El destino de Jack - Julia Tamura (Especial Halloween 2024)
Colaboradora literaria
El amanecer nos sorprende desnudos, abrazados, en una habitación que no es la mía. Me deslizo de la cama despacio para no despertar al que duerme a mi lado. No consigo recordar su nombre ni tampoco me importa mucho. Por un segundo me paro a mirarlo. Un buen cuerpo envuelto en sábanas de seda. No sé por qué, ahora que lo miro bien, me parece tan decadente. ¿Qué habré podido ver en este tipo que observándolo me causa tal aversión? La oscuridad del local donde anoche nos conocimos había jugado en su favor. Su propio apartamento era ya de por sí bastante tenebroso.
Fui al baño y me sorprendió ver que él también usaba lentillas. Pues llevaba gafas cuando lo conocí. Me puse las mías y me sentí algo incómodo sin haberlas podido enjuagar. Pero llevaba prisa, esa mañana tenía una reunión importante. Salí sin despedirme.
No sé si fue la coca de la noche anterior o tal vez el no dormir, el caso es que pase una mañana con un gran desasosiego. La pobre Martha tuvo que aguantar mi dolor de cabeza.
Al finalizar el día, me entraron unas ganas terribles de darle una paliza. ¿Desde cuándo tenía estos pensamientos intrusivos? Martha siempre me había caído bien. Nunca me había pasado algo así. La imagen de ella muerta vino a mí. Yo le cortaba el cuello de lado a lado y luego satisfacía mis más terribles deseos de apuñalarla una y otra vez. Luego, la destripaba mientras sus ojos inertes permanecían fijos en los míos, como si me juzgara. ¡Maldita puta! Cerré los ojos y me eché a temblar. No me reconocía.
Me fui pronto a dormir. Por la mañana me sorprendió ver mis manos manchadas de un color parduzco. También tenía manchas por todo el pijama. Lo eché a lavar y me di una ducha, me sentí mejor, optimista. Cuando llegué a mi despacho, de nuevo habían vuelto los dolores de cabeza. Esta vez grité a Martha que era una inútil. La pobre salió llorando y se refugió en el office, a donde le siguieron el resto de secretarias.
Al medio día salí y compré un sándwich y lo tomé sentado en un parque. Al volver me dijeron que un tipo había estado preguntando por mí. ¿Quién podría ser?
Durante dos semanas mi carácter se había ido agriando con las mujeres, las insultaba por la calle y después venían a mí imágenes horrendas de cuellos cortados y mutilaciones genitales. Nunca me he considerado un machista, no entiendo mi actitud. Son todas unas estúpidas, unas criaturas insoportables, unas putas. Me daban ganas de exterminarlas a todas. Se merecían su castigo. Exponerlas de la peor manera posible para que la sociedad pudiera ver sus entresijos. Tal como pensé esto corrí como loco, huyendo de mis propios pensamientos, de esos que se estaban apoderando del hombre afable que yo soy. Me encontré en las puertas de la iglesia de Saint Mary's, entré y me senté en el último banco. Rezaba pidiéndole a Dios que me ayudará, no quería volver a tener esos pensamientos, esa sensación de maldad que crecía en mi interior.
Hoy de nuevo amanecí con la ropa manchada. Esta vez estoy seguro de que era sangre. ¿Cómo ha llegado hasta mi ropa y mis manos?
Me inspecciono en la ducha y no tengo heridas en mi cuerpo. El felpudo de entrada está también lleno de sangre. Lo entro aterrorizado y miro las suelas de mis zapatos, cómo no, están también manchadas de sangre.
Abro la nevera y no puedo creer lo que veo. En mitad de la balda un revoltijo sanguinolento había goteado hasta el resto de las baldas. Lo cojo con mucha aprensión. Está blando y al cogerlo supura más sangre. Lo suelto en la pila y lo desenvuelvo. Es un corazón humano. Grito tan alto que casi me quedé afónico. Lo tapo con un paño y lo tiro a la basura. ¡No es posible! Esto es una broma. Yo no soy capaz de algo así. ¿Quién está habitando en mi interior?
Me siento confuso, asustado, ¿Por qué tengo sangre encima? No tengo heridas.
