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La Granja de Cristal - Celia Esgar (Especial Halloween 2024)


Celia Esgar

Colaboradora Literaria

Mi nombre es Andrea y estoy muerta. Hace años que dejé de existir en tu plano. Pero hubo un tiempo en el que habité en tu planeta y tuve cuerpo, como tú.
 
No recuerdo mi infancia. Mis recuerdos comienzan en mi adolescencia. La Ciudad de Cristal donde pasé los últimos años de mi vida era lo único conocido, un entorno seguro, que nos protegía de la contaminación y lo que se escondía tras aquellos muros blindados.
 
Éramos muchos. Y cada semana llegaban nuevos integrantes a la comunidad. La historia era siempre la misma. Supervivientes del mundo exterior que habían escapado de aquellas bestias mutantes que acechaban en las sombras.
 
Yo llegué medio muerta, tuvieron que conectarme a una máquina que mantenía mis constantes vitales estables. No recordaba cómo había llegado a aquella situación, apenas tenía fuerzas para pensar.
 
Cuando recuperé la consciencia y parte de mi fuerza física, me trasladaron a una de las salas habilitadas para la inserción en sociedad. Al menos tenían la consideración de permitir un período de adaptación, aunque fuese demasiado breve.
 
Durante esa semana, íbamos en grupos de máximo cinco personas y, poco a poco, nos incluían en las actividades de la colonia para que socializáramos. Ahí conocí a Matt y al resto del grupo. Ellos me contaron que todos esperaban salir de allí algún día y viajar a Andrómeda.
 
Ese sitio parecía ser la única ciudad libre de contaminación y mutaciones en el planeta. El lugar en el que todos mis nuevos compañeros deseaban terminar sus días. Pero no podíamos ir todos, el traslado era paulatino, había que cuidar el equilibrio de aquel frágil ecosistema.
 
Los días pasaban y nada parecía cambiar en la Ciudad de Cristal. Sonaba el despertador, íbamos a las duchas, desayunábamos juntos en el Gran Comedor y a media mañana comenzaban las actividades físicas y lúdicas.
 
El Gran Comedor era una enorme sala diáfana pintada de blanco neutro con techos muy altos y enormes conductos de ventilación. Filas de mesas de metal ocupaban el centro de la habitación y era allí donde nos agrupábamos para hacer algo de vida social.
 
Matt, los chicos y yo solíamos ocupar una de las mesas cercanas a donde se situaba el bufé. Nos habíamos ganado la amistad de una de las cocineras y solía ser generosa con las raciones fuera de nuestra estricta dieta.

Todo era demasiado aséptico. Tan blanco, tan limpio, tan cuadriculado. Incluso nuestros trajes, todos iguales, ajustados, plateados y con el logotipo que era insignia de la ciudad en el centro del pecho. Era extraño, aunque en aquel momento no sabía explicar el motivo.
 
Aquel día había carne en el menú, algo sorprendente dado que la contaminación había extinguido a casi todos los animales del exterior. Siempre que había algo especial, era día de Fiesta de Despedida. Alguno de nosotros sería seleccionado para viajar a Andrómeda y vivir en libertad el resto de su vida.
 
Lady Antoinette era la encargada de presentar el evento. En aquel momento se encontraba al lado de la puerta de salida del Gran Comedor con una sonrisa torcida y la mirada perdida en la multitud. Sus ojos vidriosos nos miraban sin ver, con un velo de tristeza que entonces no entendí.
 
Cuando se posaron en mí, se iluminaron y me hizo un gesto con la mano para que me acercase. Matt y el resto sonrieron abiertamente al comprender lo que aquello significaba. Era la Elegida.
 
Me levanté con una sensación de nerviosismo en el estómago y avancé hacia ella lentamente. Sus resplandecientes ojos violetas vibraban. El halo de tristeza había desaparecido mágicamente. Cuando llegué a su lado, tomó mis manos entre las suyas eufórica.
 
—¡Querida! Tengo una gran noticia para ti. ¡Has sido seleccionada! Esta noche, después de la Fiesta de Despedida en tu honor, irás a la Suite Rosa para partir mañana a primera hora. ¡Estoy tan feliz por ti!— Una leve sombra gris cubrió sus ojos mientras pronunciaba está última frase —Va a ser una noche mágica.
 
