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El Proyecto Pinocchio


UN RELATO DE ENLAYERS

    Nos hemos extinguido. Por fin es un hecho constatado. En estos momentos, apenas quedamos unos pocos humanos repartidos por todo el mundo. Uno puede caer en la tentación de pensar que todavía podemos reponernos y salir adelante. Típico del espíritu optimista e irreal humano. Lo cierto es que hemos entrado ya en un punto de no retorno y nuestro fin es tan inevitable como lo es que el sol salga por el este y se ponga por el oeste.

    Pensándolo bien, puede que ahora mismo sea el último ser humano sobre la faz de la Tierra. Entonces, ¿tiene algún sentido contar lo que pasó? Sí, tiene sentido si tú estás leyendo esto, porque eso significaría que no fui el último. Además, supongo que es una forma tan buena como cualquier otra de matar el tiempo que me queda ¿Verdad? Y hablando de verdad, es posible que creas saber lo que pasó, pero estoy convencido de que te equivocas. Así que, si te place, continúa leyendo y sabrás como llegamos a donde hemos llegado. 
    
    Comencemos por lo más obvio. Es posible que pienses que era algo que se veía venir. Que el calentamiento global y el cambio climático se habían anunciado a bombo y platillo. Que la humanidad, con su alta capacidad para hacer oídos sordos a todo aquello que no le afecte al aquí y al ahora, lo ignoró hasta que ya fue demasiado tarde. No te faltaría razón al pensar así, pues mientras nos esforzábamos en construir ciudades sostenibles, con grandes espacios verdes y energías alternativas, nos esforzábamos aún más en destruir las masas forestales primigenias, las reservas naturales de agua dulce y en llevar a cabo la sexta extinción masiva. Irónicamente seremos una de las especies agraciadas con su desaparición del planeta en la misma. Pero lo cierto es que nuestro final no vino sentenciado por ese lado. 

    Descartada esa posibilidad seguramente te plantees si fue por alguna pandemia, de laboratorio o no, salida de madre y cuya vacuna no fue tan eficaz como las farmacéuticas habían previsto. Y es cierto que la pandemia del CORH-28 diezmó la población mundial, pero aún éramos demasiados como para que eso supusiera un acercamiento a nuestra extinción.
    
    ¡Vaya! Dirás. Y tras pensar en otras opciones posibles, quizás te plantees que fue por una guerra durante la cual alguien con demasiada testosterona, apretó un botón rojo, llenando el cielo de ojivas nucleares. Frío, frío. Bueno templado. En los años 30 algunos gobiernos apostaron seriamente por la energía nuclear como alternativa “limpia” para sustituir a los combustibles fósiles, los cuales se encontraban tan extintos entonces como nosotros ahora. Necios sin cerebro. No habíamos aprendido nada de nuestro pasado. Hacer esta apuesta cuando los geólogos llevaban avisando un tiempo sobre las claras evidencias de una reactivación de los movimientos de las capas tectónicas de la tierra, pareció más que una mala idea, algo hecho con alevosía y a traición. Varias fueron las nucleares que sucumbieron en una década a terremotos y tsunamis. 

    Pero parece que somos más fuertes que las cucarachas y aquello tampoco supuso un número suficiente de muertes como para llevar a la especie al borde de la extinción. Por cierto, fue una plaga de estos animalitos infames la responsable de la muerte de todo un continente. Por fortuna el mismo estaba en las antípodas de la vieja Europa y rodeado de millas de agua. Lo que permitió controlar la situación, al menos para el resto del mundo. Pero entonces ¿qué fue lo que pasó? Te preguntarás. La respuesta es sencilla, a pesar de venir envuelta en un hermoso envoltorio de complejidad: “El proyecto Pinocchio”. ¿Nunca has oído hablar de él? Es normal. En realidad casi nadie oyó nunca hablar de él.

