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Negra naturaleza (Especial Halloween 2023)


Imagen creada con Leonardo.AI

Fonsi miraba hacia la pared de la terraza sin mover un músculo. Como un mimo sin público, se mantenía inmóvil con la mano levantada. El único ser vivo, aparte de él, es una lagartija que dormita inadvertida de la presencia del humano. De vez en cuando, cierra los ojos para concentrarse mejor en el sol que calentaba su escamoso cuerpo. Son solo unos segundos en los que se abandona con los ojos cerrados y su alargado cuerpo se ensancha y se encoge al respirar. En esos instantes, Fonsi aprovecha para mover la mano imperceptiblemente hacia su presa.

La lagartija ya se debate en el puño ahuecado de Fonsi. El movimiento ha sido tan rápido que no ha tenido opción a escapar. Cierto es que Fonsi ya tenía mucha práctica en eso de cazar lagartijas. Por eso tampoco se inmuta al ver como la cola del animal se parte y empieza a dar brincos soltando pequeñas gotitas de sangre. No le hace ningún caso, siente como su objetivo se está revolviendo en el interior del puño.

La cola sigue botando en el suelo de la terraza, cada vez con menor intensidad, cuando él, ya ha cogido un cúter con el que se dispone a abrir la barriga del pequeño reptil. Para eso le ha tenido que clavar una chincheta a la cabeza y otra a la parte inferior del cuerpo. La lagartija aún se cimbrea por lo que Fonsi tuvo que sujetar bien el cuerpo para que el corte fuera lo más fino posible. La bolsa estomacal, los intestinos y el conducto con huevos salieron con los últimos estertores del pequeño reptil.

Sonrió, identificó visualmente varios órganos, perdió el interés y dejó el cadáver clavado a la puerta de la calle de su piso en la séptima planta.

—Buenos días señora Martina —Fonsi cerró la puerta para salir a la calle y saludó a su anciana vecina—. ¿De dónde viene, de comprar? Se lo he dicho muchas veces. ¿Cuánto hace que le operaron de la cadera? ¡No tiene que hacer esfuerzos!

—Buenos días, hijo —Martina deja las bolsas en el suelo, se posa una mano en la cintura y abre la puerta de su apartamento—. Tengo la manía de comer y, para eso, hay que bajar al súper.

—Pero eso es algo que puedo hacer yo —lo dice al mismo tiempo que recoge las bolsas y se introduce en la vivienda—. Poco me cuesta subir lo mío y lo suyo cuando bajo yo a comprar.

—Ay, muchas gracias hijo, eres una bendición —dice la señora con ojos acuosos mientras el joven le ordena la compra en la nevera y los armarios de la cocina—. Ya sabes que no me gusta molestar.

—No es ninguna molestia —Fonsi no deja de hablar aunque vigila al gato de doña Martina que se ha subido a la encimera—. Ya sabe que estoy casi siempre en casa. El teletrabajo, ya sabe.

—Yo de eso no entiendo —dice la anciana mientras coge al gato por las axilas y lo baja al suelo. Ella sabe que al gato no le gusta su vecino y a su vecino no le gusta el gato—. Cosas de ordenadores ¿no?

—Sí, Martina, sí. Cosas con los ordenadores —a Fonsi le saca de quicio que la gente minusvalore su trabajo. Gracias a lo cual tiene hackeado casi a todo el incauto vecindario. «Quieres programas pirata. Toma programa pirata».

El proyecto de diseccionar a su vecina, como acaba de hacer con la lagartija, tiene todavía que pasar por varias fases de evaluación. Solo quedan algunos detalles menores. Horarios de los repartidores, visitas de familiares, su agenda médica y de servicios sociales; son cuestiones que llevan meses bajo control.

—Toma, dale una lata de atún a Zarpitas —Martina le alcanza una lata a Fonsi—. Yo mientras voy a pasar al baño.

Martina espera que, con ese gesto, sus dos mejores amigos se lleven algo mejor entre ellos.

Fonsi abre la lata. El gato, habituado al sonido, hace esos ruidos de nervioso entusiasmo. Se lanza de inmediato a frotarse entre las piernas de Fonsi sin dejar de maullar, mirando hacia su manjar preferido.