—Gracias, Lady Antoinette.— Fue lo único que alcancé a pronunciar. Su expresión exageradamente feliz, enturbió mi calma. Algo no encajaba.
 
—Puedes ir a prepararte, mi Andrea querida. Pasarán a buscarte dos horas antes del evento para ponerte aún más guapa.— Dijo mientras me apartaba un mechón rubio de la cara con gesto maternal. —Si es que es posible superar esta perfección.
 
Sentí la frialdad de su piel en mi cara y me estremecí. Ella lo notó y retiró la mano rápidamente. Pero era tarde. No pudo ocultar la inmensa pena que inundaba su mirada mientras giraba la cabeza para marcharse corriendo de allí.
 
Volví a mi mesa con una desagradable sensación de vacío en el estómago. Miré de nuevo a mí alrededor, prestando especial atención a los camareros, cocineros y guardias de seguridad. Todos tenían la mirada perdida, como Lady Antoinette.
 
—¿Por qué no nos miran?— Pregunté.
 
Matt me miró extrañado, como si no entendiese mi pregunta. Ava y Viktor dejaron de charlar entre ellos para posar sus ojos en nosotros con atención. Matt estaba serio y de repente, sonrió.
 
—Ya te estamos mirando todos ¿eso es lo que querías, Andre?— Soltó una risotada que Ava y Viktor secundaron. Nunca me había fijado en aquel detalle. Matt hacía y ellos reaccionaban.
 
Quise poner a prueba mi descubrimiento centrándome en Ava. Ella seguía riendo a carcajadas y no reparó en que la estaba observando hasta que pronuncié su nombre.
 
—Ava ¿qué te resulta tan gracioso?
 
De repente, dejó de reír y me miró sin expresión alguna en su rostro. La indiferencia de sus ojos grises congeló la sangre en mis venas. Entonces, Matt se interpuso entre nosotros sonriendo.
 
—Venga, Andre. Solo bromeamos, como siempre. No te lo tomes así.— Extendió la mano derecha hasta acariciar mi mentón con cariño. —Sabes que eres nuestra princesita ¿verdad?
 
Asentí tratando de sonreír para disimular mi sospecha. Por primera vez desde que estaba allí, presté atención real a mi grupo de amigos. Y, por extensión, al resto de compañeros de la Ciudad de Cristal.
 
Y todos me parecieron iguales. Tan altos, tan delgados, tan sonrientes. Ellos me miraban mientras trataba de ocultar el pánico que empezaba a adueñarse de mí. Allí pasaba algo de lo que no había sido consciente hasta que detecté la fría tristeza de Lady Antoinette.
 
—Ya está, ya está.— Dije tratando de sonar convincente. — Pero que sepáis que no os echaré de menos a ninguno cuando esté en Andrómeda.— Solté una carcajada falsa mientras Matt y el resto reían a la vez.
 
Alguien más tenía que haberse dado cuenta de que algo no andaba bien. Durante la hora de entrenamiento obligado, recorrí con la mirada, de forma disimulada, los rostros de todos y cada uno de mis compañeros. Eran todos iguales, la misma expresión multiplicada.
 
Hasta que llegué a Pam, la chica que había llegado poco antes que yo. Estaba cabizbaja, con la mirada clavada en sus deportivas plateadas, mientras trataba de seguir el ritmo de la instructora de cardio.
 
Debió sentirse observada, porque de repente levantó la cara hacia mí y me miró en silencio. Su expresión inquisitiva me hizo pensar que ella también sospechaba algo. Teníamos que hablar. Le hice un gesto señalando los baños de señoras con disimulo y ella asintió.
 
Llevaba unos minutos esperando, encerrada en uno de los cubículos, cuando escuché pasos. Entreabrí la puerta, era Pam. Abrí un poco más, lo suficiente para que me reconociese. Ella se acercó con cautela y entró dubitativa.
 
—Hola, soy Andrea. Necesito hablar contigo.— Fui directa al grano, no había tiempo que perder.
 
—Lo sé. Y no puedo ayudarte. Si te has dado cuenta de que todo esto es una farsa, enhorabuena. Pero no cambia nada.— La frialdad de sus palabras detuvo los latidos de mi corazón por un segundo.
 
—¿El qué no cambia?— Alcancé a preguntar con voz temblorosa.
 
