El vampiro encorvado - Halloween 2023
Una semi inundada y abandonada torre de un campanario situado en medio de un lago es el presunto hogar de un anciano y siniestro vampiro que deambula encorvado entre sus muros.
Tres rostros adolescentes se iluminaban, frente al lago, rodeando la lámpara portátil de uno de ellos.
—Mentís. No vive ningún vampiro en el campanario del lago —afirma Alessandro con vehemencia a Margherita y Luca, sus dos amigos desde la infancia—. Me queréis meter miedo. Mi padre me ha contado que, hace unos doscientos años, ocurrió un accidente. El antiguo pueblo de Montisanno, en el interior de nuestro valle, quedó anegado por la rotura de una parte de la cercana presa de San Venosta. El agua inundó al completo las casas y la iglesia medieval, quedando todo bajo las aguas, a excepción de la abandonada torre de la iglesia. Por fortuna, aquella noche, todo el pueblo celebraba su festividad en el lugar más elevado a las afueras y no hubo que lamentar pérdidas humanas.
Nuestro pueblo actual, Montisanno la nuova, se empezó a edificar poco después a orillas del lago.
—No tienes ni idea de la verdad —sentencia su amiga Margharita señalando con la mirada el orgulloso campanario medieval que sobresalía del agua—. Un viejo vampiro, llamado Franciscus, lleva atrapado siglos en la torre, desde la inundación del antiguo pueblo. Nuestros antepasados anegaron Montisanno a propósito para aislar a la maligna criatura en su sacrílego hogar —resuelve escupiendo al suelo.
»La leyenda cuenta que el antiguo pastor del pueblo, un hombre joven llamado Franciscus regresó aquí, a su hogar, maldito. En un páramo en el Alto Tirol, había sido mordido por una mujer vurdalak hacía escasos días. Lo ocultó creyendo que su fe y sus plegarias le ayudarían a revertir la maldición.
—Los vurdalak son una rama de vampiros que se sacian principalmente de la sangre de sus parientes más cercanos, de los que más amaron en vida —apostilla Luca con las manos metidas en los bolsillos.
—Tras varios días febril —continuó Margharita— murió maldiciendo a Dios por no sanarle. Por dejarle morir como un perro. Consideraba que, tras toda una vida al servicio de su iglesia, merecía curarse y vivir. Dios no pareció darse por aludido y, esa misma noche, el sacerdote Franciscus regresó como un cadáver sediento de sangre, ¡un vampiro vurdalak!
Montisanno era un pueblo alejado de la gracia de nuestro Señor, se había convertido en un pueblo maldito. Sin su pastor y bajo la sombra de un ser demoníaco.
—¡Os burláis de mí! —replicó con congoja Alessandro.
Margharita prosiguió, ajena a la pataleta de su amigo, con su relato:
—Franciscus, huérfano de familia empezó a alimentarse de lo más parecido a ella, su rebaño, nuestro pueblo. Por el día se ocultaba en un lugar secreto y por la noche salía de él para alimentarse.
Montisanno vivía bajo el terror, cada noche aumentaban sus víctimas. Nadie conocía el lugar de reposo del voraz vurdalak para darle muerte. Y todas las mañanas aparecía un nuevo muerto, desmembrado y desangrado.
Pero quiso la casualidad que una niña, Noa, descubriera, buscando a su gato perdido, al vampiro introduciéndose por la mañana en la abandonada cripta de la vieja iglesia medieval. A través de una grieta vio el reposo de la maligna criatura y los restos de su mascota.
Más los vecinos eran cobardes, nadie tenía el valor para ir a matarlo. En una improvisada asamblea, decidieron sabotear la cercana presa para que el agua hiciera lo que ellos no tenían el coraje de llevar a cabo. El agua purificaría el pueblo y aprisionaría al vampiro dentro de su morada, ya que es bien en sabido que no pueden cruzar corrientes de agua en movimiento. Ahí, aislado en su tumba, moriría de inanición.