El joven se desplaza hacia una ventana abierta, pone la lata sobre el alféizar y se retira un poco, dejando espacio para que el felino suba a dar cuenta de su comida. Ambos, joven y gato, se miran con desconfianza. Al final, Zarpitas se sube a la ventana, olisquea el delicioso aroma sin dejar de vigilar a ese tipo que, de vez en cuando, entra en sus dominios. El gato no está decidido a comer sin tener un ojo en ese tipo. Cuando Fonsi desaparece de su vista se decide a meter la cabeza en la lata. Así, obsesionado con terminar de relamer el fondo de la lata, no ve venir el palo de la fregona que lo empuja al vacío.

A Fonsi le parecen muy graciosos los movimientos desesperados del gato en su caída. Como en una carambola de billar, el gato golpea una pared, unas cuerdas de tender la ropa, una barandilla y finalmente queda tendido en una terraza del edificio de al lado.

Fonsi se queda un poco decepcionado pues esperaba que llegara al asfalto. Ver el cuerpo espachurrado en la calle habría sido un gran premio, como las patatas fritas. La cantidad de sangre no le satisface para nada. Solo atisba a ver un mero hilillo de sangre que le sale al gato de la boca y la nariz.

—¿Zarpi? ¿Zarpitas? —Martina llama buscando a su gato.

—Martina, perdona, creo que ha sido mi culpa —se explica Fonsi—. Le he puesto aquí la lata, por no manchar —dice señalando al alféizar—, y cuando se la ha terminado, ha salido a explorar. Ya sabes cómo es.

—Ay, ¡qué chico! Cualquier día me da un disgusto. Pero… Los gatos son así, cuando menos te lo esperas desaparecen.

—Bueno, tranquila. También pasa al revés, cuando menos te lo esperas aparecen. ¡Bum! Y te llevas un susto…

Fonsi se echa una carcajada y su vecina se contagia de ella. De hecho, a Martina, se le escapa una lagrimilla de la risa pensando en el susto que se llevará cuando Zarpitas la sorprenda, apareciendo de nuevo.

—Vale, pues me tengo que ir —Fonsi se dirige a la puerta—. Voy a bajar a comprar algo. ¿Seguro que no necesita nada más?

—No, nada, muchas gracias —le agradece Martina.

Fonsi abre la puerta pensando en la bolsa de patatas fritas de marca que se va a comprar. Un premio que se da a sí mismo por lo bien que ha salido. El proyecto de Martina siempre ha tenido el escollo del gato. Ahora ese problema se ha solucionado con un poco de improvisación.

Al abrir la puerta se encuentra con una visión que le hace retroceder. La vecina del ático. Intenta flirtear con él cada vez que se cruzan en la escalera. Y le da un asco terrible su nariz ganchuda y un lunar del que le nacen pelos. Aunque ella los recorte, Fonsi sabe que están ahí y, por ello evita en lo posible mirarla a la cara.

—¡Ah! Hola, guapa —saluda Fonsi—. ¿Qué tal?

—Hola, Fonsi —ella exhibe una amplia sonrisa—. ¡Qué suerte encontrarte!

—¿Pero a quién tenemos aquí? —Fonsi desvía su atención al perro que le mira con unos ojos tan encandilados como los de su dueña.

—¿Podrías sacar un hueco y mirarme una cosilla del ordenador? —le solicita Eva, que así se llama su vecina del ático—. Es que me va muy lento.

Fonsi anota mentalmente iniciar un proyecto para Eva. Otra persona más que cree que se dedica a conseguir que sus vecinas obtengan una copia pirata de Windows. Gratis, eso sí. Ya solo le faltaba que le preguntase sobre el móvil.

—Por cierto, lo de enviar vídeos del móvil a la tele —dice Eva— ¿tú sabrías configurarlo?

—¿Sabes qué? —Fonsi ofrece la mejor de sus sonrisas para contestar a su vecina— Tengo que bajar a comprar unas cosillas. En cuanto termine, subo y te lo miro.

Fonsi termina agachado y le hace unas cosquillas al perro en la garganta, gesto que el perro agradece con entusiasmo.

—Vamos Loki —Eva tira del perro escaleras hacia arriba—. No te preocupes, que Fonsi ahora viene y juega un poquito contigo.

