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Perrufi en "Sin Blanca Navidad" (Especial Navidad) - Luis Fernández


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23 de diciembre

Perrufi lo estaba pasando fatal.

Estaba más que canino. Inmensas moles de blanca nieve sepultaban los recibos con las deudas pendientes que se amontonaban a la puerta de su casa. Ni para pagar la calefacción tenía. Una mala cabeza para los negocios, varios vicios inconfesables (bueno, bebía como un cosaco y fumaba siempre tabaco negro, perdón tabaco afroamericano) y que la lagarta de su exmujer le estaba esquilmando con la manutención de su hijo Maks.

-Odio mi vida, odio la nieve, odio pasar frío pero lo que más odio es ser pobre -se repetía incesantemente Perrufi mientras recorría por enésima vez el salón de su casa.

Bueno, casa sería mucho decir para el un chamizo con cuatro paredes que poseía el banco que no él. Y salón también si tu casa sólo posee una habitación que hace la función de todo (salón, dormitorio, cocina y baño). Una vida de excesos, además, le había castigado con un timbre de voz sureña y una carcajada espontánea, que no podía evitar, que le impedía acceder a ningún tipo de trabajo serio. Para solventarlo, se metía dos cafés por la mañana bautizados con cazalla del malo que le traían nada más que problemas. Perpetuamente achispado, le terminaron echando de todos los trabajos. Ahora, a punto de llegar la navidad, estaba más pelado que la rodilla de un portero. Ni dinero para los regalos tenía, y un cuerpo torero que servía sólo para echar la culpa a los demás… pero Perrufi no era torpe, ni poco inteligente, sólo tenía mala cabeza. Sus planes siempre eran un éxito rotundo… el problema era que sus planes eran siempre una mierda.

-La culpa es de la madre de mi hijo, que me ha arruinado la vida -se repetía Perrufi mientras se encendía una colilla encontrada en el suelo -Pero tengo un plan, un plan de los buenos. 

Su maravilloso y redondo plan consistía en desvalijar en Nochebuena la mansión del tío millonario de un amigo suyo, sin apenas conocimientos de nada que no fuera alguna novela barata de ladrones leída en su infancia. Pero su plan era infalible. Y redondo, ¿eh? ¡Redondo como un cubo! El Tío Jilito, el pariente de su amigo Patonald, era el pato más rico de Gansolandia. Se decía que poseía tanto dinero que se bañaba diariamente en él. Tres largos creo que se hacía... y en pelotas, el muy guarro. Su sobrino era la clave del malévolo plan de Perrufi. Patonald era otra bala perdida. Llevaba en paro desde el año pasado, la empresa de contenedores marítimos orientales "El pekinés", donde perdía el tiempo, quebró y ahora no hacía más que hacer el tonto yendo por ahí sin pantalones. Los había perdido en una apuesta. Patonald se excusaba diciendo que todo era culpa de la mafia. O una conspiración judío-masónica. O de terraplanistas. La culpa siempre era de otro. Vamos, lo mismito que le pasaba a él.

El pato sería la clave para llegar al millonario. Necesitaría también la colaboración de su otro amigo Ratoniki, un ratón que se las daba de reputado periodista e incorruptible investigador privado ocasional, que no había hecho nada más reseñable hasta la fecha que no fuera descubrir a un ladrón de galletas que resultó ser él mismo.

-Se acabaron las miserias... esta Nochebuena vamos a cenar Maks y servidor como marqueses... yoahuyhui -se reía entre dientes Perrufi frotándose las manos enguantadas debido a una obsesión enfermiza con los gérmenes y a los hidro alcoholes.

24 de diciembre por la mañana

A la mañana siguiente, Perrufi ya había telefoneado desde la casa del vecino a Patonald y Ratoniki para encontrarse en la cafetería "El Fantasma locuaz" e invitarles a un desayuno continental. Invitarles, que no pagar. Está la vida muy cara para tirar el dinero. Ratoniki apareció puntualmente, pero con las orejas arrugadas y mal afeitado.