Así, al mediodía, aprovechando que el vampiro dormía en su guarida sabotearon la presa. No obstante, no resultó tarea fácil, ya que cuando los primeros chorros de agua salieron de la presa, el día empezaba a morir y la luz abandonaba el cielo. El vampiro Franciscus, alertado por el rugido del agua bramando hasta el pueblo, pudo subir a lo alto de la torre para no quedar barrido por la rotura de la presa. Desde lo alto del campanario chilló de rabia jurando que no moriría. Haría resonar las campanas cada noche para recordarnos que estábamos malditos y que él seguía vivo.
Aguardando.
Esperando para alimentarse.
—¡Es una historia inventada contada por vuestros padres! Para que no nos acerquemos a la torre. ¡Es peligrosa, está a punto de derrumbarse, y con esta mentira os mantienen alejados! —farfulló Alessandro mientras se daba la vuelta asustado y regresaba a casa.
Ya era de noche y empezaba a refrescar en la orilla del lago. Sus dos amigos se encogieron de hombros y le siguieron.
En el lejano interior del campanario, una sombra se movió en una de las ventanas.
***
—Venga, cuéntale más cosas del vampiro encorvado a Sandro —demandó un divertido Luca a Margharita.
Los tres amigos se hallaban de nuevo sentados en la orilla observando la lejana torre. En Montissano, y en invierno sobre todo, había pocas cosas que hacer, y menos aún que fueran mínimamente divertidas para unos adolescentes como ellos. Así que mirar el lago, tirarles piedras a los patos y contar historias eran opciones a tener muy en cuenta.
—¿Por qué razón le llamáis así? ¿El vampiro encorvado? —preguntó Sandro.
—El vurdalak lleva mal alimentándose siglos. Insectos, mosquitos, algún pato o garza de vez en cuando caen en sus fauces, incluso dicen que un perro San Bernardo fue nadando hasta la base y ahí le atrapó Franciscus. La mala alimentación provoca que cada vez camine más encorvado y retorcido. Cuando consigue alguna captura, hace sonar las campanas de la torre. Es su modo de recordarnos que sigue vivo y que acaba de comer. Algunas noches claras de luna llena incluso se le puede ver, en la torre, mirando con sus ojos inyectados de sangre y odio hacia la orilla.
—Yo creo que es el viento el que agita las campanas y ondea un viejo trapo sucio atrapado en alguna estructura. Es lo que vosotros suponéis que es el vampiro.
—¿No te has preguntado nunca la razón por la cual, cuando en el frío invierno, se congela el lago, el pueblo tiene la costumbre de romper con palos y piedras el hielo que rodea la torre? ¿Crees que es por diversión? —formula Luca.
—No, nunca —respondió Sandro dudando de la respuesta nada más formularla—. Imaginaba que era para que la torre no sufriera más desperfectos O por costumbre, al igual que cuando llegan las fiestas y hacemos rodar un queso por la ladera, ¿no?
—Si piensas que todo es un cuento para niños, para asustarnos y mearnos en la cama, ¿por qué no vas a la torre? —retó Margharita—. Hay una ventana, tapiada con unas maderas podridas, que queda a la altura del agua y sería fácil de traspasar.
—No me asustan vuestros cuentos. Mañana mismo voy temprano, tras desayunar, en la pequeña barca de mi vecino y con una palanqueta —replicó el joven—. ¡Y os traigo el puto trozo de tela del campanario!
—¡No hay huevos! —contestó Margharita.
¡Qué daño ha hecho esa frase a lo largo de la historia!
La mañana siguiente amaneció plomiza. Unas nubes se habían instalado sobre el valle y amenazaban lluvia. Pero no fue impedimento para que Alessandro, tras su desayuno, fuera decidido al lago. El pequeño bote debería estar amarrado en un tocón de madera, pero constató con incredulidad que allí no había nada.
Luca salió a su encuentro, muy pálido.
—¡Sandro! ¡Antes de que llegarás, venimos Margharita y yo para asustarte ocultando el bote! ¡Pero mientras ella navegaba con él mientras yo vigilaba, sin ningún motivo se dirigió hacia la torre!
