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UrbeX-Mas (Especial Navidad 2022)

 



    La comunidad Urbex es una comunidad cerrada y muy recelosa.

    Existen multitud de páginas y portales en la red donde, aficionados urbexers, publican a diario cientos de localizaciones abandonadas. La cantidad de material es abrumador. Desde antiguas fábricas hasta bloques de edificios en un paraje desértico pasando por casitas forestales en medio de bosques perdidos. Pero aun siendo los urbexers muy hábiles para presentar sus descubrimientos, muy pocos comparten la ubicación de los sitios explorados. Si no fuera por la cantidad ingente de material gráfico compartido, todo podría ser una invención. Pero estos lugares existen, hay miles, cientos de miles repartidos por todo el globo. Esperando a ser explorados. Los urbexers los conocen, se cuelgan medallas de lo avispados que han sido al encontrarlos, pero nadie suelta prenda de su localización. Te ponen la miel en los labios y te dejan a medias.

    Algunos por temor a que sean objeto de actos vandálicos por parte de los demás visitantes, otros por el miedo de que estos sitios sean descubiertos y que la policía o los legítimos dueños los precinten e impidan el acceso. Ya que, aunque un lugar parezca abandonado, siempre tiene un dueño.

    No se suele tolerar que un urbexer novel escoja el camino fácil, exija conocer las localizaciones sin esforzarse y cometa la torpeza de preguntar su ubicación. Máxime cuando la mayoría de los urbexers le han dedicado a la investigación incontables horas, consultando Google Maps en busca de casas apartadas, revisando noticias sobre empresas en quiebra hace tiempo o pueblos abandonados recientemente.

    A estos exploradores urbanos desconsiderados con el trabajo y el esfuerzo de los demás, en el mejor de los casos, se les anima a abrir los ojos a su alrededor y en el peor de los casos se les insulta bloqueándoles en las redes.

    Hay normas, reglas. Las famosas cinco reglas de comportamiento: 

    No correr. 
    No forzar jamás una entrada para acceder al objeto. 
    No llevarse nada más que fotografías. 
    No dejar nada más que las huellas. 
    No ir jamás solo.

   Únicamente, y en contadas ocasiones, un urbexer se encuentra un caramelito sin buscarlo... y menos aún la localización exacta de la cabaña perdida de Santa Claus. El santo Grial de los urbexer.

23.12.2022
Bosque de las brujas, Alto valle Isábena, Huesca.

    —¿Qué pasa? ¡Me estás poniendo fatal de los nervios! ¿Sabes lo que me altera mu-chí-si-si-si-mo en este mundo? ¡Los lentos, los vagos y los torpes! ¡Y tú ocupas las tres posiciones del pódium! ¿A qué esperas? —demanda Happy enérgica a su hermano sin parar de golpearle el hombro con el palo selfie con la misma fuerza de una mujer de 95 años—. ¡Dale alegría, joder!

    Rodri mira hastiado a su hermana, la influencer Teresa Alcantarilla. Por supuesto que en las RRSS no se llama a sí misma de un modo tan vulgar. En las redes sociales, ella es la divina, la intrépida y aventurera influencer Happy Panda.

    No lo entiendo Tere. La cabaña debe estar a unos 7 km aproximadamente. Elevamos el dron hace ya un rato, tendría que haber llegado. Pero sigue transmitiendo con su cámara y no hay ningun indicio de la cabaña. Si avanzo un solo metro más dirección a la cabaña, la batería del dron no tendrá batería suficiente para regresar a nosotros y lo perderemos en la nieve. ¿Nos arriesgamos, lista de los cojones? Es como si las distancias no cuadraran. Parece que la cabaña estuviera más lejos pero eso es imposible.

    —¿Y por qué no la cargaste a tope antes de salir? Se te ha olvidado. ¿A qué sí? Uuyyyyyy, qué nerviosa me estás poniendo... ¡Torpe de las pelotas!

