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El mar lo devuelve todo (Especial Halloween) - Klaus Fernández

EL MAR LO DEVUELVE TODO
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        Me llamo Allison Johnson. Soy inglesa, de Manchester, tengo 19 años y un perro Yorkshire que responde al nombre de Hugh. Me encantan los gorros de lana, la fotografía y vine sola a este aislado pequeño pueblo huyendo del mundanal ruido. 

Este pueblo pesquero al norte de Portugal cuyo nombre omitiré ya que cualquiera puede localizarlo en Google Maps sólo tiene un problema.

Está maldito.

Los habitantes saben que sobre él pesa una maldición, tú no. A ti te parecerá el típico pueblo costero con hombres rudos de mar que salen a faenar por la mañana mientras las mujeres se quedan en puerto cantando y arreglando las redes. Por las tardes, al volver en sus embarcaciones, sus esposas los reciben amorosamente junto a su carga. La vida parece justa y es simple. Todo es como debería ser: costumbres sencillas, vidas sencillas.

La principal riqueza de este pueblo proviene de la actividad pesquera del bacalao. Aunque se rumoreaba que en el siglo XIX dispuso de una forma más o menos esporádica de otra fuente de riqueza. En las temporadas con menos capturas recurrían al contrabando, e incluso se dice que provocaron algún que otro naufragio para hacerse con sus mercancías. Actualmente apenas llega a los 200 habitantes en invierno, número que se dobla en épocas más veraniegas cuando algunos turistas armados con móviles y ropa hortera llegan a él. Lo más singular del pueblo es una vieja iglesia sin culto, construida por completo con la madera de los barcos naufragados en sus costas y dedicada a un santo indescriptible de túnica púrpura encapuchado y manos de pez. 

Toda la aparente tranquilidad del pueblo cambió el día que el joven Vitor, entre las redes de su barco, volviera con un extraño cofre. Lo había pescado en o mar proibido. Leandro, un ciego pescador que peinaba canas, advertía aterrado del peligro que rodeaba esa extensión de agua. Ahí estaba prohibido faenar, los pocos peces sabían mal o flotaban muertos, la temperatura de la mar siempre estaba unos grados más caliente que en otras zonas y existía un acuerdo tácito para no molestar a las oscuras sombras que se movían y que habitaban en el fondo. Él mismo en su juventud yendo a esa zona prohibida con su padre había sufrido la ira del mar. Su padre no regresó jamás y Leandro volvió cegado por los horrores que presenció.

Ciego y advertido. No se puede molestar a las criaturas que ahí habitan, el precio por trasgredir esa norma sería terrible. Leandro terminaba la historia, a quien quisiera escuchar, siempre apurando su botella de ribeiro y una críptica frase: “O mar devolve tudo”. Vitor, con la insolencia y el valor que da la edad, se reía de esas oscuras supersticiones. Coisas de pescadores velhos e tolos. Y esa tarde fatídica, ya aburrido de no haber tenido fortuna en su pesca del bacalao, se dirigió a la zona maldita en su pequeña embarcación. El cielo estaba encapotado y las aguas revueltas. No le extrañó que el mar estuviera caliente y de un color rojizo. Con una poca fortuna, esa zona no explotada tendrá bancos de peces que caerían en mis fuertes redes –pensó el joven. Echó la red principal y aguardó. Un brusco tirón se produjo en la malla. Vitor, sonriendo, la recogió. Nada había en ella excepto un cofre de madera podrido adornado con conchas y abrazado por tres cadenas. Un cerrojo coronaba la principal cadena. El joven cogió una palanca y se dispuso a reventar el cerrojo pero, en ese instante, rompió a llover abundantemente, decidió regresar a puerto y hacerlo en tierra firme. Al abandonar la zona, le pareció oír un lamento y unos chapoteos tras suya pero lo achacó al ruido del fuerte viento y al traqueteo del motor. 

En el puerto, una vez amarrada su embarcación, Vitor descendió de ella con el pesado cofre y lo depositó en tierra firme. Súbitamente las gaviotas dejaron de gritar y huyeron del puerto. El pueblo enmudeció, el joven aún no había abierto la boca pero todos supieron al instante que había accedido a o mar proibido. Había roto el pacto. Vitor, con la palanca que sacó de su barco, reventó el candado. Las cadenas cayeron con un ruido irreal. Abrió la tapa para cerrarla al instante. Sonrió a los demás pescadores y cayó muerto sobre las tablas de madera del embarcadero.

Una anciana echó rauda, santiguándose, una manta sobre el cofre, que no sobre el cuerpo del desdichado muchacho. Otras ancianas llamaron a gritos a Leandro. Él sabría que hacer con el cofre. Pero no fueron capaces de dar con él. Iban a abandonar su búsqueda cuando unos niños lo encontraron dormido borracho bajo un hórreo. Tres fornidos hombres le llevaron en volandas hasta el puerto. El cofre se hallaba rodeado dentro de un pequeño e improvisado círculo con velas encendidas y crucifijos. Así mismo también se habían depositado, cosa extraña, varias cestas con peces. Bajo la manta el cofre parecía latir rítmicamente. Cuando soltaron a Leandro delante del espontáneo altar, abrió exageradamente sus ojos ciegos y recuperó su sobriedad. De algún extraño modo reconoció el cofre. Había que devolverlo a su dueño a la mañana siguiente sin más dilación, de lo contrario el pueblo sufriría males terribles. De momento, esa noche, el cofre custodiado por Leandro dormiría en la vieja iglesia de R'lyehothop. Se erigió en una sola noche, con las indicaciones de un extraño ser marino, para calmar a “los que duermen inquietos” tras la última afrenta del pueblo: el viaje de Leandro y su padre a la zona prohibida. Su construcción permitió que la pesca fuera abundante, generó riqueza y el pueblo obtuvo un periodo de relativa paz.

