Aliya - Alberto Jiménez (Especial Halloween 2024)
Soy Aliya y estoy acostumbrada a que me usen para matar. Usada y olvidada en el fondo de un arcón. Una vez que te acostumbras a la sangre, a los estertores, al sufrimiento humano, a los gritos pidiendo clemencia, una vez que te acostumbras, no puedes parar.
Estoy fabricada con la madera del último olivo de un monte maldito. Mis ojos son de vidrio fletado sobre la superficie de un metal antiguo y perdido, mis articulaciones se unen con el hierro fundido de un caldero. Mi cabello es natural, de la misma mujer que removía el caldero.
Soy un objeto de colección a ojos de cualquiera. Un objeto único, un objeto de deseo. Se me podría considerar una pieza preciosa. No es vanidad sin criterio, soy producto de un trabajo artesanal. Fui fabricada con materiales nobles y escogidos. Mis manos y mi rostro estaban tan pulidos que se diría que eran de porcelana. Todas mis piezas tienen un lacado con decenas de capas que alternan frustración, ira y soledad, junto a pintura, perfume y fijadores. El resultado final es un delicado olor a rosas que impregna de manera eterna mi cuerpo, y una superficie lisa y suave, sin imperfecciones.
Y es que el hechizo me hizo inmune al paso del tiempo. Las manos de los que hicieron cada parte de esta herramienta del mal dedicaron años para obtener un resultado con las más exquisitas especificaciones. Cualquiera de esas manos yacen ahora bajo tierra, donde moran los escarabajos. Los ojos que han llegado a contemplar mi pulido rostro ahora son colonia de hormigas. Sin embargo, yo permanezco sin mácula gracias al hechicero.
Sería una muñeca normal si no fuera por Kabuzán. El hechicero, descendiente del Sürgün, fue alimentado con leche de ira. Nacido en el camino de la expulsión del pueblo tártaro, criado en un campo yermo al que ninguno de sus progenitores sobrevivió, educado en el barro y el frío, creció gracias a la desesperación, el miedo y la traición. Él es quien me había transformado en su instrumento de horror.
Odio, envidia y rencor, unidos a polvorientos libros oscuros, se decantaron en mí, en un objeto de madera con la apariencia de una inocente muñeca, un juguete destinado a dar compañía, a alimentar las fantasías de un mundo mejor en las ociosas tardes de una joven heredera.
El hechicero incrementaba su poder gracias a mí, la herramienta con la que su mano sembraba desgracia. Lo único que tenía que hacer es dejar a la linda muñeca en la casa de su rival. Entonces, el desgraciado se acercaría con curiosidad a una caja desconocida. Cerca de ella ya olería a un vago aroma de rosas mezclado con algo podrido. No podría resistirse a abrir. Al hacerlo encontraría un juguete del que no podría apartar la vista, que le seduciría con la mirada de sus ojos de vidrio. Se preguntaría por qué parece viva, por qué gira la cabeza siguiéndole con la mirada. Hasta ese momento, pensaría que todo es sugestión, que su vívida imaginación le está jugando una mala pasada, que la falta de sueño crea falsas percepciones. No podría evitar dar un brinco cuando la muñeca se incorpore en su caja. Su cuerpo no podría retener la orina cuando comenzasen las alucinaciones, después vendrían los ruegos y las lágrimas. Algunos, quizá presos de sus pesadillas, se lanzarían por una ventana, otros se arrancarían los ojos y luego está el pequeño grupo de los que se llegarían incluso a acuchillar a sí mismos. Este grupo siempre me ha llamado mucho la atención.
Suele ser gente que tiene algo que el hechicero quiere. A veces, son objetos místicos que poseen una importante carga de magia oscura, viejos grimorios donde recoger negros conocimientos. Otras son simplemente propiedades inmobiliarias o el básico dinero. He observado que, en algunos casos, también es por pura maldad.
Kabuzán, con todas sus riquezas y poder, terminó por querer compartirlas con alguien. En su soberbia comenzó a estudiar los grimorios obtenidos a lo largo de los años. Perdió el tiempo entre libros, papiros y legajos, papeles que se descomponían al tacto.
Estaba perdiendo el tiempo. Como comencé diciendo, estoy acostumbrada a la muerte y este periodo de estudio y trabajo de bibliotecario me aburría sobremanera. Kabuzán me tenía encerrada en una caja sin ver más sangre, sin oír gritos ni lamentos. Los días se me hacían eternos mientras Kabuzán seguía investigando sobre cómo traer a la vida a su compañera perfecta.
Una noche, en horas más cercanas al amanecer que al crepúsculo, el hechicero entró en su cuarto y la vio allí: a la mujer perfecta. Tumbada sobre su cama se encontraba la figura que habían diseñado sus sueños. De no ser por un casi imperceptible movimiento de su pecho, se diría que era una hierática figura de cera, pues la rigidez de sus miembros y la palidez extrema de su piel no podía comunicar otra cosa que la cercanía de la muerte. Ya más cerca de ella se encontró con sensaciones enfrentadas, la de un aroma familiar y la repugnancia de tocar algo muerto. Eran belleza y enfermedad al mismo tiempo. El hechicero sintió como si se sentara al lado de un ser querido, para aliviar los síntomas del cólera que padecía. A su lado, comprobó con el tacto que no estaba ante una visión: era el deseo hecho realidad. Un sueño que, de tantas veces vivido, se había hecho carne. No supo cómo lo había conseguido, y sin embargo, estaba allí, con todos los detalles soñados. Los pies blancos, la carne tersa y pálida, la figura casi virginal de una juventud en plena explosión de vida, y su hermoso rostro que lo miraba, con ojos que parecían estar hechos de una única pieza de cristal.
Eran los ojos de una muñeca que estaba cansada de aquel abandono. Aburrida, olvidada y a la que Kabuzán quería reemplazar. Esa misma muñeca que había estudiado el arte de traer a la vida objetos inanimados mientras el hechicero dormía. La misma que triunfó donde su creador había fracasado.
Kabuzán no pudo evitar la mirada de mis ojos de vidrio, siguiéndolo cuando se levantó confundido. Lo sentí impresionado por el miedo cuando mi figura se incorporó ante él, rígida como una bisagra. Me bebí su terror cuando llené de imágenes su mente. Me deleité en el pavor de sentirse rodeado por todas sus víctimas. Y exploté de dicha al sentir la desesperación de verse enterrado entre los brazos y cuerpos de sus víctimas, cuando comenzó a acuchillarlos, pero lo único que estaba haciendo era degollarse a sí mismo.
N.º de registro: NA6krpVj-2024-10-01T11:51:56.697
Estas historias son las que más me gustan. Muy buena.
ResponderEliminarCoincido con Luis, Beto vuelve a sorprendernos con una buena historia.
ResponderEliminarNo tengo mas que palmeros que me halagan. Así no se puede😁
ResponderEliminarCuando la creación se hace más poderosa que el creador. Buen relato. De pequeña estaba convencida de que si miraba fijamente a una muñeca que tenía, ésta terminaría moviendo los ojos. Nunca aguanté tanto tiempo como para comprobarlo. La verdad, me aterran las historias de muñecos. Pero a la vez me encantan.
ResponderEliminarSon todo un clásico que había que tocar
EliminarJoder con la muñequita. Qué mal rollo.
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Esa era la idea, que diera algo de mal rollete.
EliminarLas paredes de mi habitación, cuando era pequeña, estaban llenas de muñecas, algo que quizás mi madre hacía, ya que yo era bastante mala y todas las muñecas que cogía las rompía, es verdad qué por la noche estaba aterrada porque sentía como sus ojos vigilaban cada uno de mis movimientos, menos mal, que solo eran simples muñecas, y no estaban malditas como está. Gran relato
ResponderEliminarHabía que tenerte vigilada. ¿Quién dice que no estaban malditas?
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