Un brazo de más - Alberto Jiménez (Especial Halloween 2024)
La lijadora de banda iba comiendo milímetros de la suela. Un trabajo de precisión, artesanía e ingeniería unidos. El resultado final eran unos zapatos para un pie de seis dedos. No solo había que dar un ancho especial, corregir la marcha irregular de su cliente había necesitado de un estudio de la pisada, plantillas, encontrar el material especial y confeccionar un calzado desde cero.
Funcional, correctivo y discreto. Un producto final único. Y muy caro.
Daniel se sentía orgulloso de su trabajo. Pese a sus doctorados y su prestigio, disfrutaba de manipular y dar forma con sus propias manos a los materiales encerrándose en el taller.
Abrió el cerrojo, le pasó el par de zapatos a uno de sus empleados y colgó el mandil azul. Cambió el mandil por una bata blanca hecha a medida para pasar a la zona de ingeniería, donde varios de sus trabajadores se inclinaban sobre enormes planos de papel, elaborando nuevos diseños. Un cristal separaba el área de diseño de sus avanzados laboratorios de robótica donde se desarrollaba un innovador modelo de brazo biónico. Uno de sus ingenieros le hizo un gesto para que entrase. Él se pasó un pañuelo por la cara, mostró la suciedad recogida y se encogió de hombros a modo de disculpa. Ortopedia Zambrano, en su campo, era un referente a nivel mundial en todos los ámbitos.
—¿Doctor? —su secretaria interrumpió el ensimismamiento del empresario—. No quiero molestar, pero...
La mujer no podía evitar lanzar rápidas y furtivas miradas a la joroba de su jefe, cuestión que Daniel sabía pasar por alto a ella y a cualquiera que tratara con él.
—Acabo de hablar con el nuevo técnico del Ministerio de Sanidad —continuó la mujer—. Hubo que retomarlo todo desde el principio con ellos. ¿Se acuerda de que el anterior había fallecido? Bien, pues no hemos tenido suerte con el cambio. Me notifican que la subvención nos ha sido denegada.
—¿Cómo? ¿Por qué? —Daniel no escondió la decepción.
—Aluden a una duplicidad de servicios, que son cuestiones que ya están cubiertas por la Seguridad Social. Estoy segura de que podemos reclamar la decisión. Si quiere pongo a trabajar ahora mismo al departamento jurídico sobre ello.
—Estúpidos, estúpidos burócratas —Daniel clamaba al cielo de la oficina—. ¿De qué serviría? Las alegaciones tardarán años en resolverse y, mientras tanto, perderemos un tiempo precioso. Mientras tanto, la gente seguirá sufriendo.
Daniel había creado una Fundación con su nombre para financiar el desarrollo de la ortopedia. Por la gente, por él mismo, por una sociedad más justa con los diferentes. Para que sus soluciones pudieran llegar a todas las personas que lo necesitasen. Por ello, necesitaba un flujo continuo de patrocinadores públicos y privados. Cobrar cantidades astronómicas a sus clientes más ricos no era suficiente para alimentar todos sus proyectos.
El cliente de las nueve prometía. No dio mucha información aparte de tener, al igual que él, un grado de discapacidad.
—Dr. Zaborski, encantada de conocerle —la mujer, en silla de ruedas, avanzó la mano a modo de saludo.
—No sé de dónde ha sacado ese nombre —respondió indignado Daniel—. Soy Zambrano, Dr. Zambrano para usted.
Tampoco le habría estrechado la mano ya que, de un simple vistazo, observó una grosera imitación del miembro. No había conocido todavía a ningún amputado que saludase con una prótesis en vez de hacerlo con su mano sana. Tendría que estar muy cómodo con la prótesis para hacerlo y lo había hecho. Pero aquella no era una prótesis como para estar orgullosa de ella.
—¿Quizá me he equivocado? —la pregunta era una mera formalidad—. ¿No es usted el Dr. Daniel Zaborski? Antes de que me conteste —cortó la mujer cuando el doctor empezaba a abrir la boca para protestar—, estoy al corriente de los motivos por los que oculta a todo el mundo sus orígenes. Ha retorcido el apellido de origen polaco de la familia. Una castellanización de Zaborski a Zambrano. No crea, no le juzgo. Lo entiendo perfectamente:
»Su padre está condenado en un sanatorio acusado de asesinatos rituales. A su tía, una controvertida medium, la persiguen noticias de estafa por malversación de fondos de sus clientes.
»Su apellido se asocia a lo sobrenatural y al crimen desde hace siglos. Es normal que no quiera que estos acontecimientos, sean ciertos o no, ensucien su carrera. Pero no tengo mayor interés en levantar los trapos sucios de la familia. Mi motivo es este.
Según terminó de hablar, la mujer comenzó a desnudarse dejando su torso al desnudo. Tiró de unas correas para liberarse de la tosca prótesis de brazo. Con lo cual, Daniel, olvidó de inmediato las alusiones a su apellido: el brazo derecho era un simple sarmiento en comparación a lo esperado. El pecho del mismo lado también era sensiblemente inferior en tamaño.
—Deformidad de nacimiento —confirmó el cliente—. Usted debe ser la primera persona que no lo mira con asco, cosa que le agradezco —acompañó sus palabras golpeando la pierna del mismo lado, el sonido mostraba otra prótesis—. Mire, me da igual si se llama Zaborski o Zambrano. Mis contactos le han recomendado como el mejor en la materia. He pasado ya por muchos especialistas. Unos querían amputar lo poco que me queda. Otros me frotaron ungüentos que lo único que consiguieron fue despellejarme la piel. Llegaron a partirme los huesos para que crecieran… Sin resultado, como puede ver.
Daniel, en silencio, tomó el brazo entre sus manos con toda la delicadeza posible. Intuyó unos huesos frágiles y quebradizos en su interior, como los de un ave. Solo había tres dedos, prensiles a medias, sin uñas. El pulgar oponible lo componían dos falanges del tamaño de un guisante.
—Comenzaremos a trabajar de inmediato si usted quiere —dijo Daniel sin dejar de observar aquel raro esbozo de miembro.
—Me pongo en sus brazos.
Entonces sí la miró. Quería decirle algo con su extraña frase, aquella que subrayaba con una bella sonrisa.
Tras llevar a cabo todas las pruebas y mediciones necesarias, su nueva paciente estrenó uno de los innovadores brazos biónicos de su factoría. Y después de varios meses, los resultados fueron inmejorables, dado que la paciente no había puesto límite al presupuesto.
—Daniel. ¿Puedo llamarle Daniel?
—Por supuesto —Daniel señaló al nuevo brazo—. ¿Cómo se está usted adaptando a ello?
—Pues como ve, sin ningún problema —dijo admirando la torsión natural de su muñeca y el antebrazo—, todo lo contrario. Su prótesis me ha cambiado la vida. Esto debería llegar a más gente.
—Eso espero. El problema es el dinero. Tiene usted un privilegio que no está al alcance de todo el mundo.
—De eso quería hablar con usted. Esto —dijo elevando el brazo— no es más que una prueba. Para saber si usted estaba a la altura.
—¿A la altura de qué? No entiendo qué quiere decir.
—Quiero decir que estoy dispuesta a compartir mis recursos con usted. Represento a Alba Capability, algo mucho más grande que usted o que yo.
—A cambio de qué —Daniel se puso a la defensiva—. Yo no estoy en venta. Hay mucha gente que depende de mí. No solo mis trabajadores, mis pacientes, la Fundación…
—Evidentemente no es a cambio de nada. Además de servirse de mis recursos, compartiremos clientes.
Daniel no esperaba ningún regalo y acaba de descubrir el precio. Si sus pacientes fueran como ella, se veía atendiendo a millonarios a lo largo del mundo. Ese era un sapo difícil de tragar.
—Intuyo que tiene dudas, es normal. Venga hoy mismo a vernos. Tiene que acompañarme para que vea con sus propios ojos lo que estamos consiguiendo.
—Déjeme que arregle mis asuntos aquí y la acompaño —respondió Daniel, aún aturdido por la propuesta.
La mujer, quizá por ello y de forma distraída, le apoyó la mano en la parte superior de la espalda, como un gesto de invitación a moverse. El contacto, aunque breve y casi imperceptible para ella, fue suficiente para que Daniel se tensara y diera un pequeño respingo, alejándose de ella.
—¿Está bien? —preguntó ella, alzando una ceja.
—Sí, sí. Solo... No me gusta que me toquen —dijo, forzando una sonrisa mientras se acomodaba la bata. Evitó mirar su expresión y se dirigió a las oficinas.
Cuando se acercó a la zona de diseño, encontró a su secretaria llorando y siendo consolada por unos compañeros.
—Clara, ¿qué ocurre?
—Es Salvador, Salvador Michavila. El gerente de Printex. Le han encontrado asesinado, en su coche, a la entrada de su casa.
Printex no solo era una millonaria empresa de materiales médicos, también suponía un tercio de los ingresos que obtenía la Fundación Zambrano. Por ello, la visita a las instalaciones de su nueva paciente, no solo tendría que esperar unos días, posiblemente resultase decisiva.
La primera imagen con la que se encontró nada más llegar a las instalaciones de Alba Capability LCC presagiaba un día lleno de sorpresas. Una mujer con ropa deportiva estaba superando al sprint a dos hombres en una carrera. Ella era la única que competía con prótesis en forma de J, en ambas piernas. Solo cuando vino hacia él saludando reconoció en ella a su paciente.
—Elsa. Es usted una sorpresa constante. ¿Esas prótesis de pierna son nuestras?
—No le esperaba tan pronto —dijo entre jadeos mientras se secaba el rostro con el tirante de la exigua camiseta—. Espéreme en la cafetería. Me aseo y, en un momento, estoy con usted.
Estaba demasiado emocionado como para esperar. Observó el panel con el organigrama de departamentos y comprobó con agrado que disponían de todas las especialidades. “Dirección” estaba en el segundo sótano. «Perfecto», no le gustaba ser observado mientras trabajaba. Aprovechó su tarjeta de visitante para curiosear sin ser visto.
Dedujo con agrado que allí disponían de la cadena completa. La investigación básica, el diseño, talleres, la producción en serie, la atención a pacientes y su adaptación en todas las fases. Para Daniel, aquello suponía el paraíso de su carrera profesional.
Pero lo que terminó de convencerle fueron los pacientes. Había multitud de personas y parecía gente muy humilde.
Mientras observaba a los pacientes recibiendo rehabilitación, de alguna manera, sintió una presencia a su espalda. Se giró bruscamente y sorprendió a Elsa con la mano extendida hacia él. «¿Cuánto tiempo llevaba allí espiando?»
—Sí, estos serán sus clientes —dijo ella como si nada hubiera pasado, colocando sus manos a la espalda en su indumentaria de ejecutiva farmacéutica—. Las personas que ve tienen distintas procedencias, vienen de todas las guerras del planeta, de los lugares más olvidados. Son los casos perdidos, las deformidades que otros han desechado.
Aquellos sí eran sus pacientes, los que él siempre había querido, los desahuciados, los más complicados, los difíciles, los imposibles; allí donde las deformidades habían llegado a ser tan bizarras por el paso de los años sin atención, que ya nadie quería mirar esperando que cayeran en el olvido. Allí era donde su trabajo era más necesario. Aun así no pudo evitar la pregunta:
—Es usted mi mejor paciente —hizo observar Daniel—. Hace nada estaba en silla de ruedas y hoy la he visto correr contra dos jóvenes que conservaban sus miembros. De hecho, ahora mismo la veo aquí moviéndose con una naturalidad con la que podría engañarme incluso a mí.
—No se arrogue todo el mérito —la sonrisa de Elsa era de suficiencia—. Una mujer en silla de ruedas con necesidades y mucho dinero era el mejor gancho.
—¿Confiesa que me ha manipulado para traerme hasta aquí?
—Ve a toda esa gente. La corporación les trae hasta aquí —continuó explicando ella, obviando la lógica respuesta—. No podríamos tratar a esta gente en sus lugares de procedencia. Las mediciones, las pruebas…
Daniel posó una mano en el hombro de su interlocutora para que no siguiera con las explicaciones, ya estaba convencido. Se hacía cargo de la dificultad de tratar cualquier caso a distancia. Y en casos tan graves como los que estaba viendo habría resultado imposible.
—En cualquier caso, nosotros nos encargamos de todos los gastos —sonrió ante la cara de incredulidad de Daniel—. Sí. No solo el desplazamiento, como puede deducir, en muchos casos se necesitó un avión medicalizado. Incluso hemos traído a familiares para evitar el desarraigo.
»Vamos a mejorar muchas vidas, Daniel, pero como ve —hizo un movimiento de arco en abanico mostrando toda una sala con pacientes críticos— el trabajo por delante es inmenso.
No se lo pensó dos veces y la colaboración comenzó de inmediato. Ambas empresas se fusionaron. La clínica, la producción, su propia Fundación… Todo estaba bajo el control técnico de Daniel que tenía carta blanca para desarrollarse por completo.
Por fin podía dedicarse al trabajo de ciencia básica que siempre había deseado. Tuvo que delegar tareas como medir o entrevistar pacientes, aparcar el trabajo en el taller y dejó de codearse con los ingenieros ante sus planos. La dirección de tantos departamentos y lograr que funcionaran como un organismo absorbía todo su tiempo y energías. Aun así trabajó durante años ante el escritorio como si aquello fuera una dulce condena. De algún modo, el destino había puesto los medios en sus manos y no iba a defraudarlo.
Así empezaron a salir de la línea de producción no solo brazos y piernas. También exoesqueletos completos para personas que, en otro momento, habrían estado condenadas a una cama.
Pero lo que convertía aquella simbiosis de dinero y talento en algo único eran sus diseños adaptados y personalizados, capaces de adaptarse a los cuerpos no normativos. Podía encerrarse y trabajar sin ser molestado durante horas.
Se podían adaptar exoesqueletos a aquel inicial boceto de brazo como una rama a un abdomen desplazado, a desvíos de columna incompatibles con la vida o a craneosinostosis de las más severas en las que faltaban huesos del cráneo. Incluso avanzaron a modelos en los que no se necesitaba nada más que un cerebro para iniciar la marcha.
Hasta que llegó el día en que estaba tan abrumado de trabajo técnico que decidió volver al terreno.
—¡Vaya, Dr. Zambrano! —le reconoció uno de sus antiguos trabajadores—. ¿Se ha pasado a ver los modelos multimiembro?
—¿Cómo? ¿Qué es eso en lo que estás trabajando?
Daniel indagó en un prototipo que ya parecía funcional y que poseía seis patas para la marcha.
—Pero ¿quién ha autorizado esto?
—Usted, creo —el trabajador titubeo un instante—. ¿No? Aquí están los papeles.
Daniel volteó hojas con rapidez y confirmó que, no solo lo había firmado, era algo en lo que él mismo había estado trabajando. Pero esto lo recordaba como algo teórico, no un proyecto real.
Los proyectos eran tan extensos, e involucraban a tantas personas, que era imposible tener el control sobre todos los procesos. Aquel prototipo no tenía aplicación en ninguna deformidad conocida.
—Daniel, por fin te encuentro —Elsa apareció por el laboratorio—. Qué apropiado que te encuentre aquí. Hoy vas a conocer a nuestro presidente.
Elsa le condujo bajo tierra, a la zona de Dirección. Pasó por delante de su propio despacho, donde se encerraba bajo llave para trabajar. El presidente debía tener las mismas manías.
Elsa abrió la puerta de su jefe y le invitó a entrar.
—¡Qué ganas tenía de volver a verte!
Daniel estaba paralizado intentando procesar lo que veía. El ser que le saludaba se desplazaba sobre uno de los prototipos multimiembro que él mismo había diseñado. Varios apéndices se movían acompañando sus palabras.
—¿Qué es…? ¿Cómo es…? —trataba Daniel de encontrar las palabras sin lograrlo.
—¿Qué soy? Soy como tú. ¿Cómo es…posible? Gracias a ti. —Daniel ni siquiera estaba seguro de que el sonido saliese del ser. Una masa informe se unía en dolorosa simbiosis al metal y al plástico.
—¿Como yo? —se defendió Daniel—. No, yo no soy un… un monstruo.
El ser emitió un gorgoteo que se podía interpretar como una risa:
—Conoces la esquizofrenia ¿verdad? —dijo el ser—. Vivir fuera de la realidad, tener visiones, ver y oír cosas que no están ahí. Aunque, a veces, también es borrar lo que nos desagrada. Es dejar de ver, dejar de oír. Una especie de defensa del cerebro, un desajuste torcido para evitar sufrir por no encajar.
—¿Qué quiere decir? ¿Que estoy enfermo? ¿Que todo esto no son más que visiones?
—Admítelo, Daniel. ¿Qué te hace tan especial? ¿Por qué puedes trabajar más que los demás? ¿Por qué te encierras con llave en tu despacho?
—Porque no quiero que me molesten.
—¿Por qué han ido muriendo tantos de tus colaboradores? Yo te lo recordaré. Cuando se enfrentaban a problemas económicos, esa parte que le hace tan especial, tomaba el control y se deshacía de ellos, los asesinaba.
»Sí —continuó el ser—. Ese es el precio del talento, llevar la carga de una parte oscura. La que has querido ocultar a todo el mundo, incluso a ti.
Elsa se acercó y le acarició la cara. Daniel estaba tan sobrepasado que no se opuso:
—Deja que te ayude. No te hagas más daño.
Le ayudó a quitarse la bata de laboratorio. Después a desabotonarse la camisa. Prendas confeccionadas a medida para cubrir su deformidad. Tuvo un instante de resistencia a mostrar la joroba, pero se había quedado sin fuerzas, como el estafador al que han descubierto, abrumado por las pruebas, sin escapatoria.
Su torso al desnudo ya no era una mentira. El brazo que le nacía en la base del cuello se extendió en toda su longitud.
—Mírate —le conminaba el ser—, una criatura bella, espléndida. ¿Es que no recuerdas las invocaciones de tu padre, el trabajo sobrenatural con tu tía? Estos son los frutos de aquellos sacrificios—dijo señalándole—. Eres una criatura bella, más inteligente, más hábil, superior.
Daniel Zaborski fue consciente de participar en los rituales, de ser bañado con sangre, de los cánticos, de los símbolos que cubrían su cuerpo, de cómo creció el miembro en su espalda, de cómo se hizo más hábil e inteligente, de cómo había ocultado su deformidad al mundo durante toda su vida. Encerrado, solo, para no ser descubierto. Y también cómo ese brazo de más le pedía cada vez más dinero, más sangre, más muerte.
Tomó conciencia del monstruo que era, segando vidas para sanar otras.
—Pero, entonces ¿qué soy? ¿Quién soy? —quiso saber Daniel.
—Un Zaborski. Mi sobrino —le confirmó Elsa.
—Un Zaborski. Mi hijo —dijo el ser.
Funcional, correctivo y discreto. Un producto final único. Y muy caro.
Daniel se sentía orgulloso de su trabajo. Pese a sus doctorados y su prestigio, disfrutaba de manipular y dar forma con sus propias manos a los materiales encerrándose en el taller.
