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La piel de conejo (parte 1) - Alberto Jiménez (Especial Halloween 2025)


Imagen: Leyre Jiménez

1.Un remolino en el patio

Arcelia y Manreet llevaban toda la vida compitiendo. Toda la vida es mucho tiempo, sobre todo si ese año empiezas el instituto.
Cada una en su grupo había tirado del carro: organizaban, dirigían, ganaban. Delegadas, capitanas, líderes… y, por supuesto, enemigas naturales. Si había un concurso, una olimpiada o una función de teatro, alguna de las dos estaba en primera fila. Los profesores las admiraban y las odiaban al mismo tiempo: por su talento… y por su incapacidad de compartir protagonismo.
Para horror de ambas, el primer curso de instituto las unió en la misma clase, las separó de sus acólitas y seguidores; el universo —con su infinito sentido del humor— decidió que tendrían que hacer equipo.
Aquel día, en el recreo, la tensión era la de siempre. Arcelia estaba sentada en el banco con el uniforme perfectamente doblado, revisando una lista de tareas en su cuaderno. Manreet, a su lado, programaba algo en la tablet.
—No entiendo cómo puedes escribir a mano cuando ya hay aplicaciones que hacen eso y de forma más eficiente —comentó Manreet sin apartar la vista de la pantalla.
—Y yo no entiendo cómo puedes fiarte de un cacharro que depende de una batería —respondió Arcelia sin mirarla—. Pero aquí estamos, sobreviviendo a nuestras diferencias.
—A duras penas —susurró Manreet.
—¿Qué?
—Nada.
En ese momento, una sombra pasó deslizándose junto a ellas. Era el monopatín de la nueva. Con ella encima. Como siempre despeinada, con su sempiterno chándal y arrastrando zapatillas. Le dió una patada a la tabla para dejarla bajo el brazo. El irritante postureo de skater. De seguido, se dejó caer en el bordillo, justo frente a ellas.
—¿Por qué no viste normal, como todo el mundo? —susurró Arcelia, tapándose la boca con el cuaderno.
—Tal vez porque normal es un concepto relativo —replicó Manreet, solo para llevarle la contraria.
—No me digas que ahora la vas a defender.
—No la defiendo. Solo señalo que hay quien opina desde un monocroma vida de rosa y lazos —dicho esto, le dió un ostensible repaso de arriba a abajo con la mirada.
—Calla y mírate en el espejo, perroflauta.
La chica nueva, Gari, hizo como que miraba en otra dirección y sonrió:
—Sabéis que os estoy oyendo ¿verdad? ¿Siempre sois así de simpáticas o es que hoy estáis de oferta?
Arcelia se quedó sin palabras, Manreet alzó una ceja. Antes de que alguna respondiera, Gari abrió su mochila y sacó algo envuelto en un trapo viejo.
—Vale, vale, no os peleéis —dijo—. Mejor mirad esto, es de locos.
—¿Qué es? —preguntó Arcelia— Yo eso no lo toco ni con un palo.
—Algo que encontré en el trastero de mi abuela. Me lo regaló este verano, mientras estábamos en Alemania, en su casa. Mirad qué guapo.
—Esto parece algo muy caro —Manreet detectó delicadas incrustaciones en un trozo del objeto envuelto—. ¿Seguro que te lo regaló?
—La verdad es que no —admitió Gari—. De hecho se puso tope chunga conmigo, me dijo que estaba prohibido jugar sola en el trastero. Que me prohibieran algo no hizo más que empujarme a pensar que era algo súper top que no podía dejar pasar, así que me lo traje sin decirle nada a nadie.
Desplegó el trapo sobre el banco. Dentro, una caja de madera grabada con símbolos. Parecían letras, pero se movían al intentar leerlas.
Manreet se inclinó, curiosa.
—Eso es imposible. Ninguna estructura molecular debería moverse sin estímulo externo.
—Traducción: está vivo —bromeó Gari.
Arcelia torció el gesto.
—¿Seguro que no es un truco? ¿Esto no es una pantalla o algo? —dijo tocando la superficie.
—Seguro. Lo he probado. —Gari abrió la caja. Dentro esperaba un amuleto con forma de oreja de conejo tallada en piedra gris.
Manreet también examinó la superficie.
—Debe de ser un material con propiedades ópticas inusuales. Creo haber leído algo de un objeto similar de Leonardo DaVinci…
—Calla, friki. Esto es la caja de las chuches y golosinas —dijo Arcelia, tapándose la nariz— de la época de experimentación psicodélica de la abuela de esta.
El amuleto brilló débilmente.
Las tres se quedaron en silencio.
Un viento extraño recorrió el patio. El polvo giró en espiral alrededor del banco, y una frase apareció grabada en la tapa de la caja:
“Toda fuerza necesita su espejo.”
—¿Qué significa eso? —preguntó Arcelia, con un tono más inseguro que de costumbre.
—Probablemente un mensaje oculto por reacción térmica —dijo Manreet tratando de encontrar seguridad en la lógica, aunque su voz tembló.
—O algo que no deberíamos haber tocado —susurró Gari.
El suelo vibró.
Las baldosas empezaron a disolverse en un remolino de luz plateada.
—¡Gari! ¿Qué has hecho? —gritó Arcelia.
—¡Nada! ¡Creo! —respondió Gari, aferrando el amuleto en la mano.
—Esto desafía todas las leyes de la física —alcanzó a decir Manreet antes de desaparecer. Y el patio se deshizo en un destello.
El monopatín de Gari quedó solitario, girando en el suelo, hasta detenerse del todo.

