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El viaje del "Antelope" - Alberto Jiménez

Mis amigos han estado dándome la murga durante mucho tiempo con un relato en el que apareciera una nave prisión. Medio en broma, medio en serio, al final se ha convertido en una broma recurrente entre nosotros.

A veces nos proponemos un tema en concreto para producir algún relato dentro de nuestros respectivos estilos. Esta vez, la propuesta era crear un thriller policíaco, algo que tuviera que ver con la novela negra. Desde luego es salirse de la zona de confort pero también es cierto que es lo que más se lee en la actualidad. Así que, recogí el guante y me propuse unir ambas cosas: la nave prisión y el thriller.



La nave prisión "Antelope" lleva su despreciable carga hacia el planeta Castaneda. Es un transporte de prisioneros. El nombre oficial del planeta es Castaneda pero todo el mundo lo conoce con el irónico nombre del Paraíso. En el momento de su descubrimiento por el famoso astrónomo el doctor Kilpin, se esperaba un planeta lluvioso y de buen clima que asumiera grandes plantaciones de frutas. De ahí su sobrenombre. Sin embargo, un error de cálculo debido a la antigua tecnología con la que contaba el equipo del Dr. Kilpin, no se supo determinar con precisión el grado de humedad. Quizá los datos fueron demasiado optimistas. Aunque habitable, El Paraíso era un sitio inhóspito, seco, casi muerto. Con sus polos por completo inhabitables, una triste franja ecuatorial albergaba algún tipo de vida con fuertes contrastes de temperatura. La primera tecnología de terraformación llegó para instalar granjas pero, la baja expectativa de que allí creciera algo, transformó las granjas en celdas, convirtiendo al planeta en un cubo de basura social.

Las humanitarias políticas judiciales de la época no admiten la pena de muerte, aunque la alternativa que espera a los convictos lo sea en la práctica. Los peores crímenes conllevan la deportación de por vida a lugares como este.

Paraíso es el destino del "Antelope”, y su módulo femenino de máxima seguridad se acaba de activar por segunda vez en este viaje.


Zhang Chow despertó de su cápsula de sueño. La opción barata para viajes interplanetarios. Mientras la tripulación viaja en estasis, sin deterioro fisiológico hasta las maniobras de atraque; los reclusos son transportados en un coma inducido que les hace más leve el trayecto pero su cuerpo sufre las consecuencias de ser transportado durante meses; tumbado, sin movilidad, con alimentación intravenosa y con una nada exigente eliminación de los residuos de su organismo.

Con varias arcadas involuntarias extrajo los tubos que, introducidos por nariz y boca, la habían mantenido con vida todo el trayecto. Se golpeó la cabeza con la mampara de su cápsula. Sí bien estaba abierta, la compuerta solo se había movido unos centímetros, por lo que, sentada, tuvo que empujar con sus escasas fuerzas para terminar de abrirla.

Tomó conciencia de que empezaba a tener sensibilidad en las extremidades inferiores. Por tanto, pudo notar la humedad viscosa en su entrepierna, fruto de la deficiente evacuación de la orina y las heces que había producido su cuerpo durante los meses del trayecto.
Imagen del juego Mass Effect

Subió los brazos para estirar los músculos y, de inmediato, se retrajo de dolor. Trató de alcanzar un pinchazo intenso en la espalda, entre los omoplatos. Descubrió un poco de sangre en los dedos tras tantear la herida. Tuvo que movilizar, con sus propios brazos, las piernas que no respondían aún a las órdenes del cerebro. A duras penas logró ponerse de pie, aferrada a la cápsula que le había mantenido con vida hasta entonces. Mirando a su alrededor fue tomando conciencia del lugar en que se encontraba: uno de los contenedores con presos que les conducía a su destino final. Un reducido habitáculo acogía diez cápsulas, como la suya, dos grupos de tres y una fila de cuatro separadas por dos pasillos. En una esquina había un dispensador de agua y comida junto a un cagadero sin intimidad. Todo hacía suponer que, como el suyo, habría más contenedores como aquel en la nave que les transportaba. Acarreando la misma ingrata carga: hombres y mujeres condenados por diversos crímenes y enviados a una roca que flotaba por el espacio sin mayor objetivo que mantenerlos apartados de la sociedad.

La situación no era nada que infundiese el más mínimo temor en su mente o en la de su hermana, durmiendo también en una de aquellas cápsulas. Las dos se habían criado en las cloacas, juntas habían llegado a lo más alto en la Triada 28T dejando tras ellas un río de sangre y traición.

Se limpió como pudo y se vistió con el mono naranja que todas debían llevar. No le sorprendió que le quedara grande a su menudo cuerpo.

Mientras se calzaba escuchó el silbido de descompresión de las cápsulas de sueño, seguido de las arcadas y los gemidos de las que se despertaban.

—¡Eh! Preciosas tetas.

Alguien se había levantado juguetona. Y, aunque el comentario no iba dirigido a ella, le sacó una sonrisa.

Apoyada en las cápsulas de las otras convictas, buscó la perteneciente a su hermana.

