Jardín de estatuas - Luis Fernández (Especial Halloween 2024)
Imagen de Freepik
Mansión de Ava Zaborski.
Agosto, 1988.
Serpeo Petridis se repite una y otra vez que está destinado a algo más grande que inventariar el mobiliario y tasar los objetos valiosos de la mansión de la afamada actriz, ahora caída en desgracia, Ava Zaborski.
A pesar de su corta trayectoria en Tinseltown Real Estate, el joven de negro cabello ensortijado y ojos castaños profundos no puede ocultar su desagrado por tener que recorrer, solo, las interminables habitaciones y silenciosas estancias de la residencia.
Su compañero Marlon West había tenido el mal gusto de fugarse con una joven camarera a San Francisco la semana anterior, dejándolo a él con la hercúlea tarea de realizar un inventario que se antojaba imposible antes de que llegase la actriz a finales de octubre.
Las indicaciones de la actriz fueron claras: antes de su llegada, el contenido de la mansión debía estar totalmente inventariado, puesto a la venta por lotes al mejor postor y una vez vaciada y lista para ser vendida.
A la propuesta de la inmobiliaria de vender el contenido y la mansión en un solo paquete, la tajante respuesta negativa de Zaborski zanjó de forma vehemente la cuestión: o se hacía a su manera o no se hacía en absoluto.
Debía cumplir con su ingrata tarea en el tiempo estipulado costase lo que costase. Era, sin duda, una oportunidad inmejorable de presentar sus credenciales de persona competente y dispuesta a aceptar tareas a priori imposibles.
Con gesto contrariado pero diligente, Petridis abre un ventanal tras otro, permitiendo que el sol invada, de forma huraña, la oscura mansión y ventile las salas: retira polvorientas sábanas agujereadas de sofás, sillas, mesas y estanterías; abre todos y cada uno de la multitud de armarios de las recargadas estancias y toma minuciosas notas del contenido. Descuelga con cuidado dos docenas de cuadros de batallas mitológicas y los aparta para tasarlos más adelante con más tiempo y devoción. Siempre le han gustado las representaciones clásicas.
Por el estilo reinante en la decoración de la mansión, Zaborski debía de ser una apasionada de la cultura griega. Tridentes, escudos arcos y flechas adornan la mayoría de las paredes de la planta inferior, siendo la decoración de los pisos superiores más espartana, mucho más íntima y quedando reducida a un ostentoso armario cuyo contenido es ciertamente curioso: decenas de cajas de metal y de madera que alberga algo parecido a canicas sumergidas en una sustancia lechosa velada por un putrefacto pañuelo de seda. A excepción de las cajas, el resto de la residencia respira una opulencia casi pecaminosa.
A Serpeo le llama poderosamente la atención la casi total ausencia de espejos u objetos reflectantes. Incluso los escudos que cuelgan de las paredes de la planta inferior no están bruñidos. Una muestra irrefutable de que la vanidad no era uno de los defectos de la actriz. Ella sabía muy bien lo seductora que resultaba. No necesitaba la torpe confirmación de objetos relucientes para ello.
El dormitorio de Zaborski es con diferencia el habitáculo que más interés despierta en Petridis. Estancia que, a pesar de la ausencia de la actriz, conserva su arrebatador perfume. Una fragancia muy familiar y a la vez única. Sin duda alguna, así deben oler las criaturas que no pertenecen al mundo mortal.
Ava Zaborski es, sin duda alguna, coqueta. No solo su aseo personal del dormitorio es una generosa exposición de cremas antiage, y lentillas de diferentes colores si no que, además, su ropero tiene infinidad de prendas que le recuerdan a las de una vestal clásica junto a una extensa colección de gafas de sol de diferentes marcas. Todas ellas costosas y nada baratas.
No obstante, tanto lujo no había evitado a Zaborski sufrir el más cruel de los destinos. Toda la suerte que parecía haber perseguido a la actriz, logrando castings de protagonista a última hora, en detrimento de otras intérpretes, o el repentino fallecimiento del productor que había paralizado la secuela de uno de sus más sonoros éxitos, todo aquello se deshizo como papel de fumar hace menos de dos años.
Veinte meses atrás, durante el rodaje de su último largometraje en la Bretaña francesa, que según la crítica especializada, le iba a garantizar el premio de la Academia de Artes y Ciencias cinematográficas, y arrebatar de forma incontestable a la sosa Brooke Shields el puesto como la nueva novia de América, un incendio atrapó a Zaborski en su camerino durante veinte interminables minutos.
A pesar de la rápida intervención del personal de seguridad y de los bomberos, la carrera de la húngara había quedado cercenada de la forma más cruel posible. Las llamas la habían dejado ciega.