    —Está a tope de batería ya, Happy. Estamos demasiado lejos de la cabaña. Te explico: los mejores modelos de dron tienen una autonomía de unos 15 km, marcando a partir de la mitad del recorrido el punto de no retorno. Esta señal de aquí. ¿La ves, bonita? Es decir, a partir de los 7.000 metros, Miguelito (Sí, le llamo Miguelito), me señaliza que debe volver al haber alcanzado ya el 50% de su capacidad. Normalmente los drones lo hacen de modo automático.

    » Por supuesto que le podría hacer volar más metros, pero lo perdería como ya he perdido a Luisito (ya lo sé, no digas nada). Pasaría a modo Punto de no retorno. Y no, no tiene una señal, una boya con lucecitas de colores para encontrarle. Si no tiene batería, primero cae a plomo y después ¿con qué iba a alimentar la boya? El dron es susceptible a muchas cosas. Las condiciones climatológicas, a la resolución de la cámara, a la... ¡Joder, hemos perdido contacto con el dron! ¡Es como si se hubiera desconectado solo!

    —Me aburreeeeeees, no me rayes con tus conocimientos que no le interesan a nadie y con los que no encontrarás a una chica en tu vida. Que no nos queda otra que ir a patita y ver la dichosa cabañita con nuestros propios ojos. ¿Ein?Happy se levanta cansina del asiento de la furgoneta. Un kilo y medio de migas del bocata que se ha apretado caen al suelo—. Pero llevas mi mochila por torpe... Mira que te dije que cargaras la batería a tope. Y si te pesa mucho la mochila, te aguantas. Lleva unos víveres imprescindibles:¡dorayakis! Ya sabes que me entra mucha hambre con tanta nieve.

    Secretamente Happy no ha dejado de emitir en vivo para alimentar a sus miles de seguidores, sus Happylovers, a los que ella siempre tiene hambrientos. Lo del bocata jamón lo ha omitido. Sus seguidores, no.

    Rodri se ahorra contestarle a su hermana que de nuevo no se ha enterado de nada, pero es luchar contra los elementos. Agarra la mochila, espera que la divina Happy Panda se haga otro selfie con los morros de pato y ponen rumbo a la cabaña. Aún tienen más de siete kilómetros de caminata hasta la cabaña en lo más profundo del Alto valle Isábena de Huesca con una nieve que les llega por encima del tobillo. Viendo el lamentable estado físico de su hermana, tardarán más de tres horas en llegar. «Menos dorayakis y más andar», piensa. Con suerte, llegarán antes de que anochezca.

    Tras cuatro agotadoras horas, no por la nieve si no por los constantes lamentos de Happy, consiguen llegar a la ruinosa cabaña. Mientras avanzaban no han visto ni rastro del dron.

    Es normal, no saben que hace horas una pequeñas manos lo recogieron del suelo y lo estrellaron con una piedra.


    —¿Es esta piltrafa de cabaña, la casita mágica de Santa Claus? Por la pantalla del móvil parecía mucho más... no sé... ¿guay? —resopla la influencer sin aliento arrastrando todas las silabas habidas y por haber, extenuada, a pocos metros de los aledaños de la entrada— ¿No estaba la dichosa casita en Polonia?

    —Laponia, Happy, Laponia. Es curioso de cómo cambia la historia de Santa Claus, Papa Noel, San Nicolás o Viejito Pesquero dependiendo del país. Según los europeos vive en Laponia y agárrate bien, según una teoría holandesa viene cada año desde España en un barco de vapor. La verdad es que nadie lo sabe. El caso es que Santa Claus no existe...

    —¿Cómo que no existe? ¡Eso lo dirás tú! Si no crees en él, entonces ¿qué hacemos aquí pelándonos el culo en Huesca?

