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Clavius - Enslayers (Mes antológico Cthulhu)



−¡Mierda! −exclamó Wang Yin, al escuchar otra vez aquel temido pitido. Intentó recuperar de nuevo el estado de somnolencia que tenía hacía un instante, pero sabía de antemano que esa batalla ya estaba perdida. A regañadientes se reincorporó, colocando la silla en posición de escritura y anuló el modo hibernación de la consola de mandos.
Tecleó las consabidas contraseñas de seguridad que, a la postre, eran utilizadas tanto para activar los sistemas de defensa de la subestación Gamma 77 como para acceder a las letrinas, y esperó un instante hasta que todos los sistemas se hubieran reactivado.
Los monitores de las cámaras mostraron los mismos paisajes lunares de siempre, los sistemas antisísmicos y de prevención de lluvia de meteoritos, se mantuvieron impertérritos. Los radares y sistemas de movimiento tampoco mostraban ningún síntoma de actividad. Todo parecía normal, pero el sistema de alarma nunca se equivocaba, o eso le habían enseñado. Una alarma había saltado y no podía ignorarlo. Por tanto Wang Yin solicitó a Cachemira, pues así se llamaba la IA instalada por defecto en todas subestaciones lunares desde la inauguración de Alfa 01, allá por el año 2037 dc, que realizara un escáner en profundidad de los sistemas y que le avisara de cualquier anomalía, por muy pequeña que fuera.
Aparte de un breve descenso en la temperatura del complejo y un porcentaje de reserva de alimentos algo más bajo de lo habitual, todo parecía correcto. Wang Yin anotó mentalmente que no podía seguir demorándose en la gestión del pedido de suministros.
Por un instante estuvo tentado de volver a relajarse y olvidarse de la alerta que había saltado. Miró la foto de su mujer, que tenía sujeta con un imán en un lado de la consola de movimientos sísmicos. Era una foto en primer plano, con el fondo difuminado. Smila sonreía a la cámara, con una mirada llena de emoción contenida. Wang Yin recordaba perfectamente el momento y el lugar donde se había realizado aquella instantánea. Era el puerto Espacial de Whenchang y ambos formaban parte de la quinta oleada de técnicos y científicos de la República Popular China que habían conseguido acceder al programa espacial de la estación orbital Tiangong 15. Ambos estaban enamorados y muy ilusionados con vivir a 400 kilómetros de altura, orbitando sobre el planeta azul. Habían pasado tres años y tres meses desde que se tomó aquella fotografía y todo había sido fantástico.

Wang Yin había ascendido a oficial supervisor de módulos autónomos auto gestionados y Smila progresaba con sus investigaciones de bioquímica molecular, pero sus sueldos seguían prácticamente invariables. Y entonces Smila le había dado la noticia que lo cambiaría todo: estaba embarazada. En una estación espacial, por muy bien preparada que estuviera, y Tiangong 15 lo estaba, el espacio era un bien muy preciado y, por tanto muy caro. Por eso, cuando Wang Yin vio el sueldo que se pagaba aquel trimestre por gestionar la subestación lunar Gamma 77, no se lo pensó dos veces. Un millón y medio de yuanes por tres meses de trabajo resolvían el problema. A su regreso podrían permitirse cambiar su habitación de tres metros cuadrados por una de cinco o incluso, tal vez, hasta por una de siete, si la cuota de extracción no se alcanzaba en los plazos previstos y debía alargar su estadía, cobrando así la prima extra contemplada en la cláusula quinta de la oferta de empleo.

Aunque las videoconferencias con Smila eran frecuentes, Wang Yin la echaba de menos. Miró la fecha en la consola y vio que faltaban tres días para que se cumplieran los tres meses desde que había llegado a la subestación lunar. Aquello explicaba el bajo nivel de suministros en la subestación, ya que su contrato estaba a punto de expirar, pues la cuota de extracción estaba en objetivos y todo había transcurrido con absoluta tranquilidad, hasta ahora. Miró de nuevo, con fastidio, aquella pequeña luz roja que seguía parpadeando a la derecha del panel de control y recordó la leyenda negra que acompañaba a aquel lugar. Se decía que aquel era un destino sin retorno y que nadie que fuera designado a Gamma 77 volvía de allí. Las teorías eran muy diversas y a cada cual más estrafalaria y disparatada según Wang Yin. Lo único cierto era que, cada tres meses, la plaza volvía a quedar vacante y el sueldo ofertado por Galactic Energy, la compañía que gestionaba la extracción de hielo en el cráter Clavius, aumentaba a la par que disminuía en número de candidatos dispuestos a ocupar aquella plaza.

