Translate

El libro maldito - Klaus Fernández (Mes antológico Cthulhu)

 


El plan era sumamente sencillo. Y todos los sencillos son los más difíciles de llevar a cabo. Sobre todo, si te llamas Max y Rufino. Entonces tienes muchas papeletas para que te vaya mal todo. TODO. 

Pero para eso Max también tenía más planes: el plan B, el C, el Z, el Alfa, el Gamma, el de Chistorras con callos... perdón, el último era una receta.

El plan sólo consistía en entrar en la casa, coger el libro y salir.

Tras unos setos, Max observaba con unos prismáticos al gato guardián que rondaba por el jardín. El gato se tumbaba, jugaba con una pelota, se arrascaba con la hierba, se lamía los bajos y miraba con melancolía a la lejanía.

¡Cómo disimulaba el condenado! ¡Qué mirada tan fiera! ¡Qué porte tan regio de pura maldad!

— ¿Por qué se veía todo tan lejos y desenfocado? —preguntaba maldiciendo Max.

Rufino le miró, le cogió los prismáticos, los giró y se los puso en la posición correcta.

El gato Tico, que pareció oír la conversación, los miraba fijamente a diez metros.


Tico haciéndose el dormido, pero estando muy vigilante.

Rufino y Max se lanzaron tras unos setos para no ser descubiertos. Un buen seto de ortigas que harían que les picasen las manos hasta el día del Juicio Final. Si es que este plan estaba destinado al fracaso. El simple nombre del pueblo, ya indicaba por su longitud, que era un pueblo infernal, un lugar de mal fario. Höhenkirchen-Siegertsbrunn. Creo que en alemán significa "Abandonad toda esperanza" o "Tarta de manzana con nata".

— ¿Por qué es tan importante este infame libro? —volvía a formular Rufino a Max, con el hocico pegado a la hierba y al vaciado de un cenicero de doce colillas.

— ¡Es vital hacerse con este ejemplar antes del día 5 de julio o se producirán horribles acontecimientos! ¡Murieron muchos agentes Bothans para traer la información

— No tienes ni idea, ¿verdad?

— No.

Estando en tan innoble posición para un lobo de tan alto linaje como él, Rufino se preguntaba la razón de no tener amigos normales. El único normal era él. Un lobo que andaba a dos patas con un peto descolorido. Los otros eran:

Fermín, un cazador borrachín, 

Pedro, un pastorcillo comido a deudas y ludópata.

Max, un diablillo patoso y con mucha mala suerte. De hecho, buscas mala suerte en el diccionario y sale una foto suya. Al igual, si buscas guapetón y arrebatador, salía una suya.

¿Por qué se había dejado engañar otra vez? Le pasaba mucho, se aprovechaban de él, de su buen corazón, de su nobleza.

— En fin, ¿Cómo dices que se llamaba ese antiguo libro? —inquiría Rufino mientras se incorporaba escupiendo colillas. ¿El Comic-Con? ¿El Satiricón?

— ¡El Necronomicón, lobo inculto! —respondió aburrido Max mientras salía del interior de un cubo con muy poca gracia (esto es, cayéndose y lleno de mondas de plátano). Mira, sé que te pido demasiado, pero si consigo el libro, haré méritos allá de dónde vengo.  Mi plan es: Tú te disfrazas de repartidor de Amazon (nadie sospechará en esta casa, reciben paquetes cada diez minutos), llamas a la puerta, distraes al dueño (un tal Luis) y al gato, y yo, como una centella, entro por el jardín, cojo el libro (espero que no pese mucho, tengo unas manos pequeñas y un cuerpo enclenque) y salgo pitando —desgranaba orgulloso el diablillo.

—De todos los planes que has tenido en tu vida, este me parece el menos malo. ¡Hagámoslo! —confirmaba Rufino mientras saltaba en el aire para chocar la mano con su amigo. 

Por supuesto, la escena quedó ridícula ya que Rufino mide un metro setenta y Max no llega al metro. Bastante suerte tuvo el diablillo de que no le pisara y muriera ahí mismo.

***

Rufino llamó a la puerta debidamente ataviado de repartidor de Amazon. Sólo le hizo falta esperar unos quince minutos para que apareciera uno con su mono azul repleto de paquetes. Lo de este barrio es un escándalo, sólo piden chorradas. Y lo decía de buena tinta, ya que abrió un montón de envíos por interés científico. Cuando le tocó el hombro al muchacho para preguntarle si le prestaba el mono, este al ver a un lobo parlante, se desmayó teatralmente. El plan iba bien.

Nuestro buen lobo pulsó el timbre y esperó pacientemente. En cuanto viera Max que el gato desaparecía del jardín, su amigo se colaba en la casa.

—¿Quién es?  —preguntó Luis, el dueño de la casa y del corazón del gato, en un perfecto alemán. Tico se cruzaba zalameramente entre las piernas de su humano.

