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Puré de calabaza - Chloe B. (Especial Halloween 2024)



Chloe B.
Colaboradora literaria
 
La Virgen de la Macarena, en una fotografía de tonos predominantemente marrones, llora en primer plano en la imagen de la página superior del calendario de Desguaces Cristo Rey. Tapando un desconchón de la pared de la cocina entre el refrigerador y un estante polvoriento con paquetes de pasta decorado con una colección de delfines y payasos de cerámica blanca con resaltes dorados, su página inferior se arquea hacia arriba. El papel barato y pulposo ya es viejo. Los números, impresos en tipografía grande y gruesa, están en su mayor parte cruzados con líneas azules irregulares. Veintiocho, veintinueve, treinta. Es temprano y el treinta y uno no ha sido crucificado aún. De repente, una gota de agua lo cubre y vuelve el papel de color gris, que sube de intensidad cada vez que nuevas gotas caen sobre él. Más y más agua cae con fuerza empapando el calendario, el suelo y un creciente radio a su alrededor.

Un parpadeo. Ese es el tiempo que ha pasado desde que tenía a mi hija en brazos de bebé llorando desconsolada por los cólicos del lactante y el momento de la semana pasada en el que se marchó de interrail por los Balcanes con su novio para celebrar el fin de carrera. No me preocupa, estará bien, especialmente porque Dragan es de allí y lo conoce muy bien. A esta conclusión he llegado de nuevo tras cuatro horas de rotar mi cabeza en la vieja almohada. De la que he calculado su porcentaje en peso de ácaros y hongos no menos de veinte veces, en cada parada del tren en su ruta por estaciones albanesas oníricas. Poniendo la cosa en perspectiva, es prácticamente el mismo intervalo transcurrido desde que los primeros anfibios comenzaron a cazar insectos en la superficies arenosas de las riberas y ese timbre agudo me ha empezado a perforar los tímpanos, atravesando incluso la barrera de dolor ocular que me impide ver la hora en la pantalla del teléfono.

El timbre ahora se ha convertido en el mero acompañamiento de la percusión, que ha tomado el papel principal del concierto infernal que me ha arrancado del mal sueño, en el que por fin entra la solista. Una voz aguda y rasposa de mujer a la que no se entiende nada por encima de los golpes que aporrean la puerta de casa. En un par de resbalones por el pasillo llego a la entrada. El trámite de usar la mirilla es innecesario, ya sé que la vieja del piso de debajo es la horrible visión que me espera al abrir detrás de una bocanada apestosa de humo de cigarrillo. Conseguir gritar con un cigarrillo en la boca es un arte con el que supongo que se ganará la vida (eterna)… dando cursos en el infierno con suerte más pronto que tarde. Pero si no se calma no voy a saber qué quiere. No sé qué me molesta más, sus gritos incomprensibles o el frío glacial que siento en los pies y que se derrama a mi alrededor y ahora al de la vieja que empieza a chapotear mientras me da patadas en la espinilla.

-¡Me estás inundando la casa! ¡Yo soy la presidenta! Te vas a enterar, desde que llegasteis a esta casa no habéis dejado de dar problemas, con lo tranquilos que estábamos…

Debería haber cerrado antes, ese rollo lo llevo escuchando semanalmente años, me valía la primera frase que ha dicho. Al cerrar, vuelven a comenzar los golpes en la puerta. Abro de nuevo y avanzo amenazadoramente hacia ella, en mi mano visible el martillo que guardo en el aparador para estas habituales situaciones. La vieja retrocede y sigue rezongando…

-Ya puedes ir llamando al seguro, porque mañana es el día de Todos los Santos, y no van a venir, y es viernes, así que como no vengan hoy hasta el lunes ya no se puede…

Cerrarle la puerta en las narices ya no me produce la satisfacción que solía los primeros años.

Se deben haber roto las tuberías o algo así, por eso el suelo está mojado, y de ahí que me resbalase en el pasillo. Restituyo el martillo a su posición original y avanzo con cuidado hacia el baño. Ahí está todo bien. Pero la cocina no lo está. Unos cuantos chorros de agua paralelos caen junto al frigorífico y han conseguido acumular unos diez centímetros de agua por toda la cocina, que imagino es lo que se le filtra a la vieja. Así que ni siquiera es mi culpa.

El alivio de saber que el piso de arriba lleva varios meses vacío y no tendré que lidiar con ellos me dura otro parpadeo. Con quién demonios tendré que hablar para que corten el agua. Con la presidenta de la comunidad no, mejor llamaré al administrador.

La vieja parece haberse retirado y al menos no hay ruido de fondo, y puedo escuchar el mensaje de que el teléfono está apagado o fuera de cobertura. Si hubiese añadido una apostilla diciendo “como es natural a estas horas, pedazo de imbécil” no me hubiera sorprendido.

Imagino que cuando el administrador se despierte y hable con los viejos de abajo, no tardará en llamar al dueño del piso para que vengan a cortar el agua. Quizá hasta tenga llaves él mismo.