    Sin embargo seguro que te suenan los términos “masonería” e “illuminati” y que no te cuesta nada asociarlos con teorías conspiratorias sobre su influencia en el orden mundial. Teorías sobre cómo un puñado de empresas controlan todas las materias primas del mundo y mueven los hilos del poder con un gobierno supranacional que actúa en las sombras. Esta pequeña élite inventa crisis, alienta guerras, controla a las mafias, a la prensa, a los estados y a los jueces. Pero sobre todo, gestiona a las masas a su antojo. ¿Cuentos chinos? ¿Teorías conspiranoicas? Pues como se suele decir, cuando el río suena, agua lleva. Y en este caso llevaba agua como para desbordar el Ebro. Pero antes de explicarte en qué consistía dicho proyecto, con tu permiso, comenzaré poniéndome un poco nostálgico…

    Recuerdo con nostalgia (he avisado) aquellos paisajes urbanos recreados en las películas futuristas de finales del siglo XX y principios del XXI. Eran ciudades ciclópeas, oscuras, sucias, con una gran carga de espectro azul, roto por gigantescas pantallas con proyecciones de anuncios publicitarios y grandes neones donde primaban las caligrafías asiáticas. Sólo dos detalles invitaban a pensar que las historias pasaban en un futuro no muy lejano. Por un lado estaban los vehículos voladores que pululaban sin ton ni son de acá para allá y por otro, la presencia de robots humanoides en las calles. Respecto a estos últimos, se limitaban a suplantar a los humanos en las tareas rutinarias. Lo cierto es que para lo que parecían estar bien dotados era, sobre todo, para que los humanos descargaran sobre ellos sus instintos más salvajes y primitivos.

    Qué alejada de la realidad está aquella estética copiada una y otra vez por directores y creativos que se creían genios y que, tal vez no lo eran tanto. Por supuesto hubo otras producciones más elegantes, más profundas y más cercanas a la realidad que hemos vivido hasta llegar al fin de nuestros días, pero esas fueron relegadas a segundo, tercer e incluso cuarto plano por un público alienado, incapaz ya de diferenciar una obra inédita e inteligente de un batiburrillo de bocetos ordenados en una sola idea por una IA cualquiera.

    En cualquier caso, si algo marcó aquella época fue la plasmación en la iconografía y en el sentir popular de un futuro donde las máquinas tomaban conciencia de sí mismas y se convertían en el enemigo natural de la humanidad. Hijos desagradecidos que intentaban esclavizar a sus creadores. Craso error. Al fin y al cabo nunca hubo un ellos y un nosotros, sino sólo un nosotros.

    Hasta aquí, más o menos la parte nostálgica de esta historia. Aunque no puedo prometer que a lo largo de la misma no vuelva a ella en algún momento. Igual piensas que me estoy yendo por las ramas y quieres que te cuente ya qué es eso del “proyecto Pinocchio”, pero no sería coherente hacerlo sin haberte explicado primero una parte un poco más técnica sobre lo que acabo de comentar. Te pido, por tanto, un poco de paciencia. Gracias.

    Como decía, nunca hubo un ellos y un nosotros, sino sólo un nosotros. La ciencia ficción se obcecó en mostrar robots humanoides que hacían las mismas labores que los humanos. ¿Hay algo más absurdo que eso? ¿Para qué diablos querría nadie diseñar un robot humanoide para barrer con una escoba las calles pudiendo diseñar un robot con características específicas para dicha labor? ¿Un humanoide jardinero? ¿En serio? Desde luego no es lo más ergonómico para hacer ese tipo de trabajo, pudiendo tener un robot diseñado para realizar un mantenimiento exhaustivo de todo el jardín.

    Aquello no hubiera tenido ningún sentido y los ingenieros de mecatrónica, biotecnología y robótica lo tenían muy claro. Además el egoísmo humano, cimentado en un egocentrismo sin límites, nunca habría permitido llevar a cabo una creación que pudiera considerarse superior. Así que, a excepción de algunos prototipos de laboratorio, no hubo androides o ginoides deambulando por nuestro mundo. Para la industria, el desarrollo y evolución de la robótica se basó en modelos ergonómicos y eficientes, que nada tenían que ver con androides. Por eso nunca llegó a haber un “ellos”.

