Translate

Brisa - Miguel Domínguez (Especial Cthulhu 2025)

 

 

 

 

Miguel Domínguez

Colaborador literario


Tal y como predijeron nuestros ancestros, Betelgeuse colapsó y ahora era un diminuto agujero negro. Observaron durante siglos y siglos ese trozo del cielo con párvulo asombro, en los que estudiaron cada paso, cada etapa, cada movimiento.

Cuando comenzó el principio del fin, me encontraba en una órbita segura de la que podía escapar sin apenas gastar combustible. Para mi tripulación y para mí esto es algo tan rutinario como una hibernación o una transfusión de cuerpo, ya habíamos orbitado antes objetos muy masivos.

Con una pequeña salvedad: en ese momento ya no tenía tripulación, solo quedaba yo.

Brisa murmullaba incansable. A veces, su escudo de plasma crujía al recibir el impacto de alguna pequeña roca a varios miles de kilómetros por hora desde órbitas más externas. Era una nave vieja, como también lo era su inteligencia autoconsciente. Un combo perfecto en el que nada era la una sin la otra.

Observaba desde mi puesto en el puente de mando el horizonte de sucesos. Era una visión magnífica, toda esa materia brillante perdiéndose para siempre en una macabra danza hacia un destino inexorable.

Intentaba dar una explicación racional a por qué habían desaparecido todos. Pedí a Brisa que revisara todos los registros y elaborase teorías. Yo mismo vi en las imágenes grabadas cómo desaparecieron de repente y se esfumaron en un parpadeo, tan rápido como desaparece una nave a la velocidad de la luz. Pero no supimos dar una respuesta, porque quizá no era racional.

Vinimos aquí por una señal nunca vista antes. Por primera vez nuestras antenas de ondas gravitacionales detectaron patrones interesantes. Descubrimos que no estábamos solos, y que su origen estaba aquí.

Por desgracia, nos quedamos a medias. Ni la mente humana, o artificial, más brillante de nuestra civilización habían conseguido descifrar el mensaje, no teníamos ninguna referencia. No había hilo por el que comenzar, así que nuestra misión era encontrarlo.

Pero aquí no había nadie, solo el peligroso abismo.

Envié a la Tierra el último parte de misión por ondas gravitacionales pocas horas antes del principio del fin, en el que narré la desaparición de mi tripulación y la cercanía del fracaso. Lo recibirían dentro de seiscientos cuarenta años, el mismo tiempo que me tomó a mí llegar hasta aquí. Además, pensé en regresar yo mismo hibernando en Brisa, en un, lo admito, auténtico ataque de cobardía. Llegaría un poco más tarde que mis mensajes, con la ventaja de que para mí habrían pasado tan solo cuarenta años desde mi punto de vista relativista. Cuando llegase a la Tierra, podría celebrar mi trescientos setenta cumpleaños, de los cuales ya me había pasado más de doscientos dormido en eternos viajes por el espacio a casi la velocidad de la luz.

No merecía la pena, recobré mi sentido del deber y del honor. Mi destino era seguir aquí. Además, en la Tierra tampoco había nadie esperándome.

Echaba de menos a mi tripulación. Las disputas con Elisa, los ratos de póquer con Matías o las profundas charlas sobre tecnología con Mark, todos se habían esfumado sin explicación.

Fue entonces cuando Brisa detectó compañía, surcando el espacio en una órbita de seiscientos mil kilómetros de radio más hacia el exterior que la mía. No era una gran distancia dado el contexto, por lo que parecía que ese objeto quería ser encontrado. Brisa lo estudió utilizando todos los medios de los que disponía. Ese objeto parecía otra nave, o eso sugirió.

Revisé los datos y confirmé algo asombroso, ese objeto era más o menos del tamaño de Brisa.

Pedí a mi compañera hacer un abordaje de transferencia elíptica y ella se encargó de todos los cálculos. Estimó la distancia angular óptima: debía esperar a que la otra nave estuviera a unos treinta grados por delante antes de iniciar el impulso. Bastó un pequeño empuje para abandonar la órbita circular e iniciar la trayectoria elíptica. En poco menos de una hora, el objeto quedó a la vista, suspendido en el vacío como si me estuviera esperando. Un segundo impulso bastó para igualar su trayectoria y quedarnos flotando a escasos metros.

Establecí contacto visual y lo que vi detuvo mi sangre: no es que la nave fuera de un tamaño cercano al de Brisa, es que era Brisa.

Se me erizó el vello de toda la piel y comencé a notar frío y temblores, sentí náuseas. Me invadió una sensación de enajenación transitoria, noté como si dentro de esa nave me estuviera esperando algún tipo de terrible destino. Mis constantes vitales se alteraron tanto que Brisa no dudó en activar el modo medicalizado de mi traje.

Necesitaba calma, quizá estaba en un típico momento de demencia espacial. Había visto antes esas crisis, a tripulantes automutilarse una mano o arrancarse los ojos con cualquier objeto que tuvieran cerca, a otros incluso rajarse el cuello o prenderse fuego insuflando gases inflamables dentro de su traje espacial. Lo hacían porque eran lo que tenían que hacer, tal y como narraban en su locura antes de llegar a cometerla.