Ella bajó la mirada... No, eso no. Necesitaba respuestas. Era la elegida para viajar a Andrómeda. Iban a hacerme la dichosa Fiesta de Despedida y quería saber dónde me llevaban.
 
—Soy la Elegida esta noche ¿entiendes?— Susurré tratando no elevar demasiado la voz.
 
Sus ojos se abrieron como platos mientras alguien abría la puerta del baño y caminaba hacia el lavabo. El agua empezó a correr durante un minuto interminable. Cuando volvimos a oír la puerta, Pam habló.
 
—Tienes que escapar. No vayas. Andrómeda no es lo que nos hacen creer.— Musitó con una expresión de auténtico terror. Estaba lívida y temblorosa.
 
Hizo ademán de salir del cubículo, pero la tomé del brazo para retenerla. Era cierto que mi vida era patética, pero era la que tenía y quería conservarla a toda costa.
 
—Tienes que decirme lo que sabes. No tengo tiempo.
 
Pam apretó los labios y me observó. Sentí su lástima, me compadecía. Y, por fin, habló.
 
—Mira, Andrómeda es un matadero. No es una ciudad donde vivir feliz sin contaminación y lejos de esos mutantes de ahí afuera.— Sus palabras fueron como un jarro de agua fría, pero asentí para que continuase hablando —Cuando me trajeron aquí, estaba consciente, pero de puro miedo me hice la dormida. Y los escuché.
 
Su mandíbula comenzó a temblar escandalosamente a causa de los recuerdos y temí que saliese corriendo del baño. Necesitaba saberlo, por muy terrible que fuese. Tenía que prepararme para lo que me esperaba.
 
—Nadie sale con vida de la Suite Rosa. Hablaban de la chica que habían descuartizado la noche anterior y lo deliciosa que estaba su carne.
 
Esta vez fueron mis ojos los que casi se desbordan. Aquellas palabras se clavaron en lo más profundo de mi ser, partiéndome en dos. Tragué saliva y traté de hablar, pero fue imposible. Me había quedado petrificada.
 
Pam me miró una última vez antes de marcharse corriendo. No volví a verla. Supongo que ella también habrá sido Elegida y habrá terminado como yo. O tal vez logró escapar esquivando a aquellos autómatas que nos cuidaban y acompañaban en nuestra prisión de cristal.
 
Vinieron a buscarme para la Fiesta y todo empezó a cobrar sentido. Más de la mitad de aquellas personas no eran humanas. Era capaz de notarlo por sus gestos automatizados y sus miradas perdidas. Además, sus emociones eran demasiado exaltadas, tanto la felicidad como la tristeza.
 
Me bañaron en agua de rosas, peinaron mi pelo rubio y lo recogieron en una cola alta y estirada, empolvaron mi cara y pintaron mis labios de rojo. Aquellas mujeres de hielo no paraban de felicitarme, darme golpecitos en el brazo y saltar a mi alrededor como locas, recordándome lo afortunada que era.
 
Y yo no podía apartar la vista del espejo mientras trataba de adivinar el motivo de todo aquello. ¿Quién podía estar tan desquiciado para raptar personas inocentes, borrarles la memoria, hacerles pensar que habían sobrevivido a un holocausto y asesinarlos después?
 
Alguien con dinero. Mucho. A juzgar por aquel decorado y la tremenda infraestructura. Pero totalmente loco. O no. Pensé mientras observaba a mis compañeros, humanos y autómatas, desfilar vestidos de gala por la gran mesa del bufé que esta noche, en mi honor, estaba lleno de manjares.
 
Mientras me levantaba para acudir al escenario junto a Lady Antoinette y recibía las felicitaciones de Matt y el resto, sentí que el suelo cedía bajo mis pies, como en un mal sueño. Todos se giraron con las bandejas llenas para aplaudirme. Todos menos Pam, que tenía la vista clavada en sus zapatos de charol.
 
El helado brazo de Lady Antoinette me rodeó la cintura y me acercó a ella con inesperada efusividad.
 
—No te dolerá, te lo prometo.— Susurró cerca de mi oído sin apenas mover los labios.
 
Giré la cara hacia ella aterrada mientras se separaba un poco de mí para elevar mi mano sobre nuestras cabezas de forma triunfal.
 
—¡Demos la enhorabuena a Andrea, nuestra elegida! Mañana estará disfrutando de la libertad
de Andrómeda.
 
