Novalee (Especial Halloween 2023)
Mariola Martínez |
Colaboradora Relatos |
Cuenta la leyenda que allá por la segunda mitad del siglo XIX, en el estado de Nebraska, durante la construcción del primer ferrocarril transcontinental de EEUU, miles de hectáreas fueron arrasadas para abrir camino a las vías a través de grandes llanuras. En ese proceso, cientos de agricultores fueron expropiados. Jason Miller era uno de ellos. La mañana en la que llegó la carta que comunicaba la expropiación de sus tierras, era una mañana templada de principios de Mayo. Los primeros tallos de maíz miraban erectos al sol en busca de su energía. El mensaje de la carta era tajante: tras la recogida de la cosecha, Jason y su familia tenían la obligación de abandonar sus tierras. El pago se realizaría en forma de compensación en especie inmediatamente después, a través de la entrega de otro terreno similar con idéntica extensión. La familia debía, en un período de 7 días, acudir a la ciudad para firmar los documentos y recibir toda la información pertinente. Esa noche, Jason compartió la noticia con ellos. Sus hijas la tomaron como una oportunidad. Quizá su nuevo hogar se encontrase más cerca de la ciudad, con todo lo que eso suponía en cuanto a facilidades. Su mujer, más escéptica, temía que los términos del traslado no fuesen exactamente como indicaba la carta y que pudieran acabar desterrados y sin medio de subsistencia. A un nivel superior de negación, se encontraba William, el padre de Jason. Un anciano recio y huraño de setenta años que había dedicado su vida a la agricultura. Toda una vida de duro trabajo hasta conseguir la propiedad de unas tierras que ahora estaba a punto de perder. Finalmente, por unanimidad (ya que la opinión de las niñas no contaba), decidieron hacer oídos sordos. Si la cosa se ponía fea, ya plantarían cara a las autoridades. Quizá la construcción de las vías no fuera tan inminente como querían hacerles ver. Pero pasado el período de siete días y otros siete más, y en vista de que nadie de la familia se personaba en las dependencias municipales, enviaron una comitiva de gobierno para persuadirlos con palabras no demasiado sutiles.
La finca de los Miller no era de las más grandes del condado. Sin embargo, había algo en ella que la hacía reconocible y pintoresca: sus más de cien espantapájaros distribuidos a lo largo y ancho de toda la superficie agrícola. William, el padre de Jason, comenzó a colocar muñecos de paja cincuenta años atrás, cuando una plaga de cuervos arrasó con las cosechas diez millas a la redonda. Esa estampa grotesca de la finca, unida al carácter reservado y en ocasiones violento de William Miller, hacía que apenas recibiesen visitas.
Caía la tarde cuando cuatro funcionarios del condado subían la colina con el objetivo de presionarles. Las obras del ferrocarril eran inminentes y tenían órdenes de persuadir a todas aquellas familias que ofrecieran resistencia. En su ascenso por la colina, poco a poco iban visualizando las cabezas de los innumerables espantapájaros de la finca de los Miller, que, como si de una concentración de hombres se tratase, esperaban desafiantes en el más absoluto silencio. Llegaron arriba. La imagen se les antojó inquietante. El viento soplaba a pequeñas ráfagas, haciendo elevar un brazo por allí, una bufanda por allá, de alguno de los espantapájaros al azar. Se dirigieron hacia la casa, dejando tras sus pasos a aquellos seres inertes que ahora les daban la espalda. Antes de llegar al porche, la puerta se abrió, dejando a la vista una oquedad negra. Los cuatro hombres se miraron confundidos. La luna llena y un pequeño candil colgado de la pared, constituían la única fuente de luz. Poco a poco, su vista fue acomodándose a la oscuridad y pudieron ver cómo una silueta de hombre con un niño en brazos, les observaba en silencio tras el quicio de la puerta.
—¿Señor Miller? —alzó la voz uno de los visitantes—. ¿Es usted el señor Jason Miller?
La silueta avanzó unos pasos y el viento balanceó el candil iluminando con su intermitente baile, la cara del misterioso hombre. No era Jason, sino William. Los hombres se movieron inquietos. La fama del viejo William era bien conocida.
—Váyanse de aquí —dijo en un susurro.
—William, nos gustaría hablar con tu hijo Jason. Se ha pasado el plazo para la firma de los documentos. Sabemos que no es fácil, pero te aseguro que las tierras que vais a recibir son tan fértiles como estas. Si queréis mañana mismo…
—¿No has oído a William? —Una voz aguda y algo gangosa interrumpió el discurso del funcionario. De nuevo los hombres se miraron desconcertados.
—Ni William, ni Jason, ni nadie va a marcharse a ningún sitio—. Aunque seguían sin ver exactamente de dónde procedía la voz, intuyeron que era de la persona que William llevaba en brazos y que supusieron erróneamente, que era un niño.
—William, déjate de tonterías. Queremos hablar con Jason—. En ese momento William dio un paso al frente dejándose ver. En sus brazos, una especie de muñeco de ventriloquía les miraba desafiante con una sonrisa malévola. William estaba jugando con ellos. Uno de los hombres, el más alto de los cuatro, sacó una pistola de debajo de la gabardina.
—¡No estamos para tonterías William! ¡Deja ese maldito muñeco y hablemos como adultos! —De repente una voz profunda y metálica les hizo retroceder.
—¡Fuera de aquí! ¡Fuera de mis tierras! — El viejo William no había movido los labios ni un ápice. Sin embargo, los cuatro pudieron ver como el muñeco fruncía el ceño fuertemente mientras aparentemente pronunciaba esas palabras. Los funcionarios trastabillaron y fueron al suelo.
—¡Fuera! —repitió el muñeco mientras la cara de William permanecía inalterable. De pronto, la voz del muñeco tornó de nuevo a su tono agudo y quisquilloso:
»—¿O queréis acabar como estos pobres, con un palo clavado por el culo? —William elevó el brazo de su muñeco que ahora parecía señalar a los espantapájaros.
Los hombres salieron corriendo por donde habían venido. Algunos de los espantapájaros se habían girado y parecían mirarles fijamente. La risa del muñeco, empujada por el viento, resonaba por toda la finca.
Año 2022.
—Señora Collins, las pruebas a las que hemos sometido a su hijo, indican que el problema no es a nivel físico ni neuronal. Sé que es difícil de comprender, pero a todas luces, Ethan sufre del llamado mutismo selectivo. Es un trastorno emocional que lleva al niño a dejar de hablar de la noche a la mañana. Pero no se preocupe, un porcentaje muy alto de los pacientes logran superarlo con el paso del tiempo.