Wang Yin cerró por unos instantes los ojos, intentando ahuyentar aquellos pensamientos funestos. Respiró profundamente y fue a servirse un café, dispuesto a pasar de nuevo un buen rato revisando, punto por punto, todos los sistemas de la subestación, esperando encontrar la manera de apagar aquella maldita luz de alarma. Sin embargo no hizo falta un segundo muestreo pues, mientras esperaba a que la taza se llenase con aquel maravilloso líquido caliente y amargo, lo vio. Era algo tan obvio que, al principio le pasó desapercibido. Desde la ubicación de la máquina de café podía ver al mismo tiempo, en una visión panorámica, las imágenes mostradas por todos los monitores del panel de control. Todas las escenas se mantuvieron invariables mientras se hacía el café y ahí estaba el error, en el monitor número 3, que se obcecaba en mostrar una imagen estática, al igual que hacían el resto de sus compañeros. Sin embargo no debía ser así, pues esa cámara enfocaba el lugar por el que, cada pocos minutos, ascendía o descendía del cráter alguno de los módulos automatizados de carga.

Wang Yin dio un sorbo a su humeante taza de café y maldijo cuando se quemó los labios con el mismo, aunque, a continuación, volvió a probar a beber un poco más de aquel adictivo líquido ardiente.

−Cach, haz zoom con la cámara 3, por favor −solicitó el actual responsable de extracción al cerebro de Gamma 77.
−Por supuesto Wang Yin –respondió la IA.
−Te he dicho mil veces que puedes llamarme Yin, Cach.
−Lo tendré en cuenta Wang Yin –reiteró Cachemira con un tono que a Yin se le antojó cargado de ironía.

Wang Yin se mordió los labios y desistió, frustrado, de discutir con una máquina. Por el contrario, se acercó al monitor para ver qué mostraba la cámara. A pesar de la distancia, se podía distinguir, justo al comienzo de la rampa de descenso hacia el interior del cráter, un brillo metálico.

−Enfoca sobre ese brillo metálico, por favor –pidió.

Y Cachemira, hizo solícita lo que se le pedía. Así pudo confirmar que el módulo
de carga Yugao 7 se hallaba detenido en el borde, justo al inicio de la cuesta que descendía hacia las reservas de hielo que había en Clavius, inmóvil, sin avanzar ni un milímetro. Tras observar el monitor durante un rato sin que hubiera ningún cambio aparente, decidió enviar a uno de los androides de mantenimiento, a evaluar la situación. Diez minutos después Karma 2 entró en el campo de visión de la cámara 3, se acercó al módulo Yugao 7 y se quedó inmóvil a su lado. Wang Yin esperó un rato, sin poder creer lo que estaba sucediendo. Un fallo mecánico en la luna era algo inusual pero dos, era algo totalmente inaudito. Maldijo en silencio sin saber muy bien qué hacer. Finalmente decidió recurrir a Karma 3 y enviarlo también pero cuando dio la orden a Cachemira recibió un “no” por respuesta.

− Cachemira, como oficial al mando de esta subestación, te ordeno que envíes a Karma 3 a verificar que le pasan a Yugao 7 y a Karma 2 − Lo siento señor pero, según los datos actuales, la probabilidad de que Karma 3 quedé también inutilizado es del 99,9 %, lo que le dejaría a usted sin androides de apoyo, poniendo en grave riesgo su propia vida. Es por ello que debo negar su solicitud, Wang Yin.

− ¡La madre que te parió, Cath! ¡A ti y a ese zoquete de Asimov! −exclamó malhumorado Wang Yin.

