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San Roque - Luis Fernández basado en un relato de Klaus Fernández (Mes antológico Cthulhu)

 




Después de varios días sin salir de puerto, el pequeño barco pesquero “Niu San Roque” salió a faenar con la tripulación mermada. De los cinco habituales, dos se habían "envenenado" con vino malo el día anterior y estaban en "talleres" echando la raba.

Aunque lo normal era que pasaran varios días en alta mar, el anciano capitán Samuel Beck, el encargado del barco y bajo cuyo mando se organizaban todas las funcionalidades del buque, no tenía buenos presagios. De mala hostia.

El mar tenía su propia voz, no callaba nunca como una esposa revenida y si te hacías el sordo —sordera testicular se llama, es decir oír lo que le sale a uno de los cojones— te salía carísimo. Hoy le decía que no saliera a navegar, ya que unos terribles descubrimientos se iban a producir y que no se olvidara de comprar tabaco. Pero esto último puede que lo dijera la bruja de su tercera esposa.

Llevaba ya el cielo, desde hacía varios días, encapotado, con un color plomizo nada habitual y amenazaba una fuerte tormenta. Incluso las nubes parecían portar en su interior extrañas figuras geométricas. Anda que no se pasaban horas y horas, el capitán y su tripulación adivinando animalitos en las nubes. Esta mañana, uno había visto nada menos que un unicornio. Otro a Bob Esponja. ¡Menuda panda de borrachos!

Lo más prudente sería salir por la mañana y regresar a casa por la tarde, después de que las parientas estuvieran dormidas y aprovechar a ir a la taberna a gastarse al mus lo que no tenían. Así se lo hizo saber al resto de la tripulación.

El capitán miraba la intranquila mar desde el puente de mando con gesto huraño. No le gustaba para nada el tiempo. Él no habría salido de no ser por la insistencia de sus hombres, hartos de arreglar las redes en tierra, aguantar a los niños, hacer los mandados de las mujeres, pintar la valla, limpiar, sacar al perro y no salir a faenar.

El buen marinero ansía navegar, sentir el gusto salado del mar en su rostro, retorcer las cuerdas con su callosas manos, ya que no puede hacerlo con el gaznate de su familia sin entrar en prisión, y observar la paz de estar sin que nadie le toque los bemoles.

Mientras se alejaban cada vez más del puerto de la isla de San Roque —nombre que se le había otorgado a la isla por el primer habitante que tenía un perro sin rabo— el anciano no pudo evitar pensar en la colonia perdida.

¿Sería un día parecido a éste el que verían hace más de 350 años, en 1587, los colonos perdidos? ¿Y aun así se aventuraron desesperados, hambrientos y cansados de esperar para intentar volver a Inglaterra por sus propios medios pereciendo todos en el intento?

Qué más da, dijo el capitán mientras escupía a la mar unas flemas que parecían perdigones.

Lo cierto es que cuando John White volvió tres años más tarde, en 1580, a por aquel centenar largo de colonos dejados a su suerte, no se encontró con nadie. Una colonia desierta, no quedaba ni el tato. Los restaurantes vacíos. Mesas llenas de platos sucios. Un pato cojo y un loro malencarado. Un desastre.

Sólo descubrió un poste en el que alguien había grabado una palabra desconocida, "Cthulhu”. Un soldado, Archibald Smith, reconoció el nombre y lívido de terror, aprovechando que no había nadie cerca, se apresuró a eliminar esa palabra impía y sustituirla por "Cruasán". Luego para hacer más creíble su pantomima, grabó el desayuno completo y la lista de precios en quince árboles más. "A la plancha, 25€. Se cobrará suplemento por extra de mantequilla y mermelada", "Pan con tumaca y jamón, 22 €" y así todo. Muy poca visión comercial.

Cuando los demás tripulantes vieron los precios, lo mataron por usurero, apareciendo su cadáver horas más tarde colgado del infame primer poste.

Hasta hoy, en 1930, siguen sin hallarse pruebas definitivas sobre el destino final de los colonos, pero las sospechas de que se los cargaron por peseteros y mal vestidos con esos gorros puntiagudos y cinturones horteras, persisten.

La zona en la que se detuvieron a pescar estaba muy sucia y contaminada. Con un poderoso olor a amoniaco, el baño de una piscina pública o la charca donde se mojan los niños.

Tras varias horas intentando faenar infructuosamente, decidieron el regreso a casa.

Bill, el contramaestre, al que la falta de personal también había hecho cocinero, a la fuerza ahorcan, acababa de limpiar las letrinas e informó de que no era posible izar la ancha red de pesca. Se hallaba atascada de un modo extraño. Suponía el contramaestre que, aunque altamente improbable, parecía que hubiera caído en la red un pesado animal muerto, quizás del tamaño de un pequeño cachalote. Aparte de contramaestre, era un afamado biólogo marino. De los buenos, de los de antes, de esos que sólo con el peso ya sabían qué animal habían pescado, con un palillo en los dientes y una gorra de lana llena de salitre.

El capitán Beck miró al cielo cada vez más encapotado con gesto aburrido. El cielo parecía a punto de llover a cántaros. Dio la orden de forzar con el motor del buque al jefe de máquinas, pero con mano izquierda. Nada a lo bestia, que luego todo son problemas y facturas de difícil pago. No deseaba estar en ese lugar ni un minuto más de lo necesario.

Gregory, el jefe de máquinas, el otro tripulante, asintió con la cabeza y le dio candela de la buena al motor. Decía disparates tales como: "Yo conozco mi barco" o "El motor me está pidiendo madera".

Con un crujido que pareció partir toda la embarcación, el Niu San Roque consiguió desamarrarse del peso que impedía izar la red. Esta presentaba múltiples roturas mientras se recogía a bordo del barco.

Pero la sorpresa vino al final de la recogida.

Dentro de la enorme bolsa chorreante de agua, algas y contaminación yacía una enorme cabeza semi devorada, de aproximadamente mil kilos, vagamente similar a la de un pulpo servido en una feria condal, y cuyo rostro era una masa de podridos tentáculos, lo que te digo yo, igualito al que se comió en la última feria. Desprendía un nauseabundo olor a pis por todos sus poros y una apertura, que bien podría ser un ojo, se mostraba extraordinariamente dilatado indicando una fea catarata.

Era la cabeza de la entidad cósmica conocida como Cthulhu.

La cabeza de Cthulhu abrió un ojo y con un sonoro: "Me cago en San Pito Pato", empezó a escupir amoniaco a todo Dios. Derritiendo a la tripulación como cera. Bueno, tripulación, eran tres contados. Las últimas palabras del capitán Beck fueron un lastimoso: "Emosido engañado".

Tras matarlos a todos, Cthulhu empezó a maquinar cómo dominar el mundo. Ya estaba bien de pasarse todo el día "sobao". Esto es un sindiós.

"Mano dura. Jodeeeer" dijo en un perfecto andaluz.

PS:
Si después de leer el relato, no te has vuelto loco, deberías leerlo de nuevo. ¡Coño!

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¡Más relatos inéditos de Cthulhu bajo el siguiente enlace!

Muchas gracias a Klaus por permitirme "fusilar" su relato.

¿Te pensabas qué te ibas a ir de rositas después de haber hecho lo mismo con los relatos de Beto y servidor meses atrás? ¡Já!

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