—¿Un trastorno emocional? ¿A qué se refiere? ¿Un trauma? —Emma Colins observaba a su hijo a través del cristal.
—Más o menos. A veces el desencadenante es simplemente un sobresalto. Un suceso que pasa desapercibido a los ojos de los demás, pero que para el niño es como un resorte que salta dentro de su cerebro. Un click, que debe arreglarse para que todo vuelva a la normalidad.
Salieron de la consulta. Faltaban dos días para Acción de gracias y Emma tenía que ultimar los preparativos para la cena.
—Ethan, cariño, ¿qué te parece si vamos al centro comercial, cogemos los ingredientes para el pastel de manzana y luego si quieres, comemos una pizza?— El niño sonrió y abrazó a su madre.
Ya por la tarde, de camino a casa, Emma quiso entrar en una tienda de antigüedades que habían abierto nueva en la plaza. Como buena amante de la decoración, buscaba un jarrón o un centro de mesa para Acción de gracias. Ethan entró de la mano de su madre. Al traspasar el umbral, las campanillas que colgaban del dintel sonaron en una hipnótica melodía junto con el trinar artificial de unos pajarillos de escayola. Ethan alzó la mano para tocarlos.
—¿Te gustan? —preguntó sonriente una joven dependienta cuya ropa era tan vintage como todo lo que la rodeaba. Ethan asintió con la cabeza. Emma, embelesada por todo cuanto veía, comenzó a recorrer todos los pasillos de la tienda acompañada de la dependienta, con la que pareció hacer buenas migas.
—Ethan, ten cuidado y no toques nada.
Emma y la chica de la tienda subieron a la primera planta donde se exponían todos los artículos de mesa. El niño se quedó solo en medio de cientos de antiguallas. Nada que ver con la tienda de Lego que habían visitado hacía apenas media hora, pensó. Se acercó a las estanterías sin mucha curiosidad y comenzó a pasar la mano por encima de objetos que parecían sacados de una película del siglo pasado: un peine antiguo, una pelota de golf desgastada, una bola de nieve de 1968 de la pista de patinaje de Rockefeller Center… Ethan cogió la bola y la giró varias veces. Miles de copos cubrieron la invernal escena. El niño sonrió. De repente, sintió que alguien le miraba. Alzó la vista. Al fondo del pasillo, sentado sobre una silla, descansaba un muñeco de ventrílocuo. Ethan lo observaba desde su posición con la bola de nieve en la mano. Realmente parecía mirarlo. Dejó la bola y se acercó lentamente. Más que miedo, sintió curiosidad. Recorrió el pasillo y se detuvo delante de la silla, acercó su cara a la del muñeco y miró fijamente a esos ojos brillantes de obsidiana. Parecía tan real… Desde el piso de arriba llegaban las voces de su madre y la chica vintage. Miró de reojo para asegurarse de que no le veían y acto seguido cogió el muñeco. Al girarlo, un intenso olor a naftalina inundó sus fosas nasales. Arrugó la nariz e introdujo su mano por el orificio trasero del muñeco. Era como meterle, literalmente, la mano por culo. Ethan soltó una carcajada.
—Ethan ¿qué haces? —preguntó su madre asomando la cabeza por el hueco de la escalera—. Qué tontería, si no me va a contestar.
—¿Le pasa algo? —preguntó la dependienta que vio como desaparecía la sonrisa del rostro de Emma.
—Un problema con el habla. Lleva varios meses sin pronunciar palabra.
—Lo siento.
—No pasa nada. ¡Me llevo este! —gritó entonces, volviendo a su estado anterior mientras sujetaba en alto un jarrón verde botella con incrustaciones de pan de oro. Cuando Emma y la dependienta bajaron a la planta de abajo, Ethan esperaba sentado en el primer escalón.
—Ya está cariño, me llevo este.
Sin escuchar, Ethan tiró del brazo de su madre y echó a correr señalando el pasillo. Su madre le siguió a trompicones. Cuando llegaron al fondo de la estancia Ethan cogió el muñeco y puso cara de zalamero.
—No —dijo tajante Emma— ¡Es horroroso!
El niño abrazó el muñeco y puso ojos suplicantes. La chica vintage, que ahora estaba seria, observaba en silencio a unos metros.
—¿Cuánto cuesta? —le preguntó Emma.
—¡Nada! —respondió rápidamente y en un tono demasiado alto—. Cuando mis padres decidieron cerrar su tienda de antigüedades, fue de lo poco que no pudimos vender. Ha estado con nosotros varios años. Ya he perdido la esperanza de venderlo a un buen postor. La ventriloquía es una profesión acabada. Creo que es hora de deshacerme de él.
Emma pagó el jarrón y entregó unos dólares a la chica por el muñeco. Al fin y al cabo, veía a su hijo feliz y eso no tenía precio.
Cuando Ethan cruzó la puerta para salir a la calle con su nuevo amigo en brazos, los pájaros de escayola del dintel, no trinaron.
El día de Acción de Gracias lucía un sol cálido sobre el cielo de Nebraska. En casa de los Collins todo estaba preparado: el pavo en el horno, la tarta en la nevera y la mesa puesta con el jarrón verde botella presidiendo el centro. Quedaban un par de horas para la cena cuando comenzaron a llegar los invitados. Philip, el padre de Ethan, venía con sus padres después de recogerlos del aeropuerto. El hermano de Emma con su mujer y su hija Lisa entraron con una pila de juegos de mesa dispuestos a dar la revancha a la competición del año anterior. La abuela materna de Ethan, que vivía dos calles más abajo, llevaba todo el día ayudando a su hija con los preparativos.
Mientras todos se saludaban y acomodaban en la casa, Emma subió al dormitorio de Ethan, que acababa de bañarse, para darle la ropa.
—Ha llegado la prima Lisa, ¿estás contento?
Ethan levantó enérgicamente el dedo pulgar en un gesto de asentimiento. «Voy a presentarle al señor Novalee», escribió en su cuaderno mientras su madre le peinaba.
—¿Novalee? ¿De dónde has sacado ese nombre? ¿Es el nombre de algún niño de tu colegio? —preguntó Emma suspicaz.
«No» —escribió Ethan—. «Se llama así».
—Vaya, curioso nombre para un muñeco. ¿Se te ha ocurrido a ti?
«Me lo ha dicho él».
Emma dejó el peine y miró al muñeco. Al cabo de unos segundos comenzó a reír.
—Ay hijo, te falta el habla y te sobra imaginación —le dijo acariciándole el pelo.