-He pasado mala noche. Mika tiene muy mal carácter y me ha mandado a dormir al sofá de nuevo con mi fiel Bluto. Mika dice que soy un fracasado, un timo, un fraude. ¿Qué culpa tengo yo que en este mundo nadie quiera saber la verdad? Ciertamente me esfuerzo mucho, pero la gente no lee mi blog "Vigésimo quinto anillo del purgatorio" y cómo yo no me vendo a nadie, soy un ratón íntegro, apenas me leen cuatro gatos -decía un muy digno y ojeroso Ratoniki mientras mojaba la galleta que le habían puesto por la cara con el cafelito.

En efecto, dormir con Bluto no le iba bien al roedor.

En ese mismo momento, un ensordecedor Brumm, varios petardazos del motor y una nube negra, anunciaban que había llegado Patonald con su carro al parquin. Una gran y oscura nube envolvía el vehículo y al saltar fuera del coche, Patonald se asemejaba a Lukas, el infame pato del pueblo vecino.

-¡Qué pasaaaaa, tios! -graznó mientras le pedía un café doble al camarero.

Este no le entendió al ser su voz igual de incomprensible que la de Perrufi.

-¿No me has oído, melón? -se envalentonaba Patonald adoptando su singular manera de saltar sobre uno de sus pies, brazos en posición de boxeo, mientras gritaba de manera incoherente.

El bofetón que le arreó el camarero le dejó sentado, y tranquilito, a la izquierda de Perrufi, con un ojo a la virulé y con pocas ganas de hacer el ganso.

-¡Te vas a quedar sin propina! -le amenazó el pato por lo bajini.
 
Ese era otro de los muchos defectos de Patonald, no sabía cuándo debía parar y tenía una grave problema con el manejo de su ira.

-Os voy a explicar el plan en detalle, así que prestad atención -decía Perrufi mientras mojaba su galleta en el café de Patonald.

El plan original no fue el que contó a continuación. Era uno que consistía en cavar un largo túnel desde su casa hasta debajo de la bóveda. Pero lo desechó, ya que no tenía riñones para esos menesteres. ¿Cavar durante días con esas manos de príncipe? Quita, quita. Además, eso hay que pensarlo antes... no todo a última hora sin apenas tiempo ni herramientas. El segundo plan era mejor.

-El pato pedirá a su tío verse hoy mismo -comenzó Perrufi a explicar su redondo plan -a última hora de la tarde, en la oficina de su bóveda. ¿El motivo? Ratoniki, periodista insobornable y no atado a ningún poder establecido, le iba a realizar una entrevista exclusiva alabando sus grandes dotes para amasar dinero (y bañarse en cueros en él). Mientras el intachable roedor le entrevistaba. Patonald abriría la única ventana del edificio y soltaría una cuerda por la que yo escalaría más tarde para acceder a su interior. Una vez haya finalizado la entrevista, os iréis los tres del edificio, apremiados por celebrar la navidad en casa. La alarma no sonará puesto que cuando se active, la ventana ya estaría abierta. Una vez dentro, me haré con todo el dinero posible, y con la moneda de la suerte del tío Jilito. Esa se la venderé a esa pata bruja de pelo relamido, de cuyo nombre no se acuerda nadie. Y volveré a irme por el mismo sitio por el que vine. 

-¿Os habéis enterado? -preguntó Perrufi, dedo en alto y ojos cerrados.


