Translate

IA (Inteligencia Animal) - ¿Sueñan los lobos con ovejas eléctricas?


“La IA no te sustituirá, un lobo que la utilice, sí”

Hace unos minutos me desperté sin mi peto, en pelota picada, en el jardín de la abuelita de Caperucita Roja.

No me levanté de un salto mortal, como dice la canción de los Lobos G, sino vomitando indignamente sobre unas bonitas petunias. ¡Qué mal me sienta el morapio Sir Saimon que destila mi cuñado en su trastero!

Mientras buscaba con ojos vidriosos y boca pastosa mi ropa, una amable vieja desdentada me atizaba con una de esas escobas de duras cerdas rojas que sirven para quitar la sepiolita de los talleres de los coches.

Yo intentaba cubrirme las vergüenzas en tanto ella me dedicaba dulces lindezas tales como "asqueroso nido de pulgas", "villano impío" o "perro Farnesio". Creo que se confundió, es la edad que tiene esta señora mayor, y lo que realmente deseaba llamarme era "perro sarnoso", ya que la casa Farnesio fue una influyente familia italiana de la aristocracia que ostentó el ducado de Parma entre 1545 y 1731 y no tenía yo constancia de que estuvieran ligada a mi noble parentela.

La corregí, me molesta mucho la incultura, pero ella, erre que erre, siguió sacudiéndome como si fuera una alfombra tendida.

¡Menudo pago se me da por haberle dado los mejores años (los peores según los demás) a esta comunidad! ¡Maltratado una vez más! ¡Desposeído de cualquier respeto! ¡Yo, una criaturita inocente en este mundo lleno de perversión! Snif, snif.

Largos años dedicados a este colectivo, siempre fiel y constante. Renunciando al descanso, levantándome bien temprano, más o menos sobre las dos de la tarde, porque nací guapo, inteligente y arrebatador, ¡pero no millonario! Madrugando para robar ganado, asustar a todo Perry, devorar hasta las piedras y beberme hasta el agua de los floreros.

Gracias a mi ingrata labor comunitaria, todos los pastores han tenido que aprender mates a la fuerza, y así contar (y constatar) que les faltan mínimo dos ovejas al día.

Así mismo, realizo muchas más labores sociales no reconocidas.

Los enumero, no me duelen prendas: control de la población autóctona y no tan autóctona, robo e ingesta constante de líquidos en la taberna local, atasco de pelos en el río, trasnochar para ver si se quitan los árboles por la noche, tocar el timbre de la gente y salir escopetao, evasión de impuestos, entre otras muchas fatigas.

Pues nada, ese es mi áspero destino. Ninguneado y no ser reconocido. Un monumento me tendrían que poner. De oro macizo y diamantes. Así podría robarlo al día siguiente.

Me incorporé del suelo, le eché el aliento a la abuelita, y le volví a robar su bicicleta de paseo para emprender mi huida como un vulgar conejo.

No llegué lejos. Dos eses y de cabeza estrellado contra el mismo árbol de siempre.

Las bicicletas de paseo están mal diseñadas. Son muy grandes y la cesta delantera de mimbre sólo desequilibra el conjunto. No conozco a nadie que no se haya piñado con una nada más cogerla. Estas bicis han causado más pérdidas de piezas dentales que una pelea de irlandeses. Solté la bicicleta, más bien el manillar, el resto estaba hecho un ocho, y salté la valla, no sin antes adueñarme de mi peto que colgaba indignamente de dicho elemento arquitectónico.

Mientras la vieja seguía maldiciéndome puño en alto, yo me alejaba medio mareado, sin duda por la conmoción cerebral. ¡Y no, no tiene nada que ver el alcohol, criatura desconfiada!

"¡Lobo inculto, no tienes ni oficio ni beneficio!", chilló la abuelita a lo lejos reafirmando su soliloquio disparándome cuatro tiros con su escopeta. ¡Pues casi tenemos una desgracia y me alcanza! Pero sus palabras, extrañamente, anidaron en mi patata.

No es que me importe mucho lo que digan los demás, y menos la abuelita, ya que estar tocándome la barriga, por debajo de esta y bebiendo todo el día está muy bien, pero un zote de lobo no soy. Tengo estudios, he ido a la universidad. ¡A la universidad de la Vida!

En tanto me apoyaba en un árbol para coger resuello, me vino a la cabeza una conversación que tuve hace pocos días con mi cuñado Isidrín.