Con el rostro marcado por los inmisericordes lametazos de las llamas y con el brillo de sus ojos cegado para siempre, tras una lenta y dolorosa recuperación en su Hungría natal, volvía finalmente a su mansión de Hollywood para tratar de cerrar el capítulo de su anterior vida.
Ni las revistas del corazón ni la prensa amarilla habían sido capaces de hacerse con la exclusiva de su nuevo aspecto y las pocas fotos que había la mostraban oculta tras enormes gafas oscuras que cubrían casi la totalidad del rostro. Algunos periodistas afirmaban haber hablado con los cirujanos que la trataron. Decían estos que solo gracias a ellos se habría obrado el milagro de que el rostro de Ava se siguiese asemejando al de una persona.
Nada quedaba de su belleza arrebatadora. En Hollywood nadie se apiadaba de las víctimas, de las personas feas o la de aquellas a las que la vida les ha jugado una mala pasada. A lo sumo, el mundo de las eternas luces le dedicaría una película en la que se alabara su coraje, la crítica se rompería las manos a aplaudir y después...el cruel olvido y a buscar a la siguiente víctima del desapiadado engranaje de la industria del celuloide.
Días después.
A pesar de la titánica tarea, Serpeo ha conseguido inventariar en su totalidad los objetos de la mansión Zaborski y, satisfecho, ve partir el último de los camiones cargado con el mobiliario en dirección a un almacén. Ahora solo queda entregar sus informes a su jefe y hacerle una oferta de compraventa a la actriz que, a la luz de sus urgencias, sería notablemente más baja de lo que podría ofrecer el mercado.
Satisfecho se dirige al jardín de la parte posterior de la mansión. La floresta se halla descuidada y cubierta de hiedra. Este hecho había ocultado a los ojos de Serpeo que el jardín estaba sembrado con decenas de estatuas decrépitas. Decide dar una última vuelta por el jardín antes de dar por finalizado el cometido que se le había asignado.
Dentro del jardín, la maleza se ha hecho dueña de las estatuas y parece anclar las esculturas al suelo. La mayoría de las figuras están cubiertas por negros zarcillos putrefactos que dejan sus rostros cubiertos por un velo esmeralda.
Tras observarlas detenidamente, el tasador llega a la conclusión de que las figuras representadas no siguen patrón alguno. Tan pronto representan a un guerrero heleno, como a un soldado de la Gran Guerra. Pero todas ellas desprenden una extraña sensación de familiaridad.
Petridis aparta los zarcillos a una estatua de mujer vestida con ropajes más modernos, y que se tapa el rostro que se presume desencajado de horror tras las manos agarrotadas. No le gusta lo que ve. Raya en lo obsceno.
Son efigies de personas aterrorizadas a las que les faltan las cuencas oculares. ¿Cómo es posible que Zaborski tuviese tan mal gusto?
Al girarse para volver sobre sus pasos, una mujer con gafas oscuras, y un foulard le observa desde la puerta del jardín. Ella le sonríe.
Es la señorita Zaborski. No la esperaba hasta más tarde. ¿Cuánto tiempo ha perdido deambulando en el jardín? Horas, al parecer. La luna reina soberana en el cielo. ¿Cómo ha podido llegar hasta el jardín, ciega como se la presupone y sin ayuda?
—Buenas tardes. Es muy descortés husmear en zonas que no le incumben, ¿verdad, Sr. Petridis?
—Buenas tardes, señorita Zaborski —responde apurado el joven, sin encajar aún cómo puede la actriz saber su nombre e, incluso, pueda percibir su presencia estando ciega—. Le ruego me disculpe por haber paseado por su jardín sin su consentimiento. Se acababa de marchar el último transporte y pensé en disfrutar de la naturaleza antes de irme.
—No pasa nada —contesta la actriz—. El jardín de las estatuas era uno de mis sitios predilectos de la mansión. Me relajaba sobremanera. ¿Sería tan amable de tomarme del brazo y ayudarme a pasear por él una última vez?
—Por supuesto —Petridis la toma del brazo. Está sorprendentemente cálida a pesar de que la noche se haya quedado fresca—. Permítame decirle que soy un gran fan suyo y lamento muchísimo su accidente. Pero puedo confirmarle, con la mano en el corazón, que está usted arrebatadora.
—Es usted muy amable. Los accidentes son parte de la vida y más si son componente de un plan para evitar a la prensa durante meses, pero ya llegaremos a ello —asevera Zaborski—. Le ruego que no me llame por mi nombre artístico, eso ya es parte del pasado. Llámeme, Euríale. Tengo entendido que el destino tampoco ha sido del todo benevolente con usted. ¿No murieron sus abuelos oficialmente por un obús en la II Guerra Mundial en Grecia y su madre desapareció sin dejar rastro tras una espantosa tormenta cerca de la costa hace veinte años?