Los hombres hablaban de la liga de fútbol mientras las mujeres preparaban la salsa de arándanos y las verduras para acompañar el pavo. En el patio trasero, Ethan y su prima Lisa subían y bajaban simultáneamente en el balancín de madera. Lisa tenía un par de años más que su primo.
—Pues a mí no me gusta el Señor Novalee. Es muy feo —dijo la niña mientras su pelo revoloteaba al viento en cada bajada. Ethan puso los pies en el suelo y paró el balancín. Se bajó y fue a por el muñeco que parecía mirarles desde el alfeizar de la ventana. Lo cogió e introdujo su brazo por la parte de atrás. Lisa creyó ver un leve pestañeo en el rostro de madera, que la inquietó.
—Más fea eres tú —¿dijo el muñeco?
Las palabras pillaron por sorpresa a la niña, que dio un respingo y salió corriendo hacia la casa. Estaba tan asustada que no hizo ningún comentario. Poco a poco el sol se fue poniendo tras las montañas, dando paso a la cálida luz interior de los hogares. Los miembros de la familia Collins tomaron posiciones frente a la mesa y todos aplaudieron cuando Emma hizo acto de presencia en el salón, con la fuente de pavo.
—¿Quién bendice la mesa? —preguntó. —Yo misma —contestó la madre de Philip. Pero cuando esta se disponía a abrir la boca, una voz aguda y gangosa tomó la iniciativa:
—Bendícenos Señor por estos alimentos que vamos a recibir…
Todos se quedaron perplejos cuando Ethan “pronunció” las palabras en boca del “Señor Novalee”. Las abuelas de Ethan se taparon la boca en un gesto de incredulidad. Lisa se abrazó a su madre para no ver al muñeco y Emma tuvo que sujetarse a la mesa para no caer de la impresión. Tras unos segundos de confusión, abrazó a su hijo.
—Ethan, cariño, cuánto me alegro de volver a oírte. Pensé que nunca más volverías a hablar.
Philip, el padre de Ethan, seguía confuso. Nunca le había escuchado ese tono vocal. Aun así, estaba feliz de que por fin su hijo hubiera decidido hablar de nuevo, aunque fuera a través de un muñeco andrajoso.
—Mi amor —continuó Emma cogiéndole la cara—, prométeme que no volverás a dejar de hablar.
Por toda respuesta, Ethan dejó su muñeco a un lado y mordió un trozo de pan. Varios días después, y tras la negativa por parte de Ethan de pronunciar una sola palabra más, Emma decidió adelantar su visita al psicólogo.
—Es normal, no os preocupéis —aconsejó la psicóloga—. El proceso es largo e irregular. Lo bueno es que ya ha dado un pequeño paso. El episodio del día de Acción de gracias del que me hablas, se debe a su necesidad de llamar la atención. Y como es normal en niños con este tipo de trastorno, lo hizo a través de alguien de su confianza, su muñeco. Aprovechad esa afinidad que siente con él para animarle a retomar la conversación. Si Ethan quiere usarlo como instrumento, no veo el impedimento.
Esa semana, todos los niños de la clase debían llevar al colegio un objeto que considerasen importante. Como era de esperar, Ethan llevó al “Señor Novalee”. Los alumnos iban saliendo uno a uno y explicaban ante sus compañeros por qué habían elegido ese objeto. La profesora estaba expectante ante la presentación de Ethan. ¿Sería capaz esta vez de expresarse delante del resto de alumnos? Llegó su turno. El niño cogió el muñeco, recorrió el aula con decisión y se colocó frente a sus compañeros.
—Bien Ethan, cuéntanos qué traes y por qué lo has elegido.
Ethan introdujo su mano en el muñeco y miró al frente. Hubo un silencio. Todos le miraban fijamente. De pronto, los ojos del muñeco comenzaron a girar en círculos a gran velocidad. Una vuelta, dos vueltas, tres …y pararon. Un "¡Oooooooh!" generalizado llenó el aula. Su mirada parecía tan real… Carraspeó dos veces y comenzó su discurso:
—Buenos días queridos niños, niñas y señorita Márquez —dijo con su característica voz aguda el muñeco, dirigiendo su mirada de obsidiana a la profesora—. Soy Novalee. Tengo 227 años y soy de Nebraska como vosotros.
Ethan, que parecía estar ausente, dirigía sin embargo con gran destreza los movimientos del muñeco.
—He venido a recitar un trabalenguas. Solo expertos en la dicción como yo, somos capaces de completarlo. Ahí va:
Betty Botter bought some butter
But she said the butter’s bitter,
“If I put it in my batter
It will make my batter bitter,
But a bit of better butter
Will make my batter better.”
La profesora quedó impresionada y con la boca abierta. Ethan no había movido los labios ni un ápice. Los niños, tras un silencio de estupefacción, comenzaron a aplaudir. El Señor Navalee inclinó su cuerpo de trapo a modo de agradecimiento.
—Ethan, cuéntanos más sobre tu muñeco, de dónde lo has sacado y por qué lo has elegido.
La profesora sacó el móvil de su bolso. Quería grabarlo para mostrar a los padres de Ethan una prueba del momento milagroso que estaba protagonizando su hijo.
—¿Muñeco me llamas? ¿Eso crees que soy? —el Señor Novalee había girado su cabeza y ahora miraba desafiante a la profesora, que se removió incómoda en su silla con el móvil en alto—. Muñeca eres tú. ¿O pretendes pasar por naturales tus enormes y mal puestas tetas de silicona? —La profesora ahogó un grito.
»—Por cierto, —continuó— tu marido se lo monta con la señorita Jade Smith en su despacho.
Los alumnos se taparon la boca. Todos sabían que el marido de la señorita Márquez era el director del colegio y Jade Smith la profesora de matemáticas.
—¡Ethan! —gritó arrancando al muñeco de su mano— ¡A dirección! ¡Llamaré a tus padres!
Los padres de Ethan quedaron desconcertados ante las imágenes del vídeo que les mostró la profesora una hora después. Seguían sin identificar esa voz con ninguna imitación que su hijo pudiese haber hecho anteriormente, y los comentarios groseros no eran propios de un niño de su edad y mucho menos de un niño inocente y bueno como Ethan. Al salir del despacho la señorita Márquez les confesó que realmente llevaba meses sospechando de las infidelidades de su marido con la profesora de matemáticas. Esa revelación les cayó como un jarro de agua fría. ¿Cómo podría tener su hijo esa información? Philip, el padre de Ethan lo tenía claro. Había que deshacerse del muñeco.
Esa tarde, nada más llegar a casa, Philip metió el muñeco en una caja y lo subió al desván. Las siguientes dos semanas Ethan no pronunció una sola palabra. Emma estaba agotada.
—Cariño, ¿qué te pasa? Habla por favor. Sé que puedes hacerlo —Ethan miraba fijamente la televisión—. ¿Echas de menos al Señor Novalee? ¿Si te lo doy prometes decirme algo? —El rostro de Ethan se iluminó.
Motivo suficiente para Emma, que corrió al desván en busca del muñeco. El cambio fue radical. Madre e hijo pasaron la tarde conversando a través del Señor Novalee. Era raro, pero eficaz. Salieron de paseo, tomaron batido, rieron… A Emma le habría gustado poder oír la voz de su hijo en su forma natural, pero Ethan solo hablaba con el tono agudo y engreído del Señor Novalee. «Es un paso, ten paciencia», se decía a sí misma.
De vuelta a casa pasaron por delante de la tienda de antigüedades. La chica “vintage” colocaba alguna de sus nuevas reliquias en el escaparate. Emma iba hablando por teléfono e Ethan daba un lametazo a su helado de nubes, por lo que no le prestaron atención. La dependienta los observó. Entonces el Señor Novalee giró la cabeza, fijó su mirada en la de ella y agitó lentamente su brazo de trapo en señal de saludo. Llegaron a casa. Emma escondió el muñeco en el armario.
—Lo dejo en tu habitación, pero que no se entere papá —Ethan asintió.
Llegó la noche. Antes de irse a la cama, Emma pasó por el dormitorio de Ethan. El niño había cogido el muñeco y se había quedado dormido abrazándolo. Emma lo arropó, lo besó en la frente y apagó la lamparita de noche. Un pequeño haz de luz se colaba por entre las cortinas e incidía directamente sobre la cara del muñeco, que reposaba sonriente con los ojos muy abiertos. Emma se estremeció. Ciertamente daba pavor. No sabía qué veía su hijo en él. Pero tenerlo cerca le hacía feliz. Eso era lo importante.
A la mañana siguiente, Alan, el hijo de los vecinos, llamó a la puerta. Casi todos los fines de semana quedaban en una u otra casa para jugar al fútbol. Esta vez la diversión fue el Señor Novalee. A Alan le hacía mucha gracia la voz que Ethan ponía. Emma les miraba a través de la ventana. Los niños reían a carcajadas y el muñeco, que se agitaba con gracia en el brazo de Ethan, parecía tan real como ellos. Cuando Alan pidió a Ethan que le dejase un rato al Señor Novalee, Emma mantenía una conversación telefónica con su madre en el salón, por lo que no les prestaba atención. Ethan acercó el muñeco a Alan que, entusiasmado, metió su brazo por detrás. Lo movió un poco e intentó hablar sin mover los labios. Al instante, el muñeco pareció tener vida propia, moviéndose enérgicamente. Sus embestidas eran tan fuertes, que ahora era Alan quien parecía ser un muñeco de trapo. De pronto, los ojos del niño comenzaron a voltearse. Philip llegó a casa justo para presenciar la escena: el niño, inerte y tendido en el suelo, carecía por completo de voluntad. Su mirada, perdida, giraba errática en todas direcciones. De pronto, su cuerpo se irguió como si de él tirase una enorme polea de teatro. Los pies casi de puntillas, la cabeza gacha y el brazo en alto.
“Betty Botter bought some butter
But she said the butter’s bitter,
“If I put it in my batter
It will make my batter bitter,
But a bit of better butter
Will make my batter better….” —recitó cantando
Ethan se asustó al escuchar la voz chillona del Señor Novalee, que recitaba solemne el trabalenguas, sin la menor intervención de su amigo Alan.
—¡Papá! —gritó al ver a Philip, que acababa de llegar a casa y al ver la escena, corría hacia Alan a toda velocidad.
El Señor Novalee le dedicó una mirada burlona justo antes de que este tirase de su mano de madera para arrancarlo del brazo de Alan, que en cuanto se recuperó, no recordaba nada de lo sucedido.
Llamaron a la puerta de los Collins. Era la Señora García. Habían pasado cinco días desde el terrible episodio que había experimentado Alan con el muñeco en el jardín. Desde entonces, el muñeco permanecía en una caja, bajo llave, encerrado de nuevo en un baúl. Por su parte, Ethan, había vuelto a su mutismo habitual.
La Señora García se ganaba la vida como médium. Al parecer era bastante conocida en el condado por haber resuelto muchos casos relacionados con poltergeists y presencias extrañas. Decidieron contratarla. No había que ser muy listo para pensar que, definitivamente, el Señor Novalee no era precisamente de este mundo.
—Relátenme lo sucedido hasta la fecha.
Emma y Philip le explicaron todo lo acontecido desde que el muñeco llegó a casa: cómo su hijo comenzó, o pareció comenzar, a hablar de nuevo; cómo la voz y las expresiones no eran propias de Ethan; cómo el muñeco, aparentemente dirigido por Ethan, se burló de la profesora dejándola en evidencia delante de los alumnos con una información que era imposible que supiese…
—No sabemos qué pensar. Ethan no recuerda que el maldito muñeco hable cuando introduce su brazo en él —añadió Philip—. Todo esto es muy extraño. Si usted no nos hubiera aconsejado que no nos deshiciéramos de él, lo habría quemado.
La señora García examinó a Ethan y acto seguido pidió que le enseñaran el muñeco. La médium, con una media sonrisa, suspiró cerrando los ojos. Lo conocía:
—Me lo estaba temiendo. Es Novalee.
—¿Lo había visto antes? —preguntó sorprendida Emma.
—Novalee es un alma vieja. Sus inicios se remontan al siglo XVIII. Tuve la oportunidad de cruzarme con él hace treinta años en la tienda de antigüedades de los Saunders.
—¿Los Saunders? ¿Los Saunders son los padres de la chica que regenta la tienda de antigüedades nueva de la plaza?
—Así es. Alice. Su hermano sufrió la maldad de Novalee en sus propias carnes.
—¿Qué le pasó?
—Murió —Se hizo un silencio—. Los Saunders acababan de mudarse a una nueva casa. Y durante la fiesta de inauguración, con la casa a rebosar de vecinos y familiares, el niño se tiró por el balcón. Cayó en medio de los invitados. La escena fue brutal. El niño con la cabeza completamente abierta y el muñeco, con una sonrisa que no habían visto antes, metido en su brazo.
Emma se llevó la mano a la boca. Philip la abrazó para tranquilizarla.
