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Los óbolos perdidos de Caronte (Especial Mitología griega 2023)



El hombre tenía aturdidos los sentidos y confusa su mente. La oscuridad le rodeaba y sus pies descalzos se atormentaban con las piedras afiladas del interior de aquella caverna. No sabía cómo había llegado allí. Enfocó un tenue brillo a su izquierda. El frío y la humedad hizo que se abrazara a sí mismo cuando comenzó a avanzar en esa dirección. Notó el sabor metálico en la boca y extrajo un objeto de su interior: una moneda.

En ese momento lo comprendió: había muerto y estaba a punto de cruzar el Aqueronte. El río que separaba el mundo de los vivos y del de los muertos.

Levantó la moneda a la altura de sus ojos, miró hacia el brillo que ahora identificaba como la mítica corriente de agua y sonrió aceptando su destino.

Un agudo grito de guerra le sobresaltó. Algo le golpeó en la cabeza y cayó al suelo sujetándose la herida. Antes de que cayera al suelo, una mano bronceada atrapó la moneda al vuelo. Una mujer joven, tan desnuda como él, se alejaba corriendo hacia el río. Su malévola risa retumbaba en la húmeda cueva. La figura escapó con el pago de su pasaje con una velocidad mayor que si fuese de día. Su rapidez mostraba la familiaridad que tenía con aquel terreno.

La mujer paró de correr en la orilla. Caronte, el barquero del inframundo, la miró ceñudo.

—Deja de hacer eso —amenazó Caronte.

—¿El qué? —respondió la mujer con la respiración entrecortada entre la risa y el esfuerzo de la carrera— ¿Dejar de fastidiarte? Es demasiado divertido verte la cara cada vez que lo hago.

—No puedes hacerlo.

—Pues lo estoy haciendo. Puedo seguir haciéndolo por una eternidad. ¿Quieres que siga?

—Maldita seas, mujer. No interfieras más con el orden natural de las cosas.

—Recuerdo la primera vez que me negaste el paso.

—Porque no tenías nada con qué pagar.

—Porque nadie se ocupó de mi cadáver. Porque fallecí en el desierto, desposeída de todos mis títulos, vestidos o riquezas. Traicionada por los que creía más fieles y cercanos. Pero todo esto ya lo sabes porque te lo he contado miles de veces.

—Así son las normas, si no hay pago…

—...no hay traslado hasta la otra orilla —terminó ella la frase—. Sí, sí, Caronte. Ya me lo sé. Y sin pago son cien años de vagar por este lado. Tiempo que estoy aprovechando al máximo.

—Llevas cientos de años con este juego. Ni subes ni dejas subir a nadie.

Ella alargó la mano mostrando una moneda.

Caronte gruñó por lo bajo y dejó a la mujer subir a la barca.

—¿Sabes el daño que has hecho negando el paso a todas esas almas? —Caronte empujó con su vara el fondo para alejar el bote de la orilla—. Después de tanto sufrimiento en vida no lo merecen. No merecen que alguien les robe el paso a su destino final.

—Creo que me hago una idea —dijo ella mordiéndose una uña reflexiva—. Para un momento, por favor.

Ella le alargó una nueva moneda como pago a su petición. Caronte la aceptó, tomándola como pago una de las muchas almas que quedaban perdidas tras el robo de aquella mujer. Así que detuvo la barca.

La mujer hizo tintinear un saco de monedas. El sonido hizo que comenzaran a surgir de la oscuridad cientos de almas que pronto se convirtieron en miles, acercándose a la orilla.

La tristeza se dibujaba en el rostro de Caronte al ver aquella multitud. La mujer no prestó atención a la muchedumbre que había congregado con la promesa del sonido de las monedas. Observó distraída el fluido sobre el que navegaban. Metió un dedo y lo retiró en un acto reflejo de dolor. Las venenosas y pestilentes aguas del Aqueronte solo se podían cruzar en su barca.

Buscó el contacto visual con Caronte y lanzó unas cuantas monedas a la línea del agua y las rocas. De inmediato, las tristes figuras que se acumulaban en la orilla se abalanzaron sobre ellas. Las monedas rebotaron y cayeron al agua, así como los cuerpos de los que trataban de hacerse con una de ellas. Los alaridos de dolor se sucedían, ya que infinidad de ellos caían al agua tratando de coger una moneda o empujados por el resto. El caos se desató entre los que huían del agua y los que trataban de alcanzar la orilla.

Caronte volvió la vista sabiendo que no podía hacer nada para salvar de su sufrimiento a aquellas infortunadas almas. Destruirían la barca si la acercase a ellos.

La mujer se reía observando la escena sin dejar de hacer sonar las monedas en sus manos.

—¡Basta ya! —ordenó Caronte enfadado—. Basta ya o te juro que yo mismo te arrojaré por la borda.