La cápsula de su hermana se abrió sin ningún sonido. No hubo silbido del aire, ni los gruñidos y bostezos que estaba esperando, ni sonó la voz rota de fumadora de su hermana mayor. En su lugar un olor nauseabundo inundó la sala. La ocupante de la cápsula contigua vomitó el contenido de su maltratado estómago.

—¡Joder! ¡Maldita sea! Cerrad eso —dijo la que acababa de vomitar—. Cerradla.

La propia Zhang cerró la tapa de la cápsula, mirando sin creer, a través del cristal, el cuerpo en descomposición de su hermana.

—¿Qué es esto? —dijo Zhang golpeando sobre el cristal— ¿Qué es esto? ¡Qué demonios ha pasado!

—Ha pasado que hay menos mierda en el espacio —dijo a su lado una mole con forma humana—. Ahora podré devorar su hígado.

—¿Cómo te atreves maldita bestia? —Chow se revolvió como un gato acorralado.

Levantó la mano para asestar un puñetazo a aquel ser que le sacaba dos cabezas y, de inmediato, se agarró las sienes y cayó al suelo de rodillas, indefensa.

—Así que, ¿es verdad? —dijo Ruby Render, una mujer con la cicatriz que mostraba una intervención barata de nueva mandíbula inferior—. Nos han implantado algo en el cerebro que impide la conducta violenta —dijo tocando dos pequeños círculos sobre la frente. Cicatrices que aún enrojecían sobre la frente de todas las convictas.

—Aléjate de ella —dijo Chow, protegiendo el cadáver de su hermana, amenazando con un dedo a Tania que estaba todavía desnuda y con un leve corte en el brazo. Se volvió sobre la cápsula y, apoyando la frente en ella, golpeó el cristal mientras le sangraba la nariz.

Conocía a Tania Petrushévskaia. Se habían servido de ella en ocasiones pero no era manejable. Se comía a sus víctimas.


Ahora, Xian Chow, hermana mayor de Zhang, era un cadáver en descomposición dentro de su última urna. Quién sabe si lo último que recordaba era haberse dormido para nunca despertar.

Esta circunstancia no era ninguna novedad. Los viajes para los convictos podían terminar durante el trayecto, sin llegar a su destino. Ahogados en sus fluidos, muertos por inanición o por los cambios de temperatura. Las cápsulas no eran supervisadas por nadie durante el trayecto para abaratar costes. Una cantidad de decesos de entre un quince y un veinte por ciento eran consideradas unas bajas aceptables para el gobierno.


Mientras Zhang Chow apoyaba su frente sobre la cápsula, Jaina, otra de las convictas, se acercó apoyándose como una borracha en cada asidero que encontraba. Su pelo era azul en las puntas y de rubio entrecano en la raíz. Como a todas, le había crecido sin medida durante el sueño.

—¿Qué ha ocurrido? —dijo Jaina— ¿Está muerta?

—Míralo tú misma —dijo Zhang alejándose del lugar y apartando a otra de las convictas que se acercaba a curiosear.

Jaina siguió con cautela hasta donde estaba Zhang.

—Alguien la ha asesinado —dijo al pasar a su lado.

Jaina se dirigió a una esquina de la sala, observando a todos lados. Allí nadie podría oír su conversación. La mayoría estaba curioseando el cadáver, otras todavía estaban vistiéndose y ubicándose tras su letargo dentro de sus propias cápsulas.

Con semblante serio y sus sentidos en alerta, Zhang se situó a su lado mirando al resto de convictas que salían de sus cápsulas y merodeaban como zombis que acabaran de salir de la tumba.
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—¿Qué dices? —quiso saber la única Chow viva—. ¿Cómo puedes saber eso?

—El cadáver de tu hermana —contestó Jaina— aún no está tan deteriorado como para que no se le noten las marcas en el cuello. De hecho, al llevar muerta bastante tiempo, se notan incluso mejor. Míralo otra vez si no me crees y verás la sombra de unos dedos alrededor de su garganta.

—¿Cómo es eso posible? —quiso saber Zhang.

—Mira tus manos —seguía con la explicación Jaina—. Y las de todas. Hemos estado medio sumergidas en la sopa de nuestra mierda, restos de comida y sudor. Quien quiera que pusiera las manos alrededor del cuello de tu hermana dejó una buena película de grasa que ha descompuesto de manera diferente la piel del cadáver.

—Pero… No puede ser —negaba con la cabeza Chow—. ¿No pudo ser ella misma, en un sueño, al tocarse la cara?

—Quizá no te diste cuenta, pero yo no he oído el ruido de la descompresión de la cápsula de tu hermana —Jaina dejó una pausa dramática para observar el efecto de sus palabras en su interlocutora—. De hecho, el tubo de oxígeno de su cápsula está en el suelo. Desconectado —levantó una mano para acallar la protesta que asomaba a los labios de Chow—. Antes de que digas nada, el tubo está manchado con la misma mierda que tenemos todas en las manos. Alguien lo ha manipulado.

Chow, antes de hablar, arrugó el entrecejo y miró de arriba a abajo a aquella mujer con los brazos en jarras:

—Pero tú ¿quién coño eres?

