el móvil del bolso, una fuerte sacudida alcanzó al vehículo, haciendo que el teléfono cayera bajo el asiento del copiloto. Cuando se irguió para ver el origen de aquella sacudida no pudo por menos que asustarse, pues el nivel del agua había subido abruptamente en unos segundos y lo que en un principio fue un murmullo lejano, rápidamente se fue convirtiendo en un rugido ensordecedor. Aterrada Alicia apenas tuvo tiempo para abandonar el coche y llegar a una zona algo más elevada antes de que la riada lo arrastrara todo a su paso, río abajo.
Por un momento se planteó intentar ascender hasta la carretera pero intentarlo por aquel terraplén embarrado se le antojó tarea imposible. Todavía temblorosa y con los pies hundidos en el barro intentó ganar una mayor distancia con el río, a pesar de que apenas podía ver nada en medio de la densa niebla y mientras avanzaba se dio cuenta de que sentía más haber perdido el teléfono que el coche nuevo. Al poco le pareció percibir entre la niebla una ráfaga luminosa y se dirigió hacia allí, pero no encontró nada, aunque unos pasos más adelante llegó a un camino por el que, a pesar de las circunstancias, pudo avanzar con cierta seguridad mientras los sonidos de la noche le llegaban apagados y extraños a través de la niebla que, poco a poco, fue volviéndose más etérea y dispersa. Aquello le permitió vislumbrar a lo lejos unas luces que, sin duda, debían pertenecer al polígono industrial que había poco antes del desvío que cada día la llevaba a su trabajo. Continuó avanzando acompañada por una ominosa sensación de estar siendo observada en todo momento, la cual se fue haciendo cada vez más palpable. Continuó sin poder evitar mirar atrás cada pocos pasos, segura de que, en cualquier momento, una silueta difusa aparecería tras ella.
Sudada, sucia, magullada y muy asustada, llegó por fin a la parte urbanizada del polígono, lo que la hizo sentirse a salvo. Miró el reloj y se sorprendió al ver que apenas habían pasado treinta minutos desde que había salido de su apartamento. Sin duda había sido la media hora más larga de su vida. Sólo entonces se permitió unos segundos para intentar adecentarse un poco, antes de continuar. Mientras lo hacía le pareció percibir música en la distancia. Aguzó el oído y tras confirmar que no lo había imaginado, se dirigió en la dirección desde donde parecían venir las ondas. Según avanzaba la música fue siendo más audible, hasta que pudo distinguir claramente la canción: “Como la nieve cuando hierve, soy un crack crack crack y si suena la de Darell, suena rata ta tá…”
“A la vuelta seguro que hay un taller mecánico y uno de los chavales es un machista de lo más hortera”, pensó mientras giraba en la siguiente esquina. Para su sorpresa no había ningún taller o nave abierta en esa calle del polígono. En su lugar se encontró con un grupo de jóvenes latinos que bebían y fumaban apoyados en sus carros tuneados. Alicia se quedó paralizada por un momento y, antes de que pudiera reaccionar y dar la vuelta, una de las chicas de la pandilla ya se había percatado de su presencia acercándose a ella y provocándola con un baile lascivo, e invitándola a unirse a la fiesta al son de la música “…muévelo to, mami, no le pares a na, dale pa donde mí que tu marío no te da ná…”
Incómoda, intentó recular mientras balbuceaba una excusa, pero el resto de la banda ya se había acercado y la rodeaban. Buscó una vía de escape con la mirada y cuando la encontró intentó huir, pero uno de los chavales la agarró por el brazo y la devolvió con fuerza al centro del corro. Si aquella mañana Alicia había tenido varios momentos en los que pensó que había sentido miedo, ese sentimiento no era nada en comparación con el pánico que empezaba a sentir en esos momentos. Los rostros que la rodeaban, sonreían con bravuconería y superioridad, prometiendo un fin de fiesta en el que, de seguro, no iba a salir bien parada.
Una de las chicas la sujetó por la espalda e intentó que se moviera a su son. Consiguió zafarse sólo para tropezar con otro miembro de la pandilla que la agarró sin miramientos y la tiró al suelo, mientras sus compañeros le jaleaban. Envalentonado besó con fuerza y torpeza a una aterrorizada Alicia que intentó defenderse con uñas y dientes. Aquello cabreó a aquel energúmeno que, sin pensárselo dos veces la golpeó con fuerza en la cara, una, dos, tres veces, mientras el estribillo de la canción golpeaba su mente “…cuando la azoto suena pam pam pam pam pam, y las pistolas suenan pam, pam, pam, pam, pam…”. En ese momento, el lugar se llenó de electricidad estática, la música falló y la zona quedó completamente a oscuras. Entonces el amanecer se llenó de gritos de terror y muerte. La luz y la música volvieron tan inesperadamente como se habían ido y, antes de hundirse en su propia oscuridad, Alicia se encontró frente a frente con una silueta borrosa que la sonreía satisfecha.
Aquella noche, mientras descansa apática en la cama B de la habitación 303 del hospital Príncipe de Asturias, Alicia contempla en la televisión cómo una rubia pálida, de pecho abundante y piernas eternas, anuncia el macabro descubrimiento de las últimas víctimas mortales de la riada. Mientras que la versión oficial defiende que se trata de un grupo de jóvenes imprudentes que fue sorprendido por las aguas mientras celebraban un botellón demasiado cerca del cauce del río Bursela, la periodista explica emocionada una segunda versión extraoficial que se ha extendido como la pólvora entre los medios de comunicación. Según esta versión, la muerte de los jóvenes habría sido consecuencia de una guerra entre bandas hispanas. Los vencedores no se habían contentado con haberles dado una paliza mortal a sus rivales sino que, después, se habían ensañado con ellos torturándolos con descargas eléctricas. Y como colofón y para que sirviera de aviso a otras pandillas habían descuartizado al jefe antes de meter los cuerpos es sus coches y arrojarlos al río.
Tras la joven reportera Alicia reconoce los restos de los coches de la pandilla que la ha atacado esa misma mañana y no puede evitar alegrarse por su destino. A continuación apaga el televisor y la habitación queda envuelta en la penumbra. Alicia mira a través de la ventana en la que puede reconocer su propio reflejo. A continuación exhala sobre el cristal varias veces creando una amplia zona de vaho en la que dibuja una silueta sonriente. Después espera paciente hasta que, por fin, una figura algo desenfocada aparece tras ella. Entonces se da la vuelta y le regala una sonrisa llena de gratitud. A continuación se acomoda en la cama y cierra los ojos dispuesta a disfrutar de un sueño reparador, sabiendo que nada en este mundo podrá dañarla, pues una silueta en la noche estará velando por ella, manteniéndola a salvo de todo mal.
FIN
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Buen relato de Enlayers jugando con el miedo y lo sobrenatural. Deseando leer más. Habrá que ponerle en nómina.
ResponderEliminarMe ha encantado que Enlayers haya situado la historia en una inundación. Muy buena elección. Ciertas reminiscencias a Hard Rain y al terror japonés. Perfecto.
ResponderEliminarGracias por un nuevo relato. Dentro de nada el libro de recopilación ✌🏼
ResponderEliminarMuchas gracias chicos por los comentarios. Como siempre un lujo tener un hueco para publicar aquí.☺️
ResponderEliminarMe encanta la velocidad que lleva. Eso es difícil de conseguir.Muy buen relato de misterio.
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