—Es cierto. Pero, ¿cómo sabe usted eso? No es precisamente algo que mi familia vaya promulgando por ahí.
—Me encanta el conocimiento. Saberlo TODO. Usted me intriga ¿Tiene usted hijos? ¿Novia?
—No, no. No tengo nadie en mi vida ahora mismo. Me queda mucho antes de sentar la cabeza. Aún soy joven y estoy asentando mi carrera —responde avergonzado Serpeo esquivando, pero halagado por el intento tan burdo de seducción de la actriz—. ¿Y usted? Tendrá amantes a patadas, si me disculpa el atrevimiento.
—No me interesan otros hombres, ¿sabe? Soy una gran admiradora de su familia desde hace muchísimo tiempo. Estuve muy enamorada de un ancestro suyo que no fue muy galante con una familiar mía, con mi hermana favorita. Estuve llorando junto a su cadáver decapitado días enteros. Conservé sus ojos en una caja para jamás olvidarla.
—Qué horror. Lo lamento mucho, ¿de quién o de qué estamos hablando exactamente, señorita Zaborski? —responde visiblemente incómodo el joven por el cauce que está tomando la conversación e intenta poner distancia entre ellos renunciado a llamarla por su nombre de pila.
—También llegaremos a eso más adelante —subraya Euríale apretando su cuerpo a Serpeo. Su brazo firme le está empezando a hacer daño—. Usted también es un joven con secretos. Empezando por su nombre, Serpeo. Su madre fue muy inteligente al querer esconder su identidad y su linaje, pero poco imaginativa. Fue una romántica hasta el momento final de su existencia. ¿Serpeo? Un torpe anagrama de otro nombre con mucha más enjundia: Perseo.
La certeza de la verdad tras esa afirmación le hiela al tasador la sangre. Su madre le hizo prometer que jamás lo confesaría a nadie. Ahora lo recuerda. Recuerda una cueva, la humedad y... las serpientes. Recuerda cómo las hermanas buscaron a su ancestro para vengarse y cómo éste se escapó volviéndose invisible gracias al casco de Hades. Ahora lo recuerda TODO.
—Como se habrá dado cuenta, las estatuas de mi jardín le resultan familiares, aunque les falten los globos oculares. Reconozco que un rostro aterrorizado sin ojos no queda del todo elegante, pero supongo que a nadie le gusta morir convertido en piedra por la mirada de la gorgona Medusa. Y yo necesitaba sus ojos. ¿Ya sabe quiénes son? ¿Suena la campana? Sí, ¿verdad? Son todos ancestros suyos. Inmortalizados en piedra como le gustaba a mi hermana convertir a los que la desafiaban. Le contaré un pequeño secreto... no estoy ciega en absoluto.
Perseo empieza a gimotear. Hay cientos de estatuas repartidas por el jardín.
—Llevo vengándome de los descendientes del asesino de mi hermana durante siglos, uno a uno, pero siempre se me termina escapando alguien. El tiempo no tiene importancia cuando una es inmortal. A excepción de la infeliz de mi hermana Medusa, todas nosotras somos inmortales. Si les extraes los globos oculares a una persona, antes de que transcurra un hora, tienes acceso a todos sus recuerdos. Y si una sabe buscar, una hora es suficiente tiempo.
»Qué suerte la mía haber dado con el último de su linaje. Ah, casi se me olvidaba... cuando mi hermana fue asesinada por el primero de su asquerosa estirpe, sus "especiales" poderes no se perdieron; me quedé con la habilidad única de sus ojos, pero eso ya se lo he contado antes.
»Disculpe mi cháchara, se está haciendo tarde y se va a perder el paso de las Perseidas en el firmamento. ¿Las ve? ¿No le parece una ironía preciosa? Era muy importante para mí encontrarme con usted justo esta noche —sonríe maliciosa Euríale retirando sus gafas de sol y clavando su pétrea mirada en el joven mientras da comienzo la lluvia de meteoros en el despejado cielo—. Estoy segura de que "se muere" por ver mi penetrante mirada, como les gustaba llamarla en Hollywood. No se puede ni imaginar qué placer más inmenso es poder completar por fin mi colección de estatuas con usted.
FIN.
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en piedra mostrándole la cabeza de Medusa. Jean-Marc Nattier.
Excelente retrato. Muy bueno. Deseando leer más de este autor.
ResponderEliminarEstupendo relato con el mito de Medusa de fondo. Muy bien traído. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarUn gran relato, mezcla terror y mitología. Me ha encantado. 😊
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