    —Porque algo raro pasa aquí. No hay un solo sendero o camino que lleve a esta cabaña. En los mapas ordinarios no aparece, el Google Maps tiene pixelada esta zona y en el pueblo nadie afirma conocer esta cabaña. Oficialmente aquí no debería haber nada y míranos... delante de una cabaña abandonada en medio de la nada... —Rodri se para en seco– … y además aún sale humo de la chimenea.

    Happy, retrocede pegando brincos. Parece estar jugando a la versión a tamaño real del juego de las Damas, y ya le lleva 20 metros de ventaja a su hermano, se ha comido tres piezas, cuando él la atrapa del hombro y la obliga a recapacitar.

    —¡Déjame, Rodri! ¡Narcotraficantes! ¡Contrabandistas! ¡O mucho peor... terroristas veganos! Debemos salir de aquí de inmediato —no deja de susurrar una muy alterada Teresa mientras agita las manos como si las hubiese pillado con una puerta.

    Rodri voltea los ojos y le recuerda que todo eso fue idea suya para su especial de Navidad. Encontrar algo misterioso. Y además, ¿qué es eso de que sean veganos? ¿No eras tú vegana? Que quizás sólo sea la cabaña de un cazador del monte.

    En algunos días será Navidad y más vale que graben algo para poder subirlo a su canal el día 25. Después le indica que mire la puerta de la cabaña. Y si fueran malvados, traficantes, asesinos en serie o veganos, no dejarían la puerta entreabierta. ¡Y además no violarán ninguna regla urbex!

    Happy accede a entrar en la casa del horror siempre y cuanto Rodri vaya delante. Al entrar, el amortiguado crujir de la tarima anuncia su llegada. Rodri pregunta con un lastimero "¿Hola?" si hay alguien en casa. El silencio es la única respuesta que reciben.
La cabaña parece más inhóspita de lo esperado y está pobremente decorada. Estanterías caídas cerca de un butacón de muelles vencidos, una sencilla mesa de madera con restos de comida en un plato de hojalata y una botella de cazalla a medio beber conforman su triste mobiliario. Exiguas ascuas chisporrotean aburridas en el lecho de la chimenea dando sus últimos estertores. Un cuadro caído con un hombre barbudo está apoyado contra la pared. Al fondo, unas escaleras de madera mohosa suben a la estancia superior, al parecer, también deshabitada. Todas las ventanas están rotas, pero la nieve ha decidido misteriosamente quedarse en el exterior. En la cocina, cerca de una estantería volcada, una puerta con un pesado candado parece llevar a un sótano o despensa. Happy se acerca curiosa y tras tirar del candado, éste cae al suelo retumbando como un cañonazo.

    La puerta se abre de par en par y una amplia bocanada de aire putrefacto le golpea la cara y con la certeza de que, en esa estancia, la esperan al menos 10.000 likes.

    —¿Rodri? Vas a bajar ahí abajo y me vas a decir qué hay. Después ya bajo yo y me grabas, ¿ok? Me haces un plano chulo como si abriera yo la puerta por primera vez. Y pongo cara de interesante y todo. Bueno... no sé. Si me quedo aquí arriba sola, también me da algo. Bajamos los dos, pero asegúrate de que la puerta no se cierre detrás nuestra. No somos tan catetos. Pon... no sé, una bota... mejor pones la mochila... que tienes los pies muy delicados.

    Su hermano asiente y agarrados de la mano bajan al sótano. Con la linterna de los móviles alumbran un habitáculo, antesala de un estrecho pasillo que les adentra,  aún más, por debajo de la casa. El techo del pasillo, bajo y lleno de retorcidas raíces, les obliga a recorrer agachados la mayoría del trecho. Un oscuro y maloliente riachuelo les lame las botas, pero deciden continuar hasta alcanzar una estancia más amplia unos 50 metros al fondo. Lo que ahí les espera les hiela la sangre.