Dos hombres vestidos de uniforme se acercaron a mí y me tomaron de los brazos con firmeza. Fui incapaz de resistirme, gritar... o llorar. Aquella pantomima siniestra me había dejado en estado de shock.
 
Alcancé a ver a Matt charlando animadamente con Ava y Viktor como si yo nunca hubiera existido. Posiblemente se preparaban para dar la bienvenida a su próxima víctima. Sus inexpresivas facciones me hicieron sentir idiota por no haberme dado cuenta antes.
 
Un humano por grupo de autómatas. Así nos organizaban la semana de inserción social. Aquello debía ser una pesadilla. Nadie podía ser tan cruel para organizar algo así... Los hombres de negro me arrastraban por los pasillos blancos que llevaban a la Suite Rosa sin mirarme.
 
No pude saber si eran humanos, pero su indiferencia hacia mi inevitable destino me hizo pensar que posiblemente eran un cúmulo de cables y microchips con piel sintética. Abrieron la puerta y me metieron en la habitación de un empujón, sin mediar palabra.
 
Caí de rodillas en mitad de la oscuridad y sentí una presencia frente a mí, esperando. Alcé la cabeza y una mujer elegantemente vestida y maquillada me tendía la mano. Su expresión era dulce y calmada, transmitía una extraña sensación de paz en medio de aquella locura.
 
Tomé su mano casi sin darme cuenta y me puse de pie. Sonrió con dulzura mientras acariciaba mis mejillas con sus cálidas manos. Era humana, podía sentir su calor. Entonces me abrazó y no supe como reaccionar.
 
—Tienes que decirme cómo lo adivinaste, Andrea.— Me tomó de los hombros para separarme de ella y poder mirarme directamente a los ojos. —¿Cómo supiste que Andrómeda no existe?— Me observó atentamente, con una mezcla de fascinación y curiosidad en sus penetrantes ojos oscuros.
 
Abrí la boca, pero no logré articular palabra. Aquello era tan surrealista que mi mente se negaba a hilar pensamientos de forma coherente. La mujer elegante sonrió al entender que estaba completamente bloqueada y agitó una mano llamando a alguien que aún no estaba en mi campo de visión.
 
—No te preocupes, querida. No es importante. Aunque alguien más lo descubra, es imposible escapar de la Granja de Cristal.— Explicó con indiferencia. Parecía haber perdido el interés en mí.— Nuestros sponsors exigen anonimato. Un gusto peculiar el suyo, pero ¿quién soy yo para opinar sobre mis clientes?— Añadió con un tono de voz cada vez más caprichoso.
 
En ese momento, sentí un golpe en la cabeza que me hizo caer al suelo de bruces. Aún consciente, miré a la mujer directamente a los ojos. Pude notar el tremendo asco en su semblante mientras gritaba a la persona que me había golpeado.
 
—¡¿Se puede saber que haces?! ¡El estrés endurece la carne! Me vas a llevar a la ruina, Frank.— Me dedicó una última mirada cargada de odio y salió de la habitación.
 
Desconozco si la Granja de Cristal sigue en funcionamiento. Tampoco sé qué fue de Pam. Hace años que no sé nada, supongo que fui servida como cena en casa de algún magnate multimillonario. Pero eso ya ha dejado de importar. Ahora estoy en paz, lejos de tu Mundo. Y espero que mi testimonio te sirva para evitar terminar como yo.

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Comentarios

  1. Muy buena aportación de Celia Esgar al blog. Mezcla distópica entre Los juegos del hambre, La fuga de Logan y Fallout. Me ha gustado mucho. ¡Enhorabuena!

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    1. ¡Hola, Klaus! 👋🏽 Me alegra haber sido capaz de transmitir justo lo que quería ☺️ Gracias por tu comentario.

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  2. Los mundos distópicos entran en Halloween de la mano de Celia Esgar con maestría.

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  3. Un excelente relato. Muy bien escrito y con una temática de las que me gustan muchísimo. El final es la bomba.

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    1. ¡Hola, Luis! Muchas gracias por tu opinión, me alegra que te haya gustado ❤️

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  4. Me ha gustado mucho. Un ambiente aséptico, con sonrisas y miradas frías, que ocultan malas intenciones. Qué inquietante cuando todo parece demasiado perfecto. Lo he visualizado perfectamente. Enhorabuena

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