-No -contestaron ambos al unísono.
-Madre mía, Patonald deja la única ventana abierta, recórcholis, y suelta la cuerda. Ratoniki entretiene al viejo -respondió un cada vez más alterado Perrufi.
-Ah, ok -respondieron con una expresión en el semblante que indicaba que aún seguían sin enterarse ni del NODO.
-¿Y cómo entraremos? -preguntó Ratoniki dubitativo.
¡Ya estaréis dentro por la entrevista! -les ladró (nunca mejor dicho) Perrufi.
-Sólo tenéis que abrir la ventana y soltar una cuerda -volvía a explicar Perrufi mientras golpeaba con su enguantada mano enérgicamente la mesa del restaurante.
-¿Qué cuerda? -preguntó Patonald.
-La que llevarás escondida en los pantalones… -contestaba, un iracundo, Perrufi.
-¿Qué pantalones? -volvió a cuestionar Patonald indicando con ambas manos que él no llevaba puestos ningunos.
-¡Pues que la lleve escondida Ratoniki entonces! -contestó Perrufi llevándose las manos a las sienes. Le estaba entrando un dolor de cabeza atroz.
-Ahhhh… entendido -respondieron los dos.

Antes de irse, Perrufi, les recordó que soltar la cuerda significa, sujetarla previamente a un asidero y no soltarla por la ventana sin más. Y que también pagarán la cuenta, que él se había olvidado la cartera. Ahora mismo lo único que tenía suelto era el vientre.

24 de diciembre por la tarde

Agazapado tras unos árboles, Perrufi observaba con unos prismáticos robados la ventana del Tío Jilito. "Todo va estupendamente. Ya están dentro. Este plan era un bizcochito de puro almíbar. Ya sólo queda que Patonald lo deslice la cuerda por el ventanuco". Y efectivamente al poco, el pato, abrió la ventana, se asomó, se le cayó la gorra y acto seguido soltó casi 100 metros de cuerda pared abajo. Hay que reconocer que Ratoniki tenía unos pantalones muy grandes para ocultar todos esos metros de cuerda. "Pero... si hasta la ventana tengo aproximadamente 130 metros... ¡Por la dentadura falsa de Lassie! ¿Cómo voy a cubrir esa distancia?" —se preguntaba un atónito Perrufi haciendo cálculos con los dedos de las manos y pies. Estos inconvenientes y problemas le producían una acidez terrible a Perrufi mientras se agarraba con ambas manos la barriga. "Qué ardor". Y encima estaba empezando a nevar. Asquerosa nieve.

Mientras cerraba el tío Jilito la puerta del despacho, le preguntó a su sobrino "¿No habías venido con una gorra?". Patonald se hizo el sueco y se marchó con las manos metidas en los bolsillos, perdón, en el plumaje.

Menos mal que Perrufi no había nacido ayer y, revolviendo en su mochila, encontró unas zapas con unos muelles en la planta dignas del gran Patomías. Un par de brincos y agarrarse a la cuerda no debía suponer ningún problema. Y de paso, evitaba los perros sarnosos y sumamente ávidos de sangre que rondaban y custodiaban la casa. Los canes eran primos lejanos suyos. Pero ya no se hablaba con ellos desde hace tiempo por la disputa de unas tierras.

Si ahora os preguntáis, que cómo es posible que siendo Perrufi un perro pudiese caminar a dos patas, y otros perros sólo supiesen ladrar, moverse a cuatro patas, olerse el culo y soltar espumarajos; os tengo que confesar que en todos los sitios ha habido y habrá clases. Y tampoco os pongáis tan exquisitos que cuando os conté la historia de la discusión de Ratoniki y que se fue al sofá a dormir con Bluto, no os interesó la situación del perro lo más mínimo. Os pareció súper natural.

Perrufi tomó carrerilla y, en un santiamén, ya se había estampado contra la pared. Todos sus dientes, a excepción de los dos delanteros (con los que consiguió atrapar la cuerda), cayeron pared abajo como quien tira el teclado de un piano desde un octavo piso sin ascensor. La pared era de todo menos fácil de escalar. Era más más lisa que su cuenta corriente, pero quien dispone de unos pies tan hermosos, talla 56, como nuestro protagonista, que le permitían salir a esquiar sin esquís cada año, esto no suponía ningún problema: Y en cuestión de un tiempo ridículo (2 fatigosas horas de reloj), ya había alcanzado la ventana y et voilá… se había colado dentro… yoahuyhui.

