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El Evangelio del Abismo - Luis Fernández (Especial Cthulhu 2025)



En 1978, unos campesinos egipcios descubren, en una cueva del desierto cerca de El Minya, el códice Tchacos, una supuesta traducción de un original griego del que no se conserva ningún ejemplar, donde aparece un texto que menciona el perdido Evangelio de Judas junto con otros textos gnósticos.

Después de salir de forma ilegal de Egipto en 1983, un anticuario intenta venderlo sin éxito por una suma de tres millones de dólares y, a falta de compradores, el manuscrito termina depositado en un banco de Nueva York.

En 2002, la fundación privada suiza, Maecenas Foundation for Ancient Art, lo adquiere y contacta con la National Geographic Society para que lo restaure y trate de traducir su contenido.

A pesar del estado deteriorado del manuscrito, se pueden recuperar 66 páginas el códice, de las cuales veintiséis páginas corresponden al, así, denominado Evangelio de Judas donde se describen las revelaciones privadas que Jesús hizo a Judas Iscariote.

El presidente de la Maecenas Foundation, Mario Roberty, sugiere la posibilidad de que el Vaticano seguramente dispone, bajo su custodia, de otro ejemplar del texto y que por razones políticas ha decidido incluir solo los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan en la Biblia prohibiendo los otros evangelios.

A la pregunta de que sí eso es cierto, la respuesta del Vaticano es: "sin comentarios".

A día de hoy, solo se ha conocido un contenido sesgado del Evangelio de Judas y jamás se ha podido estudiar la versión íntegra del mismo.

Hasta ahora.
Primera página del Evangelio de Judas
(página 33 del códice Tchacos).

Ávila, en la actualidad.
Dependencias privadas de la Hermandad jesuita de Iglesia de San Agustín.

El padre Teodomiro Martínez siente un escalofrío que le recorre la espalda.

Acaba de terminar de traducir el contenido del sajado manuscrito que descansa sobre su mesa de trabajo. Desde que lo recibiera de las manos del moribundo padre Salustiano, ha dedicado innumerables horas y noches en vela a su estudio y traducción, intentando desentrañar cada fras y símbolo oculto en la envejecida tinta.

Las palabras del manuscrito traducido reverberan en su mente como ecos de un lejano abismo.

Descifrar su contenido se había convertido en su obsesión. ¿Qué podía contener el manuscrito para que el padre Salustiano se lo entregara en secreto a su custodio con la orden de destruirlo si se viese comprometida su localización?

El anciano había insistido en que jamás lo leyera, pero la curiosidad, pensó Martínez, no era pecado a los ojos de Dios. "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá", había dicho Jesús en el Evangelio de Mateo.

Ahora, mientras intenta estabilizar su respiración, sabe con certeza que el padre Salustiano tenía razón. No debió leerlo. Lo que ha descubierto no solo sacude los cimientos de su fe, sino los del mismo mundo.

—Esto no puede salir de aquí —se levanta Martínez abruptamente, y su mano temblorosa alcanza la vieja cajetilla de tabaco que aún conserva escondida debajo de su cama. Enciende un cigarrillo y aspira con ansia, otra prueba irrefutable de que ha fallado y dos promesas rotas: la que le hizo a su difunta hermana de abandonar el tabaco, y la que hizo a su mentor de no descifrar el texto.

El padre se desplaza intranquilo por el modesto habitáculo. Decide llamar por teléfono a su compañero de seminario, Nicolás Hernández, hombre íntegro y guía incansable en sus momentos de mayor duda de fe.

—Buenas noches, Nicolás. Perdona las horas. Te ruego que vengas a verme de inmediato. Te lo explicaré todo una vez que estés aquí. Date prisa y no se lo comentes a nadie.

Sin hacer más preguntas, el padre Hernández le responde que le llevará algo más de una hora llegar y que llamará a la puerta de su habitación con los nudillos dos veces como señal inequívoca para confirmar su identidad.

El religioso, más calmado con la inminente presencia de su amigo, hunde la colilla en un cenicero y se vuelve a sentar frente al Evangelio de San Judas.