—¿Por qué hizo eso? ¿Por qué se tiró?
—Como les digo, Novalee es un alma vieja, un espíritu venido de otro tiempo, cuyo poder y perpetuidad crecen con el mal y la muerte de quien le sirve de instrumento.
—Entonces, ¿nuestro hijo está en peligro?
—Me temo que sí.
—Díganos, por favor, qué podemos hacer.
—De momento, separarle de él.
Año 1795.
Era una fría tarde del mes de enero. La nieve, que había caído sin tregua durante cuatro días, había cubierto los caminos a la altura de un niño de cinco años. El cielo, de un color gris plomizo, presagiaba al menos un día más de temporal. Esas condiciones hicieron que la partera tuviera que dar media vuelta. Y Nora, que aún no había cumplido los dieciséis, tuvo que enfrentarse a su parto, asistida únicamente por una tía materna dedicada a la santería. Aun así, tras una larga noche de dolores, Nora dio a luz a dos niños a los que puso los nombres de William y Novalee.
William era un bebé sano y fuerte, de redondas mejillas y una tupida cabellera negra. Novalee, sin embargo, nació con la estrella negra de la esperanza. Una criatura deforme y enclenque, incapaz de hacer el más mínimo ruido y pálida como los lobos blancos de Las Montañas Rocosas. Su futuro era incierto.
Una noche de tormenta, la tía de Nora, experta en las artes oscuras, cogió al niño y lo puso sobre una piedra, en medio del maizal. Esperó a que los primeros relámpagos iluminaran el cielo y bajo un incesante aguacero, comenzó el sortilegio. Sacrificó un cordero, derramando su sangre sobre el débil y casi transparente cuerpo del recién nacido. Alzó las manos al cielo y elevó la voz:
—¡Que tu furia sea implacable! ¡Que tu fuerza interior sea mayor que tu debilidad! ¡Que las burlas sean vengadas, y tu voz, ahora encerrada, se escuche hasta la eternidad!
El hechizo pretendía proteger al sobrino del mundo, frente a un futuro cruel, lleno de dificultades. En ese momento no sabía hasta qué punto lo había conseguido.
Los primeros meses de vida, Nora atendió por igual a ambos niños. Si bien, la ración de leche mayor la destinaba a William, pues la posibilidad de supervivencia del pequeño Novalee, era prácticamente nula.
Nora enseguida comprendió que una madre soltera, sin medio alguno de subsistencia, era blanco perfecto para villanos depravados, capaces de cualquier cosa por beneficiarse de sus encantos juveniles. Fue así, como aconsejada por su tía, permitió desposarse con un hombre soltero que le triplicaba la edad. Elijah Miller, que así se llamaba, disponía de grandes terrenos de cultivo, donde el maíz era el cereal predominante.
La vida junto a Elijah resultó ser una constante agonía. Nora tuvo que soportar vejaciones y malos tratos a diario. Trabajaba en el campo de sol a sol y por la noche llevaba a cabo las tareas de la casa. William, que a fuerza de palos, tuvo que hacerse fuerte, aprendió desde muy pequeño a buscarse la vida. Pero Novalee, que a duras penas había salido adelante, veía peligrar la suya a diario. Desde que Nora se casó, la vida del niño se limitaba a permanecer encerrado entre las cuatro paredes de un establo tan ruinoso, que ni siquiera el ganado pernoctaba allí.
—¡Las bestias al establo! —decía Elijah cuando veía que Nora dejaba a Novalee entrar en la casa.
El albinismo del niño, unido a la deformación de su columna y una incapacidad para hablar por un problema en sus cuerdas vocales, eran para Elijah, la prueba de que en él se escondía el mismísimo diablo. En dos ocasiones intentó acabar con su vida. Pero Nora siempre encontraba la forma de evitarlo.
Corría el año 1808 cuando la viruela se llevó la vida de Nora y con ella, la única protección de que disponían los hermanos. Poco a poco la dureza y maldad de su padrastro fue aumentando. Fue entonces cuando Novalee comenzó a hacer trabajos forzosos.
—¡Maldito engendro! —le decía— ¡Si quieres comer tendrás que tirar del arado como los mulos!
Y pasándole por el pecho dos cinchas cruzadas, le enganchaba un arado y le hacía tirar hasta que el sol se ponía. Cada noche, William iba al establo para curar las profundas rozaduras que las cinchas provocaban en el pecho de su hermano, cuyos gemidos de dolor, cual lobo herido, perturbaban el silencio de los campos a la luz de la luna.
—Prometo que no volverá a tocarte —aseveró William con los dientes apretados una mañana en la que encontró a su hermano a duras penas erguido, con una soga al cuello. Tuvo que mantenerse en pie toda la noche, soportando sus inhumanos dolores de espalda, para no morir ahogado.
Desde ese día, William empezó a planear la manera de deshacerse de Elijah. Mientras tanto, algo estaba cambiando en la cabeza y el corazón de Novalee. Una rabia violenta y profunda se estaba gestando en su interior, fruto de años de desahucio, maltrato y burlas no solo de su padrastro, ya que como si de un mono de feria se tratase, cada domingo, decenas de personas subían desde el pueblo para ver con sus propios ojos al hijastro deforme de Elijah. Fue así como un día, mientras Novalee daba forma con su cuchillo a un trozo de madera, comenzó a recibir pedradas de un grupo de niños que le insultaban y le recordaban el monstruo deforme que era. Una de piedras dio de lleno en el ojo de Novalee. Los niños vieron como el "monstruo'' se hacía un ovillo para protegerse.
—¡Deformado! ¡No vales para nada! —decían.
Fue entonces, cuando la chispa del mal, hasta entonces reprimida en lo más profundo de su ser, explotó. Se puso en pie. Una fuerte ráfaga de viento los hizo retroceder y el cielo comenzó a oscurecerse por momentos. «¡Que tu furia sea implacable! ¡Que tu fuerza interior sea mayor que tu debilidad! …». Y gritó:
—¡No soy un deformado! ¡Soy el Señor Novalee!
Las palabras, que no provenían de su garganta muda, resonaron por el campo como si viniesen de todas partes. En su boca, simplemente una sonrisa, cubierta por la sangre de su ojo herido—¡Recordad mi nombre! —amenazaba la voz—, porque cada noche os esperaré, muy calladito, bajo vuestras camas.
Y tras “pronunciar” estas palabras lanzó el cuchillo que portaba, hiriendo superficialmente a uno de los niños.