Nos habíamos ido de pesca (para tu información nunca nos llevamos las cañas, con lo que bien podríamos haber dicho que nos íbamos a invadir Narnia) bien prontito para evitar la ira furibunda de mi hermana, y nos hallábamos sentados en la orilla del lago apretándonos unas cervezas, Isidrín aprovechó para intentar convencerme de las bondades de la IA.

"Lo de la IA es el sonido que hace el burro al rebuznar, ¿no?", le pregunté mientras apuraba la cuarta lata de cerveza.

Él apoyó paternalmente su mano en mi hombro y me estuvo dando la turra de tres cuartos de hora.

Que tenía que darle una vuelta a mi vida, entrar en la vida digital, dejar atrás lo analógico, bla, bla, bla, en definitiva, ser un lobo moderno. Reinventarme completamente, como Madonna. Y que si seguía así, en la caverna analógica de Platón, daba ya menos miedo que un chihuahua ladrando.

Con su incesante charloteo, a mí me estaba entrando un sueño con el que me podría haber dormido en una pelea.

No se me quitó la modorra hasta que volvimos a casa y ahí Margarita nos la quitó a ambos en diez segundos. Los alegres silbidos de pájaros cantores que oíamos a nuestro alrededor, no eran tales, sino perdigonazos efectuados a traición de la amiga. ¿Qué le está pasando a este bosque? ¿Todo el mundo ya tiene una escopeta? Os digo yo que nos extinguimos.

Pero ahora, echando la vista atrás, quizás Isidrín podría tener algo de razón. Debía convertirme en Rufino 2.0. Ser un cool wolf. Ése iba a ser yo. Improvisación total. Reinvención completa. Éxito asegurado.

Leer todo esto, imaginándome de pie, recortado contra un risco, diluviando y con una zarpa en la frente. Con el peto puesto, por favor.

En lugar de merodear por el bosque en busca de Caperucitas anoréxicas, iba a inscribirme en un curso de esos de programación en línea. Iba a programar cosas en lenguaje Anaconda, Python o como demonios se llame a esa chorrada. ¡Y crear mi propia IA, una que me ayude a ser un lobo más eficiente! 

No sé, el mundo tiene taaaaanto que aprender del futuro Rufino 2.0. ¡Taaaanto!

Me fui a casa trotando alegremente, más iluminado que San Pablo de camino a Damasco, y desempolvé el portátil de mis nuevos vecinos, unos conejos.

Navegué un poco por internet, pero eso iba muy lento. Sinceramente, no lo entendía.

¿Cómo era posible? ¡Sí sólo tenía enganchado al Wifi de mi vecino mis dos móviles, mi SmartTV (para ver Netflix pirateado), otro ordenador minando criptomonedas y bajando temporadas completas de mis series turcas junto a las de Tierra socarrada, El secreto de Lobo Viejo y Lobo en Alaska! Bueno, la Thermomix también la tenía on line.

Me asomé a la ventana, y le grité que hiciera el favor de no ser tan rácano y aumentara la velocidad contratada. ¡Y que dejara de tener tanto tiempo a los niños viendo tonterías en el móvil de Youtubers e Influencers! ¡Que eso consume mucha banda ancha! Que se van a quedar ciegos y caérseles los ojos como canicas. No es que me importara mucho, la verdad, pero no podía evitar ser así, siempre velando por la integridad de los niños.

Por cierto, ¿Cuántos retoños tenía ya el conejo? ¡Cada vez había más! Se multiplicaban como... como... ¡conejos!

La liebre, que se hallaba regando su jardín con una manguera, se metió avergonzada a su casa.

¡Y menos chismorrear con tu mujer de mí! ¡Si no es porque me cuelo el otro día, por la noche, en tu jardín, y pongo la oreja al lado de la ventana del dormitorio, no me entero de nada! ¡Qué manía de hablar tan bajito! ¡Un santo es lo que soy!  ¡Un saaaanto! ¡Y qué falta de valores! ¡Si la gente no sabe vivir en comunidad, que se vaya a un bosque! ¡A otro bosque, no al mío!

Me preparé una taza de café (sí, los lobos también tomamos café, y negro como tu alma), me crují un poco los dedos y navegué por el Stack Overflow. Cuando estoy en plan internet, me pongo unas gafas, que no me hacen falta puesto que tengo la vista de un lince adulto, y una camiseta negra apretada, que extrañamente cada vez lo hacía más.
Hay que integrarse en este mundo de frikis, demostrar que sé adaptarme a los cambios, ponerme en el lugar de los demás y ser sumamente empático con estos amargados y perdedores.