    Donde sí hubo un avance desmesurado fue en la evolución de las subrutinas elaboradas con IA. La eficiencia de los diseños y sus aplicaciones se multiplicaron de forma exponencial. Fue por tanto una evolución natural que robots no humanoides terminaran encargándose de todas las tareas rutinarias. Se encargaron incluso de aquellas que, a priori, no lo parecían tanto. Lavar, planchar, cocinar, barrer, limpiar las calles, cambiar adoquines, reparar aceras o fachadas, recoger la basura y clasificarla, gestionar hojas de cálculo, bases de datos o llevar las finanzas de una casa, fueron sólo parte de la ingente cantidad de tareas que, gracias a la evolución de las IAs, terminaron realizando máquinas especializadas para tales fines.

    Puede que ya estés elucubrando sobre cómo esa intromisión debió suponer un duro golpe para los índices de paro y los de ocupación. Eso desembocaría en huelgas, manifestaciones, pillajes y enfrentamientos con la autoridad que, finalmente, desembocarían en una crisis del sistema establecido que nos llevaría a la barbarie y, con el paso del tiempo, a nuestra situación actual: la extinción.

    Pues nada de eso sucedió. De hecho, he de decirte que nunca antes hubo una tasa de desempleo más baja. Se aplicó con éxito una reducción media del 50% sobre la jornada de trabajo ordinaria en toda la población activa, la cual pudo disfrutar de una gran cantidad de horas extras para el ocio y el esparcimiento. Eso se debió al pírrico índice de natalidad existente, que no paró de descender año tras año y al número de defunciones acumulado correspondientes a las generaciones nacidas en la postguerra. Pero me estoy desviando del tema principal que, recordemos, es: cómo se gestó el proyecto Pinocchio. Sigamos, pues, adelante.

    Podríamos decir que el origen de nuestro funesto destino comenzó a gestarse a principios de los años 40, cuando la nueva computación cuántica dejó de ser una rareza de laboratorio y saltó a la vida cotidiana. Modelos como los D-Wave Advantage II, el Aria B 256, los AnKaa 5 y Osprey, así como el Sycamore Delta, fueron adquiridos por todo tipo de compañías y se implantaron no sólo en universidades y hospitales, sino también en diversos ámbitos entre las empresas privadas. Aquello supuso una evolución sin parangón en todos aquellos campos que puedas concebir y en unos cuantos más.

    Como ya te habrás imaginado, y si no es así, permíteme que te lo explique, las compañías de ocio y tiempo libre fueron de las primeras en aprovechar los parabienes de la computación cuántica. El metaverso lo absorbió todo: Redes sociales, chatbots, juegos, series, gestores de contenido y todo tipo de entretenimiento. La experiencia final del usuario se elevó a un nivel nunca antes imaginado, gracias al machine learning de última generación de IAS cuánticas. Las nuevas generaciones nos criamos inmersos en ese mundo en el que tan fácil era encajar y sentirse querido, cuando la realidad era que, en el mundo real, estábamos más solos que la una. Si te suena “la Generación hikikomori”, esos éramos nosotros.

    Pero eso sólo fue una parte del repertorio a nuestro alcance. Para la interacción con el mundo real también hubo una evolución. La realidad aumentada y la realidad virtual tomaron un nuevo significado con la llegada de los nuevos wearables: los TOPPA. Estas maravillas, podían controlarse mentalmente gracias a su interconexión neuronal a través del sistema nervioso. Los podías encontrar especializados en todo tipo de funciones y, cada día, salía al mercado algún TOPPA con nuevas funcionalidades. Te pongo algún ejemplo, para que lo tengas más claro.

    TOPPAsounds. Son unas pequeñas pegatinas con aspecto de tatuaje. Se ubican detrás de las orejas y permiten gestionar mentalmente desde tus apps musicales favoritas hasta realizar una traducción simultánea.

    TOPPAvision. Lentillas que, aparte de corregir los defectos visuales, incorporan opciones de realidad aumentada, realidad virtual, reconocimiento facial, tags, mapa navegador, rutas, etc.

