Translate

Rufino's Love Story

 


"Si el amor llama a la puerta, sal por la ventana"

La pequeña lobezna Rufina se hallaba junto a su padre, Isidrín, oculta tras unos matorrales.

Ella, con la mirada muy fija y atenta a la cercana puerta del puesto de Correos; su padre Isidrín, ajeno a todo, comiéndose un bocata de morro de cerdo con salsa tártara.

Desde hace años, su tío favorito Rufino, también el único, recibía cada día de su cumpleaños, el seis de noviembre, una carta de amor firmada por una supuesta condesa irlandesa llamada Wolfhemina O'Fruin.

El escrito se entregaba aquí, en este local, de mano de la mismísima noble.

En dicha misiva, ella le profesaba un amor incondicional y le suplicaba que se fugara con ella a su mansión del condado Wolfrey Castle, que se hallaba en tierras extrañas donde llovía todo el día y hacía un frío que te dejaba tiritando como el bolsillo de un jubilado.

Continuaba la carta diciendo que dejaría a su marido (seguramente un viejo apolillado con monóculo que no la sabía atender como se merecía), a sus treinta mil ovejas, a sus partidas de bridge y a todo quisqui por los cálidos abrazos de Rufino, un lobo como los de antes, de pelo en pecho.

Seguía la enamorada loba detallando que se había enamorado desde el minuto uno, al verle en su boda —la de ella, no la de Rufino, con esa sonrisa suya cubierta de dientes nacarados como perlas.

Remataba la misiva, la galante y atolondrada loba firmando con un ósculo al final y la frase: «Tu condesa fiel».

—Rufinita, ¿y tú cómo sabes todo eso?

—Ay, Papá —respondió la lobezna—, eso lo sabe todo el mundo. ¡Eres el único de la familia que no se ha enterado! ¿No te has fijado como el tío Rufino, todos esos días del año, espera impaciente al cartero y, cuando abre la carta recibida, sonríe leyéndola con delicadeza? ¡Es la carta traicionera de la señorona que pretende quitarnos al tito Rufino!

»Necesitamos saber —mejor dicho, quiero saber, quién es esa lagarta, esa lista que quiere arrebatarme a mi tito. Espero que no sea una artimaña de esas lobas locas, Valentina y Julieta, que llevan años reclamando las atenciones de mi tito Rufino. ¡Él es mucho pollo para tan poquito arroz! —afirmó sin ponerse ni colorada la joven y celosona lobezna.

Rufina omitió a posta que de todo esto se había enterado porque una vez, en casa de su tito y embargada por su afición a la investigación y al cotilleo, según su madre, estuvo revisándole todos los cajones al magnífico Rufino.
 
Allí encontró varias cartas fechadas con el seis de noviembre y con el sello del puesto de Correos que tenían delante de sus morros.

Hoy era el día en que se sellaba y se despachaba la carta en esta delegación, y hoy también, por fin, podría verle la jeta a la dichosa condesa.

«Si es que era condesa y no una de esa lobas locas muertas de hambre», pensó Rufinita.

A los pocos minutos, su espera finalizó.

Un imponente y lujoso carruaje se acercó traqueteando desde lo alto de la colina. En sus puertas venía grabado el noble blasón de los O'Fruin.

Cuando el carruaje se detuvo delante de la puerta, una figura descendió de él. Portaba un vestido blanco coronado con una pamela de ala ancha y desprendía un olor a perfume de esos caros. No de los que se compran en el Primor, sino en El Lobo Inglés.

Poseía unos andares gráciles y de pasos cortos, como si flotara en este mundo terrenal indigno de su noble cuna, se metió dentro del local. En la zarpa delicadamente enguantada llevaba la famosa carta de marras. ¡Cómo no!

Tanto Rufina como Isidrín solo pudieron vislumbrar brevemente los morros pintados de rojo chorizo.

—¡Vamos! —urgió Rufina mientras tiraba de la camisa hawaiana de su padre y dispuesta a decirle cuatro cositas a la amiga. ¡Tenemos que verle la cara a esa bellaca! ¡Hay que acabar con este misterio!

Al entrar en Correos, solo pudieron ver a un aburrido conejo funcionario sellando cartas, que alzó brevemente la vista, y una puerta trasera abierta de par en par.

—¿Dónde está la condesa? —exigió saber Rufina agarrando por la pechera al conejo.

Esto de los arranques de ira y agarrar de la pechera a los ciudadanos lo había heredado sin duda de su tío y de su madre.

El conejo, a dos palmos del suelo, señaló la puerta trasera.

El olor al perfume de la noble aún flotaba en el aire embriagando la escena.

Hala, otra vez a correr.

Rufina, que estaba en mejor forma que su padre Isidrín, y que se agarraba el pecho diciendo nosequé de un microinfarto, llegó enseguida a la parte posterior.

El carruaje se había desplazado de la puerta principal a la trasera y la condesa, ya sentadita, le lanzó un pañuelo a la lobezna desde el ventanuco. Hecho esto, el transporte arrancó, dejándola envuelta en una nube de polvo.

Rufina recogió con fastidio el trozo de tela del suelo.
«Más suerte la próxima vez, Rufina», venía escrito en el pañuelo.

El año que viene nos volveremos a ver, no te quepa duda— chilló la joven en dirección al lejano carruaje—. ¡Averiguaré quién eres, lo juro!

***

Más tarde, Rufino abrió su buzón como hacía todos los años. Recogió su carta y se metió de nuevo en su casa.

Mientras la leía, sonriendo, se sentó junto a su disfraz de condesa Wolfhemina O'Fruin, una interpretación de Wolf (Lobo) y un anagrama de O'Fruin (Rufino).

"Algún día tendré que decírselo", pensó divertido.

Safe Creative 2411050015322
Todos los derechos reservados

La banda sonora del estupendo y bonito relato.

Cecilia - Un ramito de violetas 


Dedicado a mi Yoli. ¡Feliz cumpleaños!

Sigue a Klaus en Instagram

Comentarios

  1. Este Rufino no da puntada sin hilo. ¡Enhorabuena por el divertido relato y enhorabuena Yoli!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por el relato, pero como no te voy a querer!! 😍😍
    El Rufino está hecho todo un sinvergüenza 🤣

    ResponderEliminar
  3. Si Rufino es la caña, no digo nada de Rufinita, está hecha toda una lobita detective. Un gran relato, como siempre otra divertida aventura, donde nos enseña su lado más tierno con su pupila.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza