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La isla del tesoro de Rufino (1ª parte)

 

"Un viejo lobo de mar es una persona y/o lobo que ha adquirido una gran sabiduría y experiencia en un oficio o profesión. Dícese, sin duda, de cuando hablamos del lobo Rufino".

PRIMERA PARTE

"El descubrimiento del mapa del tesoro"

Siempre se me achaca la falsedad o exageración de mis relatos. Se me tilda de vil ladrón, de apropiarme de las hazañas de otros. Se llega incluso a afirmar, a la ligera, que no respeto ningún género y que nada se salva de mis ladronzuelas garras. Vamos, que me invento más cosas que Galileo Galilei y que si fuera por mí, me habría atribuido hasta el descubrimiento del fuego.

Por partes, junto al italiano Galilei estuvo siempre mi afamado y primo lejano, Rufino Rufinei, ayudando y apoyando al matemático. Y el fuego, no lo descubrí yo, no soy tan mayor.

Lo que sí es verdad, es que cuando yo era un mozalbete, un arrebatador adolescente, y sólo se me apreciaban dientes y orejas, mi madre regentó una posada, en la costa inglesa.

La posada llamada "Almirante Benwolf", la regentaba mi progenitora, recién enviudada, junto a mi atolondrada hermana Margarita. Era ésta una cabecita loca y estaba más ocupada en darse besitos con sus novietes marineros que en doblar la bisagra. Yo, en cambio, era tenaz y el único que estaba deslomado a trabajar, yéndome a dormir con la única satisfacción del trabajo bien hecho al finalizar el día.

Mis días transcurrían felices y aciagos, todo el día tumbado a la bartola rascándome la barriga y ocultándome mientras el resto de mi familia me buscaban por los alrededores para hacerme trabajar, hasta que una noche se hospedó un viejo marinero en la posada.

Traía consigo una enorme caja de madera.

El marinero borrachín, que respondía al nombre de Billy Bones, era un pesado de tomo y lomo. Todos los días observando los barcos del puerto, asustado como un gato, dando la murga con historias sobre piratas que le buscaban, fastuosos tesoros y demás vainas. Yo lo único que quería saber era qué ocultaba la dichosa caja. No me movía el cotilleo, como han afirmado las malas lenguas por ahí, sino la infatigable búsqueda de la verdad.

La caja, por sus dimensiones, bien podría ocultar un cadáver. ¡Qué emocionante! Y cuanto más pensaba en ello, más plausible me parecía y más cara de asesino le veía al homicida del marinero. Una noche, ya no podía aguantarme más, me colé en su aposento dispuesto a averiguar el secreto del interior del cajón. Creo razonable, y así lo defenderé en cualquier tribunal, que después de tres días ya estaba bien de esperar. Aproveché que él estaba como una cuba, dando la matraca a otros aburridos paisanos, para fisgar un poco en su habitación.

La caja tenía varias cerraduras con forma de calaveras y esas cosas. Parecía difícil de abrir, pero nada imposible para un pequeño delincuente en ciernes como era yo.

¡Espera! ¿He dicho delincuente? ¡Aventurero, aventurero he querido decir!

El caso es que abrí la caja utilizando una poco de negra grasa, un juego de ganzúas y unos explosivos. El supuesto féretro se abrió con un lastimoso quejido como si vomitara todos los demonios del mar. Tenía que ser cuidadoso, me podía haber escuchado alguien por lo que miré a ambos lados de la habitación, cerciorándome del silencio y toqué un poco la gaita gallega para relajarme.

Los demás huéspedes, para animarme, golpeaban las paredes y me jaleaban con frases tipo: "Lobo del infierno", "Que alguien le calle, por Dios", "Yo lo mato" y demás halagos.

Tras mis buenos quince minutos tocando el instrumento, lo aparté a un lado y empecé a revolver en el baúl. ¡Decepción, ahí no había cadáver ni nada! Sólo un montón de trapos, una bandera pirata, unas pistolas, tabaco y un mapa rasgado por la mitad. Me limpié con un pañuelo mi zarpa manchada de grasa para examinar el plano. Pero súbitamente, oí unas pisadas subiendo raudas por las escaleras. ¡Era el viejo! Me oculté bajo la cama veloz como una centella.

El marinero entró en la habitación blanco como la cera. Vio la caja abierta y el pañuelo con el que me había limpiado.