A la mañana siguiente, el mismo Leandro en persona depositó el cofre en uno de los barcos con unas precisas instrucciones susurradas al capitán del navío. El viejo ciego había tenido una epifanía durante la noche. El santo le había hablado; todas las embarcaciones y hombres debían salir a faenar. La mañana era espléndida y el cielo estaba despejado y los pescadores se despidieron sonrientes de sus familias. Leandro contemplaba la escena taciturno desde la iglesia. El clima duró pocas horas tornándose el cielo oscuro en segundos y negra lluvia precipitándose sobre el pueblo y el mar. Fuertes vientos azotaban el puerto. Las mujeres, esposas e hijas empezaron a temer lo peor. Ningún barco regresaba a la hora habitual. Pidieron ayuda al anciano ciego. Seguramente él sabría también ahora que hacer. “Iremos todos a rezar a R'lyehothop en la iglesia por el regreso de los hombres, el mar lo devuelve todo” dijo enigmático. Y así lo hicieron durante días pero la tormenta no amainaba y los esposos, padres e hijos no regresaban. 

Esa noche, Leandro tuvo otra epifanía. En sueños, R'lyehothop, le había vuelto a hablar. Todos los pescadores regresarían pero se debía pagar un alto precio. Todas las mujeres accedieron, no había precio alguno que no estuvieran dispuestas a pagar por ver regresar a sus seres queridos. Al caer el día del sexto día, todos los pescadores retornaron... pero no como se fueron. Eran diferentes. Estaban muertos. Fueron apareciendo, poco a poco, andando torpemente desde el mar hasta la orilla. Hinchados como globos. Con las miradas vacías y las bocas abiertas. Cubiertos de algas, arañazos y mordiscos.

Las mujeres cayeron de rodillas espantadas. Leandro les explicó que les habían permitido volver por una sola noche y al alba siguiente todos deberían volver a sus tumbas de agua. Al abrazo de “los que duermen inquietos”. Habían regresado para que sus familias pudieran despedirse e ellos. 86 personas debían regresar a las profundidades, ni uno más ni uno menos. Una mujer anciana y enferma se ofreció a ocupar el lugar de su hijo retornado. De este modo, el fallecido podría recibir cristiana sepultura en el cementerio y no vivir eternamente maldito en ese simulacro de vida. Leandro respondió que debía consultarlo con los habitantes del mar y entró solo en la iglesia. Un niño, vencido por la curiosidad, le siguió y se asomó por una ventana. Desde ahí le pareció ver a Leandro entrar en trance y hablar con la estatua del santo. Creyó también ver que la estatua no era tal, se movía y hacía gestos con sus manos de pez al anciano. Tras unos minutos, Leandro salió de la iglesia, el pacto era aceptado y tolerado para R'lyehothop. En los sucesivos años, en este día, todos los fallecidos regresarían y su lugar podría ser ocupado por uno del pueblo. Uno por año y un retornado por uno vivo.

Y así se hizo durante años. Al principio, eran voluntarios. Personas que deseaban sacrificar sus vidas por los que se fueron, otro no poseían familia, estaban enfermas, débiles o hartas de vivir. Pero esas personas voluntarias se agotaron, para pasar a ser seleccionadas a sorteo y al cabo de los años fueron forzosos. Tras unos lustros, el pueblo maldito se estaba quedaba sin habitantes. Una oscura noche en la iglesia, acordaron ofrecer a personas de fuera del pueblo. A vecinos de otros pueblos. Esa opción era peligrosa, podían atraer una atención no deseada. Los turistas eran la mejor opción. Personas prescindibles a las que era fácil engañar con la belleza del pueblo y hacerlas desaparecer.

Me llamo Allison Johnson. Me capturaron hace años en el pueblo. Llevan haciéndolo años aunque ya nadie se acuerda de la razón por la que empezaron. Es como el experimento de los monos, el racimo de plátanos y los chorros de agua fría. En dicha prueba, en un momento dado, los monos ya no saben por qué hacen girar una rueda y están malnutridos, sólo saben que recibirán chorros de agua fría si a uno de ellos se le ocurre ir a por el racimo de plátanos. Los habitantes del pueblo se habían convertido en los monos.

Me ataron a un altar en la iglesia y, por la noche, “los que duermen inquietos” vinieron para que ocupará el puesto de un retornado. 

Hoy ya, tras cinco años, regreso al pueblo con paso torpe, azulada e hinchada como un globo. Vacío caparazón de una anterior vida, llego desde el fondo del mar, esperando tener suerte y que alguien ocupe mi lugar para pueda descansar al fin.

     Ya que el mar lo devuelve todo.  


Esta historia es un humilde homenaje a H.P Lovecraft y Los mitos de Cthulhu.

Imagen: Tower at Honfleurs, Calvados, Francia. Autor DurandMatthieu 

 

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Comentarios

  1. Un muy buen relato de terror que no sólo homenajea a Lovecraft si no que además no desentona para nada con su obra. Mi problema es que quiero saber más. ¿Habrá una segunda parte? La respuesta sólo puede y debe ser SÍ... necesito saber más. Muchas gracias.

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  2. Una gran historia de Halloween, típica de contar una noche frente unaa hoguera, de las que te dejan con el miedo de mirar atrás y las ganas de seguir escuchando. Muy buena historia.

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  3. Una gran historia de misterio de Klaus. Estas son las historias que nos gustan.

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