—Jaina, más conocida como la “Mata-polis”.

—Joooooder. Ya sé quién eres —la postura de Chow denotaba respeto al reconocer a su compañera—. Te has cargado a unos cuantos. ¿400? ¿500? Eres la tarada esa que está obsesionada con matar policías. Sin querer faltar ¿eh? Es por eso que conoces toda su mierda, ¿verdad? Su forma de investigar y todo eso.

—Sí. Y todo eso —se notó que Jaina quería zanjar ahí la conversación y, también, que no quería disimularlo.


Jaina dejó a Chow devanándose los sesos, pensando en qué hacer. No podía dejar pasar esa situación, su reputación se ahogaría. Solo tiene su posición allá donde van. La reputación de las dos. Sobre todo la de su hermana. Y ahora está muerta. Tiene que hacer algo pero ¿qué? Su idea era comenzar de nuevo juntas. Ella sabe que siempre la han visto como el eslabón débil del tándem, que ha vivido a la sombra de su hermana. No tiene su inteligencia ni su don de gentes. No impone respeto.

Observa como Jaina ya se ha olvidado de ella. Explora con minuciosidad todas las cápsulas, encuentra cosas en ellas que otras han perdido. Va hablando con todo el mundo, intercambiando sonrisas, promesas, cambia cosas de unas manos a otras en muy poco tiempo. En sus intercambios, encuentra la forma de que la enorme Tania tenga una decente manera de vestirse. Comprende que es, sin pretenderlo, la hembra alfa allí. Quizá la líder fuerte a la que pegarse para relanzar su carrera y, quien sabe, salir de allí. Jaina se desenvuelve bien. Todos parecen tratos serios, firmes, solo ríe con la chica guapa y morena que se llama Garza, con ella, se echa unas risas mientras le limpia y venda lo que parece una pequeña herida en un codo y, tras un acercamiento impropio que la deja un poco turbada, desaparecen las dos tras una esquina.

Los gemidos ahogados dejan claro que se han tomado un rato de placer en el hueco tras la cápsula. La gigante Tania les hace de parapeto para guardar cierta intimidad. Chow no puede dejar de sorprenderse como esa mujer ha conseguido tanto en tan poco tiempo.

Se decide a unir fuerzas. Conoce toda su historia Así que, espera a que terminen y se acerca a negociar con ella.

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—Solo confío en una persona aquí —inicia Chow—, en ti Jaina, para averiguar quién ha matado a mi hermana. Eres la más lista de las que hay aquí.

—Gracias por reconocer mi valía —contestó Jaina limpiándose un resto de saliva de la comisura de la boca— pero ¿qué gano yo con esto?

—No te hagas la tonta Jaina. Quizá los demás no seamos tan listos como tú pero conocemos tus debilidades: la policía. La asesina de polis, ¿eh? Llevas toda la vida cargándotelos y estudiando sus métodos. Te complace sobremanera saberte más lista que ellos, más inteligente y más capaz que el sistema. Pero ahora vas a la cárcel y esa cosa que llevas en el cerebro —dijo golpeando con el índice en la frente de Jaina—no te va a facilitar las cosas. Te están esperando. Y te van a joder.

—Puedo apañármelas —dijo Jaina echando un vistazo a su nueva amiga de dos metros, Tania la caníbal.

—No será suficiente —contraatacó Chow—. Sin embargo, yo tengo prácticamente un ejército de la triada 28T dentro de la cárcel.

Chow vio un destello en sus ojos. Ya lo había conseguido.

—No soy jugadora de equipo, lo sabes —dijo Jaina—. Hago esto y me deberás una cuando lleguemos.

—Nadie hay aquí más eficaz que tú a la hora de resolver un crimen —dijo Chow para rubricar el acuerdo.

—Siiii. Nadie mejor. ¿Una última cosa? —solicitó Jaina.

—Te pagaré lo que me pidas. Me es lo mismo.

—Yo decidiré el castigo del culpable.

—Ha de morir. Era mi hermana.

—Entonces yo decidiré la forma de su muerte.

—De acuerdo —le confirmó Zhang.

—Tienes sangre en la espalda —le hizo notar Jaina—. ¿También han intentado matarte a ti mientras dormías?

Jaina alargó la mano para descubrir la herida pero Zhang la apartó de un manotazo.

Zhang pensaba que, ahora era cuando menos necesitaba mostrar debilidad. Debía mantenerse fuerte, llegar al planeta prisión y rodearse de los suyos. Con todos los presos de la tríada a su alrededor buscaría la ocasión para vengarse.

Se plantó en jarras con la gigante Tania tras ella, como si ésta fuera su nueva guardaespaldas.

—Escuchad, escoria —comenzó Chow—. Alguien ha asesinado a mi hermana. Ella —siguió señalando a Jaina— será la encargada de buscar a la culpable. Quizá no ahora pero, cuando lleguemos abajo, la culpable pagará por ello. Tarde o temprano pagará por ello.

—¿Por qué vamos a someternos al escrutinio de esta? —quiso saber Kuller— ¿Qué autoridad tiene cualquiera de vosotras para juzgarme? Solo sois la basura de la sociedad.