—¡La zarpa negra! —exclamó lívido de terror examinando el trapo—. ¡Saben dónde estoy! ¡Que Dios se apiade de mi alma! ¡Vienen a matarme!

Se agarró el pecho, como cuando mi madre me dice que soy un vago, dio varios pasos tambaleantes, se golpeó contra una estantería, tiró todas las figurillas-recuerdo de Isla Tortuga de una balda, se acercó a las cortinas, las arrancó y cayó tieso ahí mismo. Las cortinas, al caer, le envolvieron como una mortaja.

Está claro que la ingesta desmesurada de ron, junto a la falta de ejercicio, y una dieta falta de verduras y repleta de fritos causan estas cosas. ¡Niños, hay que cuidarse! Es otro consejo gratis del tito Rufino.

Salí de debajo de la cama sin saber que me aguardaba la mayor de las aventuras.

¿La isla del tesoro? ¡No, hombre, no! ¡Ocultar el cadáver sin que me vieran! La isla vendría después.

***


El medio mapa estaba confeccionado por el temible pirata Flint y mostraba una isla con algunos datos geográficos de su ubicación. El resto, para su localización, estaba en la parte faltante. Además, tres cruces (una más que la genial canción del lobo bardo y canta autor, Rufino Molina: "Dos cruces") mostraban los puntos en los que había enterrados municiones, plata y oro. 

Le dije a Margarita que era hora de que me hiciera un lobo de verdad y fuera en pos del honor y de la gloria que tanto tiempo me llevaban esquivando. Y es que a mí el dinero no me hace feliz, a mí me hace falta. Mi madre, que estaba guisando por ahí dijo, desde la cocina, que todo eso le parecía muy bien pero que antes limpiara los baños y sacara la basura.

Asentí diciendo que lo haría más tarde pero que el destino me llamaba a gritos, ensordecedores e inevitables. Me iría esa misma noche, sin mirar atrás, por si me tocaba sacar más basura, y evitando los caminos principales (no sé la razón ya que nadie sabía que me había cargado a sr. Bones) y buscaría la isla. 

Yo no le veía ninguna pega a mi idea, aunque me faltara la mitad del plano, eso era un nimio detalle del que se debería ocupar el Rufino del futuro, y de paso, si encontraban el cadáver del marinero que cargara con el mochuelo el novio de mi hermana. Me daba igual ya que el destino me había hechizado con sus malas artes.

Toqué un poco más la gaita para despedirme de ella y de mi familia. Y tras dos minutos amenizando la taberna, Margarita me dijo gritando que me fuera ya si no quería que la gaita tuviera el mismo destino que mi amada flauta travesera (apareció partida por la mitad) o que apareciera el instrumento de viento metido por donde no me daba el sol.

Mi madre me dio un pañuelo para que no cogiera frío en el cuello y yo me lo puse en la cabeza como el futuro y temido pirata que iba a ser. También me estampó un sonoro beso en la frente mientras me daba las bolsas de basura.

No obstante, salí animado y, tras andar toda la noche, llegué al puerto que se hallaba a cien metros. Estaba todo muy oscuro, ¿vale?

Así que me metí de polizón en el primer galeón que vi, La Hispaniola, trepando por la cuerda de amarre. Había oído en la taberna que dicha embarcación pasaría cerca de alguna isla del tesoro, esperaba que fuera la mía, y esperaría la oportunidad para desembarcar cuando echaran anclas. Solamente me alimentaría durante el viaje de tres manzanas, medio kilo de nueces, una petaca de vino dulce, dos corderos, trece gallinas y lo que pudiera birlar de la cocina.

Esa misma noche zarpó La Hispaniola y se empezó a escribir mi leyenda.

Pero yo no estaba tan curtido como lo estoy ahora; era un grumete de agua dulce y mi maravilloso plan me duró poco.

A la mañana siguiente, ya había salido descompuesto de mi escondite, debajo de unas redes cochambrosas, y echado toda la cena por encima de la borda. No estaba yo hecho para navegar en la mar. 

A punto de fallecer me encontraba. Ojos vidriosos, náuseas, debilidad, a punto de no poder burlar la muerte como hice el verano pasado con una fiebre altísima de 36,7º. Y luego dicen las mujeres de parir. ¡Ja! Esas no me han visto sufrir esa experiencia cercana al óbito. Hasta vi la luz al final del túnel. En fin.

Al girarme, tras limpiarme el morro con la palma de la zarpa, y con grandes perlas de sudor en la frente, constaté que estaba metido en un buen lío. La Hispaniola era un galeón que estaba hasta arriba de piratas. Un poco más y se hunde del peso de los tripulantes. Quizás la bandera negra con dos tibias y una calavera, ondeando burlona en su más alto mástil, me tenía que haber dado una pista sobre la naturaleza de la embarcación.

Eran por lo menos veinte piratas. Todos mal encarados, de expresiones adustas y desarrapados. Desde luego les hacía falta encontrar un tesoro como el comer. Y más temprano que tarde.

El capitán de la nave, un enorme oso pardo, sobresalía por su envergadura sobre los demás. Poseía un parche en un ojo y una pata de madera. Un pequeño y feo loro estaba posado en su hombro vestido con la misma indumentaria. Parecía una versión diminuta del oso. El resto eran hombres humanos, un castor con un cuchillo, Calico Castor, entre los dientes y una bella loba pelirroja y pirata, Lady Mary Red.

Originalmente no estaba en el relato, pero mi abogado me ha dicho que, por esto de la paridad, debía meter un personaje femenino. Cosas de la inclusión.

Al oso pirata no le gustaban los polizones y menos los gorrones. Me dio a elegir. Si sabía hacer algo útil, viviría. De lo contrario, encontraría la muerte tras mi paso por la tabla.

Estaba horrorizado, ya me veía planchando hasta la extenuación toda la ropa de esos desalmados. La loba me aclaró que era un método de ejecución que consistía en forzarme a caminar sobre un tablón o plancha que se extendía desde un costado del buque para caer a un mar repletito de tiburones.

Suspiré aliviado y asentí con firmeza. Vaya si sabía hacer algo útil. Cogí mi gaita (no salgo sin ella) y ya me disponía a utilizarla, cuando vi a un pirata negar aterrado con la cabeza. Era uno que me había visto tocarla hacía poco en la taberna. Desistí de mi homenaje a Hevia. Le dije a John "Silbidos" Silver, así se llamaba el capitán, que también sabía bailar. Ya me había agarrado las rodillas para iniciar mi afamada danza cosaca cuando observé la loba pirata negar con la cabeza. Su expresión lo decía todo: "No vayas por ahí". Por lo visto, tampoco sabía bailar, ya qué me había visto también en la taberna. Esto es algo muy gracioso, al final va a resultar que había más piratas en mi taberna que gente normal. Es lo que tiene poner las copas a precio barato. Sólo vienen piratas y mochileros.

Derrotado, les dije que sí sabía cocinar y eso pareció agradarles. El anterior cocinero había recorrido hace unos días la tabla tras preparar un guiso que había acabado con la mitad de la tripulación en el hospital mentando a su madre.

La mía siempre me dice que soy muy especial, un princeso, estoy hecho de puro amor, la alegría de la huerta, noble de corazón, y para nada rencoroso o modorro. Por eso decidí esa mañana, sin acritud, un plan para envenenarles y matarlos a todos. La afrenta de no querer verme tocar la gaita les hacía merecedores del peor de los destinos. Pero, de momento, ultimaría los detalles pelando una montaña de patatas.

Cuando ya creía que no podía tener más mala suerte, apareció en la lejanía del mar, un bote manejado por un muerto. Remaba el fallecido con ahínco y dando alaridos para subir a bordo. Tras conseguirlo, vi con horror que se trataba de Billy Bones.

El marinero. El de la taberna. El supuesto muerto. El que se quedó más seco y frío que los limones de mi nevera. Otro pirata. El anterior cocinero. Va a ser que no estaba tieso después de todo. ¡Qué horror, aquí no se muere nadie!

Pero no temáis por que pudiera reconocerme. Con el pañuelo en la cabeza parecía un lobo diferente. ¿Qué no os lo creéis? Pero sí que poniéndose unas gafitas de pasta nadie reconoce a Superman, ¿verdad? ¡Pues eso, chitón!

El cocinero quiso recuperar su antiguo puesto tras afirmar que había aprendido cocinar y que yo podía seguir de pinche de cocina.

Mi plan de envenenarlos a todos iba viento en popa. Encima no me echarían la culpa a mí, sino al cocinero. Me reí mucho mirándolos y dándole codazos a la loba. Ella me miraba con fastidio. Todos en el barco pensaban que aún estaba bajo los efectos de mi mareo o loco de remate.