Un evangelio prohibido y un testimonio oculto en las brumas del tiempo. Judas Iscariote, lejos de ser el peor de los traidores había sido el guardián de un secreto terrible junto al resto de los apóstoles y Pedro, el más leal de ellos, había cambiado la historia con un sacrificio impensable.

Relee entre susurros la confesión de Judas Iscariote en la última cena a Jesús y a Pedro en la que voces malignas le atormentan incansablemente desde la oscuridad, noche tras noche, ordenándole que traicione a su maestro. Que solo la muerte de Jesús romperá el sello que aprisiona al verdadero señor de este Mundo de nombre Yog-Sothoth.

Traduce de nuevo que el hijo de José tranquiliza al abatido Judas conocedor de la existencia de estas voces, afirmando que, si ése es el destino que su padre había decidido para él, así sea.

Vuelve a sorprenderse, al descubrir el plan urdido por Pedro junto a Judas y al resto de sus apóstoles -a espaldas de Jesús- de que el beso que debe identificar a su maestro en el jardín de Getsemaní no sea dirigido a Jesús, sino a uno de ellos.

Y de que por voluntad propia uno de sus apóstoles va a ocupar su lugar a partir de esa noche, justificando que la mayoría de los guardias que le van a apresar apenas han visto una vez a Jesús y, al amparo de la noche, sería fácil confundirlos.

Después, sabedores de que el apóstol elegido sería torturado y su destrozado cuerpo acabaría envuelto en sangre y latigazos, sería imposible distinguirlo del verdadero hijo del carpintero.

Conoce la sorpresa de Jesús al ver cómo es Pedro, el más querido de sus apóstoles, el elegido para que él pueda iniciar una nueva religión, y cómo los brazos firmes de otros apóstoles le sujetan y le obligan a aceptar la resolución de Pedro.

El destino de Jesús es otro y no morir en el Gólgota junto a las murallas de Jerusalén. Judas y los demás apóstoles le recuerdan que debe impedir la llegada del ser Primigenio fortaleciendo a la Humanidad con la difusión de la nueva fe.

Entre lágrimas, relee la firme decisión de Judas de quitarse la vida después para evitar que los seres puedan seguir leyendo su mente, descubrir el plan elaborado por los fieles apóstoles y evitar romper el sello de liberación del ser Primigenio al salvaguardar la vida del profeta Jesús. La callada aceptación de Iscariote de ser recordado como el mayor traidor a la humanidad a excepción del Evangelio que ahora el padre Martínez tiene entre manos y la promesa de Jesús de que estaría en el cielo a su derecha. Y la ironía final de Jesús -ya en el papel de Pedro- de negar conocer al hombre que había ocupado su lugar.

El padre Martínez se vuelve a incorporar incómodo. Pero, ¿por qué razón la Iglesia católica había tratado de ocultar este Evangelio, este manuscrito del Abismo? ¿Qué podía ganar haciendo creer al mundo que Jesús había muerto en la cruz? ¿Por qué esconder el sacrificio de Pedro y Judas? ¿Y por qué ocultar la existencia de Yog-Sothoth? ¿Quizá el verdadero enemigo acecha en las sombras, aguardando su momento?

Unos golpes resuenan en la puerta. Cinco, seguidos, precisos.

El padre Hernández ha llegado antes de lo esperado y con las prisas se ha olvidado de la señal acordada.

Martínez exhala el humo del cigarrillo, lo apaga en el cenicero antes de levantarse. Su corazón late con fuerza.

Abre la puerta.


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Todos los derechos reservados.

¡La estupenda banda sonora!

John Debney - Resurrection (OST The Passion of the Christ)


Lisa Gerrard & Denez Prigent - Gortez A Ran / J'Attends (OST Black Hawk Down).


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Comentarios

  1. ¡Una historia que te atrapa desde el inicio, con unos giros nada predecibles. Me ha gustado mucho. Enhorabuena Luis!

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  2. Genial relato. Una pasada. Y qué tema tan interesante. Muchas gracias. ☺️

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