Paso un rato dándole vueltas al asunto, Googleo a ver si existe alguna explicación para lo que me ha pasado, nada. Terminó mi café y veo pasar su cara, la del chico de aquella noche. Me tapo con el periódico para que no me vea.
Llego tarde, pero la oficina está revuelta. Me dicen que anoche un desaprensivo asesinó a Martha cerca de su casa. Todos están compungidos, alguna secretaria me mira directo a los ojos, con desconfianza. Me observo las manos de forma instintiva. Tal vez esperando verlas manchadas de rojo. Pequeños flashes vienen a mi memoria. De alguna forma sé que la he matado yo. Corro al lavabo y vomito. Es una pesadilla ¿Cómo puedo haber matado a alguien? Yo soy incapaz de hacerle daño a nadie. En la oficina me tienen por un pusilánime. ¡No puede ser verdad! Y, sin embargo… No lo dudo. Algo dentro de mí, se ríe cuando yo lo niego. Como si supiera algo que yo no sé, como si controlara mi vida mientras duermo.
Todos comprenden que me pida el día libre. Recojo mis cosas, pero antes me acerco a mi mesa a por una carpeta, en el centro de la mesa una nota con la reconocible letra de Martha.
Ayer cuando te marchaste volvió el tipo que pregunta por ti. Me ha dejado su teléfono.
Fui al baño y me sorprendió ver que él también usaba lentillas. Pues llevaba gafas cuando lo conocí. Me puse las mías y me sentí algo incómodo sin haberlas podido enjuagar. Pero llevaba prisa, esa mañana tenía una reunión importante. Salí sin despedirme.
No sé si fue la coca de la noche anterior o tal vez el no dormir, el caso es que pase una mañana con un gran desasosiego. La pobre Martha tuvo que aguantar mi dolor de cabeza.
Al finalizar el día, me entraron unas ganas terribles de darle una paliza. ¿Desde cuándo tenía estos pensamientos intrusivos? Martha siempre me había caído bien. Nunca me había pasado algo así. La imagen de ella muerta vino a mí. Yo le cortaba el cuello de lado a lado y luego satisfacía mis más terribles deseos de apuñalarla una y otra vez. Luego, la destripaba mientras sus ojos inertes permanecían fijos en los míos, como si me juzgara. ¡Maldita puta! Cerré los ojos y me eché a temblar. No me reconocía.
Me fui pronto a dormir. Por la mañana me sorprendió ver mis manos manchadas de un color parduzco. También tenía manchas por todo el pijama. Lo eché a lavar y me di una ducha, me sentí mejor, optimista. Cuando llegué a mi despacho, de nuevo habían vuelto los dolores de cabeza. Esta vez grité a Martha que era una inútil. La pobre salió llorando y se refugió en el office, a donde le siguieron el resto de secretarias.
Al medio día salí y compré un sándwich y lo tomé sentado en un parque. Al volver me dijeron que un tipo había estado preguntando por mí. ¿Quién podría ser?
Durante dos semanas mi carácter se había ido agriando con las mujeres, las insultaba por la calle y después venían a mí imágenes horrendas de cuellos cortados y mutilaciones genitales. Nunca me he considerado un machista, no entiendo mi actitud. Son todas unas estúpidas, unas criaturas insoportables, unas putas. Me daban ganas de exterminarlas a todas. Se merecían su castigo. Exponerlas de la peor manera posible para que la sociedad pudiera ver sus entresijos. Tal como pensé esto corrí como loco, huyendo de mis propios pensamientos, de esos que se estaban apoderando del hombre afable que yo soy. Me encontré en las puertas de la iglesia de Saint Mary's, entré y me senté en el último banco. Rezaba pidiéndole a Dios que me ayudará, no quería volver a tener esos pensamientos, esa sensación de maldad que crecía en mi interior.
Hoy de nuevo amanecí con la ropa manchada. Esta vez estoy seguro de que era sangre. ¿Cómo ha llegado hasta mi ropa y mis manos?
Me inspecciono en la ducha y no tengo heridas en mi cuerpo. El felpudo de entrada está también lleno de sangre. Lo entro aterrorizado y miro las suelas de mis zapatos, cómo no, están también manchadas de sangre.