Ahora tocaba coser y recoger monedas, o cantar y cocer, ya no lo sé. Fue inspeccionar la hermosa oficina del Jilito McPato y romper a sudar como un loco.

-Qué calor, madre. Es por la ventana que mete aire caliente -se convenció Perrufi - La cerraré.

Fue cerrarla y encenderse todas las alarmas. Toda la habitación se inundó de un penetrante sonido y de vivos colores rojos de la tonalidad del pijama de una sola pieza con apertura trasera (100% algodón) que nuestro protagonista solía ponerse las noches en las que apretaba el frío. Eran frecuentes con las paredes de cartón que poseía su casa.

Perrufi no sabía dónde meterse, el ventanuco ahora cerrado magnéticamente, le impedía tirarse por él de cabeza. Me van a pillar por zoquete, para qué me pongo si no sé. Todo es culpa de mi exmujer, se repetía sin cesar. Pero, de repente, un rayo de esperanza acompañado de un coro de voces angelicales hizo acto de presencia. Una apertura semi escondida a la derecha de la puerta principal rezaba "Descenso a la bóveda" y prometía una rampa directa al foso del dinero. Perrufi saltó con los pies por delante, soltando chispas, gritando como un perrito desamparado, mientras la lengua le lamía la mejilla y los dientes le castañeaban. Levantó los brazos "¡Ya qué estamos...!". Esperaba que no le hicieran una foto a traición como cuando vas al parque de atracciones y montas en una atracción. Encima suya unas ametralladoras empezaron a devastar la oficina. A una velocidad de 80 km/h llegaría en tiempo récord a la planta inferior. Así fue, segundos después se zambulló, con los piños por delante, en el mar de monedas, joyas y diamantes del viejo pato. Dos vueltas de campana y un doble tirabuzón. "¡Qué dolor!" Las alarmas habían dejado de sonar y sólo quedaba el silencio y la fea oscuridad.


Atrapado el día de navidad en un mar de dinero, sopló resignado. Una terrible certeza se abrió camino en su cabeza. Se iba a pasar la noche entera a solas, rodeado de millones de pato-dólares, pero lejos de lo más valioso de su vida… su hijo y los cenutrios de sus amigos. Su familia, al fin y al cabo. ¿Para qué? La maldita avaricia le había vuelto a cegar como aquel año que se comió 45 bocatas de calamares en las fiestas del pueblo para impresionar a Vacabella que se terminaría liando, la muy casquivana, con ese caballo del medallón de madera al cuello. Por su parte, él terminó malísimo, detrás de una cabaña, echando los hígados. Ahí también se percató que hay que masticar más.

El mayor tesoro de Perrufi no era el dinero. Era su familia. Yo no quiero estar lejos de mi hijo esta noche. Sé que no tengo mucho, he cometido muchos errores, pero he estado a su lado. He reído y llorado junto a él. Quizás él no me quiera toda su vida, pero yo si le querré el resto de la mía. Perrufi se acercó decidido a accionar la alarma de emergencia. Que vengan a por mí, prefiero la celda de una comisaría y ver a mi hijo 5 minutos esta noche, que quedarme aquí solo, rodeado de la más insignificante de las cosas… el vil pecunio. Esta noche no habría yoahuyhui y mucho ayayay.

Perrufi pulsó el botón. Diez minutos después, la puerta de seguridad se abrió y una horda de policías (creo que son también una especie de perros indefinidos) ordenaron:

-Manos arriba, esta fiesta se ha acabado -señalando en su dirección. 