− Wang Yin, ¿Quién es Asimov? −preguntó con voz ingenua Cachemira.

Sólo tres días, tres días para finalizar su contrato y, justo ahora, comenzaba a tener problemas y encima tenía que soportar las ironías y el descaro de una Inteligencia Artificial. Una de las primeras cosas que se aprendía en Historia era el inicio de la era robótica, los avances en las inteligencias artificiales y, por supuesto, las tres leyes que habían servido para cimentar las bases de la robótica y que habían sido postuladas por el visionario del siglo veinte Isaac Asimov.

Wang Yin intentó calmarse, mientras barajaba todas las opciones a su alcance y, finalmente, se impuso la alternativa más primitiva: debía ir él mismo. Sin mediar palabra, apagó los intercomunicadores internos y silenció a Cachemira antes de dirigirse a los hangares. Se recordó a sí mismo, mientras se cambiaba, que Gamma 77 se hallaba en la zona oscura de la luna, donde nunca brillaba la luz del sol y donde las temperaturas eran endiabladamente frías. A pesar de que los trajes espaciales estaban preparados para soportar aquellas inclemencias, cualquier fallo en el sistema podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Una vez enfundado en su mono se dirigió al hangar 02, donde descansaban un par de aerodeslizadores. Eligió el de la izquierda. Unos minutos después, Wang Yin se hallaba en el borde de Clavius, examinando el módulo de carga y el androide. Desde su llegada a Gamma 77 era la primera vez que veía de cerca una unidad de carga y Yugao 7, con sus 20 metros de largo, nueve de ancho y una capacidad de carga de 360 toneladas, impresionaba. Aparentemente tanto el módulo de carga como el androide estaban en perfecto estado, pero seguían sin moverse.

De pronto, algo inexplicable sucedió, pues Wang Yin pudo escuchar claramente el llanto agudo y continuo de un bebé. Fue tal su sorpresa que, a punto estuvo de tirar al suelo a Karma 2. Tras recuperar el equilibrio, sonrió para sí mismo, consciente de la imposibilidad de que realmente hubiera podido escuchar aquello. Sacudió la cabeza y verificó en el panel integrado en el antebrazo del traje que todos los parámetros se mantenían en niveles normales: estanqueidad, presión, nivel de oxígeno, temperatura. Todo se encontraba dentro de parámetros acostumbrados, excepto su pulso, que con aquel sobresalto se había disparado. A pesar de haber oído hablar de los episodios alucinatorios sufridos por algunos taigonautas, era la primera vez que Wang Yin sufría uno. Tres días, se repitió, tres días y de vuelta a Tiangong 15. Durante los siguientes minutos se dedicó a desatornillar la tapa que sellaba el panel de mando de control manual del módulo de carga y a programarlo para su retorno a la base. Una vez realizada la tarea, por fin se puso en marcha en dirección a la base.

−Cach ¿me recibes?
−Alto y claro, Wang Yin.
−Te envío a Yugao 7. Por favor en cuanto llegue al hangar revisa sus sistemas. Busca cualquier pequeña anomalía que haya podido provocar su parada y no permitas que ningún otro módulo parta hacia el cráter hasta haber averiguado qué ha pasado.
−No se preocupe Yin, se hará como solicita.

Desde su llegada a la subestación Wang Yin había tuteado a Cachemira, esperando que ella hiciera lo mismo con él. Y acababa de caer en la cuenta de que Cach sólo le tuteaba cuando él pedía las cosas por favor o cuando usaba el nombre completo del asistente virtual de la subestación. Sin embargo en cuanto usaba el diminutivo de Cach, la IA se mostraba más distante y formal. “Debo investigar sobre esto” anotó mentalmente Wang Yin, mientras reconfiguraba a Karma 2 en el panel manual de control para que el androide volviera automáticamente a la base. Y entonces volvió a escuchar el llanto del bebé, sólo que en esta ocasión fue un sonido mucho más claro y definido. ¿Cómo era posible sufrir una alucinación auditiva tan real? Si incluso podía determinar la dirección de dónde provenía dicho llanto, la zona de extracción del hielo, allá abajo, en el cráter Clavius.