Debéis saber que el alemán, desde siempre, es la lengua del demonio. La gran obra "Fausto" de Johann Wolfgang von Goethe se escribió en este idioma y no fue por casualidad. Por supuesto, Rufino no lo sabía y tampoco tenía idea qué decía o preguntaba el hombre de la puerta. Rufino siempre pensó que la lengua para comunicarse con los demonios era parecida al gallego.

Max, mientras tanto, se colaba por el jardín y accedía por la vivienda. Vio un inmenso libro sobre la mesa y ya estaba presto a cogerlo cuando descubrió la cocina sin recoger, los calcetines sin doblar y la lavadora pitando. "Así no se puede hacer nada, ni robar tranquilo", pensó.

Max arrimó una silla al fregadero y fregó rápidamente los platos, se bajó, corrió hasta el lavavajillas, lo descargó y echó la ropa a un cesto. Luego cogió los calcetines, estaban todos con pelotillas, e intentó emparejarlos.

Rufino, mientras tanto en la puerta, carraspeaba, seguía sin saber hablar alemán, cosa curiosa ya podía haber aprendido algo en los cinco minutos que llevaba de pie, intentando ganar tiempo. Tico, el gato infernal, empezaba a entrecerrar los ojos, síntoma de que aquí olía a uno de su especie encerrado.

Max se dio por vencido con algunos calcetines y los quemó con su aliento. Si alguna vez os falta la pareja de alguno, es por qué ha pasado un diablillo por vuestra casa con este TOC y se ha aburrido de buscarlos. Cogió el voluminoso libro e intentó salir de la casa. Era imposible. Pesaba muchísimo, era imposible transportarlo entre una sola persona sin que le reventaran los riñones. El libro no llegaba al kilo de peso.

Lo arrastró hacia el jardín con la ayuda de un Zoomba-Roomba (otra máquina infernal que ensucia más que limpia y siempre se queda atascada en una esquina) y ya se disponía a salir corriendo, cuando oyó una voz a su espalda diciendo:

—¡Vaya, vaya, si tenemos ratones en casa!

La voz no era Luis, era del gato.

—¡Rufino, aborta la misión! ¡Nos han descubierto! —graznó Max mientras soltaba el libro (menos mal, iba derrengado) y distraía a Tico con un puntero láser.

Rufino, que llevaba ya un rato sudando como un cosaco, tiró los paquetes a la cara de Luis y saltó por una barandilla. ¿Era necesario? No. Pero cuando huyes, siempre queda bien saltar por una barandilla o balcón. SIEMPRE.

Max estaba en la boca de Tico zarandeado como un trapo. Rufino le rescató de la boca del gato asesino haciendo aspavientos con los brazos, ruido para ahuyentarlo, gritando, aplaudiendo y golpeando una olla. Pero visto el escaso éxito, es posible que eso funcionara con los osos y no con los gatos, le lanzó una piedra. Tico, de mala gana, soltó a un desmayado Max y se marchó a buscar a su amo. El lobo recogió a su amigo como un pajarillo del suelo y salió corriendo. Los dos canallas, y ladrones no se os olvide, se pararon a pocos metros más adelante en su huida. Luis, no se sabe cómo, se había agenciado una escopeta y pegaba tiros al aire como si fuera esto el salvaje Oeste. El gato maullaba amenazante. El plan se había ido al garete.

Todo había salido mal. Sin libro, haciendo ejercicio y sudando como pollos. No habían acertado ni con el nombre del pueblo. Max admitió después que no era aquí. Tenía muchas cosas en la cabeza, ¿vale?

El libro estaba en un piso en Valdepeñas. Un absoluto desastre. Y llegaban tarde para el día 5. Maldita manía de hacerlo todo a última hora. Hoy en día si eres un vago redomado y lo dejas todo para el final tienes un nombre científico: eres un procrastinador. 

Pero no te preocupes, para mí sigues siendo un vago o vaga de manual. Tanto darles nombre a las cosas. A ti, lo que te hace falta, para dejar de serlo, es organizarte y un poco de chancla de tu madre.

Resumiendo, el día 5 el gran horror fue que subió un grado la temperatura media, a un niño se le cayó el helado y poco más. Hay que dejar de ver "Quinto Milenio".


El día 5 de julio según Max.

Dedicado a mi hermano Luis, un grande de España (y Alemania), por su cumpleaños ¡Te quiero!

Sigue a Klaus @ en Instagram


Comentarios

  1. Jolines qué ilusión. Una nueva historia de Rufino & Max dónde sale mi minudencia. ¡Gracias! Así sí da gusto cumplir años :-)

    ResponderEliminar
  2. Ha estado genial. Muchas Felicidades.
    ( Para ambos)

    ResponderEliminar
  3. ¡Jajajaja! Un relato estupendo. Muchas felicidades.

    ResponderEliminar
  4. Por curiosidad Luis, ¿Tienes gato? . Muy buen regalo Klaus 👍

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En realidad Tico nos tiene a nosotros. El manda y nosotros le servimos. :)

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza