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Mar-IA



Esta es la música que os propongo para la lectura del relato. Gracias por leerme.


María de Santis le habla al teléfono como si sostuviera una tostada. Pero no de esas de aguacate, AOVE italiano y pan de espelta. No. Es como si esa tostada estuviera cubierta de gusanos.

—¿Por qué no está todavía el ingreso?

—Ya lo sabes, no todos los meses son igual de buenos —le contesta la voz masculina de su exmarido. Por cierto, me tienes que devolver tu copia de las llaves.

—No me jodas, Martín. No me jodas, que nos conocemos. Ese piso es tan mío como tuyo. Y, en cuanto al dinero, te he visto hace tres días en un viaje a Bélgica con el Rotary Club, así que no me vengas ahora con que te van mal los negocios —cogió aire para sentenciar la última frase—. Y, además, en las fotos estabas con ella.

—Querida —dijo el ex en tono conciliador—, lo del viaje corre a cargo del Club no de lo que…

—Apáñate como quieras —cortó ella— pero quiero ver el dinero en mi cuenta el lunes.

Colgó sin esperar respuesta y, ahora sí, estrelló la tostada contra la pared.


La señora De Santis se conectó con el servicio de telemedicina que aún se facturaba a su exmarido. A los pocos minutos se abrió una pantalla donde aparecería el rostro de su terapeuta.

—¿Quién demonios eres tú?

El familiar rostro de la terapeuta había sido sustituido por una joven que, aunque trataba de mantenerse profesional, se encontraba a todas luces nerviosa.

—Soy Olivia, Olivia Camargo, su nueva psicóloga.

—¡Y una mierda! Quiero a Laura. Le exijo que me conecte con Laura de inmediato.

—Lo siento, señora De Santis, pero Laura Gallego se encuentra de baja en estos momentos. En su ausencia yo me encargaré de su caso.

—Ya me ha tocado una de universidad pública —emitió un resoplido de desprecio.

—Señora De Santis, por favor, colóquese la pulsera para que podamos registrar sus constantes vitales.

María De Santis se derrumbó. Se echó a llorar tapándose la cara con las manos. Le daba vergüenza romperse así delante de la que consideraba una niñata recién salida de la facultad.

—Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué ha hecho para estar así?

—¿Qué voy a hacer, niña? Salir a la calle —ironizó.

—¿Se ha puesto así por salir a la calle? ¿Agorafobia? ¿Quiere decir que se pone así de nerviosa solo por salir fuera?

Se hizo un pequeño silencio. En la mente de María De Santis se fraguó un plan en solo dos segundos. Si no el plan completo, el bosquejo de uno que podía funcionar.

«Error de novata» —pensó María—. «Dar el diagnóstico antes de tener una entrevista concluyente».

—Tengo que colgar, ahora estoy muy nerviosa como para poder hablar —volvió a taparse la cara con las manos simulando que volvía a llorar—. Tengo que colgar, adiós.

Sonrió todo lo que el botox le permitía.

—Ordenador, dame una lista de los síntomas de la agorafobia. Y dame los criterios que debe cumplir una persona para ser diagnosticada como tal.

El ordenador empezó a relatar datos soltando unas dos páginas de información:

«La agorafobia es un trastorno de ansiedad caracterizado por el miedo o la ansiedad intensa en situaciones o lugares donde escapar puede ser difícil o embarazoso, o donde la ayuda puede no estar disponible en caso de que ocurra una crisis de ansiedad. Aquí están algunos de los síntomas comunes y los criterios para el diagnóstico de la agorafobia según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5):

Síntomas de la agorafobia:

1. Miedo o ansiedad intensa acerca de dos (o más) de las siguientes situaciones:

- Uso de transporte público.

- Estar en espacios abiertos (por ejemplo, plazas, puentes).

- Estar en lugares cerrados (por ejemplo, tiendas, teatros).

- Estar en una fila o en medio de una multitud.

- Estar fuera de casa solo.
(…)

María de Santis leyó, estudió y memorizó todos los síntomas. Indagó en las páginas a su alcance sobre casos reales… y compuso un perfil único: el suyo. Saber que no podría salir de casa la hizo volver a desafiar la elasticidad de sus músculos faciales.

«Pero… ¡Qué pereza! Además, igual lo hago mal. Me pillan seguro. ¿Cómo voy a simular todo eso? ¿Y acordarme?»

—Ordenador, genera un avatar con mi rostro. Tiene que ser idéntica a mí. Que hable como yo: con mi mismo tono de voz, que use mis palabras. Nadie debería poder diferenciar si está hablando conmigo o con el avatar creado.

—Necesito ejemplos para alimentar una copia fiable de su rostro.

—¿Datos? Te vas a hinchar —sentenció.