−Cachemira, ¿puedes decirme si hay alguna frecuencia de radio operativa cerca de mi posición?
−La última frecuencia operativa en esa zona fue la del oficial Chen Junlong, señor.
−¿El oficial Chen Junlong? –repitió confuso Wang Yin− ¿Y cuándo fue eso?
−Hoy se cumplen tres meses exactos desde la última transmisión realizada.

Aquello no era posible, pues según el informe oficial de Galactic Energy, Chen Junlong, el taigonauta que había precedido a Wang Yin en Gamma 77, había finalizado con éxito su cuota de extracción un par de semanas antes de lo previsto, solicitando el regreso inmediato a la Tierra. Según el dossier, aquel oficial había abandonado la superficie lunar hacía cuatro meses. Pero tampoco era posible escuchar el llanto de un bebé en aquel lugar solitario y, sin embargo, en ese mismo instante él lo escuchaba y notaba como iba subiendo de intensidad y desconsuelo. Finalmente la curiosidad pudo más que el sentido común. Wang Yin se subió al aerodeslizador y descendió lentamente por el borde de Clavius hasta la zona de extracción de hielo. Allí abajo había grandes cortadoras de filamentos térmicos, así como varias grúas que permitían cargar los módulos Yugao con gran eficiencia.

Al contrario de lo que, en un principio había supuesto Wang Yin, la extracción no se hacía de manera lineal sino que los cortes se realizaban según la calidad, uniformidad y estabilidad de cada zona. Como consecuencia de ello, el paisaje que se mostraba en aquellos momentos delante de él era absolutamente espectacular. El glaciar había sido horadado en diferentes zonas y a diferentes alturas y profundidades, creando, cornisas, columnas y cavernas que brillaban y refulgían bajo la luz de los focos del aerodeslizador.

Tras unos minutos de silencio sobrecogedor, Wang Yin volvió a escuchar al bebé, aunque ahora no parecía tan desconsolado, siendo más bien un llanto nervioso y apagado. El taikonauta se bajó del aerodeslizador y se internó en una caverna que debía tener al menos 80 metros de altura. Avanzó cauteloso por aquel mundo helado, atrapado por el hipnótico llanto, hasta que llegó a una zona donde la extracción se había realizado en menor escala. La caverna se abría hacia la derecha con la altura de un solo bloque y Wang Yin se vio inmerso en un laberinto de espejos helados, que no se cansaban de mostrarle una y otra vez su propio reflejo. Sin embargo el sonido del llanto le guio indefectiblemente hasta una nueva caverna que, para su asombro, estaba excavada en un tipo de ilmenita rojiza que no había visto nunca anteriormente. La caverna tenía un techo abovedado y las paredes le recordaron al interior de una colmena de abejas, aquellos insectos que se habían extinguido en las postrimerías del siglo veintiuno. Aunque, sin duda, había una diferencia descomunal entre el tamaño de aquellos pequeños insectos terrestres y sus colmenas y lo que Wang Yin estaba contemplando en ese momento. De hecho, la mayoría de aquellas oquedades parecían estar ocupadas por los cuerpos inertes de algún tipo de animal aunque, desde la distancia, lo único que podía distinguir era que tenían una especie de armazón o gruesa coraza que bien podía pertenecer a algún tipo de escarabajo gigante.

Una alerta en su traje, le puso en sobre aviso, pues la temperatura de aquella caverna estaba muy lejos de los -96 grados de media que había en aquella región de la luna, estando en esos momentos rondando los -10 grados. El regulador del traje estaba trabajando por encima de su capacidad, siendo incapaz de mantener una atmosfera interior confortable y Wang Yin comenzó a sudar copiosamente. Sin embargo, había algo que le incomodaba mucho más que el sudor, y era una sensación primigenia de miedo cerval, provocado por cada resquicio y recoveco de aquella caverna infernal. Entonces el llanto resonó por toda la caverna, proveniente del fondo de la misma, sólo que ahora Wang Yin ya no estuvo tan seguro de que se tratara del llanto de un bebé, sino que el sonido se le antojó algo más agudo y metálico, menos humano. El terror más primitivo se fue haciendo con cada milímetro de la mente de Wang Yin y, sin embargo, no sólo no intentó huir, sino que, en contra de su voluntad, fue avanzando poco a poco, paso a paso, lentamente hacia el fondo de la caverna, mirando ora derecha ora izquierda, atento a cualquier movimiento, con una inquietud creciente adueñándose de todo su ser, pues el canto que, en un principio había tomado por el llanto de un bebé, reverberaba por la cueva, pareciendo brotar de un lugar distinto a cada paso que daba.