Perrufi se quitó el gorrito, descubriendo su incipiente calva, y estrujó nervioso su gorro entre las manos. Antes de que pudiese decir algo en su defensa, la banda de los Atracadores, salió detrás suya resignada, brazos en alto. ¡Habían estado ahí todo el rato, escondidos, perpetrando todo tipo de fechorías! El comisario le estrechó la mano a Perrufi pensando que debía ser él, sin duda con esa cara de lelo, el valiente guardia de seguridad de esa noche. Le dio las gracias por accionar la alarma e impedir otro vil atraco de la banda. Alguien hizo una foto. Perrufi respondió que para eso le pagaban y se marchó silbando... yoahuyhui.

24 de diciembre por la noche

Poco después llegó a casa. Música y alegres voces desde el interior. Abrió con cautela la puerta y su alegría no podía ser mayor. Todos sus amigos estaban ahí esperándole para celebrar la navidad. Un hermoso fuego calentaba la estancia y no había estantería que no estuviese decorada con el gordo de la Coca-Cola y el borrachín del reno con la nariz roja.

-¿Pero, esto por qué es? -preguntó sorprendido.

Ratoniki respondió el primero:

-Esta noche no estarás solo, ni ésta ni ninguna más. Somos tus amigos, y siempre estaremos a tu lado. Patonald habló con su tío y le convenció de que la necesidad hace extraños amigos de alcoba, pero que, gracias a ti, se evitó un mal mayor. El viejo pato no presentará cargos, ha liquidado todas tus múltiples deudas y te contratará como jefe de seguridad. ¿Qué te parece?

Perrufi no sabía que responder, por primera vez en años su corazón ardía de felicidad, le abrasaba el pecho (esperaba que no le estuviera dando un infarto)… pero aún no tenía regalos para su hijo. Maks se acercó risueño a él.

-Papá, sé lo que piensas, pero el mejor regalo siempre has sido tú. El mejor Papá del mundo. Yo no quiero el último juego de Patonite o tonterías parecidas. Ya lo tengo. Sólo quiero que sigas a mi lado. Mamá también lo piensa así y te va a dar otra oportunidad.

Perrufi no cabía en sí de gozo.

-¿Es verdad todo lo que me cuentas? -sonreía un dentudo Perrufi, mientras se arremolinaban sus orejas una con la otra.
-Bueno, eh... lo de Mamá, no. Tiene nuevo novio, un caballo con un medallón de madera y dice que eres un patán y un fraude como tus amigos -respondió un resignado Maks.

Patonald llamó a voz en grito a cenar a la mesa. Nadie le entendió y tuvo que decirlo otras cuatro veces. Pero al final, todos cenaron, bebieron (más de la cuenta) y celebraron las navidades cómo es debido. Rodeado de la gente que más quieres. Esas son las buenas.

PS: Perrufi terminó echando los hígados al día siguiente. "Nunca más", se prometió. No lo cumplió, pero eso es otra historia que se contará otro día.

Feliz Navidad a tod@s



Esta historia de navidad es un homenaje a esos dos grandes personajes que son Rufino, el lobo feroz del bosque y el diablillo Max. Ambos de Klaus Fernández.
Sin sus constantes mejoras y Klausicísmos, este relato no sería ni la mitad de divertido.

Gracias a Alberto Jiménez por todas las risas, consejos y los nombres finales de Perrufi, Patonald y Ratoniki.

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Comentarios

  1. Muy divertida la versión de Luis de estos personajes tan conocidos. Muy recomendable. Me he reído mucho.

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  2. Muy divertido , pasé un buen rato leyendo este relato��

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  3. Perrufi ,amigos y familia =risas aseguradas !acompañados siempre de ese gran sentido del humor del autor. Espero leerte pronto Luís!sorpréndenos!no quiero pensar lo que se te puede pasar por la cabeza cuando leas "sorpréndenos"jajajaja.

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    Respuestas
    1. Habrá segunda parte... esta vez concurso de tartas y... ¡el regreso del enemigo mortal de Perrufi!

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