***

Por la noche, estando al cargo de pelar, sin exagerar, de cuatro toneladas de patatas en la cocina, me aburrí enseguida. Tenía el mal de la juventud. Aburrirme con todo. Hoy en día o tienes un móvil en la mano o una consola o si no te aburres mortalmente. Me estuve entreteniendo un poco con la chorrada esa de tirar volteando una botella de agua de plástico al aire para ver si caía de pie. Por lo visto en TikTok es graciosísimo pero yo no sé la veía, me cansé enseguida y decidí echarme a dormitar en una hamaca. Todo menos trabajar que me resultaba muy fatigoso y me resulta altamente inapropiado para un lobo de bien como yo.

Cosas del destino, en esa posición, pude oír una conversación muy perturbadora a través de la fina pared de madera del camarote aledaño. Nadie repara en el pinche, somos invisibles. No estamos ni sindicados. Sólo trabajar, pelar patatas y trabajar. ¡Qué asco de sistema capitalista!

En fin, pude escucharlo todo involuntariamente gracias a un vaso de cristal que tenía colocado entre la pared y mi oreja.

Tres voces discutían para hacerse con el control del galeón. Se avecinaba un motín. El que parecía llevar la voz cantante afirmaba que sucedería a la noche siguiente, que poseía la mitad del mapa del tesoro y que esperaba que una de las otras voces, el tal Billy Bones, ya hubiera encontrado una copia de la otra parte oculta en una localización ignota y secreta, una taberna. Habían montado todo el paripé de hacerle recorrer la tabla para que pudiera escabullirse a buscar una copia del resto del mapa lejos de los inquisidores ojos de la tripulación. La única pista que tenían es que estaba en poder de la hija de uno de los bucaneros más temidos del caribe, Barbaloba. Los demás piratas, por lo visto, ignoraban que sólo poseían la mitad del mapa. La tercera voz, más melodiosa, pero que llevaba la muerte (¡la mueeeerrrrte!) y la perdición en ella, se impacientaba y deseaba tomar la embarcación esa misma noche.

Billy confesó que le habían dado un susto de muerte enviándole la nota con la zarpa negra pero que había tenido éxito en la adquisición de la otra parte del mapa.

Me miré los bolsillos y constaté con horror que me lo había dejado encima de la mesa de la cocina. 

Referente a lo de la nota con la zarpa, los otros no tenían ni idea de lo que hablaba, negaron con la cabeza y encogieron los hombros (tengo mucha inventiva y aunque no los viera, me los imagino perfectamente, ¿estamos?). 

Acordaron tomar el galeón a la noche siguiente, matar al resto (yo iba incluido de regalo) e ir a por el fastuoso tesoro para repartirlo sólo entre los tres facinerosos. Chocaron las jarras de ron sellando su mortífero acuerdo y, a continuación, fueron saliendo uno a uno por la puerta.

Yo me hice el dormido, pero pude observar con claridad quienes eran los desalmados piratas.

Billy Bones, el cocinero, Mary Red, la bella loba pirata y... el jefe de la banda.

El más sanguinario de todos ellos.

El temible pirata Jack Parrot.

El loro.


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SEGUNDA PARTE

"El viaje a la isla del tesoro"

En Noviembre Diciembre (soy como el autor de Juego de Tronos, ¿vale? 😄)

Two Steps from Hell - Molto Piratissimo


Hevia - Busindre Reel




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Comentarios

  1. Rufino nunca defrauda. Muy divertido. Deseando leer la segunda parte. Hasta octubre se me va a hacer la espera eterna.

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  2. Si Long John Silver levantara la cabeza... lo haría con dolor de cabeza por el ron compartido hasta altas horas, en la sentina de un viejo galeón holandés, con su compadre Rufino. Nombre que, como todos sabéis, viene de la conjunción de "rufián" y "ladino". Y yo, ¿por qué me he dejado atrapar por este pirata de charcos? Porque es muy bueno.

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  3. Qué rato tan entretenido he pasado leyendo el relato. Jajaja. Con ganas de leer la segunda parte.

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  4. Como siempre, un relato entretenido y divertido de Rufino. Hay que ver qué imaginación tienes para adaptar qualquier historia al mundo de Rufino

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  5. Que arte tiene este Rufino. Bravo. Deseando leer la segunda parte

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