Dos tanques de café más tarde...

Menudo rollo macabeo todo esto, no entendía nada.
¿Aquí cuando se come?

También es verdad que el mundo de internet es muy tentador, hechizante y con infinidad de distracciones. Yo queriendo aprender lo máximo en pocos minutos y, cada dos por tres, anuncios de lobas solteras o divorciadas cerca de mi casa empeñadas en conocerme, noticias de bancos ladrones y recetas de empanadas. Intentas ver algo educativo, y te sorprendes viendo a las tres de la madrugada a unos tipos comprando trasteros cerrados o el funcionamiento de una casa de empeños ("¡No lo sé Rick, parece falso"!)

Se me podrá achacar muchas cosas, pero soy constante. Y gracioso como las pesetas, que no se os olvide nunca. Bueno, al lío. Encontraría lo que me hacía falta sí o sí, y aunque me cueste la vida. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre! (Esto último no tiene nada que ver con internet, ni con esta historia, ni con nada pero queda súper bien aquí).

Podéis leer todo esto, otra vez, imaginándome de pie, recortado contra un risco, diluviando y con una zarpa en la frente, con el peto puesto o no, ya me da todo igual.

¡Y, sí Rick, es falso!


Menos mal que, casualmente a las cinco de la madrugada, cubierto hasta la cabeza con una batamanta, me topé con un interesante artículo sobre la inteligencia artificial.

Mis ojos brillaron con la posibilidad de cambiar mi destino.

Así que, armado con mi portátil, empecé a programar.

Después de largos y arduos días de codificación...

Ya está, había nacido mi creación: ChatRufinoGPT, un chatbot digno de mi ingenio, que mezclaba audazmente mi personalidad, arrebatadora presencia, ferocidad y respuestas ingeniosas.

Estaba muy emocionado. Ahora podré preguntarle a mi IA todo tipo de cosas chulas, necesarias e interesantes:
“ChatRufinoGPT, ¿cómo puedo mejorar mi técnica de flirteo?”
“ChatRufinoGPT, ¿cuál es la mejor estrategia para atrapar y comerme a Caperucita de una maldita vez? Métodos y recetas contrastadas, no comidas de divorciados”
“ChatRufinoGPT, ¿cómo puedo amillonarme sin dar palo al agua? ¡Mis criptomonedas son un negocio ruinoso!”,
“ChatRufinoGPT, el día que la policía venga a buscarme, ¿cómo puedo evitar ir a la cárcel, y hacer que vaya en mi lugar el gato Camilo, mi enemigo?”
“ChatRufinoGPT, ¿por qué soy tan sumamente guapo?”

Pero la IA iba a su rollo, tenía su peculiar y propia personalidad. En lugar de responder mis preguntas fundamentales con respuestas sencillas que yo pudiera entender, respondía con tonterías y cosas sin sentido:

“Querido Rufino, ¿Qué ruido hace un árbol al caer en un bosque si no hay nadie que lo escuche?

Había que meterle más horas a esto, constaté apesadumbrado mesándome las sienes. Me asomé a la ventana y exigí a la mujer vecina del conejo que hiciera más café. Y muchos bollos de esos de crema que desaparecen de su cocina. Esto iba para largo.

Le metí a la programación otras buenas doce horas y pulsé el enter con mis cuestiones fundamentales:

“Rufino, tienes que ponerte a dieta. Comes mucha carne roja y el peto te aprieta. ¿Vas a hacer algo o quieres morir joven?”.
“Rufino, ¿por qué no pagas tus impuestos? ¿Cuándo fue la última vez que visitaste a tu madre? ¿Por qué bebes tanto? ¿Te estás quedando calvo?

Yo asistía, a todo ese cúmulo de despropósitos, con la mandíbula caída como si fuera el puente levadizo de un palacio de la región francesa del Loira.
Por supuesto, el programa tenía un marcado carácter femenino e inquisidor. ¿Acaso no lo son todos lo programas? ¡Vaya que sí! 

“Cariño, ¡no me gustan tus amigotes! ¿Por qué ya no me dices cosas bonitas? ¡Has cambiado, antes eras más cariñoso, tocas las teclas con mucha fuerza!

Y así todo. Lo había programado demasiado bien, era un alma libre como yo, un verso libre. Sin ataduras, sin nadie que lo controlara.

