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La nota - Luis Fernández (Especial Halloween 2025)

   


Recuerdo y me avergüenzo.

Recuerdo sus ojos sin vida y me avergüenza mi respuesta al agente tras descubrir la manta que cubría su rostro magullado: «¿La conocías?»

Guardé silencio y mentí mientras a escasos metros se llevaban esposado a su novio entre insultos de asesino.

Mentí, dije que apenas la había visto dos o tres veces y que no me había dado cuenta de nada de lo que estaba pasando. Otra mentira. Sabía mucho más de lo que jamás iba a admitir hasta hoy.

Debí haber hecho algo, debí haberlo visto.

Recuerdo la nota dentro del libro, una nota escrita con letra apresurada pero pulcra, que decía Ayuda. «Mi novio me quiere matar.» Al principio pensé que debía de tratarse de una broma de mi amigo el Pelanas, pero lo deseché de inmediato. Nico no había abierto un libro en su vida y estaría en una biblioteca más perdido que un gato en una boda.

La nota era real. Estaba seguro de ello como lo estaba de que lo había dejado el anterior lector para mí o para el que cogiera prestado el libro.

Pregunté a Doña Inés, la bibliotecaria, si me podía dar el nombre de la persona a la que le habían prestado el libro anteriormente.

Curiosa, pero con la mirada triste me respondió para qué lo quería saber, que si le pasaba algo al libro.

Le respondí que no era nada de eso y me inventé que me estaba gustando mucho y que deseaba poder hablar del libro con alguien que lo hubiese leído. Para un trabajo del insti, le afirmé.

—Entiendo —respondió desganada. Sabía que le estaba mintiendo.

Con un decepcionado y levísimo suspiro, se quitó las gafas, dobló las patillas con cuidado y las dejó sobre la mesilla. Cojeando se acercó a un archivo. Cada vez la Inés cojeaba más. Entre eso, y los kilos de maquillaje que se ponía, el mote de Alaska Cojarama le venía al pelo. Los jóvenes podemos ser muy crueles.

Consultó las tarjetas de los préstamos de los libros y me confirmó entre susurros que se trataba de Sara Cordero. Con una mirada cómplice me indicó que estaba sentada en una de las mesas al fondo. La más alejada.

Le di las gracias con la mejor de mis sonrisas.

Sara Cordero, la rarita del insti, la de las coletas y mirada ausente. La que nunca hablaba con nadie, la que en el comedor comía sola, la fantasmiko.

Cuando me senté a su lado se sobresaltó. No se esperaba que alguien pudiera tener interés en hablar con ella o quizá solo estaba asustada. No lo sé y nunca lo sabré.

—Hola Sara —le susurré—, qué tal. ¿Qué estás leyendo?

Me respondió que una tontería intentado tapar el título de la portada del libro. Déjame ver, le dije, y le aparté las manos con cuidado: Love Story de Erich Segal.

—Vi la película —afirmé y empecé a recitar la frase más icónica—. Amar significa no tener que...

—...decir nunca lo siento —terminó ella la frase visiblemente avergonzada para después levantarse, retirarse un díscolo mechón tras la oreja y apretar el libro contra su incipiente pecho.

—Esto, yo me tengo que ir, me recoge Salva dentro de un rato—se disculpó. Decidida, empezó a recoger nerviosa sus cosas. Me sonrió y antes de marcharse me dijo apurada que ella venía todos los días a leer un rato. —No sé, si quieres, quizás...

—Sí —respondí—, mañana pensaba extender el plazo de préstamo del libro que estaba leyendo. La casa de los espíritus. ¿Lo conoces? 

Me contestó que lo acababa de leer y que era genial. Y se fue.

Al día siguiente, nos sentamos juntos.

Y hablamos entre susurros de la familia Trueba durante horas. Y al día siguiente otra vez. Y a la otra semana de nuevo. Pero jamás mencionó la nota. Nunca. A las ocho cerraban la biblioteca e Inés, la Alaska Cojarama se disculpaba por tener que echarnos con una mirada de infinita ternura.

Las cosas se torcían al salir de la biblioteca. No faltaba a la cita a lomos de su burra el novio de Sara que la agarraba de la cintura como un fardo y se la llevaba a Dios sabe dónde. Ella me miraba como un cordero degollado. Me marchaba a casa desolado.

¿Era su nota una forma de llamar la atención? ¿O quizás solo una broma de mal gusto?

Decidí armarme de valor y preguntarla al día siguiente.

Ella estaba como de costumbre esperándome en la última mesa del fondo. Me acababa de sentar a su lado cuando oímos los gritos y los puñetazos sordos de una persona golpeando a otra que resignada a su suerte no se defendía.

La resignación de una persona que había introducido innumerables notas de auxilio en muchos de los libros que entregaba. La callada claudicación de una persona que ocultaba con kilos de maquillaje los moratones de las muestras de amor de su pareja. La insoportable rendición de una persona a sabiendas de que nadie quiso verla ni hacer nada. Golpeada, destrozada hasta la cojera por un animal.

Nadie le hizo caso. Todos estábamos a otra cosa. Agilipollados.

FIN.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de una de cada tres mujeres han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja íntima o violencia sexual por parte de alguien que no es pareja en algún momento de su vida. 

Abramos los ojos, demos voz a los que sufren, denunciemos, aunque sea de forma anónima. 

Ni una sola persona más debe sufrir por medio a quedarse sola o a que no la crean.


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Todos los derechos reservados.

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Las canciones del relato:

Alaska y Dinarama - ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?


HR Piano Solo - Passacaglia (Sad Version).


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Comentarios

  1. Buen giro final. No me lo esperaba. Buen relato que viene a certificar que prejuzgamos mucho y estamos ciegos ante las evidencias. Muchas gracias por abrirnos los ojos.

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