Los dos amigos miraron hacia el interior del lago. Ahí se encontraba el bote arrimado a la ventana del agua. El bote vacío y la ventana, abierta.
El cielo empezó a descargar lluvia formando círculos en el agua. Círculos que se convirtieron en intensas precipitaciones.
La tormenta había oscurecido el día convirtiéndolo en negra noche.
***
Una hora antes...
Margherita no iba a permitir que Alessandro fuera a tener más valor que ella. Ciertamente, toda la historia del vampiro encorvado era una tontería con muy pocos visos de ser realidad. Se acercaría a la torre, entraría y se haría un selfie con el trapo colgante en lo alto del campanario. Luego les diría a sus amigos que todo había sido una tomadura de pelo.
Cuando se aproximó con el bote a la ventana, observó que las maderas que la tapiaban estaban medio podridas y que resultaría muy sencillo acceder al interior.
Apenas hizo falta un golpe con el hombro para que cedieran y se pudiera introducir dentro de la torre.
Un fuerte olor nauseabundo a humedad y podredumbre la golpeó como un muro. Varios peces muertos a medio comer flotaban sobre el agua y el pellejo de un perro grande colgaba de un madero de la escalera de piedra.
Margherita se subió el jersey hasta la barbilla, para evitar vomitar, e inició su ascenso por la gris escalera.
Todo estaba en un silencio sepulcral a excepción del ruido producido por la creciente lluvia del exterior. Había poca iluminación y ella, previsora, se había traído su móvil.
El interior de la torre era muy austero, con pocas distracciones, y el ascenso fue rápido. En apenas, dos minutos estaba delante de una puerta que daba acceso al campanario. La abrió con cierto temor para descubrir un habitáculo donde unas oxidadas campanas colgaban de unas cuerdas. Ahí no había nada a excepción de un sucio trapo, similar a una sotana, en un rincón.
Se asomó a una apertura del campanario para hacer una señal a sus amigos.
¡Qué coño, se haría un selfie ahora mismo! ¡Que lo vieran desde la orilla!
El negro trapo se irguió silencioso a su espalda hasta formar una encorvada figura. Franciscus, demacrado, huesudo y calvo, debilitado durante años por la falta de alimentación, se puso de pie y, señalando con su huesudo dedo a la muchacha, susurró:
"Comida".
***
Alessandro y Luca miraron como Margharita les hacía señales desde el campanario. Súbitamente, su linterna se apagó y la oscuridad volvió a la torre.
Tras diez angustiosos minutos ocurrió algo horrible que les hizo palidecer de miedo.
Aquella noche volvieron a sonar las campanas quizás con más alegría, con un aire renovado de juventud, tras muchos años en silencio.
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Imágen: Torre del campanario de Curon Venosta en el lago Resia.
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Klaus se sale de su zona de confort: el humor. Y aquí nos deleita con un relato que es como una de esas leyendas de Centroeuropa que todavía nadie conocía. Pues también lo hace muy bien. Es otra de las cosas que hace estupendo, el maldito.
ResponderEliminarLe tengo mucha manía al hermanísimo. Toca todos los palos y además lo hace estupendamente. Enhorabuena por un relato que se me hace cortísimo.
ResponderEliminarMuy bueno!! Interesante, te quedas con ganas de más. Cierto que se hace corto.
ResponderEliminarSoy la de antes que se me olvidó poner el nombre, 🤣
ResponderEliminarEl relato te engancha desde el principio
Mientras que en las aventuras de Rufino, todo parece fluir con una facilidad pasmosa y totalmente envidiable, la virtud de este relato, a mi parecer, se basa precisamente en alejarse de la prosa Rufinista, aunque alguna frase se escapa que más suena a lobo que a vurdalak. Muy buen trabajo maestro
ResponderEliminar¡Qué maravilla! Es un gustazo leer un buen relato. Yo también me quedo con ganas de más.
ResponderEliminarEnhorabuena, Klaus. Un relato estupendo.
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