Me calmé, me pregunté a mí mismo si todo estaba bien, no había voces en mi cabeza, nada raro. Brisa me ayudaba con antipsicóticos de efecto leve. Definitivamente no era demencia espacial. Era yo mismo quien se estaba autoinduciendo una peligrosa paranoia. Yo era un reputado militar con formación científica, no debía caer en esas cosas.

Pero ese objeto, Brisa, estaba ahí, al lado de mi nave, Brisa. Debía aceptarlo, por increíble que pareciera.

Ordené a la nave establecer su trayectoria a pocos metros de su copia, una al lado de la otra, mientras enviaba mensajes de saludo por radio.

No hubo respuesta, Brisa confirmó que nadie recibió la señal. Esa nave tenía todos sus sistemas apagados, como si su combustible se hubiese agotado o sus tripulantes hubieran apagado todo por cualquier motivo.

Brisa me sugirió comenzar cuanto antes el abordaje, al mismo tiempo que me advertía del enorme peligro que podría correr. La única ventaja era que entrar sería fácil, pues la pasarela era cien por cien compatible, sin ajustes.

Jamás me hubiese imaginado así: caminando por la pasarela que unía dos naves idénticas a través del negro espacio profundo, embutido en un traje espacial a unos pocos miles de kilómetros de un agujero negro de lo que apenas mil años antes fue la estrella Betelgeuse. La pasarela era transparente y permitía ver el majestuoso disco de acreción, que iluminaba el casco que cubría mi cabeza con un siniestro brillo; todo me parecía irreal. Pero ahí estaba, dando un sentido vital e importante a mi insignificancia en la existencia. Investigando un suceso espeluznante, apocado por el terror, yendo hacia un destino desconocido, hacia un objeto que nadie podría explicar cómo había llegado ahí.

En un irónico alarde de originalidad bauticé a la nave copiada como Brisa II. Fue pan comido llegar. La pasarela se acopló sin esfuerzo y se cerró la compuerta de mi nave. Ahora, el brazo robótico de Brisa debía abrir la compuerta de Brisa II, que cerraba el paso a lo desconocido frente a mí. Fue muy fácil, Brisa I pirateó de inmediato el cierre mecánico y la abrió. Contra todo pronóstico, no noté ninguna corriente de aire, Brisa II estaba perfectamente presurizada. Podría haber ido sin protección.

Odiaba el traje espacial y odiaba ese maldito casco, sobre todo cuando eran innecesarios. Justo cuando iba a pulsar el resorte para liberar mi cabeza escuché la voz de Brisa, indicando que era un estúpido si lo hacía. Llevaba toda la razón, debía ir protegido, que la atmósfera estuviera a la misma presión no la convertía en respirable. O quizá podría tener toxinas, venenos, virus o bacterias espaciales. De cualquier forma de vida que aún ni éramos capaces de imaginar.

Entré. Solo las linternas de mi casco iluminaban las paredes del vestíbulo de la entrada. Por dentro, la nave parecía también idéntica, al menos hasta ese momento. Imposible no saber cómo llegar a cualquier lugar. Dispersé los haces para tener mayor superficie iluminada y me dirigí directamente a la bodega de suministro energético. Nada raro, ni un alma, ningún bicho.

La pila de la nave estaba a media carga, por lo tanto la energía no estaba cortada por su agotamiento. Me dirigí al panel de control y la pantalla se iluminó cuando me aproximé. Me temí lo peor y acerté, escáner de retinas, que no funcionaba con el casco puesto. Me tomé unos segundos para tomar una decisión, ¿era lógico pensar que mis datos biométricos fueran a funcionar en esta otra nave?…

A la mierda, había venido a jugar.

Me lo quité mientras la insistente Brisa I me decía que no lo hiciera.

Me invadió un olor acre, pero no noté un ambiente tóxico. Ahí no había pisado nadie en cientos de años, quizá miles, pero el cerebrito de Brisa II funcionaba bien. Escaneó mis retinas y pude restablecer la energía. La nave arrancó y todo se iluminó, fue el amanecer simbólico más bonito que había visto en mi vida.

Me dediqué a explorar, no había nadie. Brisa II mantenía la cordura, pero no supo darme respuestas.

Y cuando llegué al puente de mando lo vi.

Me vi. Era yo. Brisa tenía su copia, y yo, al parecer, también.

Estaba sentado en el puente de mando, en el sillón del comandante. En mi sillón.
La entrada estaba en un lateral y me vi de lado. La mirada era inexpresiva, perdida en el infinito. El porte majestuoso, como de un rey en el trono ordenando con solemnidad que comenzasen algunos ruidosos festejos.

No recuerdo cómo comenzamos la comunicación, pero mi interlocutor no movía la boca al hablar. Él no emitía sonido alguno, pero oía su voz nítida dentro de mi cabeza. Me dio la bienvenida y me rogó que me pusiera delante de él. Me asombraba no notar miedo, sino calma y familiaridad, ¿serían los efectos de las drogas de Brisa I o el influjo de Brisa II y su extraño tripulante?

Le pedí explicaciones, pero no me las dio.

Me dijo que no las entendería, pues yo era un ser de una vibración infradimensional. Añadió que me correspondía a mí llegar a comprenderlo todo.

Le pregunté que por qué él tenía mi aspecto. Fue tajante con su respuesta: él era yo, en el futuro. Un futuro que aún había que guiar y terminar de completar.

Me advirtió de que estaba viendo una versión parcial de él, tan solo una proyección en tres dimensiones que yo pudiera percibir. Y que yo era otro candidato más que había venido a Brisa II. Después dijo que debía superar la prueba. ¿Qué prueba? Debía descifrar la señal por mí mismo, la misma señal que recibió la Tierra. La señal por la que me encontraba ahí en ese momento. Si la superaba, el bucle terminaría y los humanos podríamos acceder al conocimiento supradimensional.

¿Y si no la superaba? Todo volvería a comenzar, empezando por mi muerte y la destrucción de Brisa I.

Estaba claro que esa extraña versión mía, sentada en el puesto de mando de Brisa II, era una presencia omnisciente que sabía todo lo que yo iba a preguntar.

Me aclaró que yo ya había estado allí muchas veces antes, haciendo lo mismo que ahora. Ahora venía la pregunta que, al parecer, siempre hacía en todas las iteraciones: ¿dónde estaba mi tripulación?

Miré a la consola central del puesto de mando: ahí estaba de nuevo el abismo invisible, acotado por un anillo dorado y blanquecino, fulgurante como decenas de soles comprimidos en una pequeña fracción del espacio. Algo se iluminó en mi mente. Era él, me estaba ayudando a recordar como un padre bondadoso enseña una lección a su hijo.

Y entonces lo comprendí todo de golpe:

La señal no eran palabras. Era una forma de observarnos. Una forma de aceptar que yo era parte del mensaje, y que el mensaje era todo lo que había sido, era y sería. El anzuelo perfecto que debíamos morder.

Solo me querían a mí. Hacerme venir aquí como representación de la civilización humana, solo para pasar una prueba en la que comprobar si la mejora que nos habían implantado daba resultado. Los demás eran irrelevantes, tanto la tripulación como la humanidad que, a estas alturas, con toda probabilidad, ya habría sucumbido.

Ahora sí. Fui el primer astronauta del bucle en conseguirlo, esta vez había salido tal y como esperaban. Su experimento ya estaba bien afinado.

Pensé en huir, volver a Brisa I y escapar, y en mi mente sonó clarísima su respuesta: solo tendría que hacerlo, no me lo impedirían. Pero el disco brillaba con la fuerza de cien soles. Me llamaba y me necesitaba. Y yo lo necesitaba a él. No podía decir que no a mi destino, mi único destino. El pánico me invadió por última vez. ¿Qué era yo, ser insignificante? ¿Para qué pelear y resistirme? La decisión estaba tomada desde mi mismo nacimiento. Noté que mi cuerpo físico ya no era mío, se desvanecía, como se desvanecieron cada uno de mis tripulantes. Hasta que vino la sensación más extraña y maravillosa que he notado jamás cuando mi consciencia comenzó a ampliarse. Me estaba convirtiendo en ese ser supradimensional. Cada sustancia, cada molécula, cada átomo, cada subpartícula, cada interacción de fuerza fundamental suponía para mí una parte de mi ser. Un ser capaz de diseccionar desde lo más inconcebiblemente grande del infinito hasta la última insignificante perturbación en la longitud de Planck (1). Más allá de eso, logré ver las líneas paralelas del espacio tiempo, comenzando por los mundos que no fueron, todos los destinos, las versiones de mí que murieron de la forma más cruel cuando no superaron la prueba, cada probabilidad de la existencia fue agitada ante mis ojos, velados por horizontes desconocidos.

Mi visión omnisciente terminó y me transmuté al cuerpo tridimensional de mi versión en el puente de mando de Brisa II. Y fue justo en ese momento cuando ingresé en su núcleo de consciencia.

Ahora formaba parte de ellos en una mente única. Éramos infinitos representantes de infinitas civilizaciones, que pensábamos y decidíamos como si fuéramos uno.

Caímos todos en el agujero negro. Teníamos que preparar muchos más saltos. Otros cientos de miles de millones de civilizaciones esperaban para realizar su prueba.

(1) La longitud de Planck es la medida más pequeña con sentido físico en el universo, como si fuera el "píxel mínimo" del espacio. Es tan diminuta que un solo átomo es unos 100 trillones de trillones de veces más grande. Más allá de esa escala, las leyes actuales de la física dejan de funcionar como las conocemos.

Comentarios

  1. ¡Muchas gracias por este espacio en vuestro blog. Encantado de colaborar!

    ResponderEliminar
  2. El placer es nuestro por poder contar con tu relato. Muchas gracias por un gran trabajo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Mis mejores escenas de Televisión y Cine (I)

Steelheart - Brandon Sanderson