Abrió el cerrojo, le pasó el par de zapatos a uno de sus empleados y colgó el mandil azul. Cambió el mandil por una bata blanca hecha a medida para pasar a la zona de ingeniería, donde varios de sus trabajadores se inclinaban sobre enormes planos de papel, elaborando nuevos diseños. Un cristal separaba el área de diseño de sus avanzados laboratorios de robótica donde se desarrollaba un innovador modelo de brazo biónico. Uno de sus ingenieros le hizo un gesto para que entrase. Él se pasó un pañuelo por la cara, mostró la suciedad recogida y se encogió de hombros a modo de disculpa. Ortopedia Zambrano, en su campo, era un referente a nivel mundial en todos los ámbitos.
—¿Doctor? —su secretaria interrumpió el ensimismamiento del empresario—. No quiero molestar, pero...
La mujer no podía evitar lanzar rápidas y furtivas miradas a la joroba de su jefe, cuestión que Daniel sabía pasar por alto a ella y a cualquiera que tratara con él.
—Acabo de hablar con el nuevo técnico del Ministerio de Sanidad —continuó la mujer—. Hubo que retomarlo todo desde el principio con ellos. ¿Se acuerda de que el anterior había fallecido? Bien, pues no hemos tenido suerte con el cambio. Me notifican que la subvención nos ha sido denegada.
—¿Cómo? ¿Por qué? —Daniel no escondió la decepción.
—Aluden a una duplicidad de servicios, que son cuestiones que ya están cubiertas por la Seguridad Social. Estoy segura de que podemos reclamar la decisión. Si quiere pongo a trabajar ahora mismo al departamento jurídico sobre ello.
—Estúpidos, estúpidos burócratas —Daniel clamaba al cielo de la oficina—. ¿De qué serviría? Las alegaciones tardarán años en resolverse y, mientras tanto, perderemos un tiempo precioso. Mientras tanto, la gente seguirá sufriendo.
Daniel había creado una Fundación con su nombre para financiar el desarrollo de la ortopedia. Por la gente, por él mismo, por una sociedad más justa con los diferentes. Para que sus soluciones pudieran llegar a todas las personas que lo necesitasen. Por ello, necesitaba un flujo continuo de patrocinadores públicos y privados. Cobrar cantidades astronómicas a sus clientes más ricos no era suficiente para alimentar todos sus proyectos.
El cliente de las nueve prometía. No dio mucha información aparte de tener, al igual que él, un grado de discapacidad.
—Dr. Zaborski, encantada de conocerle —la mujer, en silla de ruedas, avanzó la mano a modo de saludo.
—No sé de dónde ha sacado ese nombre —respondió indignado Daniel—. Soy Zambrano, Dr. Zambrano para usted.
Tampoco le habría estrechado la mano ya que, de un simple vistazo, observó una grosera imitación del miembro. No había conocido todavía a ningún amputado que saludase con una prótesis en vez de hacerlo con su mano sana. Tendría que estar muy cómodo con la prótesis para hacerlo y lo había hecho. Pero aquella no era una prótesis como para estar orgullosa de ella.
—¿Quizá me he equivocado? —la pregunta era una mera formalidad—. ¿No es usted el Dr. Daniel Zaborski? Antes de que me conteste —cortó la mujer cuando el doctor empezaba a abrir la boca para protestar—, estoy al corriente de los motivos por los que oculta a todo el mundo sus orígenes. Ha retorcido el apellido de origen polaco de la familia. Una castellanización de Zaborski a Zambrano. No crea, no le juzgo. Lo entiendo perfectamente:
»Su padre está condenado en un sanatorio acusado de asesinatos rituales. A su tía, una controvertida medium, la persiguen noticias de estafa por malversación de fondos de sus clientes.
»Su apellido se asocia a lo sobrenatural y al crimen desde hace siglos. Es normal que no quiera que estos acontecimientos, sean ciertos o no, ensucien su carrera. Pero no tengo mayor interés en levantar los trapos sucios de la familia. Mi motivo es este.
Según terminó de hablar, la mujer comenzó a desnudarse dejando su torso al desnudo. Tiró de unas correas para liberarse de la tosca prótesis de brazo. Con lo cual, Daniel, olvidó de inmediato las alusiones a su apellido: el brazo derecho era un simple sarmiento en comparación a lo esperado. El pecho del mismo lado también era sensiblemente inferior en tamaño.
—Deformidad de nacimiento —confirmó el cliente—. Usted debe ser la primera persona que no lo mira con asco, cosa que le agradezco —acompañó sus palabras golpeando la pierna del mismo lado, el sonido mostraba otra prótesis—. Mire, me da igual si se llama Zaborski o Zambrano. Mis contactos le han recomendado como el mejor en la materia. He pasado ya por muchos especialistas. Unos querían amputar lo poco que me queda. Otros me frotaron ungüentos que lo único que consiguieron fue despellejarme la piel. Llegaron a partirme los huesos para que crecieran… Sin resultado, como puede ver.