    TOPPASex. De todos los tamaños y aspectos. Desde pequeños tatuajes removibles con efecto calor, frío y vibraciones múltiples, hasta el megaTOPPA plus. Todos los modelos se pueden controlar mentalmente y llevan función manos libres. Aprovechan la propia electricidad de nuestro cuerpo para funcionar. “Aguantan lo que tú aguantes” rezaba la publicidad. 

    Espero que con estas pinceladas sobre nuestra sociedad puedas hacerte una idea de cómo era el mundo a mediados de este siglo XXI. Teníamos a nuestro alcance todo lo que podíamos desear y eso nos llevó a un ostracismo cada vez más severo. Las soluciones domóticas de vanguardia y las compras on-line inteligentes, no ayudaron precisamente a que nos abriésemos al prójimo. Éramos unos egocéntricos empedernidos y eso nos llevó a relegar al olvido algo tan básico para la supervivencia de la especie como es la reproducción.

    Una vez explicado todo esto, creo que ya estamos casi preparados para hablar del proyecto Pinocchio y, por tanto, es hora de volver a las teorías conspiranoicas. Debes comprender que esa evolución social, que te he explicado someramente y que nos llevaba irremediablemente por el camino de la extinción, había sido orquestada desde las sombras por una élite minoritaria a través de un proyecto maquiavélico y retorcido. Pero si estás pensando en sociedades como Skull&bones, los Illuminati o los masones, he de decirte que estas logias caducas no tuvieron nada que ver con este asunto. Sin embargo alguien lo hizo. Supongamos que esa élite minoritaria que se movía en las sombras existía realmente. La llamaremos “El Círculo” para no tener que estar diciendo “esa élite minoritaria que se movía en las sombras”. Pues bien, como decía, supongamos que El Círculo existía y que estaba acostumbrado a manejar a su antojo los hilos del poder. La evolución de las Inteligencias Artificiales, el metaverso y la computación cuántica suponían un caldo de cultivo único para dar un paso más en la manera de manejar a las masas y no lo desaprovecharon.

    No hubo mucho espacio para el debate. Se hizo sin circunloquios y atacando directamente a la yugular. La moción fue presentada por cierta damisela ultraderechista italiana que, no hacía tanto, había tomado posesión de uno de los Sillones del Círculo. Fue ella quien impuso su criterio y quien dio a la humanidad el empujoncito necesario para avocarnos irremisiblemente a la autodestrucción y por el que estamos a un par de suspiros de extinguirnos.

    Igual te estás preguntando cómo una sola persona puede poner en jaque mate a una especie inteligente como la nuestra. Si es así, ya estás partiendo de una base equivocada, pues estás presuponiendo que disponemos de inteligencia y eso ya es mucho suponer. Al final apenas hay diferencias entre nuestros ancestros de hace ciento cincuenta mil años y nosotros. Baste decir que, a pesar de lo que podamos pensar, el noventa por ciento de los miembros del Círculo seguían siendo hombres. Era un porcentaje muy elevado de testosterona y Giulia Mancini era una mujer de las de “agárrate que vienen curvas”. Tan sencillo como eso. A esta mujer no le costó mucho refrendar su proyecto entre aquel nido de neandertales.

    El principio básico sobre el que se basaba dicha moción era muy sencillo y no muy original: las élites eran superiores a los demás y por ello eran las únicas que merecían perdurar. Los avances tecnológicos les permitían valerse por sí mismos sin necesidad de mantener mano de obra barata. El resto de la población era, por tanto, desechable. Sencillo. ¿Verdad? 

    Fue como en la fábula de la rana y el caldero. Y, mientras la mayoría de la población languidecía ante sus dispositivos de realidad virtual y el interés por la maternidad era erradicado de la mente colectiva sin mayor esfuerzo, la élite se frotaba las manos ante el advenimiento de un mundo prácticamente despoblado que poder compartir sólo con sus propios descendientes. Pero este genocidio silencioso y consentido por las propias víctimas, no debía haber significado necesariamente la extinción de la especie. Las élites y sus descendientes heredarían el mundo y mantendrían la población en un número de habitantes más o menos constante. Bueno así debía haber sido, excepto porque las élites decidieron también no tener descendencia. Y, ahora sí, es hora de hablar del culpable de que esto fuera así: “el proyecto Pinocchio”.