    Hay al menos veinte esqueletos infantiles maniatados a unas argollas en la pared. Con los rostros desencajados. La poca piel que cubre el resto de algunos, como un velo, está cuarteada y cenicienta. Algunos, antaño coloridos, harapos les visten. A sus pies, cacerolas de cinc con algunos restos de comida. A la parte de la derecha, el último infante, cerca de una pared, había escrito en la pared una escueta frase en aragonés que Rodri alumbra con el móvil: "Libra-nos d'o Krampus".

    Rodri, aterrorizado, da un paso atrás. Se ha dado cuenta de algo aterrador. No están en casa de Santa, están en casa del puto Krampus, la sombra de Santa Claus. La criatura diabólica que atrapa a los niños díscolos en la cesta de su espalda en navidades para comérselos. Los esqueletos encontrados tuvieron que ser sus últimas víctimas.

    —Joder, tía. Tenemos que salir de aquí echando chispas —demanda Rodri a Happy que no deja de mover la cabeza como un perrito muelle de adorno de un coche. Se gira sólo para darse de bruces con una voluminosa presencia que les impide el paso. La influencer le pregunta al borde del llanto a la figura, que les obstruye la salida, si es Diego, el cigala.

    La gruesa figura niega con la cabeza y señalando a los cadáveres les aclara con su vozarrón que él no les secuestró ni les dejó morir aquí abajo... Eran sus amigos. Mientras se intenta disculpar de nuevo por el malentendido, cierra la puerta del pasillo con sigilo tras suya. Happy, muy alterada, empieza a gritar "¡Santa, yo Sí creo en ti!"


    El orondo hombre enciende la luz y deja al descubierto su aspecto bastante desmejorado. No es el Krampus como se temían. Frente a ellos está un hombre mayor de poblada barba descuidada, ojeras y anteojos que no hacen más que reforzar la apariencia desaliñada del abuelo. Parece soportar más de mil años sobre sus cansados hombros. El hombre no parece ser un peligro, sólo agotamiento.

    —Sentaros por favor, os lo explicaré todo —indica Santa, dejándose caer pesadamente sobre un butacón, de vuelta en el piso superior—. No son los esqueletos de niños los que habéis visto encadenados abajo... eran elfos, mis elfos.

    »Llevo mucho tiempo entregado ilusión y regalos junto a mis elfos. Pero el tiempo es cruel. La ilusión por mi figura se ha ido perdiendo. Los niños creen menos. Son egoístas, tecnológicos, ya no creen en nada. Y así es muy difícil. Los pocos niños que aún lo hacen, demandan regalos cada vez más caros. Exigen regalos que, tras pocas semanas, abandonan en los rincones de sus casas. Ya no vale cualquier cosa. ¿Una pelota? ¿Un puzle? ¿Un peluche? Ya nadie los pide. Quieren objetos de ocio para jugar solos. Unipersonales. Una consola, un móvil, cosas así.  ¿Familia? Cuanto más lejos, mejor. ¿Compartir? Eso es de caducos. ¿Dónde quedaron los juguetes tradicionales que fabricaban mis elfos con tanto cariño?  Desaparecieron. Poco a poco. Como mi ilusión en regalarlos. Los niños si no recibían el objeto anhelado, empezaban a insultarme. Que no soy real, que soy una invención de la Coca-Cola para vender, que si estoy pasado de peso, que soy viejo. Barbaridades una tras otra.

    —¿Y qué hay de los Reyes Magos? —se envalentona Happy.

    —¿Esos tres zánganos? Más vagos que el sastre de Tarzán. Tienen que hacer el trabajo entre tres que yo hago solito una noche —responde enfurruñado Santa—. Unos farsantes. No me hablo con ellos. Déjalo estar.