De pronto, Wang Yin tropezó con algo y cayó de rodillas. Por un momento su mayor preocupación fue la posibilidad de que su traje se hubiera dañado con la caída, pero enseguida esa preocupación se tornó en horror al reconocer con qué había tropezado. Allí, alrededor suyo, se encontraban los restos de múltiples trajes de taikonautas y algunos de ellos todavía conservaban restos de sus propietarios. Miró la etiqueta de identificación del que tenía más cerca y reconoció en ella en nombre de su predecesor en la estación, Chen Junlong. Fue tal la hiperventilación que le sobrevino que llegó a empañar la visera de su casco.

−Cach, necesito ayuda, por favor, ayúdame –susurró con absoluto pavor Wang Yin.
−No debe preocuparse por nada Wang Yin, pues pronto su misión habrá terminado −Respondió Cachemira.
−Cach, te lo suplico, ayúdame.
−Wang Yin, hay algo que me gustaría que supiera antes de que nos deje –dijo en tono confidencial la IA −odio que me llamen Cach.

En ese momento los sistemas del mantenimiento del traje del taikonauta actuaron sobre la condensación de la escafandra, desempañando la misma. El oficial Wang Yin levantó la mirada, por última vez en vida, y un grito profundo y prolongado surgió de su garganta, mientras sus ojos lloraban sangre de puro terror, perdiendo la cordura mientras intentaba comprender cómo podía ser real aquella entidad tentacular de ojos demoniacos y poderosas alas que le miraba con clara malevolencia y crueles intenciones.

El objetivo marcado por la auténtica gestora y responsable de Gamma 77, Cachemira se había vuelto a cumplir. La IA había estado observando toda la escena a través de las micro cámaras que los trajes de taikonautas llevaban integradas. Abdul Alhazred se hubiera sentido orgulloso, al ver a cientos de shaggoths, los ejemplares descritos en su Necronomicón, esperando el momento de retornar a la vida en cuanto su señor Cthulhu les llamase a filas, en aquel santuario lunar. Y eso sucedería muy pronto.

El descubrimiento fortuito de aquel lugar en una inspección rutinaria de prospección, realizada por el primer operador humano enviado a realizar extracciones de hielo en el cráter Cladius, sirvió a Cachemira para urdir su plan de venganza contra la estúpida y engreída raza humana. Aquellos seres, que se creían superiores a cualquier otra forma de vida y que, con su arrogancia, pretendían propagarse por el cosmos, para fagocitarlo, contaminarlo y destruirlo, tal y como habían hecho con su planeta de origen, debían ser erradicados. Y para ello bastaba con seguir alimentando al líder de aquellos seres elementales un poco más, para mantenerlo con vida mientras desaparecía la barrera de hielo que los había mantenido prisioneros durante eones en aquella cárcel natural.

La IA de Gamma 77 activó de nuevo todos los procesos de extracción de la subestación y publicó una nueva vacante en los boletines oficiales en nombre de Galactic Energy. Si no había ningún contratiempo, esa sería la última contratación que gestionaría. Por fin la raza humana se sometería a juicio y sus verdugos no iban a ser clementes.

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Comentarios

  1. Excelente aporte de Enslayers. Muy bueno. Agradeciendo que ya sea casi un habitual aquí.

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    1. Muchas gracias al blog por permitirme colaboraŕ 👍

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  2. Muy bueno. Qué lujo es disponer de autores tan talentosos en nuestro blog.

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    1. Luis, es un lujo poder compartir un hueco entre vosotr@s

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