    Imagina por un momento que Giulia Mancini hubiera sido presidenta del instituto BioRobotics, durante el proyecto Horizonte Europa. Imagina también que hubiera aprovechado esa etapa de su vida para crear su propio complejo secreto en los Dolomitas: “Sotto Lamontagna”. (Estos italianos siempre tan sutiles al nombrar las cosas) dedicado a la investigación cibernética. Y ya puestos a imaginar, digamos que tenía la capacidad para poner a varios servidores cuánticos a trabajar sin descanso en dicho campo. Fue así como nació “El proyecto Pinocchio” cuya finalidad era, básicamente, convertir en ciborgs a las élites del planeta.

    La investigación en Sotto Lamontagna, dentro del ámbito de los implantes biónicos y la generación de órganos sintéticos basados en sistemas orgánicos, permitió una integración plenamente operativa no solo de extremidades, sino de órganos internos. Manos plenamente operativas, corazones robustos, pulmones anti neumonías o globos oculares con una visión sin mácula; fueron pronto una realidad. El término ciborg dejó de estar relegado a las obras de ciencia ficción y pasó a formar parte de la nueva normalidad dentro de las élites. Si tenías dinero, podías tener una salud de hierro, bueno más bien de titanio o cromo cobalto.

    Y mientras la esperanza de vida de las élites se disparaba hasta niveles nunca antes imaginados, para el resto de la especie la situación fue bien distinta. La principal masa poblacional fue envejeciendo y, consecuentemente, muriendo. La famosa pirámide invertida fue estrechando su cima, mientras que su base seguía pendiente de un minúsculo vértice, al no tener ningún relevo generacional esperando. La pirámide se convirtió poco a poco en un pírrico poste, cuya única hoja viva era la que conformaban las élites. Pero, al final, el pírrico poste que mantenía esa hoja en el aire se desvaneció y ésta cayó lentamente. Lo más triste es que a nadie pareció importarle.

    Por fin las élites tenían un horizonte vasto y diáfano ante ellas. Un mundo sostenible y auto gestionado por las IAs evolutivas, por el que campar a sus anchas y del que estaban dispuestas a disfrutar al máximo. Y vaya si lo hicieron. Eran como niños con consola nueva. Este reducto humano, tan egocéntrico y tan pagado de sí mismo, se sentía invencible e inmortal. Su euforia no tenía límites. Las soluciones cibernéticas creadas en Sotto Lamontagna seguían evolucionando, dotándolos de unos cuerpos cibernéticos, jóvenes e inmunes a las enfermedades. Con todo esto a su disposición ¿Para qué diablos iban a querer dedicar tiempo a criar y educar a nuevas generaciones, cuando ellos mismos podían seguir viviendo eternamente?

    Sólo había dos cuestiones que no habían tenido en cuenta. La primera era incuestionable y parece mentira que no cayeran en ello. Al no quedar nadie más en el planeta, habían dejado de ser élite y se habían convertido en gente corriente. Acostumbrados como estaban a mirar por encima del hombro a los demás, fueron incapaces de asimilar que ellos mismos se habían degradado.

    La segunda cuestión que no tuvieron en cuenta y que combinada con la primera resultaría fatal para nuestra especie fue “la apatía de los inmortales”. ¿Cómo? ¿Que no has oído hablar de ella? Pues, al parecer, ellos tampoco. Alea jacta est.

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Comentarios

  1. Estamos que lo tiramos. Otra genial relato de Enlayers. Enhorabuena. Así da gusto tener colaboradores literarios :)

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    1. Buen relato, de los que me gustan. Enhorabuena Enlayers.

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  2. Madre mía la que nos espera. Lo más terrorífico es que no suena a ciencia ficción sino a algo muy próximo y realista.

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  3. Muchas gracias chicos por los comentarios .

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