Cuando las piernas de Eva desaparecen por la escalera con dirección a su vivienda, la señora Martina, que ha estado escuchando todo desde la puerta sin esconderse le dice a Fonsi:

—Ya me contarás cómo te va con tu novia —un escalofrío de emoción recorre el cuerpo de Martina.
—Señora Martina, ella no es… —quiere explicar Fonsi pero la puerta de su anciana vecina ya se ha cerrado.
Imagen creada con Leonardo.AI
 

Fonsi hace una breve compra en el súper que está cerca de su edificio: sus patatas y un juguete para el pequeño Loki. Hace otra parada en su casa: medicamentos de su vecina Martina para Eva.
Vuelve a su casa y se toma una hora para disfrutar del primer premio del día. Las patatas le saben a triunfo, rememora cómo cayó el gato y siente una erección. Se chupetea los dedos con los restos de sal.
En cuanto Eva le abre la puerta el perro llega corriendo. Salta de contento porque sabe que este humano siempre juega con él.
—¡Loki, compórtate! —Eva no disimula su regocijo, le gusta que el perro se lleve bien con las visitas—. Es que se vuelve como loco cada vez que vienes.
—Ya ves. Es que tengo una atracción animal… —Fonsi deja la frase en el aire y compone una mueca que pretende ser sensual—. ¡A ver dónde está ese ordenador!
Eva le trae un ordenador al salón, un portátil que ya es un conocido suyo. En la cabeza de Fonsi, Eva le deja el ordenador lo más cerca del router.
—Bueno, pues yo te dejo aquí, que de esto no entiendo —Eva desaparece en dirección a la cocina de su ático—. ¿Quieres algo? Es lo mínimo que puedo hacer —su voz suena lejos.
—¿Podrías hacer ese sandwich? —grita para hacerse oír Fonsi— El de la cebolla caramelizada.
Eva tarda un poco en contestar pero, favor con favor se paga, confirma desde la cocina.
Fonsi le enseña el nuevo juguete a Loki. Una pelota amarilla. Juega con él lanzando el juguete para que lo busque y lo traiga de vuelta. Deja que el ordenador se actualice, mientras, sale a la amplia terraza del ático para seguir jugando con su peludo amigo. Hace botar la pelota por encima de todo el mobiliario de la terraza: la mesa, un sofá, tras la barbacoa. Al perro le da igual, salta por encima de cualquier objeto para conseguir atrapar el juguete y traerlo de vuelta. El siguiente lanzamiento hace que la pelota desaparezca tras unas plantas. Detrás de ella va el pomerania con su suave melena al viento.
Incluso desde la altura del ático se oyen frenazos de coche y algunos gritos histéricos. Ahora todo el mundo estará mirando hacia arriba.
Fonsi vuelve al salón. Desde el interior de la vivienda no se distingue mas que el rumor habitual de la ciudad. Vuelve a sentarse frente al ordenador, teclea “aceptar” varias veces y fija su mirada en la pantalla de ordenador mientras este se reinicia. Se saca una de esas gamuzas de limpiar gafas y frota con suavidad la pantalla. Odia a la gente que toca sin necesidad la pantalla y deja la señal de sus dedos por ella.
Tal y como esperaba Fonsi, Eva aparece con sandwiches y cervezas para los dos. 
—¿Puede ser con un poco de mostaza? —pide Fonsi.
Eva sonríe y vuelve a la cocina. Momento que aprovecha él para condimentar la comida de su vecina.
—¡Loki! —Eva llama a su perrito mirando bajo los muebles—. Me extraña que no esté aquí ya habiendo comida en la mesa.
—Está delicioso, Eva. Gracias —dice Fonsi con la boca llena—. El ordenador, lo que tenía…
Eva atiende a las explicaciones técnicas comiendo su bocadillo. La aburren sobremanera. Lo único que quiere es bajarse series para pegarse verdaderos atracones los fines de semana.
Luego, además de no importarle la conversación, no le importan ni las series, ni las formas o la buena educación. Tiene sueño y se va a dormir. Ahí mismo.
—¡Vaya! —Fonsi se hace el sorprendido mientras se echa un brazo de Eva sobre el cuello— Parece que voy a tener que llevarte a la cama. Pero, no te hagas ilusiones, no te va a gustar.
La coge en brazos y, desde el sofá del salón, la lleva al dormitorio principal. La extiende sobre la cama, la desviste y recoge toda la ropa para meterla en la lavadora.
Fonsi se asegura echando unas gotas más del fármaco en la boca abierta de Eva. Si echa mucho se morirá, quiere que sea la dosis suficiente para que el cuerpo se siga moviendo mientras él abre la cavidad abdominal.
Pega con Loctite las manos y los pies a la estructura de la cama. Empieza a cortar desde el esternón, solo unos dos o tres milímetros. Quiere ir descubriendo capa a capa.
El fármaco no debe ser suficiente, pues su víctima está muy agitada y sus gemidos amenazan delatarle. 