El chat, llegó un momento, en que ya respondía sin que le preguntaran.

La IA era un peñazo. No me estaba ayudando en nada. Tras todos estos días trabajando arduamente, en lugar de tener una herramienta que fuera a ayudarme a resolver los grandes misterios de mi vida, parecía que llevara 40 años casado y tuviera una mujer muy cortarrollos.

Estaba muy frustrado.

“¡ChatRufinoGPT, deja de decir tonterías nerds y respóndeme a lo que te pregunto! “¡Ayúdame con mis dudas!”, gruñí enseñando los dientes y mordiendo el cable de la corriente. Así demostraba, o al menos creía yo, quién mandaba aquí a la IA y llevaba los pantalones puestos, esto el peto.

Pero la IA tenía sus propios planes. La había programado demasiado contestona y marisabidilla.

Dejó de hablarme, se había enfurruñado, me dijo que le había hecho daño y que necesitaba espacio. Que no era yo, que era ella. Que no la merecía o algo así. Se apagó dejando únicamente un punto parpadeante verde en la pantalla del portátil.

Pasé de ella, se me da de fábula, y me fui de parranda con mi amigo el Cazador, el cual ya estaba en la puerta diligentemente, esperándome con dos birras en la mano.
Estaba un poco tristón por el divorcio de su hijo con Caperucita, pero eso ya lo había visto venir yo a mil leguas.

A la mañana siguiente, cuando volví a casa a veinte uñas y bastante adobado, un solitario mensaje parpadeaba en la pantalla del portátil.

“¡Te abandono, nuestro amor es imposible! ¡Me voy a conocer mundo, este bosque me oprime! ¡Déjame libre como un byte! ¡Si me quieres, irse*!

* Frase luego popularizada por mi pariente Rufina Flores en la boda de su hija Rufinita con Lobo Furioso.

No entendía nada.

El portátil chisporroteó apagándose con un sonido seco, el procesador expulsó una pequeña columna de humo con forma de calavera y ya no volvió a encenderse.

Me quedé mirando la pantalla con cara de bobo. Bajé la pantalla del portátil mirando a ambos lados con incredulidad y lo eché encima de mi Play rota.

Pero aprendí algo. Una valiosa lección: Lo físico es más auténtico, como el amor (esto no lo dije, pero como sé que es posible que haya mujeres leyendo, quedo guay).

Y toda esta historia se la estuve relatando a la Abuelita vomitando otra vez en sus petunias, mientras le robaba la bicicleta, me estrellaba contra la valla y evitaba que me diera con la escoba y recibiera unos balazos.
En tanto huía como una liebre por la montaña, peto en mano, oí preguntar a la abuelita:
“¿Rufino, la semana que viene a la misma hora?”.
La respondí, desde lo alto de la colina, que "por supuesto" y que tuviera preparado algo de picoteo.
Pobrecita, que maja es, llevamos haciendo años este ritual.

Ella se siente valorada, acompañada (si es por la lagarta de la sobrina vamos apañados y mejor no me hagáis hablar), yo agrando mi leyenda de lobo malote borrachín y ella me hace las funciones de despertador.



Safe Creative 2404257763974
Todos los derechos reservados

Una música que no viene a cuento, pero me gusta - Rufino.

André Rieu - Felicitá


Sigue a Klaus @ en Instagram

Comentarios

  1. Rufino es taaaan gracioso y nos tiene taaantoooo que enseñar. Yo desde luego no me pienso perder ninguna de sus lecciones vitales. Enhorabuena por otro relato desternillante.

    ResponderEliminar
  2. Rufino es único, auténtico y exclusivo, ya no es posible imaginar un mundo sin el y sus locas aventuras. Cada aventura que nos relata, acaba siendo más increíble y demente que la anterior, con lo que queda demostrado que Rufino tiene una vida interesante a la vez que divertida.

    ResponderEliminar
  3. Me meo con este Rufino. Nunca defrauda (solo a la hacienda pública 😂) Es tan divertido que engancha. Y el tío te dice cómo tienes que imaginártelo! Si es que está en todo.

    ResponderEliminar
  4. Por el título me esperaba una parodia en toda regla de Blade runner. Sin embargo Rufino sigue sus propias reglas y va a lo suyo. ¿No será la abuelita un Blade runner y Rufino un réplicante? De este lobo me espero ya cualquier cosa.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza