Translate

El Lobo de Montecristo (Acto Dos y Tres) - Klaus Fernández

 

EL LOBO DE MONTECRISTO

“La venganza es un plato que se sirve frío”

ACTO DOS

El nacimiento del Lobo de Montecristo

   «Lentamente pasó el tiempo. Mucho tiempo. La privación de libertad me estaba volviendo loco. El cautiverio era insoportable. 25 rayas marcadas en la pared mostraban el lento período que llevaba preso. Anhelaba el aire libre. Soñaba con mi bosque. El correr en pelotas por los montes. En este largo espacio de tiempo ya se apreciaba claramente en mi figura la pérdida de peso y pelo. Estaba muy desmejorado. Cuando estoy así, regresa a mí como recordatorio el dolor de mi tobillo derecho. Años atrás, siendo pequeñajo, quedé atrapado en un cepo en un frío invierno hasta que me rescató un buen amigo. Desde entonces somos inseparables. Aunque nos veamos poco por cuestiones laborales.

    25 largos e insufribles minutos llevaba ya en Lobatraz. Me senté desesperado en el suelo y ahí es cuando me percaté asustado de que no estaba solo en mi celda. Tenía una compañera reclusa. Una vieja marmota me miraba con curiosidad mientras se comía pausadamente un bocadillo como si tuviera que durarle todo el día. Dejó el bocata a un lado y comenzó a hablar. Se presentó como Raouf. Rufo, me dije mentalmente que le llamaría. El nombre de Raouf tenía muchas vocales, me daba una pereza horrible y parecía que estaba haciendo gárgaras. Además el nombre de Rufo queda más molón. Rufo llevaba en Lobatraz ya unos poquitos años. Era inocente. No merecía estar ahí. Ya, ya, como todos los que hay en las cárceles. De hecho no conozco a nadie que crea que merezca estar aquí. La marmota me estaba aburriendo con su charla y yo no hacía más que abrir desmesuradamente la boca, pero chicos, nada, no se daba por aludida y seguía a lo suyo.

    Según su historia, hace años, cuando Lobatraz era un convento, se retiró aquí voluntariamente para huir de un pasado delictivo y encontrarse espiritualmente. Al poco tiempo lo reconvirtieron en prisión y nadie reparó en él, con lo que aquí se quedó encerrado. Decía que era una víctima del sistema. Como yo, no te zurce. Mientras me lo relataba, yo no podía dejar de bostezar, realmente me estaba durmiendo. La marmota poseía un tono de voz muy monótono y cansino. Menuda milonga me estaba soltando el pesado roedor. También dijo que era muy rico (sí, sí) y poseía un gran tesoro escondido, fruto de su pasado al margen de la ley, perteneciente a la banda criminal Hijos de la Marmota y que lo compartiría conmigo si le ayudaba a salir de aquí. Que tenía un plan de fuga. En este momento, abrí un ojo, di un respingo y me levanté del suelo. Ya empezaba a interesarme más la aburrida marmota. Yo actualmente estaba arruinado. Me había metido hace poco a invertir en bitcoins, me creía un lobo de las finanzas, y me salió fatal la cosa. Estuve mal asesorado y a raíz de unas polémicas declaraciones de un gurú del tema, Tejón Musk, se fue todo a pique. Cada vez que abría la boca el tejón, subía el pan y bajaban mis bitcoins. Pero, niños, no me interrumpáis que me desviáis del tema.

    La marmota contaba que tenía todo su tesoro escondido en una isla. La isla de Montecristo. Y yo pensando que sólo era una marca de habanos cubanos. Le azucé a que no reparara en detalles de tan fastuoso tesoro mientras, y aprovechando su descuido, devoraba su bocadillo a dos carrillos y a dos zarpas. A Rufo le gustaba escucharse y tras haber oído, como si me interesara, toda la parte de su pasado acumulador de riquezas ilegales y llegando a la parte que a mí me atraía, en la que explicaba la ubicación exacta del tesoro, hizo una pausa para darse importancia. Un ruido se oyó a lo lejos tras la puerta. La marmota dijo de repente que se encontraba muy cansada. Más cansada que el grafitero de la muralla china y se durmió ipso facto como un bendito.

    ¡Maldito roedor! Le zarandeé un poco para sacarle de su estado pero fue inútil. Estaba muy dormido. Dormido como una marmota.

    Escuché unos pasos acercándose en el pasillo del exterior de mi celda. Eran unos pasos cortos. Fatigosos. Oí un taburete metálico arrastrándose por el pavimento hasta golpear la puerta y un resoplido. La mirilla superior se abrió con un chirrido.

    Las orejillas de un mapache se asomaron por la apertura. No se veía nada más. Tendría que haber cogido una silla más alta, pensé.

    —¡Ajajá! ¡Aquí estás! ¡Indefenso! ¿Eh? ¡Atrapado como una rata almizclera! ¿Esto no te lo esperabas tú, eh? ¡Sí, soy yo, tu archienemigo! ¡Por fin nuestros caminos vuelven a encontrarse, finalmente tienes tu merecido y yo he obtenido mi venganza! ¡Sé que hace tiempo que evitabas enfrentarte a mí! ¡Encararte a tu enemigo mortal, el que no te deja conciliar el sueño, el que te hace vivir con temor! ¿Cómo te sientes ahora, eh? ¿Eeehhhhhhh?

El mapache, por lo visto, me odiaba mucho.

Yo no sabía quién era.»


ACTO TRES

Rufo tiene un plan (creo)

    «Se lo dije. Se rebotó bastante y cerró la mirilla apresuradamente. Creo que se pilló los dedos. Le oí marcharse refunfuñando, soplándose los dañados dedos, agitándolos en el aire como si tocara una guitarra imaginaria. Me dijo algo parecido a que volvería mañana a atormentarme. Le dije que viniera con su padre, que él era muy enano y que trajera una silla más alta. Al girarme pillé a la marmota con un ojo abierto, se había hecho la dormida. Se percató de ello, se excusó torpemente y se metió rauda en un pequeño agujero en el suelo que, a buen seguro, la llevaría a la celda contigua. Desde el otro lado de la pared me dijo bostezando que mañana seguiría contándome su excelente plan de fuga y la ubicación de la pasta. Asomé el morrete por mi ventana con barrotes. Seguía siendo de noche, la luna llena me saludaba en lo alto y una caída de tres pares de narices se vislumbraba por lo bajo. Y al fondo del todo, un lago embravecido y hasta me pareció ver tiburones.»

    —Monitor Rufino, disculpe, en los lagos no hay tiburones...

    —¡Qué te calles ya, niño!

    «Era un feo asunto. Y encima yo no sabía nadar. Abandonado como una vieja maleta. Sin nombre, sin juicio. Olvidado. Por todos menos por mis enemigos. En estas circunstancias, el rescate o liberación eran altamente improbables. Poco podía hacer ahora, nada más que pensar en cómo salir de este contratiempo. Ya había intentado sin éxito introducirme en el hoyito del escuálido de Rufo. El resultado fue que sólo pude meter la cabeza con mucho esfuerzo dejando todo el resto de mi cuerpo fuera, moviendo las patas como si estuviera arrancando una moto y, sobre todo, mi trasero en una postura bastante indecorosa.»

    Unas risitas se escucharon tras un árbol. Me detuve un minuto perplejo. ¿Quién había sido? Los críos seguían atontados escuchándome con la boca abierta. Me encogí de hombros. Continué con mi relato no sin antes haberle metido un buen muerdo a un muslo de pollo, tragarme una lata de cerveza Miau de una sentada, eructar y tirarla por encima del hombro. Más tarde cuando los críos estuvieran durmiendo la recogería a escondidas al amparo de la noche. Pero ahora, de momento, quedaba como un lobo malote.