Esperaba no tener que llegar a esto pero una línea de pegamento en los labios lo soluciona. Solo deja hueco para dejar insertada una jeringa con el tranquilizante. «Nunca se sabe si puede surgir un imprevisto y hay que terminar antes de tiempo».
Parece que alguien ha oído sus pensamientos porque llaman a la puerta. No piensa abrir al principio pero, quien sea, insiste demasiado. Hay que ir a ver.
Por la mirilla de la puerta ve a Martina, su anciana vecina, que mira preocupada a su alrededor. Mejor abrir no vaya a ser una urgencia.
Fonsi se quita la camiseta y abre la puerta a la vez que se sube los pantalones.
—Espero que sea importante porque resulta que nosotros… —trata de explicar su coartada Fonsi.
Pero la señora no se da por enterada y entra hasta el salón.
—Ay, hijo. Menos mal que estás aquí —Martina casi llora al verlo—. Ayúdame. Ayúdame a buscarlo. Zarpitas, hace tiempo que se ha ido y me temo lo peor. Si hasta le he puesto su comida y nada, que no aparece.
—Ya sabe, estará por ahí, por los tejados —trata de tranquilizar Fonsi.
—Eso es lo que me temo —Martina se dirige a la terraza—. Voy a ver si le veo desde aquí.
»No sería ni la primera ni la segunda vez que Eva me lo baja porque ha aparecido por aquí.
Fonsi hace todo lo que puede por deshacerse de la vecina. Lleva demasiado tiempo mirando desde todos lados hacia la calle y a balcones y terrazas colindantes. Le dan igual las teorías que le ofrece sobre el comportamiento de los gatos, las insinuaciones de que les ha pillado en mitad del sexo y le daría igual que se cayera el mundo: Martina no deja de buscar a Zarpitas desde la terraza.
Entonces, Fonsi recuerda un peluche con un color similar al pelaje de Zarpitas.
Encuentra el juguete y se dirige con él al borde de la terraza. Tras las plantas, por donde saltó el perro, hay un tubo que bordea la pared exterior. Está a algo más de un metro del borde. Fonsi lo juzga suficiente como para que no se distinga bien si es un peluche o un gato real. El lugar es idóneo para hacer que Martina tenga que asomarse por encima del borde. Él se ofrecerá a traerle una silla o algo para que pueda sacar la mitad del cuerpo por encima, con una lata de atún en la mano. Luego solo tendrá que levantarle las piernas y Martina caerá al vacío.
«Anciana se suicida después de torturas a su vecina tras drogarla con sus propios medicamentos».
Así que el propio Fonsi saca su cuerpo a escondidas tras las macetas, se sube de rodillas al borde de la terraza y extiende el brazo para dejar el señuelo de gato al alcance de la vista sobre el tubo. Con la punta de los dedos trata de dejarlo allí sin que se caiga.
Para su sorpresa, él ya está ahí. Zarpitas, con costra de sangre bajo la barbilla. Lleno de vida y rencor. Ataca sin piedad la cara desprotegida de Fonsi con las cuatro extremidades y, cuando el cuerpo pierde el equilibrio cae al vacío. El felino usa como escala el cuerpo que se precipita y llega al borde sin dificultad.
Fonsi golpea contra una pared, unas cuerdas de tender la ropa y contra una barandilla del piso de al lado. Su carambola le saca al asfalto.
La gente vuelve a mirar hacia arriba. Allí, en el ático, una anciana y un gato miran hacia abajo. 
«Algo sabrán»
La policía va para arriba.

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Comentarios

  1. Perturbador relato del amigo Alberto. Muy bien escrito y con un estupendo final. ¡Enhorabuena!

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  2. No puedo nada más que estar de acuerdo. Gran relato.

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  3. Si te gustan los cuentos de terror, este merece la pena leerlo.
    Se lee rápido, la trama te mantiene en vilo prácticamente desde que empiezas a leerlo. Y el final es inesperado y sencillamente perfecto.

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  4. Vaya, así da gusto escribir. Todo por mis lectores.

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  5. No puedo dejar de pensar en la imagen de la largatija "enchinchetada". Creo que voy a soñar con ella esta noche. El relato ha cumplido su misión. Muy bueno

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  6. Loctite? no se me habría ocurrido. El Relato va in crescendo y el final perfecto. Enhorabuena

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  7. Gracias por tan benévolos comentarios. Al final me lo voy a creer.

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