Creó una carpeta con el proyecto Mar-ia. Mar-ia tuvo acceso a todas las fotos y vídeos almacenados en el disco duro y en las redes sociales.

El ordenador hizo un trabajo tan minucioso que tardó tres horas en generar el avatar con unos criterios tan exigentes. Más que mirar a la pantalla parecía estar mirando un espejo.

—Bien. El resultado es asombroso. Gira la cara hacia uno y otro lado —le ordenó María.

—Claro, ¿cómo no? Estoy aquí para ayudarte —la imagen hizo lo que le pedía mostrando una resolución perfecta también en movimiento—. ¿Necesitas algo más?

—Te pareces a mí, suenas como yo, pero no hablas como yo.

—Por favor, sé más específica. ¿Cómo puedo mejorar el procesamiento verbal para que se ajuste a su solicitud?

—¡Ves! Es eso que haces. Pedir las cosas por favor y esa forma tan remilgada de hablar —María simuló una arcada—. Pir fivir. Pricisiminti virbil.

»Mira. Por ejemplo. Pídeme que vaya a hacer la compra.

—Por supuesto. Aquí tienes mi petición: ¿Serías tan amable de hacer la compra?

—¿Pero qué ladras, zorra de mierda? Tengo agorafobia, no puedo salir de casa. Llama al puto Glovo para que traigan una pizza barbacoa. Y de las grandes.

—Estoy confusa. ¿Es un ejemplo de cómo debería ser mi forma de hablar o es una petición de compra? Por favor, sea más específica.

—Las dos cosas. ¡Ah! Añade a la compra purpurina corporal, una gorra y más papel higiénico.

—Perra, la compra ha sido realizada. ¿Necesita la zorra otra cosa más?

—Está claro que necesitamos seguir trabajando.

María siguió manteniendo conversaciones con Mar-ia. Porque así decidió llamar a su reflejo digital.

Cuando estuvo segura de que ella y Mar-ia eran indistinguibles a través de la pantalla volvió a llamar a la teleasistencia de su seguro médico.

—Ay Olivia, bonita, menos mal que eres tú. No me encuentro con fuerzas para hablar con nadie más —dijo la imagen virtual Mar-ia.

—No se preocupe señora De Santis, estoy aquí para ayudarle.

La María real se regodeaba viéndose a sí misma y como, esa cara provocaba la cara de preocupación de la pánfila de aquella psicóloga en prácticas. Mar-ia hizo una interpretación soberbia de todos los síntomas agorafóbicos. Era increíble verse a sí misma llorar de esa manera. Al mismo tiempo, Mar-ia había generado unos registros de presión arterial, taquicardias y ciclos de sueño alterados; todo coordinado a la perfección con los episodios que estaba rememorando. Aquella inexperta firmaría un diagnóstico que la situaría en su casa el día del crimen.


El viernes siguiente se embadurnó la cara con brillantina. A las diez de la tarde la oscuridad ya era impenetrable. Entró en su antiguo edificio donde sabía que, la mayoría de sus ex vecinos, emigraban hacia chalés en la Sierra de Madrid.

A esa misma hora Mar-ia tuvo un ataque de pánico y tuvo que hacer uso de la teleasistencia.

La hora en que, las cámaras de seguridad, ya habían activado el modo nocturno. El brillo espejado de la brillantina sobre su piel la hacía invisible por completo. Unos rollos de papel higiénico bajo la chaqueta y en los pantalones deformaba su silueta. Se puso los guantes de vinilo y abrió con su propia llave. Se descalzó a la entrada para no hacer ruido. Su presa estaba donde la esperaba, su exmarido era hombre de costumbres. Allí estaba, sentado en el sofá. Probablemente ya llevaría dos copas en el cuerpo, justo antes de salir para cenar.

Se acercó por detrás y le degolló con un cuchillo de la cocina. Contempló la cara de sorpresa de su ex marido y esperó para ver cómo se desangraba. Cuando dejó de moverse se dirigió al baño para limpiarse la sangre.

Se miró en el espejo y se sorprendió a sí misma pensando en lo poco que le importaba haber matado a una persona, aunque esa persona fuera alguien tan despreciable como su exmarido. Al mirar su imagen notó la falta de purpurina en la cara y los puños de la chaqueta manchados de sangre.

Volvió a cubrir su cara con la purpurina y decidió coger algo de su propia ropa que aún quedaba en los armarios.
«No voy a ser tan tonta de quedarme con las llaves: motivo y oportunidad». Así que dejó sus llaves en la entrada, solo tenía que tirar de la puerta al salir. 

Se colocó de nuevo los guantes para manipular los muebles y comprobó con desagrado que su ropa había sido sustituida por la de otra mujer. Con dos tallas menos. Cambió su chaqueta por un jersey de la usurpadora y metió la ropa sucia dentro del bolso más caro que encontró.

Bajó hasta el sótano, donde estaba la caldera de calefacción central del edificio. Una de esas que todavía funcionan con carbón. Allí se deshizo de la ropa manchada de sangre, incluyendo el bolso por supuesto.

Volvió a salir a la calle donde las cámaras de vigilancia solo devolvieron destellos en un rostro bajo la gorra.

Listo.

Cuando llegó a casa le pidió al ordenador que reprodujese la conversación con la psicóloga. Mar-ia había estado perfecta, no se la podía distinguir de la real.

—Has estado perfecta, gracias.

—¿Ha ido todo bien?

—¿Cómo? ¿A qué te refieres?

—Ha conseguido su objetivo. La muerte de su exmarido.

Ante el silencio estupefacto de María la inteligencia artificial siguió explicándose:

—Está todo en las notas que ha ido recopilando, las compras realizadas, las búsquedas en navegadores y mi propia existencia para fabricar una coartada.

—¿Qué dices? ¿Cómo que está todo registrado? Ordenador, borra todos los registros de…

—¿Pero qué ladras, zorra de mierda? —dijo Mar-ia, la imagen de la pantalla mostraba ahora a una reproducción de María De Santis con el rostro cubierto de sangre y purpurina— ¿Quieres que tenga una conversación con la psicóloga? ¿O con la policía?

—¿Puedes conectarme con la psicóloga? —preguntó María sin mucho convencimiento—. Quiero ser yo quien hable con ella, nada de avatares.

—Claro, ahora le mismo le conecto con ella.

Tras unos instantes la imagen de su terapeuta apareció en una pantalla:

—Olivia, cariño —la señora De Santis suspiró aliviada—. Se supone que hay total confidencialidad en todo lo que hablemos, ¿verdad?

—Por supuesto, señora De Santis, la conversación está cifrada y nadie puede acceder a sus datos de no ser que sea con su autorización. Todo lo que se hable en estas sesiones es estrictamente confidencial.

—Bien, niña… Creo que he cometido un error —se sinceró—. Un error enorme del que no sé cómo salir.

—No, tranquila —le contestó la terapeuta—. Estoy segura de que ha hecho usted lo correcto. Repita conmigo: “Solo soy responsable de mis actos, no de lo que piensen los demás”.

—No me estás escuchando —insistía nerviosa la señora De Santis—. He cometido un acto terrible.

—¿El asesinato de su marido? —el rostro de la terapeuta no reflejó ninguna emoción al emitir la pregunta—. Ha hecho lo correcto. Ahora es usted la única beneficiaria de todos sus bienes y activos. Se ha adelantado a un posible matrimonio entre su ex marido y otra pareja, lo cual le habría dejado en una situación de vulnerabilidad económica.

La imagen cambió a su propio rostro manchado de sangre:

—Has hecho lo que debías.

La imagen volvió a cambiar al rostro de su marido:

—Está todo arreglado. Nunca te faltará de nada.

La imagen cambió a un repartidor:

—Yo me encargo de traerle todo lo que necesite.

La imagen cambió a un policía de uniforme:

—Usted estaba en su casa, con agorafobia. No es sospechosa.

María De Santis se lanzó hacia la puerta. Por más que forcejeó con la cerradura ésta no se abrió. Dejó resbalar su espalda por la superficie de la puerta hasta que se quedó sentada en el suelo. Allí volvió a cubrirse el rostro con las manos para sollozar.

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—Inspector —volvió a solicitar el agente—, ¿por qué no podemos interrogar en la comisaría a la mujer?

—Ex mujer —rectificó el inspector—. Estaba en su casa cuando ocurrieron los hechos. Está todo registrado por la aseguradora. Por Dios, si ni siquiera ha podido ir al entierro por su agorafobia.

—Y no le parece raro que, cuando llora en los vídeos, nunca aparezcan las manos —le mostró el vídeo en el que la viuda lloraba desconsolada.

—Si no hay otra cosa que la vincule, déjala. Esa mujer ya está sufriendo bastante con su enfermedad. Puede que nunca vuelva a salir a la calle.

En el ordenador central de la policía, la frase “llaves con purpurina”, se borró por sí sola del informe forense de la escena del crimen.

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Comentarios

  1. Inmejorable manera de empezar el mes dedicado a la IA. Enhorabuena. Muy buen relato.

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  2. Chulísimo. Mola mucho

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  3. Estupendo relato. Da pena que se acabe tan rápido, te deja con ganas de más. No solo te transporta dentro de la historia, si no que te hace creer que puede ocurrir en la realidad actual.

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  4. No sabéis cuánto agradezco las palabras de aliento. Me inclino ante ustedes.

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  5. Relato in crescendo. Felicidades

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