Abro la nevera y no puedo creer lo que veo. En mitad de la balda un revoltijo sanguinolento había goteado hasta el resto de las baldas. Lo cojo con mucha aprensión. Está blando y al cogerlo supura más sangre. Lo suelto en la pila y lo desenvuelvo. Es un corazón humano. Grito tan alto que casi me quedé afónico. Lo tapo con un paño y lo tiro a la basura. ¡No es posible! Esto es una broma. Yo no soy capaz de algo así. ¿Quién está habitando en mi interior?
Me siento confuso, asustado, ¿Por qué tengo sangre encima? No tengo heridas.
Paso un rato dándole vueltas al asunto, Googleo a ver si existe alguna explicación para lo que me ha pasado, nada. Terminó mi café y veo pasar su cara, la del chico de aquella noche. Me tapo con el periódico para que no me vea.
Llego tarde, pero la oficina está revuelta. Me dicen que anoche un desaprensivo asesinó a Martha cerca de su casa. Todos están compungidos, alguna secretaria me mira directo a los ojos, con desconfianza. Me observo las manos de forma instintiva. Tal vez esperando verlas manchadas de rojo. Pequeños flashes vienen a mi memoria. De alguna forma sé que la he matado yo. Corro al lavabo y vomito. Es una pesadilla ¿Cómo puedo haber matado a alguien? Yo soy incapaz de hacerle daño a nadie. En la oficina me tienen por un pusilánime. ¡No puede ser verdad! Y, sin embargo… No lo dudo. Algo dentro de mí, se ríe cuando yo lo niego. Como si supiera algo que yo no sé, como si controlara mi vida mientras duermo.
Todos comprenden que me pida el día libre. Recojo mis cosas, pero antes me acerco a mi mesa a por una carpeta, en el centro de la mesa una nota con la reconocible letra de Martha.
Ayer cuando te marchaste volvió el tipo que pregunta por ti. Me ha dejado su teléfono.
557 643 096 Jack
Tomé la nota con rabia. No quería ver su letra allí sobre mi mesa.
Deambulo por la ciudad como perdido. Siempre que algo me preocupa término en el East-end. No me apetece volver a casa. No quiero acostarme y levantarme de nuevo manchado de sangre. Algo se mueve a mi alrededor.
Por un momento pienso si es todo una broma de mal gusto. Escondo las manos en los bolsillos. No quiero ni verlas.
Me siento en un banco del parque y observo a mi alrededor. Los ojos me duelen mucho. Tal vez no debería haberme puesto las lentillas, hace un tiempo que me molestan. Unos niños juegan al balón, unas niñas se balancean en los columpios. Me enseñan las bragas. Y me sonríen. Son unas… Me muerdo el labio. No quiero pronunciar esas palabras, pero últimamente me salen sin pensar, muy de dentro de mí. ¿Tendré el síndrome de Tourette? ¿Es capaz, en la fase más aguda de pasar del insulto al asesinato? Dicen que existe eso de la doble personalidad. Creo que lo mejor será consultar con un psicólogo.
A las tres me recibe después de mucho insistir. Me hace pasar y me ruega que me tumbe en el diván. Pero yo me niego, temo dormir.
Comienza preguntándome qué me ha llevado hasta su consulta. Yo le voy preguntando cosas, él asiente y anota en su libreta. De vez en cuando se endereza la pajarita.
Rehuso algunas de sus preguntas, por si hablo demasiado. Me propone hipnosis. No quiero, sé lo que voy a contar. Pero quiero saber qué me está pasando. Me hallo dividido. Tengo miedo de mí mismo.
Una voz me pide que vuelva hasta mi primer recuerdo.
Es un recuerdo demasiado confuso. No sé muy bien cómo describirlo. Es una sensación más bien. Huelo una colonia barata y carmín rojo. La voz sigue preguntando cosas. Yo obedezco, aunque una parte de mí no desea hacerlo. Recuerdo un callejón, unas risas, olores de alcohol. El sonido de las calesas cuando pasan por calles empedradas. El olor a tierra mojada. Una voz que susurra Mary. Esas risas se me clavan en mi cabeza. Brillos metálicos en su mano. Risas que se acercan. No puedo, no quiero oírlas de nuevo. El silencio. Gritos a mi alrededor. Sangre. Mucha sangre… me estoy desangrando. Una calesa se aleja… Despierto sudando. Las risas agudas salían de mi garganta. ¿Era yo una mujer? ¿Era yo la tal Mary?
El psiquiatra me pide que vuelva a la siguiente sesión, se le ve muy emocionado. Pocas veces había asistido en su diván a una auténtica regresión. Él mismo me confirma que antes, yo era una mujer llamada Mary.
Vuelvo al despacho, la policía me busca, me escabullo por la parte de atrás y me dirijo a mi casa. Allí también están.
No sé dónde ir. No sé qué hacer, mi cuerpo aterido busca un refugio y busca saber la verdad. Me escondo en un soportal y pienso, ¿desde cuándo me está pasando esto? Fue hace tres semanas, a la mañana siguiente de estar con aquel chico. ¿Y si él tuviera algo que ver? En ese momento tuve la revelación de que era él quien me buscaba. Metí la mano en el bolsillo y allí estaba el papel. Me terminé la punta y llamé al número.
Una voz me citó para media hora después. No esperaba volver a verlo, pero las circunstancias mandan. Me fijé en él más detenidamente. Era un poco tarde y no quedaba mucha luz. Me saludó de forma cortés y me invitó a una cerveza. Bajo las luces del local lo vi más envejecido. Su perfil como de hombre acomodado pero venido a menos. Su mirada irradiaba deseo.
Apuré mi cerveza y sin más dilación le pregunté qué era lo que quería de mí.
Él titubeó, se recompuso la melena y sonrió de forma pícara.
—Quería verte, la otra noche lo pasamos bien.
—No te ofendas, pero eso no volverá a pasar. Solo fue una noche y nada más. Ni siquiera recuerdo tu nombre —Le dije para qué me olvidará. Algo dentro de mí me repugnaba su visión y, sin embargo, con esta absurda dualidad que ahora me acompaña, me llevó a no marcharme. Me quedé allí contemplando como apuraba su pinta.
Entonces me dijo:
—Me llamó Aaron, pero todos me dicen Jack. Ya que no nos vamos a ver más, hay algo que tenemos que resolver. —Me aseguró que aquella mañana, antes de marcharme, yo había cometido un error. Me había puesto sus lentillas. Comprendí por fin por qué me escocían los ojos y me dolía la cabeza. Nos fuimos al baño para intercambiarlas. Él intentó acariciar mi espalda. En ese momento. Algo actuó como un revulsivo en mi cabeza. Ojalá hubiese podido estar allí el psiquiatra, se hubiera emocionado.
Solo con el roce de su piel, todo vino a mí. El olor a alcohol, mi colonia barata. El susurro de mi nombre. Su voz, y tal como esa vez, el brillo de su escalpelo en sus manos. Me giré a tiempo de parar su ataque. Le quité el escalpelo y se lo clavé en un hombro. Entonces contestó a todas mis preguntas.
—¿Eres tú el responsable de lo que le pasó a Martha?
—Maté a las dos. Bueno a la última la mataste tú, pero eran mis lentillas las que te obligaron. Lo has notado, ¿Verdad?
—¿Qué dos Marthas? Y entonces recordé los periódicos.
—Devuélveme mis lentillas. No quiero morir sin ellas. Se las di y él se las puso. Cuando se las acomodó y me miró dio un respingo y se puso a gemir.
— ¿Qué, me reconoces ahora? Soy Mary Anne Nicols. Tú me mataste el 31 de agosto de 1888.
Un buen relato, con un giro que sorprende. Buena aportación al mes de Halloween. Gracias Julia.
ResponderEliminarGracias a ti por leerme
EliminarGracias a ti por leerme
EliminarMe ha encantado. Muy bien. Gracias.
ResponderEliminarGracias a tí por leerme.
EliminarExcelente relato, gracias, me tuvo en suspenso hasta el final.
ResponderEliminarGracias a tí por leerme.
EliminarMuy bueno. Me encantan los finales inesperados. Y también cómo lo has narrado en presente. Le da mucha velocidad. Me gusta 😊
ResponderEliminarGracias por leerme. En este relato quería darle ese ritmo. Soy adicta a los finales inesperados . 😄
EliminarUn final inesperado . Muy bueno, como todo lo que escribes.
ResponderEliminarGracias preciosa.😘
Eliminar