2. El final del viaje

El silencio llegó primero.
Después, un zumbido agudo, como cuando una tele antigua se apaga.
Gari abrió los ojos y vio un cielo de color cobre. A su alrededor, árboles de cristal se mecían sin viento, y la tierra tenía reflejos metálicos.
—Ay… —murmuró, incorporándose. Su voz rebotó en el aire, como si el sonido no supiera dónde ir.
A unos metros, Manreet y Arcelia yacían enredadas en una maraña de ramas luminosas.
—Genial —gruñó Arcelia, sacándose una hoja que parecía de aluminio del pelo—. ¿Dónde demonios estamos?
—No es el instituto, eso seguro —contestó Manreet, poniéndose en pie y encendiendo su tablet. La pantalla parpadeó, mostró unos símbolos desconocidos y murió.
—Vaya, tu tecnología mágica también ha decidido desconectarse, ¿eh? —dijo Arcelia con una actitud vengativa.
—No es magia, es física cuántica —replicó Manreet, pero el comentario perdió fuerza cuando la tablet soltó un chisporroteo y se apagó del todo.
Gari se levantó y sacudió el polvo plateado de su chándal.
—Vale, no es el patio del insti, pero seguro que tampoco es Alemania —bromeó, aunque su sonrisa era más nerviosa que divertida.
De pronto, un ruido sordo resonó entre los árboles. Algo se movía.
De entre las sombras emergió una figura alta, con orejas larguísimas que se arqueaban como antenas. Su cuerpo era delgado, casi humano, pero su rostro tenía un aire animal, suave y alerta. Un ser humanoide con cara de zorro de orejas largas les estaba dando el alto.
Las tres chicas retrocedieron al unísono.
—¿Eso… habla? —susurró Arcelia.
—Depende del modelo lingüístico —dijo Manreet, con la mirada fija.
—¿Modelo qué? —Gari giró los ojos—. Calla, que nos mira. Y no está contento.
La criatura inclinó la cabeza. Tenía una voz profunda, tranquila aunque inquisitiva:
—Forasteras. Las orejas os delatan.
—¿Perdón? —preguntó Arcelia.
—No tenéis orejas dignas —continuó el ser, observándolas—. Pequeñas. Raras. Peligrosas.
Manreet dio un paso al frente, intentando parecer racional.
—Somos de otra especie. Otro… lugar. Venimos en son de paz.
—No sé —dijo aquel zorro de ojos tan oscuros como la enfermedad—. No estoy seguro de eso.
 
Imagen: Minerva Jiménez
 
El aire volvió a temblar. Un coro de murmullos surgió a su alrededor. Más figuras salieron de entre los árboles: zorros de orejas enormes, jerbos con túnicas, incluso un tipo con pinta de murciélago con gafas redondas. Todos las miraban con la misma mezcla de curiosidad y recelo.
Arcelia se pegó a Manreet, casi sin darse cuenta.
—Vale, ya puedes decir que esto sí es magia.
—No. Es un entorno alternativo con leyes físicas distintas —contestó Manreet automáticamente.
Gari las interrumpió:
—Da igual cómo lo llamemos, lo importante es salir de aquí.
El fénec dio un paso más.
—De eso nada, no podéis iros. No vais a deambular por ahí con… eso. Con esas cosas.
Su mirada se posó en Gari, que seguía sosteniendo la caja en una mano y el amuleto en la otra:
—¡Sabía que nada bueno traeríais aquí! ¿Qué te está sucediendo? ¡Brujería!
Gari bajó la vista hacia sus manos. La oreja de piedra del amuleto brillaba débilmente, como un corazón latiendo ¡bajo su piel!
—Yo… sólo la toqué.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Gari. Notó el calor subiéndole por el brazo, como si algo vivo se moviera bajo la piel.
Arcelia dio un paso atrás.
—¿Qué le pasa?
—Reacción química —aventuró Manreet, aunque el miedo le nubló la voz—. Tiene que ser una alergia a algo que había en la caja.
La piel de Gari brilló unos segundos, luego el resplandor se desvaneció. Cuando se volvió a mirarlas, la totalidad de sus globos oculares eran un reflejo plateado.
—Chicas, creo que esto es algo más grave que una alergia —dijo, intentando disimular el temblor de sus manos—. Hay algo moviéndose dentro de mí.Los seres de largas orejas se cernieron en torno al grupo. El zorro sonrió como un depredador:
—El príncipe decidirá lo que se haga con vosotras. No envidio la suerte que os espera. Despediros de todo aquello que conocéis: vuestra vida, vuestras familias. Este viaje termina aquí —escupió el fénec, mientras su sombra devoraba la luz del día.



Continuará. Segunda Parte, el día 28.
No te quedes sin saber qué ocurre con nuestras protagonistas.
 
Os dejo el siguiente vídeo como banda sonora para escuchar mientras leéis el relato.
©️Alberto Jiménez (texto). ©️Ilustraciones: Leyre y Minerva Jiménez. 
 

Comentarios

  1. Una historia liviana, simpática, muy en línea de lo que la juventud lee ahora. Un grupo de amigos que se enfrentan a una amenaza que en principio les descuadra y supera. Alabo lo bien que Alberto sabe capturar el Zeitgeist de la juventud y lo muy naturales y accesibles que resultan sus personajes. Deseando leer más.

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  2. Mis hijas me presionan para que la historia continúe. Ellas mandan☺️

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