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Lexa - Alberto Jiménez

La máquina tenía forma humana. La habían diseñado así para que los humanos que tuvieran que interactuar con ella se sintieran más seguros. La idea era poder hacer lo mismo que otro ser humano pero más rápido, sin descanso, sin preguntas, mejor. Por eso Lexa fue creada con unas formas suaves, redondeadas, se podría decir acogedoras. Hay quien diría que sus formas eran femeninas como podrían decirlo de un vehículo. Porque, en absoluto, hubieran querido que tuviera forma de mujer. Eso habría sido ofensivo para las mujeres (las verdaderas mujeres), humillante para los varones, y perturbador para cualquiera.

La verdad es que, aun tratando de evitarlo, el androide Lexa, del que se produjeron cientos de miles de unidades, terminó siendo las tres cosas: ofensivo, humillante y perturbador. El objetivo del diseño inicial era servir de ayuda doméstica en todos los hogares. La gente podría, así, desentenderse de las ingratas tareas del hogar y dedicarse a la autorrealización mediante el trabajo y un ocio creativo. Resultó que, gracias a su gran versatilidad, Lexa, no solo realizaba bien las tareas domésticas más engorrosas como la limpieza, las compras, cocina y pequeñas reparaciones; también era muy eficaz en la planificación económica doméstica, llevar la agenda escolar, médica, laboral, o de relaciones sociales de toda la familia. De forma autónoma, podía gestionar todos estos asuntos y encargarse de que se llevaran a cabo. Dotada de una gran autonomía, fuerza y bajo consumo, su potencial parecía no tener fin.

La verdad es que su físico, su expresión facial estereotipada y la rigidez del movimiento; hicieron que fuera repulsivo interactuar con el androide Lexa. La mayoría de los usuarios encuestados declaraban que era como hablar con alguien muerto, sentían miedo en su presencia y manifestaron la experiencia como desagradable o muy desagradable. Esto, unido a que se les veía como una amenaza, no solo laboral, sino también emocional, desembocó en la desgracia del producto. Los usuarios devolvieron su compra en masa e hicieron quebrar la empresa. Intentaron reubicar muchas unidades en la producción industrial pero los sindicatos se les echaron encima. Finalmente la compañía cerró sus puertas. Los recambios dejaron de producirse y, las unidades que aún no se habían devuelto, fueron poco a poco siendo parte de la montaña de basura electrónica.

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Alejandro Gallego tuvo en uso una unidad Lexa hasta que, como en la mayoría de las familias, surgieron los problemas. Los niños la dejaban haciendo sus tareas del colegio mientras consumían videojuegos. Volvía de la compra con pintadas obscenas sobre su cuerpo. Sus recetas cocinadas a la perfección y según las necesidades nutricionales de cada miembro, les resultaban anodinas. Sí que era útil, pero tenían la sensación de que un zombi limpio realizaba sus tareas domésticas.

Estuvo durante un tiempo almacenada en un trastero de la casa. Después pasó a la casa del abuelo. Pensaron que, como era ciego no la vería, y no le iba a generar rechazo. El abuelo pronto la rechazó por su tono monótono al hablar. Decía que era difícil mantener una conversación con alguien que nunca le llevaba la contraria. La notaba fría y dura al ayudarle a bajar unos escalones. Le daba miedo sentir su presencia en el baño, cuidando de que no sufriera un accidente, sabiendo que estaba ahí mirándole. Cuando Alejandro vino a llevarse a Lexa, el abuelo la empujó cuando estaba cerca de él. Lexa cayó al suelo golpeándose la cabeza:

—Disculpa. Estaba en medio de tu camino —dijo Lexa mientras se levantaba.

—¿Lo ves? Ni siquiera se enfada cuando la maltratas. Es insufrible —dijo el abuelo para justificarse.

Después, la dejaron una larga temporada en la casa de campo, como vigilancia y mantenimiento. Mientras no la vieran cumplía su cometido: la casa estaba segura y, si surgía alguna reparación, podía encargarse de solucionarlo.

La policía le notificó que estuvieron en su segunda residencia. La unidad Lexa generó un aviso porque unos jóvenes estaban lanzando piedras sobre ella cuando reparaba una valla de la casa. Aparte de los desperfectos en la carcasa de la máquina, no hubo ningún otro daño. Así que dieron el asunto por zanjado.

Un día le llamaron para que fuera a recoger su unidad Lexa que se encontraba en el pozo de un vecino. La sacaron de allí y se la dejaron en la entrada, junto a los cubos de basura. No eran pocos los que alardeaban de cazar unidades Lexa con la excusa de que quitaban puestos de trabajo. Puede que, también, porque les daba miedo.

Esta vez, Alejandro decidió que tenía que revisar por él mismo el estado de la unidad que había dejado al cuidado de la casa. Al recogerla, la unidad estaba en modo hibernación: un modo a prueba de fallos tras sufrir algún problema grave. Revisando todos sus sistemas. Le faltaba un ojo, una mano era inoperativa y, el desplazamiento, al andar, era inestable.

Se la llevó a casa de nuevo para intentar reparar lo que pudiera. Los repuestos habían dejado de producirse. Esperaba que, con un poco de tiempo e ingenio pudiera recuperar algunas de sus funciones. Daba el ojo por perdido porque superaba sus conocimientos. Mejoró bastante la estabilidad y recuperó algo de la movilidad de la mano.

Para probar el resultado de su trabajo le pidió que cocinara una simple tortilla. Su mujer probó aquella tortilla y elevó su mirada con ternura hacia el dañado rostro del androide. El resultado era una tortilla pasable y aquello le preocupaba. Una tortilla algo quemada y pasada de sal era algo imposible en aquella unidad. Dedujo que los golpes recibidos podían hacer que un chip no hiciera el debido contacto, que algunos circuitos se recalentaran,… Los daños internos eran imposibles de reparar.

Un día observó que sus hijos trataban de explicar al androide cómo se realizaban las ecuaciones de segundo grado. Lexa estaba haciendo preguntas sobre matemáticas que eran básicas para una unidad como ella.

Cuando toda la familia fue a cenar con el abuelo, Lexa le pidió a este que le dijera cómo se debía asar el cordero. La familia escuchó, con una sonrisa cómplice, cómo discutían en la cocina, el abuelo y el androide, sobre si se debía abrir o no la puerta del horno para echar algo de jugo por encima. Luego vieron como el abuelo era el que sostenía la mano de Lexa para ayudar a la máquina a superar unos escalones en su inseguro paso.

Decidieron que, al igual que la máquina había vuelto a casa, el abuelo también debía volver. Hubo que buscar un sitio más grande, para todos, pero no fue difícil vendiendo la casa de campo que apenas utilizaban. Lexa estuvo con la familia muchos años, dando y recibiendo ayuda, escuchando, haciendo preguntas. Haciendo que los demás crecieran, como la máquina, aprendiendo cada día, fallando y volviendo a intentarlo. Nunca supieron si de verdad necesitaba ayuda. Quizá aprendió que tan valioso era dar como recibir ayuda de los demás.

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Comentarios

  1. Muy buen relato. Lástima que sea tan corto. Deseaba leer más.

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  2. Buen relato. Te hace cuestionarte cosas.

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  3. Hace reflexionar! Me ha gustado mucho.

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  4. Es un relato muy interesante. Hace reflexionar sobre la sociedad actual. Cada vez parecemos mas automatas, dependientes de la tecnologia, olvidandonos de socializar como especie,,,,,,,

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