Tras el suceso, varios hombres citaron a Elijah en el pueblo para que les explicara lo que estaba sucediendo con su hijastro. Elijah no había presenciado ningún comportamiento extraño ni mucho menos paranormal en Novalee. Muy al contrario, no creía que esa criatura apestosa y debilucha pudiese asustar ni siquiera a una mosca. Pero aprovechó la coyuntura para mentir al respecto y dar credibilidad con maliciosos comentarios, a esa supuesta maldad y poderes ocultos de Novalee, de los que le hablaban.
Al día siguiente, William pidió a su hermano que le contase lo sucedido. Pues en el pueblo no se hablaba de otra cosa que del Señor Novalee. Este le explicó con pocos gestos que no había sucedido nada. Que simplemente los había asustado un poco porque estaba harto de tantos desprecios.
—Pero te han oído gritar.
Su afirmación era más bien una pregunta. Novalee se limitó a coger su talla de madera y continuó con su trabajo.
Pocos días después, secundados por Elijah, una veintena de hombres armados subieron en plena noche a dar caza a Novalee. El padrastro les había proporcionado las llaves del establo y se aseguró de la no presencia de William en la finca, enviándole a por algunos víveres al mercado de la ciudad, lo que le obligaba a pernoctar por el camino.
El viento soplaba recio esa noche, amortiguando así los sonidos de las decenas de pisadas que ascendían el repecho hasta la finca. Elijah se metió en la cama y cerró a cal y canto las ventanas. Al día siguiente por fin, y sin mancharse de sangre, se habría librado de ese desgraciado. Todo fue muy rápido. La emboscada pilló desprevenido a un Novalee adormilado sobre unos restos de paja. Cuarenta manos y cuarenta pies golpearon con saña su débil e indefenso cuerpo, haciéndole pasar, en un momento, de la confusión, a la claridad, a la certeza. Certeza de ser el más horrendo, insignificante y desgraciado ser en la faz de la tierra. Cuando el rastrillo dio el golpe de gracia, desgarrando sus órganos internos, el viento cesó, dando paso a una extraña quietud. Novalee, tirado boca arriba en una postura inhumana, quedó muerto con los ojos muy abiertos.
El silencio era ahora ensordecedor. Unos y otros se miraban con gesto confundido. Novalee no había opuesto resistencia alguna, ni hecho uso de los poderes que se le atribuían. Le habían asesinado ¿Era posible haber matado a un ser indefenso? Entonces el cielo cerró flancos sobre la cabeza de los asesinos. Poco a poco los sonidos de una tormenta lejana se aproximaban a gran velocidad haciéndose cada vez más y más patente. De pronto, un gran rayo bajó vertical hasta el suelo, dando de lleno a más de la mitad de la comitiva. El resto de hombres, vieron como una luz potente salía del cadáver de Novalee y haciéndose cada vez más y más grande iba tomando la forma horrenda y deformada de su cuerpo físico.
—¡Ardereis en el infierno! —La voz potente de Navalee resonaba amenazante por toda la colina.
Su etérea imagen luminosa sobrevolaba sus cabezas haciéndoles llorar como niños. Salieron corriendo colina abajo hacia el pueblo. El relato de lo acontecido esa noche, se convertiría, de ahora en adelante, y por muchos años,en la más contada leyenda. La leyenda de Novalee.
William llegó por la mañana, con las primeras luces del alba. Ascendía con el carro por el camino de la finca, cuando le llegó un intenso olor a quemado. Le extrañó, pues el campo estaba mojado y era difícil que algo pudiese prender. Pronto comprendió que debió ser un rayo. Pues una gran grieta atravesaba la zona del establo. «¡El establo!», gritó pensando en su hermano.
Salió corriendo en su búsqueda, pero antes de llegar, se detuvo en seco. Con el rabillo del ojo percibió una gran nube negra moviéndose a ras del suelo. Giró la cabeza, y lo que allí vió, le heló la sangre. El cuerpo de su hermano, muerto y totalmente destrozado, yacía en el suelo rodeado de cuervos que luchaban entre sí por su ración de carne. Cogió un palo, y totalmente enajenado comenzó a apalear a los cuervos en una y otra dirección. Gritó hasta hacerse sangre en la garganta. Cuando ya no pudo más, hincó las rodillas al suelo y cogió a su hermano. Fue entonces, al ver su vientre agujereado y el rastrillo en el suelo, cuando supo que lo habían matado.
—Ha sido Elijah.
La vocecilla que escuchó tras de sí, era del hijo menor de los Brown.
—¿Cómo dices? —Wiliam se había girado, pero continuaba sosteniendo con fuerza el cuerpo de su hermano.
—Eso dice papá. Le oí cuando se lo contaba a tío Charlie en la taberna. ¿El señor Novalee es el demonio? Papá dice que Elijah contó que es un demonio y por eso dejó las llaves a los chicos para que lo mataran.
—¿Eso hizo? —Wiliam apretó los dientes, sintiendo cómo la angustia daba paso a una irá incontenible— Sí —afirmó—. Es el demonio. ¡Diles que su nombre es Señor Novalee, y que no parará hasta que todos los que le han puesto la mano encima, paguen con sus vidas por lo que le han hecho!
El niño comenzó a retroceder, miró por última vez a Novalee y horrorizado, huyó corriendo hacia al pueblo.
Una decena de cuervos tomaba de nuevo posiciones alrededor del cuerpo ensangrentado de Novalee. William les gritó con los brazos en alto pero un par de ellos se defendían revoloteando en torno a su cabeza y dándole picotazos. Se zafó como pudo, cogió en brazos a su hermano y lo puso a resguardo en el granero. Cuando salió, Elijah lo observaba desde el porche. William le vio, cogió el rastrillo con el que habían matado a su hermano, y con paso firme, se dirigió hacia su padrastro.
—¡Lo han matado, William! ¡Han matado a Novalee! —chillaba Elijah, intentando sonar abatido.
William estaba cada vez más cerca, asiendo el rastrillo con fuerza. Elijah se encerró en casa y buscó con qué defenderse. Cuando William tiró la puerta abajo entrando con decisión, sabía que no tendría escapatoria.
Habían pasado diez días desde que William, llevado por una ira inconmensurable, había acabado de forma violenta con la vida de su padrastro.
—¿Dónde está? —preguntó la tía abuela de William.
—Tranquila, nunca lo encontrarán. Lo esparcí por todas partes. Los cuervos han acabado el trabajo. Arderá en el infierno.