Kuller era una mujer con aspecto marcial que ya peinaba canas. Se había mantenido apartada, sin interaccionar con nadie y de brazos cruzados todo el tiempo

—¿Admites que cometiste el crimen, entonces? —preguntó Chow.

—Yo no admito nada. Un lobo no da explicaciones a las ovejas.

—Yo no veo ningún lobo —Garza le escupió sus palabras a dos centímetros de su cara—. Yo solo veo una puta vieja muerta. Huele a tía rica estirada. Cagada de miedo porque la han encerrado con las ratas que le comerán la cara. Si la encerraron con nosotras, comemierda, es que está en su clase.

—Lo mío es una cuestión política —se defendió Kuller—. Vosotras sois deshechos de la sociedad. Un cáncer a extirpar.

—Amanda Kuller ¿cierto? —quiso confirmar Jaina—. No nos vamos a engañar, todas en esta sala somos piezas del museo de los horrores pero, querida mía, eres la pieza central del museo —Jaina se giró para mirar a los ojos a cada una de sus compañeras de celda y siguió hablando—. Yo estoy de acuerdo con ella. No somos de la misma clase. La Vicealmirante Kuller es una racista juzgada y condenada por genocidio. Ha llevado prácticamente a la extinción a la raza de los Kensmah, como nuestra amiga ahí al fondo —dijo señalando a una mujer sin pelo en la cabeza y dos protuberancias en el cráneo que sangraba por la nariz mirando a la vicealmirante—.

»Los Kensmah eran una raza humanoide del planeta Binson. Digo eran porque la señora Kuller, se encargó de alimentar la envidia de los colonos, vertió mentiras, engañó, falsificó pruebas… Para iniciar un exterminio. Todo ello quedó demostrado en el juicio. Solo, con la única intención de apropiarse sus tierras, de adquirir poder político y económico en su planeta, conviertiéndose así en una tirana en el trono. Kuller alentó el rechazo a esta raza entre los colonos y encabezó el exterminio de esta raza. Es la responsable de más de dos millones de muertes en la Guerra Kensmah. Señora —dijo esta vez enfrentándose a ella—, es usted el as de la baraja. Ni en mil vidas podríamos hacer tanto daño a la humanidad como usted ha hecho.

La mujer Kensmah ni tan siquiera hablaba el idioma del resto. Pero debido a sus poderes psíquicos todas percibieron la rabia, el desprecio y el odio que iba dirigido sobre todo a la vicealmirante, aunque también a la ya fallecida y su hermana.

—Vaya —exclamó Jaina—, eso ha sido muy revelador. Todavía siento náuseas con lo que sea que nos has transmitido, chica.

—¿Ha sido ella? —preguntó Chow, avanzando sobre la extraña mujer— Entonces, ha sido ella.

—Espera, espera —dijo Jaina reteniendo a Chow—. Necesito poner eso que hemos sentido todas en palabras. ¿Qué tiene que ver la vicealmirante con vosotras dos?

—La guerra es campo abonado para los negocios de la triada: prostitución, drogas, tráfico de armas y de personas. Esa perra racista nunca lo admitirá —dijo Chow señalando hacia Kuller que miraba hacia otro lado con los brazos cruzados— pero claro que hemos colaborado en multitud de ocasiones. La triada se ha beneficiado tanto de los señores de la guerra y los mercenarios, como de los refugiados que trataban de huir. La triada se ha beneficiado, sí, pero puede que también hayamos salvado la vida de miles con el tráfico de refugiados, cosa que no hizo el gobierno.

Dijo esto último clavando los ojos en la mujer Kensmah. Tras unos segundos en que ésta pareció reflexionar; les llegó a todas una oleada de aceptación, rencor, tristeza pero también perdón. Una sensación más cálida con un innegable poso amargo.

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Todas estaban digiriendo la información cuando les asaltó de nuevo el olor nauseabundo de la muerte. Al girar sus cabezas vieron el demencial espectáculo de Tania Petrushévskaia comiendo parte del cadáver de la mayor de las Chow.

La menuda Zhang Chow hizo un intento de impedirlo pero, tanto Jaina como Arween, la Doctora Muerte, se interpusieron entre ella y la gigante Tania. Una mujer con la complexión de una lanzadora olímpica de martillo que estuviera claramente inclumpliendo todos los reglamentos antidopaje.

—Ya está muerta, ya da igual —dijo Arween—. No solo dudo que los implantes en el cerebro de ese mastodonte puedan hacer algo, es que su cerebro tampoco codifica lo que está haciendo como algo violento. Mírenla, no le sangra la nariz ni parece tener ningún dolor.

—Gracias por la clase de psiquiatría Dra. Armillotta—dijo Jaina—. De eso seguro que sabes mucho ¿no?

—¿Por qué lo dice? —quiso saber Arween Armillotta.

—Porque estás tan tocada como yo, como la giganta esa, como Garza. Porque también estás loca, vaya.

Arween Armillotta dejó a Zhang en manos de Jaina, caminó hasta su cápsula abierta y se quedó con la mirada perdida en su interior.