    «Al día siguiente tempranito la marmota regresó, se la veía descansada, al contrario que yo que estaba hecho un ocho de dormir en el frío suelo. En mi casa duermo encima de 10 colchones. Se los quité a una estirada princesa obsesionada con los guisantes. Ella no dormiría bien pero yo lo hago a pata suelta con una pernera del pijama subida. Es un gran misterio. No sé la razón por la que sólo se levanta una de ellas y no las dos. Tengo que averiguarlo algún día.

    El día estaba triste. El cielo estaba encapotado y llovía con abundancia en el exterior. Lágrimas vertidas por el cielo en respuesta a mi injusto encarcelamiento, sin duda.

    Rufo me confesó que me había cogido cariño y que me veía como a un hijo. Me iba a hacer su heredero universal en detrimento de sus hermanas marmotas que no habían ido a verla en todos estos años de clausura. Para mí que estaba un poco dolida y un poco rencorosa. En todo este tiempo, como buena marmota, se había dedicado a hacer túneles por toda Lobatraz. Me enseñó sonriente y orgulloso un mapa muy detallado de sus corredores subterráneos. Lo miré, regresé mi mirada a Rufo y de nuevo al mapa. Rufo había convertido la prisión en lo más parecido a un queso gruyere con decenas de túneles. Ninguno llevaba al exterior. Sólo a otras celdas. La marmota me miraba como si el mapa fuera canela en rama, puro almíbar. Yo sólo veía a Rufo como una alhaja con dientes.

    Le pregunté si tenía algún otro plan. Me dijo que tenía otro muy bueno y testado. Consistía en hacerse el muerto y cuando los guardias vieran que había pasado a mejor vida, se activaría el protocolo “deshacerse de los cuerpos”, me meterían en un fardo de tela y me echarían al lago. Era un plan maravillosamente malo. Ni me iban a tirar al lago, ni sabía hacerme el muerto. Tengo unas cosquillas terribles y me entra la risa floja, ni tampoco sé nadar y me ahogaría seguro. Hace unos años ya lo intentó otro reo, Rumpelstiltskin. Rufo ese día se puso casualmente indispuesto y el gnomo se la jugó solo. Jugó y perdió. Se pegó un planchazo con el agua, se lió con el fardo para salir y se lo comieron los tiburones que le estaban esperando como los hipopótamos a las bolas de ese conocido juego de mesa. Ahora sigue sirviendo de comida de peces en el fondo del lago y, supongo que, yo no le esperaría para que convierta vuestra paja en oro. Cada vez me extrañaba menos que Rufo llevara aquí una eternidad.

    Sinceramente esperaba que su mapa con la ubicación del tesoro de Montecristo fuera algo más útil.

    Le devolví el mapa de los túneles y le pedí que me enseñara el del tesoro. Me dijo que tenía uno muy detallado, a escala, fiel reflejo del que tenía en su cabeza. Me lo enseñó. Era una servilleta arrugada llena de manchas con dos palmeras cruzadas con una “x” y un punto que rezaba, “Usted está aquí”. Le devolví el mapa y le recomendé que se pusiera las pilas con él.»

Continuará...

SafeCreative 2109049172735

¡No te pierdas, la primera parte de esta historia, pulsando el enlace!



Comentarios

  1. Hahaha... Rufino me ha robado el corazón desde el principio. Es un canalla, un exagerado, un interesado y un robacorazones. Fan número Uno. Necesito más Rufino... ¡no, exijo más!

    ResponderEliminar
  2. Otro fan incondicional de Rufino. A sus pies y a los de su cuñado Isidrín (quien no conozca a Isidrín debe leerse el libro de Klaus).

    ResponderEliminar
  3. Menos mal qué has estado hábil con los tiburones. Me encanta sigue así. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza