El Mar - Athman M Charles (Especial Halloween 2024)
La calma. Esa sensación de paz que tantos anhelan, esa quietud que todos ansían, convertida en la más terrible de las torturas. La calma, un monstruo engañoso, sinónimo de desesperación y abandono, que con su falsa apariencia inerte clava sus dedos en mi cerebro y me hace enloquecer. Acunado por las olas, mecido por ellas, insisten en que me duerma y así sumirme en un sueño eterno allí, en las profundidades. En medio de la nada, arrullado por este silencio casi absoluto, roto únicamente por el rumor del oleaje, soy testigo de la inmensidad que me rodea, de un amago de eternidad.
No existe horizonte. Esa línea difusa deja de tener sentido en este lugar. Cielo y mar son solo uno, algo inmenso e inabarcable y yo una mota de polvo en este universo singular.
El sol abrasa mi piel y la cubre de llagas. La lengua hinchada y los labios agrietados no son nada comparados con la sed y los retortijones por beber agua salada. El dolor es insoportable y mi conciencia va y viene, como las mareas. No sé cuánto llevo aquí, aferrado a estos restos del naufragio de los que ya formo parte, pues soy uno con ellos.
Rezo a Alá para que se apiade de mí, que en su infinita misericordia, me lleve a tierra firme, pero si es su deseo que este sea mi fin, que este llegue de forma rápida y me libere de tanto sufrimiento. Sería tan fácil terminar con él, dejar de padecer. Solo abrir mis manos y que mis dedos suelten mi asidero para dejarme ir y que el océano logre su propósito.
Recuerdos y pesadillas se entremezclan en este duermevela en el que me hallo sumido. Veo a mis hermanos, Yusuf y Rachid, sonriendo nerviosos, disimulando nuestro miedo. Nos dejamos la piel para poder embarcar en el cayuco. No están solos. Junto a ellos, veo a otros, también mujeres y niños. Venían con nosotros, pero ya no están. A ratos, les oigo susurrar, me hablan. Pero no están. Se hundieron y solo quedo yo. Y aun así, los oigo. Me reclaman junto a ellos, me dicen que no les abandone, que en las profundidades hace frío, está oscuro y tienen miedo. Que no están solos allí abajo, que algo está con ellos. Algo oscuro y terrible. Me hablan y me reprochan que los haya dejado atrás, que no me una a ellos en su séquito de ahogados.
Otras veces creo verlos, sumergidos a pocos metros debajo de mí. Hinchados, con los ojos vidriosos o comidos por los peces, con la piel pálida y viscosa, sin decirme nada, solo allí, flotando entre corrientes, a mi alrededor, juzgándome, acusadores.
No me quedan fuerzas. El mar ha ganado. Estoy tan cansado. Ahora los veo, han venido todos. Mis hermanos me sonríen con sus rostros podridos, cubiertos de algas, lapas y heridas abiertas. Sus ojos ciegos me miran y yo, cierro los míos y me dejo ir. El mar me engulle y algo terrible, peor que la muerte, me aguarda en el fondo.
No existe horizonte. Esa línea difusa deja de tener sentido en este lugar. Cielo y mar son solo uno, algo inmenso e inabarcable y yo una mota de polvo en este universo singular.
El sol abrasa mi piel y la cubre de llagas. La lengua hinchada y los labios agrietados no son nada comparados con la sed y los retortijones por beber agua salada. El dolor es insoportable y mi conciencia va y viene, como las mareas. No sé cuánto llevo aquí, aferrado a estos restos del naufragio de los que ya formo parte, pues soy uno con ellos.
Rezo a Alá para que se apiade de mí, que en su infinita misericordia, me lleve a tierra firme, pero si es su deseo que este sea mi fin, que este llegue de forma rápida y me libere de tanto sufrimiento. Sería tan fácil terminar con él, dejar de padecer. Solo abrir mis manos y que mis dedos suelten mi asidero para dejarme ir y que el océano logre su propósito.
Recuerdos y pesadillas se entremezclan en este duermevela en el que me hallo sumido. Veo a mis hermanos, Yusuf y Rachid, sonriendo nerviosos, disimulando nuestro miedo. Nos dejamos la piel para poder embarcar en el cayuco. No están solos. Junto a ellos, veo a otros, también mujeres y niños. Venían con nosotros, pero ya no están. A ratos, les oigo susurrar, me hablan. Pero no están. Se hundieron y solo quedo yo. Y aun así, los oigo. Me reclaman junto a ellos, me dicen que no les abandone, que en las profundidades hace frío, está oscuro y tienen miedo. Que no están solos allí abajo, que algo está con ellos. Algo oscuro y terrible. Me hablan y me reprochan que los haya dejado atrás, que no me una a ellos en su séquito de ahogados.
Otras veces creo verlos, sumergidos a pocos metros debajo de mí. Hinchados, con los ojos vidriosos o comidos por los peces, con la piel pálida y viscosa, sin decirme nada, solo allí, flotando entre corrientes, a mi alrededor, juzgándome, acusadores.
No me quedan fuerzas. El mar ha ganado. Estoy tan cansado. Ahora los veo, han venido todos. Mis hermanos me sonríen con sus rostros podridos, cubiertos de algas, lapas y heridas abiertas. Sus ojos ciegos me miran y yo, cierro los míos y me dejo ir. El mar me engulle y algo terrible, peor que la muerte, me aguarda en el fondo.
Gracias por el relato. La inmensidad del mar y la pérdida de familiares es ciertamente un tema aterrador. Gracias de nuevo.
ResponderEliminarMe ha gustado el relato.Enhorabuena.
ResponderEliminarUna mezcla inusual pero que me ha resultado más terrible si cabe, por la realidad que refleja. Además quiero darte la enhorabuena por la forma de escribir, por el ritmo del relato, lento como el tiempo para el ahogado. 👏👏👏
ResponderEliminarGenial.
ResponderEliminarBuff, qué fuerte. Ese relato sí que refleja el verdadero terror. Y es tan real... Es un relato crudo, pero contado de una forma tan bonita... Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestras palabras. Me alegra muchísimo que os haya gustado. Creo que funciona porque es terriblemente cercano y real. No se necesitan monstruos (aunque existan), para hacerlo aterrador. Gracias!
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