—Sí, solo alguien que ha perdido la chaveta haría algo como tú —Jaina la siguió, colocándose a su lado, mirando también al interior de la cápsula, como si ambas estuvieran viendo el transcurrir de la corriente de un río—. Hay que reconocer que, a gran distancia, pero te llevas el segundo puesto de las que estamos aquí. Dra. Arween Franzetta. La doctora muerte te llamaron en el juicio. Se te acusó de experimentar con la población minera a la que supuestamente tenías que proteger. Fuiste quien introdujo un agente químico en las aguas de la población minera de Panem. El organismo de los mineros y sus familias se quebró, no superó las mutaciones que generó el virus. Se estima que murieron más de cinco mil personas y que le provocaste diversas secuelas a otros quince mil.

—Yo no quería provocar esas muertes —se defendió la doctora—. Se ha exagerado mucho con las cifras.

—Pero no tienes que preocuparte por mí —Jaina cambió su tono acusador a uno más meloso y seductor—. Esta es tu cápsula, ¿verdad?

—Sí —Arween Armillotta no pudo evitar que le temblara la voz—, ¿por qué?

—Solo imagino qué sola se habrá sentido una mujer como tú —Jaina le miró el pecho sin disimulo al tiempo que acariciaba la silueta del cuerpo en el fondo de la cápsula— aquí dentro. ¡Me ponen tanto las taradas! —dijo esto mientras se apretó contra ella atrapando sus pechos desde atrás.


Garza, que estaba observando la conversación desde cerca, llegó desde atrás y las separó con determinación.

—Pero ¿qué demonios haces? —se encaró Garza con Jaina.

—Tranquila chica. Hemos echado un polvo ahí atrás, y ha estado bien, pero no somos novias por eso —zanjó Jaina.

—¿Por qué le dices lo mismo que a mí? ¿Repites siempre el mismo discurso? ¿Es que ahora te la quieres tirar a ella?

—Antonia Garza —presentó Jaina a la mujer con múltiples tatuajes que las había separado—. Guapa, joven, buen tipo, quizá deberías alimentarte un poco mejor —le acarició la cara para subrayar lo mucho que le gustaba—. Tímida y retraída para sus vecinos pero, como ángel vengador, no tiene precio. En Binson, su planeta natal, se encargó de hacer limpieza entre los proxenetas de la tríada y los propios clientes de las prostitutas. Tu error consistió en la soberbia de llevar un meticuloso registro de tus actos sobre tu piel. Mi delicada flor, no te hizo falta ni testificar —dicho esto besó sus labios, mordió su labio inferior estirando levemente—. 327 casos perfectamente documentados por ti. 327 tatuajes, que rinden culto a cada muerte, recorren tu cuerpo. Y eso es precioso. Precioso, mi bella tarada.

La volvió a besar fugazmente para después darle un breve golpe con el nudillo en la cabeza sacándole una sonrisa.

—Además tú no puedes ser —siguió Jaina mirando a los ojos de Garza—. Eres demasiado guapa para ser nuestra asesina.

—Y eso ¿qué tiene que ver? —dijo una mujer con la cara cubierta de pelo.

Lena "Loba" Lester, sufría una rara forma de hipertricosis. Con el tiempo había hecho de ello una seña de identidad: La Loba.

—Claro, lo entiendo —contestó Jaina mordiéndose el labio inferior—. Tú y los estándares de belleza no os lleváis bien.

—No me vas a ofender con eso, zorra —replicó La Loba—. Puede que, en el pasado, sufriera por esta peculiaridad. Esto —dijo mesándose la melena que crecía desde los pómulos— es una bandera que infunde respeto. Cuando entro en cualquier sitio la gente me tiene respeto porque conocen a La Loba. Lo que hace, lo que representa.

—Cuando dices respeto yo oigo miedo —replicó Jaina—. Todo el mundo reconoce tu rostro porque eres la cara de la banda de atracadores más chapucera de la historia. Bancos y joyerías hacen que sus empleados reconozcan las caras de tu gente de memoria. Estás aquí porque en tus operaciones —dijo esta palabra haciendo el signo de las comillas con las manos— muere más gente de la necesaria. Porque te rodeas de tipos con el gatillo fácil. La gente te tiene miedo. No respeto.

—Tengo éxito zorra —contestó la Loba—. Tengo tanto dinero que podría haberme quitado el pelo si quisiera. Qué coño. Podría comprar esta nave, regalarla y volver a comprarla…

—...pero como a todo el mundo aquí dentro se te acabó la suerte —Jaina acabó su frase—. ¿Cómo sucedió? Vamos, cuéntanos como a la Reina de los atracos la pillaron esta vez.

—Me traicionaron —y miró ostensiblemente hacia Zhang Chow.

—Yo no tuve nada que ver en eso.

—Lo sé, por eso estás viva.

—Reconoces que fuiste tú entonces —dijo Chow tratando de parecer valiente frente a la temible estampa de La Loba.

—¿Es cierto que volaste el edificio entero? —Jaina siguió con su interrogatorio haciendo caso omiso al duelo de miradas entre Chow y La Loba.

—¿Cómo?

—En tu último trabajo. Murieron al menos treinta guardias de seguridad y luego, cuando llegaste frente a la cámara acorazada tuviste que volarla entera porque no tenías otros medios. ¿Es cierto? ¿Sabes a cuánta gente asesinaste al derrumbarse el edificio? Ja. Y luego me llaman a mí psicópata —Jaina se dio la vuelta y miró hacia el techo.

—Era el trabajo de mi vida —las facciones de la Loba cambiaron adoptando cierta solemnidad—. No me lo podía creer. La tríada me contrató para obtener unos documentos de la misma cámara acorazada que contenía el Lobo Maltés —se le iluminaron los ojos al pronunciar ese nombre—. Una de las joyas más preciadas del universo. Un cilindro perfecto de Berilio Thanico.

—Sabes por qué se llama así, ¿no? Por un pelo de lobo prehistórico en su interior.

—¿Qué estupidez es esa? Es por… —La Loba para en seco su réplica— ¡Ah! Ya veo. No crees que lo consiguiera. ¿Crees que soy una ignorante y que solo voy de farol? La conseguí. Vi su única imperfección, una mancha con la forma de la cabeza de un lobo en el azul más puro que haya fabricado jamás la naturaleza. Por eso se llama así.

»Necesitaba esa gema. Más que nada en el mundo. Hice el trabajo gratis. ¿Para qué? Para que me traicionaran. Era personal, un trabajo muy personal. El más importante de mi vida y me jodieron bien jodida. Y fueron ellas —señaló con el dedo a Chow—: ¡las putas de la triada 28T!

»Sin embargo, no lo hice. No maté a tu hermana aunque no me hubiera importado hacerlo.

—Tiene razón. Ella tampoco lo hizo —dijo Jaina hablando para todo el mundo—. No tiene la capacidad suficiente. Se ha sorprendido tanto como cualquier otra de encontraros aquí. No fue capaz de prever lo necesario para su robo del siglo. Tiene los motivos pero nunca sería capaz de organizar nada semejante a esto.

»Tania —pidió Jaina a la giganta rusa—. Antes hemos hablado de ello. Refréscame la memoria. ¿Por qué te comes el hígado de tus víctimas?

—De ellos obtengo mi poder y mi fuerza —respondió ella—. A veces me hablan.

—¿Los restos? ¿Los órganos? —quiso saber Jaina— ¿Quieres decir que cuando te comes parte de una persona, esa persona habla dentro de ti? Y… Xian Chow, ¿te ha dicho algo?

—Es… Algo confuso para mí —Tania se dirigió a Zhang Chow—. Dice que siente haberte ofrecido tantas veces como regalo. Que no te protegió como debe hacer una hermana mayor.

La menor de las Chow rompió a llorar y agachó la cabeza. Apoyada en una de las cápsulas recibió el consuelo de la Doctora Muerte que la rodeó con sus brazos y, más alta, apoyó la cabeza sobre la de ella.

—¿Este es el nuevo método deductivo policial? —intervino Ruby, la mujer de la cicatriz— ¿Una médium de feria que se comunica con los muertos comiéndose su hígado?

—¿Nos conocemos? —dijo Jaina volviendo a repasar las facciones de la mujer— ¿Por qué delitos estás aquí?

—No todas somos tan famosas como tú —avanzó la mujer—, asesina de policías. Asesina y asesina según su método de nombres. En orden alfabético: Ana, Beth, Clark, David… Sin importar género, sin importar si tenían familia o no. ¿Cuántos tienes apuntados en tu agenda, maldita tarada de mierda? ¿15? ¿20 por página? Ve un uniforme y no puede parar. La simple palabra la excita: policía, policía, policía…

—¿Qué te pasó en la cara? —dijo Jaina retrocediendo— Es como si te hubieran reconstruido por completo la mandíbula inferior.

Jaina cambió su forma de observar al escuchar sus propias palabras. Escrutó solo la parte superior del rostro de la mujer que avanzaba sobre ella. Tuvo un destello de memoria que no consiguió atrapar. Esos ojos eran de alguien que no podía estar allí.

—Sí. Puede ser, puede ser —quería confirmar Ruby que parecía leerle el pensamiento—. Puede que mataras a uno de tantos policías. Puede que te acuerdes de él y de su mujer. Su mujer, que prefirió morir a vivir sin él. Puede que recuerdes el rostro de la mujer que, rota de dolor, trató de suicidarse y no lo consiguió.

»Mi mano torpe y temblorosa, la de una mujer indecisa, perdida; no me mató. Solo conseguí destrozarme la cara y, tras años de dolor y sufrimiento pensando en la venganza y en mil planes inútiles; me convertí en policía, sí —se regodeó en la palabra—. Policía.

—No, no me hagas esto —Jaina retrocedió hasta interponer una cápsula entre ella y Ruby.

Trató de taparse los oídos, cerró los ojos, respiró profundamente; pero no evitó que empezara a sangrarle la nariz. La cabeza ya había empezado a dolerle desde que tomó conciencia de que quería matarla. Chilló para apartar el dolor de su cabeza. Soltó la carcajada de una demente, imaginando los golpes, la puñalada, el disparo en la cabeza.