Daniel, en silencio, tomó el brazo entre sus manos con toda la delicadeza posible. Intuyó unos huesos frágiles y quebradizos en su interior, como los de un ave. Solo había tres dedos, prensiles a medias, sin uñas. El pulgar oponible lo componían dos falanges del tamaño de un guisante.
—Comenzaremos a trabajar de inmediato si usted quiere —dijo Daniel sin dejar de observar aquel raro esbozo de miembro.
—Me pongo en sus brazos.
Entonces sí la miró. Quería decirle algo con su extraña frase, aquella que subrayaba con una bella sonrisa.
Tras llevar a cabo todas las pruebas y mediciones necesarias, su nueva paciente estrenó uno de los innovadores brazos biónicos de su factoría. Y después de varios meses, los resultados fueron inmejorables, dado que la paciente no había puesto límite al presupuesto.
—Daniel. ¿Puedo llamarle Daniel?
—Por supuesto —Daniel señaló al nuevo brazo—. ¿Cómo se está usted adaptando a ello?
—Pues como ve, sin ningún problema —dijo admirando la torsión natural de su muñeca y el antebrazo—, todo lo contrario. Su prótesis me ha cambiado la vida. Esto debería llegar a más gente.
—Eso espero. El problema es el dinero. Tiene usted un privilegio que no está al alcance de todo el mundo.
—De eso quería hablar con usted. Esto —dijo elevando el brazo— no es más que una prueba. Para saber si usted estaba a la altura.
—¿A la altura de qué? No entiendo qué quiere decir.
—Quiero decir que estoy dispuesta a compartir mis recursos con usted. Represento a Alba Capability, algo mucho más grande que usted o que yo.
—A cambio de qué —Daniel se puso a la defensiva—. Yo no estoy en venta. Hay mucha gente que depende de mí. No solo mis trabajadores, mis pacientes, la Fundación…
—Evidentemente no es a cambio de nada. Además de servirse de mis recursos, compartiremos clientes.
Daniel no esperaba ningún regalo y acaba de descubrir el precio. Si sus pacientes fueran como ella, se veía atendiendo a millonarios a lo largo del mundo. Ese era un sapo difícil de tragar.
—Intuyo que tiene dudas, es normal. Venga hoy mismo a vernos. Tiene que acompañarme para que vea con sus propios ojos lo que estamos consiguiendo.
—Déjeme que arregle mis asuntos aquí y la acompaño —respondió Daniel, aún aturdido por la propuesta.
La mujer, quizá por ello y de forma distraída, le apoyó la mano en la parte superior de la espalda, como un gesto de invitación a moverse. El contacto, aunque breve y casi imperceptible para ella, fue suficiente para que Daniel se tensara y diera un pequeño respingo, alejándose de ella.
—¿Está bien? —preguntó ella, alzando una ceja.
—Sí, sí. Solo... No me gusta que me toquen —dijo, forzando una sonrisa mientras se acomodaba la bata. Evitó mirar su expresión y se dirigió a las oficinas.
Cuando se acercó a la zona de diseño, encontró a su secretaria llorando y siendo consolada por unos compañeros.
—Clara, ¿qué ocurre?
—Es Salvador, Salvador Michavila. El gerente de Printex. Le han encontrado asesinado, en su coche, a la entrada de su casa.
Printex no solo era una millonaria empresa de materiales médicos, también suponía un tercio de los ingresos que obtenía la Fundación Zambrano. Por ello, la visita a las instalaciones de su nueva paciente, no solo tendría que esperar unos días, posiblemente resultase decisiva.
La primera imagen con la que se encontró nada más llegar a las instalaciones de Alba Capability LCC presagiaba un día lleno de sorpresas. Una mujer con ropa deportiva estaba superando al sprint a dos hombres en una carrera. Ella era la única que competía con prótesis en forma de J, en ambas piernas. Solo cuando vino hacia él saludando reconoció en ella a su paciente.
—Elsa. Es usted una sorpresa constante. ¿Esas prótesis de pierna son nuestras?
—No le esperaba tan pronto —dijo entre jadeos mientras se secaba el rostro con el tirante de la exigua camiseta—. Espéreme en la cafetería. Me aseo y, en un momento, estoy con usted.
Estaba demasiado emocionado como para esperar. Observó el panel con el organigrama de departamentos y comprobó con agrado que disponían de todas las especialidades. “Dirección” estaba en el segundo sótano. «Perfecto», no le gustaba ser observado mientras trabajaba. Aprovechó su tarjeta de visitante para curiosear sin ser visto.
Dedujo con agrado que allí disponían de la cadena completa. La investigación básica, el diseño, talleres, la producción en serie, la atención a pacientes y su adaptación en todas las fases. Para Daniel, aquello suponía el paraíso de su carrera profesional.