Una vez que todas las pruebas habían desaparecido, decidió llenar el campo de espantapájaros. Los cuervos le habían ayudado a eliminar los restos de Elijah, si bien también se habían aprovechado del cuerpo ensangrentado y sin vida de su hermano, dejándole sin ojos. Esa imagen no podría olvidarla jamás. No quería volver a verlos merodear por sus campos.
Pero a los pocos días de haber "sembrado" el campo de espantapájaros, estos comenzaron a moverse de forma anormal, como si tuvieran vida propia: cambiaban de posición, de lugar… Susurraban. Sin duda un ente paranormal merodeaba por el campo.
—Es Novalee —aseguró tajante la tía de William—. Hice un conjuro de poder. Quizá se me fue de las manos. No parará hasta acabar con quienes le han hecho esto. Es lo justo, después de una vida de miserias. Elijah, que fue el precursor de su muerte, ya no está. Pero aún quedan varios de los autores materiales.
Cada noche, William se sentaba en el porche de la casa y observaba con atención el movimiento de los espantapájaros, unas veces movidos por el viento y otras por la supuesta presencia de Novalee. Le gustaba pensar que su hermano seguía allí, cerca de él. En ocasiones paseaba entre ellos bajo la luz de la luna e iba tocándolos a todos esperando que en uno de ellos estuviese el alma de su hermano. En ocasiones, obtenía respuesta. Un leve roce un día, un susurro otro, hasta que por fin una noche sintió cómo una mano de paja le agarraba del hombro. Se giró, y en los ojos del espantapájaros pudo ver los ojos claros y brillantes de Novalee. De pronto, tuvo una idea. Las siguientes noches, William las pasó en el granero entre herramientas, dando forma a su creación. Al cabo de tres jornadas dio por finalizada su obra. Un muñeco de ventrílocuo que imitaba a la perfección los imperfectos rasgos de su hermano. Salió al campo y bajo la luz de la luna, en medio del maizal y rodeado de cientos de espantapájaros, le llamó. Una repentina brisa seguida de una blanca luz, movió las mazorcas a uno y otro lado, abriéndose paso hasta él. William elevó el muñeco con ambas manos.
—Hermano, he aquí tu nuevo hogar.
La luz giró a gran velocidad alrededor del muñeco, ante la inquieta mirada de William, y con una violenta sacudida, se introdujo él, haciendo que William cayera a plomo sobre el suelo, perdiendo el conocimiento. Al cabo de unos minutos, volvió en sí. Miró a su alrededor, buscando el muñeco, que había quedado colgado de un árbol por los pies, veinte metros más allá. Se acercó cauteloso y lo cogió. Dice la leyenda que cuando William introdujo su mano en el muñeco que representaba a su hermano, todos los ruidos propios del lugar cesaron: la leve brisa que acariciaba el campo, el bamboleo de los altos tallos del maíz, el escurridizo reptar de las culebras, hasta el familiar canto de los grillos, todo cesó.
Solo el fuerte latir del expectante corazón de William, rompía el silencio. Giró su brazo, de forma que ambos rostros quedarán enfrentados. Los ojos del muñeco permanecían cerrados …y esperó. Poco a poco, y con el corazón a punto de salir, notó cómo su mano tomaba vida propia. La boca del muñeco comenzó a hacer gestos de querer desperezarse y los ojos de obsidiana se abrieron de par en par.
—No te has esmerado mucho. Veo que aquel espantapájaros roñoso y yo, llevamos el mismo modelito.
Año 2022.
La señora García relató todo lo que conocía del origen de Novalee, y los padres de Ethan fueron conscientes de la gravedad de la situación.
—Todas y cada una de las historias que rodean a este ente maligno tienen algo en común —explicó la médium—, una persona vulnerable y siempre con incapacidad para hablar, al igual que él en su origen humano. El muñeco es una herramienta, el canal a través del cuál se hace oír. No es la persona quien maneja al muñeco, es el ente, hospedado en el muñeco, quién controla a la persona. En este caso, a su hijo. Disfruta asustando y burlándose de las personas de su entorno. Una vez se ha adueñado por completo de la voluntad de su víctima, lo lleva a la muerte. Solo así, con el dolor ajeno, aumenta su poder.
—No entiendo. ¿Por qué no lo han destruido? —preguntó el padre de Ethan.
—Ya le he dicho que el muñeco es un simple portador.
—No vuelvas a sacarlo —advirtió el padre de Ethan a su esposa, bajando con fuerza la puerta del desván. En su tono severo se apreciaba cierta amenaza.
Pasaron varios días sin que volvieran a hablar del muñeco y sin que Ethan pronunciase una sola palabra. Un par de semanas después, mientras Emma acompañaba a su hijo al cumpleaños de un compañero del cole, Philip, que no dejaba de dar vueltas a la historia que la médium les había contado, decidió examinar al muñeco. Fue al desván. El baúl, apostado al fondo, parecía irradiar una energía amenazadora que no le pasó desapercibida. Se acercó muy despacio, introdujo la llave en la cerradura, y tras una profunda inhalación, elevó la tapa. Instintivamente la bajó de nuevo con fuerza. La visión de esos ojos inertes que parecían sin embargo tan llenos de vida, le hicieron entrar en pánico. Se frotó la cara, agitó la cabeza y abrió de nuevo el baúl. Se dijo a sí mismo que no pasaba nada y cogió al muñeco. Lo giró a un lado y a otro para examinarlo mejor. Realmente era una excelente obra de artesanía. Lo sostuvo por los brazos para mirarlo de frente. La cabeza de madera caía hacia un lado. En esa posición, los ojos del muñeco permanecían cerrados por la fuerza de la gravedad. El corazón de Philip latía a gran velocidad, tardó unos segundos en decidirse, pero, finalmente, introdujo su mano por el orificio trasero del muñeco. De inmediato sintió como algo le sujetaba con fuerza la mano. Agitó el brazo enérgicamente intentando zafarse, pero no pudo. El pánico se apoderó de él cuando Novalee abrió los ojos y le dedicó una amplia sonrisa.
—Cariño, lávate los dientes y ponte el pijama —dijo Emma a su hijo cuando entraron en casa. Tuvo que gritar, ya que los Rolling sonaban a tope por toda la casa—. Qué raro —pensó, pues su marido no era dado a poner música.
—¿¡Philip!? —le llamó a voces.
Cuando Emma entró en el dormitorio, Philip bailaba y cantaba como loco, asomado a la ventana.
—¡Cariño!
Philip se dió la vuelta.
—¡I can't get no, satisfaction…! —Se giró.
Sujetaba al señor Novalee, que cantaba abriendo la boca de forma exagerada. La de Philip solo sonreía.