—Soy una policía por ti —siguió Ruby—. Así podría atraparte, llevarte ante la justicia. Policía.

—Para —Jaina trastabilló retrocediendo.

Seguía sangrando por la nariz.

—Pronto me di cuenta de que toda la policía estaba corrupta —insistía Ruby remarcando siempre la palabra.

—Tania, por favor —Jaina con la cara congestionada de lágrimas, miró suplicante a Tania.

Tania se interpuso y alejó a Ruby de Jaina. Sin embargo, Ruby siguió gritando para que la escuchara.

El dolor era insoportable. Algo tiraba desde dentro para que dejara de pensar en atropellar, tirarla al vacío, quemarla viva… Cada pensamiento, un dolor extremo. Golpeó su cabeza contra el cristal de la cápsula porque ese era un dolor que podía controlar.

—Eso es —la animó Ruby—. Sigue. Sigue golpeándote porque no puedes matar a esta policía.

—Tú eres… —Jaina se golpeó con los puños en las sienes, ya estaba de rodillas sin poder soportar más dolor— Trabajabas para la triada.

—Toda la policía —confirmó Ruby—. Claro que estamos todos pringados, por eso estoy aquí. Por ser una poli corrupta. PO-LI-CI-A.

—¡Aaaaargh! —el grito de Jaina fue agónico, cayó al suelo, la saliva que escapaba de su boca se mezclaba con la sangre de la nariz y la frente— Tú estabas en Panem. Tú te encargaste de distribuir el virus. La triada te corrompió y Xian Chow te vendió a los tuyos, a la policía —volvió a golpearse la cabeza contra el suelo—.

—¿Qué dices maldita tarada? —gritó Ruby— Muérete de una vez.

La doctora Arween Franzetta, la doctora Muerte, se acercó por detrás a Ruby y le clavó en el cerebelo, en la base del cráneo, una pequeña barra metálica.

El cuerpo de la policía corrupta Ruby Render se desplomó sin vida.

Arween corrió para socorrer a Jaina que estaba convulsionando del dolor. Se arrodilló junto a su cuerpo extenuado. Tras ella, Garza se mordía las uñas nerviosa.

El rostro de Arween estaba limpio. Jaina se pasó la mano por la cara y dibujó un rastro de sangre bajo la nariz de Arween y la sonrió con las pocas fuerzas que le quedaban.

—¿Fue ella entonces? —Zhang Chow alternaba su mirada entre el cuerpo de la policía y el de Jaina que parecía se estaba recuperando.

—Fue pura venganza —explicó Jaina—. Como policía pudo encontrar donde estaban sus objetivos. Nos puso a todas juntas. A ella también, claro. Seguro que con ayuda de sus compañeros en el transporte de convictos, de alguna manera logró desactivar el sueño. Así terminaba con la persona que corrompió su vida y con la causa de su dolor: yo. Yo le quité la razón para vivir, hice que tratara de suicidarse, aunque no lo consiguiera. Y, cuando encontró una razón para vivir, basada en la venganza, el sistema la corrompió. Se dio cuenta de que era igual que yo, se había convertido en lo mismo que odiaba. Así que tenía que matarnos a las dos: a Xian y a mí.

»Y quería que yo me suicidara, lo mismo que le pasó a ella. Sabía que mis ideas homicidas unidas al dispositivo que llevamos en la cabeza terminaría por acabar conmigo. De no haber sido por la doctora, ahora estaría muerta.

—Pero ¿cómo sabías que la doctora podía…? —quiso saber La loba.

—Me fijé en que varias de vosotras tenéis una herida en el brazo —explicó Jaina no sin dificultad al hablar—. Es por culpa del picaporte para abrir la cápsula desde el interior. Tiene un borde puntiagudo y suelto. Había comprobado que el de la doctora no estaba en su sitio, así que supuse que lo llevaría encima para defenderse.

Zhang Chow ya no atendía a más explicaciones. Se volvió y la emprendió a puntapiés con el cuerpo que yacía en el suelo de Ruby Render. El resto se quedó mirando la escena absortas en aquel sucedáneo de violencia mientras Chow goteaba por la nariz. A Chow le parecía un pago justo.

—¿Y por qué pensaste que yo la mataría? —preguntó la doctora Armillotta.

—Porque ella es la verdadera culpable de las muertes de los mineros —contestó Jaina—. Los psicópatas nos conocemos entre nosotros. Tú eres una buena persona ¿Me equivoco?

—Pero, yo lo hice —insistió Armillotta ya en voz baja, aprovechando que ya no les prestaban atención—. No hubo manipulación de las pruebas. Yo lo hice. Yo les maté y me arrepiento todos los días.

—Ayúdame a levantarme —pidió Jaina.

La doctora la ayudó a levantarse del suelo. Jaina le rodeó el cuello para mantenerse en pie. Juntas recorrieron unos pocos metros para sentarse lejos de las demás. Cuando Arween Armillotta fue a limpiar la cara de Jaina sintió que el brazo que la rodeaba por el cuello se tensaba.