Pero lo que terminó de convencerle fueron los pacientes. Había multitud de personas y parecía gente muy humilde.
Mientras observaba a los pacientes recibiendo rehabilitación, de alguna manera, sintió una presencia a su espalda. Se giró bruscamente y sorprendió a Elsa con la mano extendida hacia él. «¿Cuánto tiempo llevaba allí espiando?»
—Sí, estos serán sus clientes —dijo ella como si nada hubiera pasado, colocando sus manos a la espalda en su indumentaria de ejecutiva farmacéutica—. Las personas que ve tienen distintas procedencias, vienen de todas las guerras del planeta, de los lugares más olvidados. Son los casos perdidos, las deformidades que otros han desechado.
Aquellos sí eran sus pacientes, los que él siempre había querido, los desahuciados, los más complicados, los difíciles, los imposibles; allí donde las deformidades habían llegado a ser tan bizarras por el paso de los años sin atención, que ya nadie quería mirar esperando que cayeran en el olvido. Allí era donde su trabajo era más necesario. Aun así no pudo evitar la pregunta:
—Es usted mi mejor paciente —hizo observar Daniel—. Hace nada estaba en silla de ruedas y hoy la he visto correr contra dos jóvenes que conservaban sus miembros. De hecho, ahora mismo la veo aquí moviéndose con una naturalidad con la que podría engañarme incluso a mí.
—No se arrogue todo el mérito —la sonrisa de Elsa era de suficiencia—. Una mujer en silla de ruedas con necesidades y mucho dinero era el mejor gancho.
—¿Confiesa que me ha manipulado para traerme hasta aquí?
—Ve a toda esa gente. La corporación les trae hasta aquí —continuó explicando ella, obviando la lógica respuesta—. No podríamos tratar a esta gente en sus lugares de procedencia. Las mediciones, las pruebas…
Daniel posó una mano en el hombro de su interlocutora para que no siguiera con las explicaciones, ya estaba convencido. Se hacía cargo de la dificultad de tratar cualquier caso a distancia. Y en casos tan graves como los que estaba viendo habría resultado imposible.
—En cualquier caso, nosotros nos encargamos de todos los gastos —sonrió ante la cara de incredulidad de Daniel—. Sí. No solo el desplazamiento, como puede deducir, en muchos casos se necesitó un avión medicalizado. Incluso hemos traído a familiares para evitar el desarraigo.
»Vamos a mejorar muchas vidas, Daniel, pero como ve —hizo un movimiento de arco en abanico mostrando toda una sala con pacientes críticos— el trabajo por delante es inmenso.
No se lo pensó dos veces y la colaboración comenzó de inmediato. Ambas empresas se fusionaron. La clínica, la producción, su propia Fundación… Todo estaba bajo el control técnico de Daniel que tenía carta blanca para desarrollarse por completo.
Por fin podía dedicarse al trabajo de ciencia básica que siempre había deseado. Tuvo que delegar tareas como medir o entrevistar pacientes, aparcar el trabajo en el taller y dejó de codearse con los ingenieros ante sus planos. La dirección de tantos departamentos y lograr que funcionaran como un organismo absorbía todo su tiempo y energías. Aun así trabajó durante años ante el escritorio como si aquello fuera una dulce condena. De algún modo, el destino había puesto los medios en sus manos y no iba a defraudarlo.
Así empezaron a salir de la línea de producción no solo brazos y piernas. También exoesqueletos completos para personas que, en otro momento, habrían estado condenadas a una cama.
Pero lo que convertía aquella simbiosis de dinero y talento en algo único eran sus diseños adaptados y personalizados, capaces de adaptarse a los cuerpos no normativos. Podía encerrarse y trabajar sin ser molestado durante horas.
Se podían adaptar exoesqueletos a aquel inicial boceto de brazo como una rama a un abdomen desplazado, a desvíos de columna incompatibles con la vida o a craneosinostosis de las más severas en las que faltaban huesos del cráneo. Incluso avanzaron a modelos en los que no se necesitaba nada más que un cerebro para iniciar la marcha.
Hasta que llegó el día en que estaba tan abrumado de trabajo técnico que decidió volver al terreno.
—¡Vaya, Dr. Zambrano! —le reconoció uno de sus antiguos trabajadores—. ¿Se ha pasado a ver los modelos multimiembro?
—¿Cómo? ¿Qué es eso en lo que estás trabajando?
Daniel indagó en un prototipo que ya parecía funcional y que poseía seis patas para la marcha.
—Pero ¿quién ha autorizado esto?
—Usted, creo —el trabajador titubeo un instante—. ¿No? Aquí están los papeles.
Daniel volteó hojas con rapidez y confirmó que, no solo lo había firmado, era algo en lo que él mismo había estado trabajando. Pero esto lo recordaba como algo teórico, no un proyecto real.
Los proyectos eran tan extensos, e involucraban a tantas personas, que era imposible tener el control sobre todos los procesos. Aquel prototipo no tenía aplicación en ninguna deformidad conocida.
—Daniel, por fin te encuentro —Elsa apareció por el laboratorio—. Qué apropiado que te encuentre aquí. Hoy vas a conocer a nuestro presidente.
Elsa le condujo bajo tierra, a la zona de Dirección. Pasó por delante de su propio despacho, donde se encerraba bajo llave para trabajar. El presidente debía tener las mismas manías.
Elsa abrió la puerta de su jefe y le invitó a entrar.
—¡Qué ganas tenía de volver a verte!
Daniel estaba paralizado intentando procesar lo que veía. El ser que le saludaba se desplazaba sobre uno de los prototipos multimiembro que él mismo había diseñado. Varios apéndices se movían acompañando sus palabras.
—¿Qué es…? ¿Cómo es…? —trataba Daniel de encontrar las palabras sin lograrlo.
—¿Qué soy? Soy como tú. ¿Cómo es…posible? Gracias a ti. —Daniel ni siquiera estaba seguro de que el sonido saliese del ser. Una masa informe se unía en dolorosa simbiosis al metal y al plástico.
—¿Como yo? —se defendió Daniel—. No, yo no soy un… un monstruo.
El ser emitió un gorgoteo que se podía interpretar como una risa:
—Conoces la esquizofrenia ¿verdad? —dijo el ser—. Vivir fuera de la realidad, tener visiones, ver y oír cosas que no están ahí. Aunque, a veces, también es borrar lo que nos desagrada. Es dejar de ver, dejar de oír. Una especie de defensa del cerebro, un desajuste torcido para evitar sufrir por no encajar.
—¿Qué quiere decir? ¿Que estoy enfermo? ¿Que todo esto no son más que visiones?
—Admítelo, Daniel. ¿Qué te hace tan especial? ¿Por qué puedes trabajar más que los demás? ¿Por qué te encierras con llave en tu despacho?
—Porque no quiero que me molesten.
—¿Por qué han ido muriendo tantos de tus colaboradores? Yo te lo recordaré. Cuando se enfrentaban a problemas económicos, esa parte que le hace tan especial, tomaba el control y se deshacía de ellos, los asesinaba.
»Sí —continuó el ser—. Ese es el precio del talento, llevar la carga de una parte oscura. La que has querido ocultar a todo el mundo, incluso a ti.
Elsa se acercó y le acarició la cara. Daniel estaba tan sobrepasado que no se opuso:
—Deja que te ayude. No te hagas más daño.
Le ayudó a quitarse la bata de laboratorio. Después a desabotonarse la camisa. Prendas confeccionadas a medida para cubrir su deformidad. Tuvo un instante de resistencia a mostrar la joroba, pero se había quedado sin fuerzas, como el estafador al que han descubierto, abrumado por las pruebas, sin escapatoria.
Su torso al desnudo ya no era una mentira. El brazo que le nacía en la base del cuello se extendió en toda su longitud.
—Mírate —le conminaba el ser—, una criatura bella, espléndida. ¿Es que no recuerdas las invocaciones de tu padre, el trabajo sobrenatural con tu tía? Estos son los frutos de aquellos sacrificios—dijo señalándole—. Eres una criatura bella, más inteligente, más hábil, superior.
Daniel Zaborski fue consciente de participar en los rituales, de ser bañado con sangre, de los cánticos, de los símbolos que cubrían su cuerpo, de cómo creció el miembro en su espalda, de cómo se hizo más hábil e inteligente, de cómo había ocultado su deformidad al mundo durante toda su vida. Encerrado, solo, para no ser descubierto. Y también cómo ese brazo de más le pedía cada vez más dinero, más sangre, más muerte.
Tomó conciencia del monstruo que era, segando vidas para sanar otras.
—Pero, entonces ¿qué soy? ¿Quién soy? —quiso saber Daniel.
—Un Zaborski. Mi sobrino —le confirmó Elsa.
—Un Zaborski. Mi hijo —dijo el ser.
N.º de registro CEDRO: zkbh881K-2024-10-10T14:32:56.354
Un excelente relato. Enhorabuena Alberto, escribes como los ángeles.
ResponderEliminarTendré que mejorar. Esperaba escribir como un demonio😈
ResponderEliminarMuy bueno Alberto, me encanta el ritmo que me has marcado. Encantada con la familia Zaborski.
ResponderEliminarEs un elogio doble viniendo de alguien tan prolífico como eres tú, escritora sin descanso sobre el terror. Muchas gracias 😊
EliminarMe rindo ante tu talento. Muy bueno. Gracias Alberto Zaborski :)
ResponderEliminarA sus pies y a los de su señora.
ResponderEliminarHabrá que seguir de cerca a esta familia Zaborski. Un relato muy bueno. Te admiro. Eres endemoniadamente bueno.
ResponderEliminarBeso el suelo por donde usted pasa
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