Así que la mañana continúa achicando cubos de agua, secando el suelo e intentando hacerme a la idea de que al menos estoy sacando adelante nosécuántas limpiezas de primavera atrasadas.

Vuelven a llamar a la puerta. Al no haber ni gritos ni golpes imagino que no será la vieja, pero me aseguro por la mirilla. La cartero.
Me pone delante de la cara un acuse de recibo rosa para firmar mientras murmura casi sin mirarme: sunacitacióndelagenciatributaria.

Hazte autónomo, toma las riendas de tu destino. Mundo no estoy viendo demasiado, pero las dependencias de Hacienda cada vez las conozco mejor.

¿Una inspección del año fiscal precedente se considera truco o trato? El sobre que queda reposando encima del martillo a la espera de ser llevado a la gestoría un día de estos cuando fuera a firmar las cuentas anuales, se resbala empujado por la corriente generada al darme la vuelta para seguir secando el suelo de la cocina y tras columpiarse dos veces en el aire es engullido por las fauces de la húmeda caja de cartón llena de papel para bajar a reciclar.

La cocina ya tiene mejor aspecto, ahora vale con estar atento a cuando se llene el cubo y sustituirlo por otro antes de que se desborde y la situación está bajo control. La vieja ya no es mi problema ya que las tuberías rotas no son las mías. Hemos empezado muy mal, pero el día va mejorando.

Varios estornudos después me pregunto si los sueños ferro-febriles de la noche pasada habrán sido producto de la incubación de algún patógeno que sea lo que haga que lo que chorree sin parar ahora sea mi nariz. Quizá el dolor de ojos no sea causado tanto por el sueño como por la incipiente congestión.

Pensaba que el rollo de ir pidiendo caramelos por los pisos empezaba al hacerse de noche. Casi no se ha hecho de día y ya es la tercera vez que llaman a mi puerta.

Medio parpadeo tras la mirilla y un ramalazo naranja me dice que es el repartidor de Segur que me trae una caja enorme, seguramente con los libros que pedí cuando aquellos anfibios seguían necesitando volver al agua a respirar. Por fin llegan. Antes de pasarme la caja de cartón marcada con una huella de bota que descansa contra su pierna me entrega una factura. Son 66 euros en concepto de gastos de aduana. Tiene que ser en efectivo, no me funciona el TPV y no tengo cambio. La madre que los parió al repartidor, a Segur y a las aduanas. 66 euros es casi el doble de lo que valen los libros. Entorno la puerta, y en mi oficina tiro de uno de los sobres que guardo detrás de una estantería y saco billetes que suman más de 66 euros. Aquí tiene, me entrega la caja con dos manos tras meterse los billetes en el bolsillo lateral. El repartidor ya va por el rellano de la vieja y no he terminado de cerrar la puerta cuando me percato de que la caja está perforada profusamente por su lado oculto a mi vista, por eso me la ha entregado tan ceremoniosamente y huido.

No tengo tiempo de ir a buscarle, mi teléfono suena en la cocina. El sonido apenas se oye por encima de los gritos de la vieja que suben por las mismas grietas del suelo por las que el agua percolaba poco antes: ¡Me da igual! ¡que lo arregle! Él es el que está arriba, que me lo arregle él.

Como el nombre del administrador de la finca aparece en mi pantalla, entiendo que el receptor de la bronca es el viejo, que no me da ninguna pena. El diablo los crea y ellos se juntan, si la ha aguantado tantos años será por algo.

Aunque no necesito los ojos para escuchar, su ardor no me deja disfrutar de la larga explicación de por qué no me van a poder arreglar los desperfectos hasta al menos dentro de dos semanas, pero también a ellos les agradezco que no me importe demasiado y que el nuevo tema que se abre en la conversación pase a ser una mera colección de palabras clave que apenas se registran, una mención a juzgados y denuncias y algo de un martillo y los vecinos. Cuelgo antes de farfullar una despedida y voy a caer desplomado en el sofá, que está sensiblemente más cerca que la cama.

El timbre vuelve a sonar otra vez. Antes de levantarme sopeso si merece la pena desviarse hacia la terraza y revolver la caja de herramientas en busca de un destornillador a ver si desmonto el timbre porque si la mañana va así, esta noche puede ser terrorífica con los pre-adolescentes pidiendo mierdas hasta las tantas. Paso. Ya lo haré luego si me siento bien. Por ahora me arreglaré con el martillo.

¿Qué falta para que la mañana sea completita? Para retrasar unos instantes lo inevitable, aparto la pestaña que cubre la mirilla y espero a que el ojo enfoque bien para poder prepararme para el siguiente asalto.

Cuando la figura rodeada de un brillante halo amarillo se enfoca y se centra en el círculo, veo claramente a… ¿Dragan?


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Comentarios

  1. ¡Muchas gracias Chloe B por tu relato! Me he quedado descolocado del todo :-)

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  2. Gracias a Chloe B. por el relato. El horror lo tenemos cerca, el horror son los vecinos😅

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  3. ¿Dragan? Quién o qué es?

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