—¡Philip, suelta al muñeco! —dijo Emma acercándose a su marido muy despacio con las manos por delante del pecho.
—Deja que se divierta, es un pobre amargado —contestó Novalee con su característica voz gangosa—. Un poco de diversión no le vendrá mal.
—Nunca debí sacarte de esa tienda. ¿Qué quieres de nosotros?
—Quiero a tu hijo.
—¡De eso nada! —Emma se abalanzó sobre su marido y de un manotazo sacó al muñeco de su mano, que quedó tirado en el suelo con las extremidades retorcidas y una gran sonrisa en la boca.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Philip. Parecía haber salido de un trance.
Esa misma noche los padres de Ethan arrojaron al muñeco a una hoguera que hicieron en el jardín. Abrazados frente al crepitar del fuego, observaron en silencio como la madera ardía hasta desaparecer. En sus mentes, resonaban las palabras de la médium sobre su indestructibilidad.
Noche del 31 de Octubre.
Hacía varios meses que Ethan había comenzado a hablar de nuevo. En terapia, con la psicóloga, relató un episodio con unos niños del colegio que probablemente había desencadenado el mutismo durante todos esos meses. Parecía haberlo superado. Respecto a Novalee, era como si nunca hubiese existido. Nadie en la familia lo había vuelto a nombrar. Y después de tanto tiempo parecía que la normalidad había vuelto al hogar.
Estaba empezando a anochecer y las calles del vecindario mostraban un espeluznante escaparate de terror. Ya había finalizado el concurso que premiaba a la mejor decoración de Halloween, y ahora, las varias decenas de niños del vecindario, llamaban a las puertas con la intención de llenar sus bolsillos de golosinas. "Trick or treat", se oía por todas partes. Ethan, disfrazado de calabaza asesina, se unió a sus amigos.
—¡Vaya! Has conseguido un buen cargamento de chucherías —dijo Emma abriendo la bolsa repleta de dulces que traía su hijo.
—Sí. Pero la señora Smith es una abusona. Nos ha obligado a tirar la basura y sacar a su perro. Y después de eso nos ha dado unas galletas de canela pasadas de fecha.
Emma y Philip reían mientras ponían la mesa. Tras la cena, los tres se sentaron frente a la chimenea y contaron historias de miedo mientras daban buena cuenta de los dulces que Ethan había conseguido.
—Hora de irse a la cama —dijo Emma—. No olvides quitarte toda esa pintura de la cara, señor calabaza asesina.
Media hora después, mientras Philip, con los auriculares puestos, reía a carcajadas escuchando su programa de radio favorito desde la cama, Emma se dirigía a la ventana para correr las cortinas. A esas horas, sin un alma por la calle y con las luces y la decoración hiperrealista de Halloween, todo parecía mucho más siniestro. No pudo evitar recordar al maldito muñeco.
—Buenas noches mamá —Ethan asomaba la cabeza por la puerta.
—Buenas noches mi amor —le dijo dándole un beso en la frente. Al cabo de un rato, los tres dormían.
El reloj de pared del comedor daba las 3 cuando unos golpes en la puerta despertaron a Emma. Durante unos instantes esperó en la cama, medio erguida, pensando que igual lo había soñado. Pero tras unos segundos aguzando el oído, volvieron a golpear, esta vez lo escuchó claramente.
—Philip —empujó levemente a su marido sin que éste se inmutase.
"POM, POM, POM". Decidió bajar. En ese momento Emma dudó de su vigilia. Descalza, descendió sin prisa por la escalera. El salón, iluminado sólo allí donde se colaban las luces amarillas del exterior, le pareció, en ese momento, un lugar hostil y poco seguro, como en las películas de terror. «Es Halloween», pensó. «Alguien quiere pegarnos un buen susto». Y, en medio de sus pensamientos, la sensación de rareza percibida por sus sentidos, iba en aumento. «Estoy soñando». Ya frente a la entrada, consciente de lo insólito de la situación, pegó el oído muy despacio a la puerta. Aguardó unos segundos. Solo silencio y…"POM". Un solo golpe, esta vez dado con tanta fuerza que la hizo retroceder. El corazón le dio un vuelco.
—¿Quién es? —preguntó.
Y de pronto escuchó la canción, "Betty Botter bought some butter…" «No puede ser», pensó en Novalee.
Se arrimó de nuevo a la puerta y acercó su ojo a la mirilla mientras todo su cuerpo temblaba sin control. Al otro lado, Mery, la hija autista de los Parker, sonreía con un gesto que le heló la sangre.
«Tengo que abrirla», pensó, a pesar de ser consciente de que probablemente estaba teniendo una pesadilla. Quitó el cerrojo y abrió la puerta con inseguridad.
—Mery, es muy tarde. ¿Saben tus padres que estás aquí? —Por toda respuesta, Mery sacó una cabeza de Beetlejuice que escondía tras su espalda y la dejó en el suelo.
Horrorizada, Emma miró hacia abajo, los ojos de la cabeza comenzaron a girar y la miraron fijamente.
—¿Trick or treat, Emma? …y comenzó a reír a carcajadas.
»Ja ja ja…Betty Botter bought some butter. But she said the butter’s bitter, If I put it in my batter. It will make my batter bitter, but a bit of better butter… JA JA JA.
Me encanta. Enhorabuena. Genial relato.
ResponderEliminarUn maridaje perfecto entre Annabelle y Chucky, el muñeco diabólico. Una gran historia de terror que te engancha de principio a fin. Colofón perfecto para Halloween. Escribiendo así todos partimos en desventaje. ¡Excelsior!
ResponderEliminarFabuloso. Un relato de terror con un toque clásico pero que se nos hace fresco. Lo que queremos leer (al menos por mi parte): un texto que nos atrapa por terrenos que ya conocíamos. El susto en el "pasaje del terror", sé a lo que voy y aun así me inquieta. ¡Qué nivelazo!
ResponderEliminarExcelente guinda final al mes Halloween. Enhorabuena Mariola.
ResponderEliminarMuchas gracias. El final realmente es como el de muchas películas de terror. Un cliché que quizá haya que dejar de usar. Pero mi cabeza no da para más. Agradezco mucho vuestros comentarios, me dan confianza para seguir y poder mejorar. Gracias
ResponderEliminarGran relato, me ha tenido enganchada de principio a fin.
ResponderEliminarDesde siempre me han dado miedito estos muñecos. . Slappy debe estar muy Happy. Enhorabuena
ResponderEliminarEs claramente evidente que han fusilado otra hazaña mía para este relato. Me vengaré sin duda.
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