La mujer se puso seria y dejó de hacerlas sonar. Lanzó unas cuantas monedas por encima del caótico grupo de la orilla. Con ello, la muchedumbre se desplazó al interior de la caverna, buscando en la oscuridad las monedas caídas y así dejaron de caer al agua.

—¿Dices que no se lo merecen? —preguntó indignada la mujer a Caronte— Eso es la humanidad —señaló al grupo en la orilla—, esos despreciables seres que pasan unos por encima de otros para salvarse solo a ellos mismos. ¿Que sí sé el daño que he hecho? No más del que se hacen a sí mismos.

—No soy yo quien juzga —afirmaba Caronte sin mirarla— pero sin duda tu destino es el Tártaro. No me he encontrado en mis travesías a nadie que lo merezca más que tú.

—Si ese es mi destino, no me lleves aún a la otra orilla —ella extendió su mano ofreciendo un nuevo óbolo en pago—. ¿Podrías continuar por el momento río arriba?

Caronte aceptó la moneda pensando en salvar otra alma y navegó contra la corriente. Transcurrieron unos pocos minutos en los que, ninguno de los dos dijo nada, hasta que Caronte rompió el silencio:

—¿No pretenderás que continúe hasta el nacimiento en Illyria?

—No. Solo el tiempo suficiente para que pueda explicarte el trato que haremos.

—¿Con quién crees que estás hablando mujer? —se revolvió indignado Caronte hacia su única pasajera—. Yo no me dedico a hacer tratos…

—¿Tengo que recordarte a Heracles? Cruzó el río estando todavía vivo. ¿Y qué ocurrió entonces? Caronte un año encadenado al ser descubierto. Con las almas acumulándose en tus orillas.

»Eneas, Teseo, Pirítoo, Orfeo en dos ocasiones… Caronte, no soy una estúpida —se defendió la mujer—. La Historia está cargada de ejemplos de personas con las que has hecho la vista gorda en alguna ocasión.

Caronte volvió su hosca mirada a las aguas que seguía remontando. Su cabeza albergaba la idea de que la mujer seguiría haciendo de las suyas en cualquiera de las orillas si no accedía a tomar en consideración lo que propusiera. Ella tomó su silencio como un permiso para esgrimir su propuesta:

—Escúchame Caronte —siguió la mujer—. No te avergüences de tus errores. Te engañaron ¿y qué? Miles de años realizando un servicio impecable y te recuerdan sólo por los errores. Sin embargo yo no pretendo engañarte. Lo que quiero es un acuerdo que nos beneficie a ambos por igual. Yo quiero salir de aquí y tú quieres abandonar esta soledad. Te devolveré todas las monedas que he arrebatado, las almas podrán pasar al otro lado.

»Y no solo eso. Cuando vuelva a la vida el propio Hades te recompensará. Enviaré tantas almas al inframundo que tendrán que ponerte un ayudante.

—¿Cómo sé que cumplirás tu parte del trato? —Caronte la miró con suspicacia.

—Mira viejo, no nos fiamos el uno del otro. Yo no te daré la bolsa con monedas hasta que no me dejes en el umbral del mundo de los vivos. Ese por el que salieron todos los héroes. Tú te libras de un nuevo castigo por no llevar almas al otro lado. Y, la muestra de nuestro mutuo acuerdo es que puedes denunciarme cuando quieras a Hades. Si dejo de enviar almas sé que el mismo dios del inframundo vendrá a buscarme. Así que yo seguiré mandando almas para seguir viva y tú recibiéndolas para obtener el favor de tu señor.

Cuentan que Sekhmet, que así se llamaba la mujer, engañó a la ninfa Orfine para que descendiera al inframundo, con ella Caronte engendró a Ascálafo. Caronte estaba tan contento con ese extra que nunca denunció el paso de Sekhmet por el inframundo. La cantidad de almas que llegaban al inframundo se incrementaron prodigiosamente desde la llegada al mundo de los vivos de Sekhmet. Porque dicen que Sekhmet fue la primera vampiresa del mundo.

¡No te pierdas el resto de relatos del mes de la mitología griega bajo el siguiente enlace!

 

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Los óbolos perdidos de Caronter (Text) by Alberto Jiménez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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Comentarios

  1. Muy bien colofón final al mes mitológico

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  2. Muy bueno. Altamente recomendable. Excelente.

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  3. Maravilloso. Como todos los que escribe.

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  4. Excelente relato.
    Falta un toque de erotismo y sensualidad.
    Es mí punto de vista 😃
    Saludos

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  5. Muy interesante el personaje. Da para una historia mucho más larga . Ojalá que esto fuera sólo un prólogo.

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    Respuestas
    1. A veces tengo la impresión de que es lo único que sé hacer. Un buen primer capítulo de un libro. Por lo tanto, tengo muchos libros pendientes de escribir. Jaja. Gracias.

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