—Sigue limpiando querida —dijo Jaina—, y sonríe. Ahora vas a contarme la verdad. Si no lo haces te partiré el cuello. Sé que puedo hacerlo, no será nada comparado con el dolor que acabo de sufrir. Será solo un instante. Y si no puedo hacerlo le diré a Chow la verdad, que fuiste tú quien se encargó de asesinar a su hermana, eso lo tengo claro.

»Tus manos en el cuello. Eres la única con conocimiento médico como para saltarse el ciclo del sueño. Bueno, eso no es una deducción —se desdijo de su hilo argumental—, es una confirmación del rastro que hay desde tu cápsula a la esquina de la comida. No sé cuánto llevas despierta y no me importa. Lo que sí quiero saber… —interrumpió su discurso para lanzar un beso y levantar el dedo pulgar hacia su protegida Garza que se había vuelto a observarlas— Lo que quiero saber es cómo demonios has hecho para desactivar el dispositivo que llevamos en la cabeza.

—¿Era verdad lo de Ruby? —preguntó Armillotta—. ¿Fue ella quien puso el virus?

—Nunca lo sabremos —respondió Jaina—. Solo sé que estuvo en Panem y solté un órdago para escapar de esa situación que casi acaba conmigo. ¿Qué sucedió en realidad?

La doctora Armillotta meditó unos instantes. Llegó a la conclusión de que estaba en una vía muerta y que solo le quedaba decir la verdad.

—La población minera de Panem estaba bajo mi responsabilidad. El trabajo en las minas es ya de por sí muy duro. La mortalidad, las enfermedades, la mala calidad de los alimentos que nos enviaban… Esa gente lo tenía todo en contra. Y sí, empecé a investigar por mi cuenta en un compuesto que mejorase su calidad de vida. La investigación derivó en algo que cambiaría su fisonomía, les haría completamente distintos pero mejores. Se adaptarían a ese medio ambiente tan hostil. No lo consulté con nadie, no pedí permiso, no sabía si funcionaría, fui celosa de mis hallazgos y no lo compartí: lo hice todo mal.

»En teoría mi compuesto era beneficioso. Pero hubo un desencadenante para que todo se torciera. La gente empezó a morir, las enfermedades incrementaron de forma exponencial y para cuando encontré la causa no había tiempo. El causante era un virus que alguien había introducido en el suministro de agua. Con el tiempo descubrí que Xian Chow era la responsable. La triada quería hacerse con el control de la concesión minera y como no lo consiguió por sus vías habituales tomaron la más drástica de las medidas. Acabar con todos. Ella era la responsable, ella era la que debía morir.

»Decidí actuar por mi cuenta con un medicamento no aprobado. Ese es mi castigo. Muchos murieron y los que no, desarrollamos mutaciones que nos permitieron sobrevivir. Salvé miles de vidas pero sé que soy responsable de muchas muertes.

Jaina asintió con la cabeza confirmando que creía en su historia.

—Y ahora, ¿qué llevas escondido entre las tetas? —dijo Jaina señalando la abultada silueta de la doctora— Lo ví moverse antes dentro del mono, lo noté cuando te las agarré frente a tu cápsula, y dentro de la cápsula hay unas heces pequeñas que no sé de qué son.

Esta vez la doctora Armillotta se mostró más reacia a hablar. Metió una mano dentro del mono naranja, sacó un extraño animal de unos quince centímetros, cubierto de pelo, forma alargada y una extraña cara entre primate y reptil.

—Este es Exo —dijo Armillotta con cierto aire de orgullo—. Ya sabes que nos desnudan y registran a conciencia antes de inducirnos el sueño —inspiró profundamente para lo que tenía que decir a continuación—. Nacen a partir de un huevo, me implanté tres en el útero antes de que nos hicieran la revisión. Sólo éste fue viable y se ha desarrollado en el trayecto… Dentro de mí. Exo es parte de mi mutación y quien puede desconectar los implantes.

Alguien había puesto especial cuidado en unirlas a todas en un pequeño espacio. Una magalómana racista junto a la mujer de la raza que quería exterminar, la asesina de proxenetas y quienes dirigían la prostitución, una atracadora violenta y salvaje, una caníbal, una científica con una dudosa ética y, una policía corrupta con la psicópata que los cazaba. Lo único que restaba para las reclusas del módulo femenino de alta seguridad del Antelope era qué iba a depararles su estancia en El Paraíso. Eso, y cómo la red de mentiras que unía a estas mujeres iba a condicionar su vida en adelante, queda para otra historia.


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Comentarios

  1. Me ha encantado la historia. Este hombre es una maravilla de narrador y de escenarios. Ya me gustaría escribir como él. Enhorabuena. ¿Para cuándo una segunda parte?

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  2. Excelente relato. Os invito a descubrir el/la asesino/a antes que nadie. Yo no fui capaz.

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  3. El "Antelope" fue un barco negrero español del siglo XIX. Quizá las convictas protagonistas de este relato sigan un destino parecido a los de los hechos históricos. Busquen "El caso Antelope", aunque yo solo encontré la historia en inglés.

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