    »El caldo de injustificados reproches y la poca fe en mí, me fue amargando. Envolviéndome, tiznando mi ánimo, junto a mis elfos, con un oscuro manto de rencor. Sacaba lo peor de mí. Frustrado, desesperado, triste... Era un campo abonado para la entrada triunfal de mi némesis. El resquicio dónde pudo penetrar en nuestras vidas mi parte oscura: El Krampus —continúa Santa—. Dos caras de una misma moneda; mi parte afable, Santa, y mi parte oscura, el Krampus.

    —¿Me estás diciendo que también existe? ¿Qué está cerca? ¡No será del Atletí como yo! —pregunta una acelerada Happy, mientras busca encender a escondidas su móvil para un stream en vivo.

    —No sólo existe o está cerca... soy yo —afirma Santa bajando los ojos de pobladas cejas—. Mis elfos fueron los primeros en darse cuenta. Malhumorado, abatido, iracundo. Un pálido reflejo de mi afable ser. Yo, que había entregado tanto sin pedir nada a cambio, estaba siendo invadido por mi parte oscura, algo odioso. Poco a poco... me fui transformando en el maldito mil veces Krampus. Mis elfos incapaces de soportar mi vileza y anteponiendo los intereses de todos los niños, aceptaron absorber mi maldad a cambio de sus inocentes vidas en un impío pacto descrito en el prohibido libro "Mystica natalis". Se encadenaron en el sótano para evitar echarse atrás en última instancia y recitaron el pacto descrito en aragonés antiguo. Gritaron durante horas hasta que los alaridos cesaron de repente. Ninguno se arrepintió en el último momento. Tal era el amor que me profesaban. No puedo estarles más agradecido. Su sacrificio no será olvidado. Mi parte malvada volvió a mi interior, agazapado, aprisionado, aguardando otros momentos de debilidad. Gracias al sacrificio de mis elfos, este año habrá regalos de nuevo para todos. ¿El año que viene? No lo sé. Dependerá de los niños.

    Happy y Rodri no pueden dar crédito a sus oídos tras terminarse un café bastante cargado, y no precisamente de cafeína, se abrazan a Santa y abandonan la cabaña. Desde las profundidades del bosque ven acercarse decenas de alegres elfos cantando y portando herramientas en dirección a la cabaña. Son la nueva remesa de ayudantes. Unos que no dudarán en sacrificarse si hiciera falta por la Navidad y por Santa. Él les saluda desde la puerta con ostentosos gestos y amplia sonrisa. "¡Por aquí, amigos míos!", les dice.

    —¿Qué vamos a hacer, Happy? — pregunta Rodri.

    —Celebrar la Navidad con la familia, con los que queremos y dejarnos de tonterías de cosas materiales y mierdas de móviles. Estar juntos es lo más importante. Muchos elfos han muerto para conseguir los planos de la estrel... —explica Happy, dedo en alto, mientras borra todas las fotos, que le hubiesen dado con seguridad un montón de likes, con el otro dedo.

    —Esa parte de los elfos está copiada de "El retorno del Jedi", so lista. Que se te pilla con diez de pipas. Oye, que te quiero un huevo, Tere. Una pregunta me queda en el tintero. ¿Te verdad eres del Atletí? Ya te vale...

¡Felices fiestas a tod@s y próspero año nuevo!


Muchas gracias al co-autor Klaus Fernández por las inestimables correcciones e ideas (creo que no podía dejar de pensar en su elfo Fingus todo el rato) y Beto Jiménez por su inmensa sabiduria lingüistica.

Gracias a Jürgen Kölbl por sus indispensables conocimientos de tecnología dron.

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Comentarios

  1. Muy buen relato. Al final haces que sacar un libro de Urbexers.

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  2. Va camino de ello. "La venganza de Happy Panda" será un bestseller.

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  3. Happy aún tiene que meter la pata muchas veces... El título provisional del posible libro sería:
    "Crónicas del Urbex" ¿Os gusta?

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  4. Buen nombre. Aunque si nombraras a Happy, tendrías un numerosísimo grupo de lectoras quinceañeras 😃. Me ha gustado mucho.

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