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Rufino de Bergerac - Klaus Fernández



RUFINO DE BERGERAC

“NO HAY AMOR MÁS SINCERO QUE EL AMOR A LA COMIDA"

Cyrano de Bergerac es un poeta, orgulloso y sentimental, pero feo. Está enamorado de una hermosa mujer y no espera ser correspondido. A ella le hace tilín, otro. El destinatario de sus suspiros es un soso, atolondrado pero guapo muchacho. Cyrano con su ingenio, ya que si tenemos que esperar a que de un paso al frente el otro, nos morimos aquí, hará que ella caiga rendida a los pies del muchacho. Luego acaba todo como el rosario de la aurora, con los dos muertos y ella en un convento. Un no parar de reír.

    Bueno, bueno, bueno. Alto ahí. Detened los caballos. Todo este teatrillo se ha exagerado tomando como base la manita que le eché, hace tiempo y sin esperar nada a cambio, yo soy así, a mi futuro cuñado Isidrín, el zorro, para que le tirara los trastos a mi apuesta hermana Margarita.
    Hay múltiples falsedades en el relato que todos conocéis (sí, ¿no?) y que se ha tergiversado, no entiendo muy bien los motivos, por el autor apropiador de mis fabulosas vivencias...
    Para empezar, yo no soy para nada feo. Poseo una belleza tan sobrecogedora que soy ilegal en muchos países. Un Dios entre mortales. Y tengo un cuerpo y una edad ideal para quedarme con la culpa y no con las ganas.
    Al grano. Isidrín es un zorro legal. Un buen partido sino fuera, quizás, porque tiene una constitución enclenque y esmirriada. También le juntas que es un soso, un arrítmico y tiene menos iniciativa que dientes una gallina en la boca.
    De rodillas me estuvo implorando que le echara una zarpita con mi hermana. Que yo la conocía mejor que nadie. Continuaba diciendo que Margarita era la loba más bonita que había visto en su vida, que su simple mirada iluminaba su corazón, caminar con ella era como andar con oro en tierras de salteadores y muchas más chorradas cursis y edulcoradas que hicieron que casi me diera un virulento ataque diabético ahí mismo. Casi 2 horas le tuve rogándome y llorándome. Realmente ya había decidido ayudarle a los diez minutos pero disfrutaba enormemente viéndole llorar de rodillas y dándose golpes en el pecho.
    ¡Ah, que daño hace el amor! ¡Cuidaros de él! El amor es un zapato que siempre te aprieta, no puedes andar sin él y cuando te lo quitas, ya es tarde, te ha dejado el pie hecho un cisco. Por eso yo siempre voy descalzo. En cambio a Isidrín le apretaban los dos zapatos.
    Luego una vez atrapado en la perversidad del amor, vienen las temidas celebraciones. Que si el día que nos conocimos, el día que nos besamos, el día que me miraste como un cordero degollado, el día que fuimos a ver a mis padres, el día de los enamorados... Bah. ¿San Valentín? Bah. ¡San Solterín! ¡Ese es el día bueno, el que mola, el 13 de febrero! ¡Hay que celebrar la soltería, hacer lo que te dé la gana a todas las horas! ¡El despiporre a tutiplén!

    —¡Qué sí pesado, que lo hago desinteresadamente!— le respondí. Luego ya me lo pagarás con cigarrillos y licores. 

    Bueno dicho así, parece que yo estuviera en el talego. En fin, me dispuse a ayudarle. Soy buen tío en el fondo. Y así me quitaba de en medio al otro pretendiente, un lobo ricachón, que respondía al exótico nombre de Ársene Luopin y venía rondándole a mi ilusa hermana desde hace semanas. Se vestía este sinvergüenza de tuno y tocaba bellas y encendidas canciones de amor todas las noches bajo el balcón de Margarita. Esta se apoyaba tontamente con los codos sujetándose la cabeza en la barandilla y, según el pobre Isidrín, hasta se le veían corazones flotando de su pecho en dirección al muy tunante, mientras ella aullaba amorosamente.
    Yo, al amigo cantante, le había cazado desde el minuto uno. Era un embaucador. Entre nosotros nos reconocemos. Me giraba el estómago del revés como un calcetín y me caía de mal como el vino malo Don Lobón.
    El pobre Isidrín, la verdad, es que partía con desventaja. Gestionaba a pachas un circo ruinoso que le daba más sinsabores que alegrías. Encima había elegido mal su pareja de baile, un gato arrabalero y malencarado, de nombre Camilo, siempre bajo la sospecha de turbios asuntos, y a sus trabajadores. Eran unos vagos de aúpa y no respetaban ninguna medida higiénica. Para más inri, si intentaba reconducirles, con esas charlas de motivación que están de moda y que les duran cinco minutos a los trabajadores y uno a los vagos, enseguida saltaban que estaban sindicados y que tenían muchos derechos y nulos deberes.
   Tampoco ayudaba su nombre. Isidrín. ¡Si es nombre de gato! ¡Rufino en cambio es otra cosa! Indica fortaleza, poderío, linaje noble. Un nombre que inspira temor en los lobos y deseo en las lobas. Rufino. Un sinfín de cosas, un aguerrido nombre que te mira a la cara y te come vivo. Jeje.
  Esta noche, el tuno iba a tener competencia. Isidrín, debidamente engalanado, se presentaría bajo el balcón, preferiblemente una hora antes de que llegara el otro malandrín, y desplegaría su (perdón, mi) repertorio al completo.
    Del otro me encargaría yo.
Problema. Isidrín canta menos que un grillo mojado y toca regular, tirando a mal, cualquier instrumento musical menos el pito.
Solución. Él haría el paripé con una pequeña guitarra y yo cantaría y tocaría tras un árbol. A ver si nos salía bien y nos nos pillaban como a los Milli Vanilli.
Problema: Ársene Loupin. Habíamos valorado el asesinato, pero nos parecía un poco extremo. A este ya le había pillado yo hace unas noches, alrededor de una hoguera junto a un duende en el bosque, jactándose de engañar a lobas tontas y quedarse con todo su dinero. Y que no era la primera vez que lo hacía. Que era un maestro engañando a las féminas.
    El duende, ajeno a todo, no paraba de danzar y decir que se llamaba Rumpelnosequé. Y que nadie podría saber su nombre jamás. Bueno, lo raro es que no lo supiera ya todo el bosque con lo escandaloso que era. Le dije el nombre a una pobre molinera atrapada en una torre, me lo recompensó con un saco lleno de oro, también me ofreció un hijo que yo rechacé cortésmente ya que voy más del palo del vil metal.
Desde ese momento, al duende le fue mal todo, todo cuesta abajo y a contracorriente.
    ¿Qué dices del lobo Ársene? ¡Ah, ya!
Solución. Cuando ya iba el pazguato, por la noche, pegando saltitos con su laúd y una pandereta, seguro de su futuro éxito, le chisté tras un muro disfrazado de loba. Hasta me había pintado los morros. Él acercó su hocico y ahí mismo le propiné un garrotazo en los lomos y en toda la carota. Cayó como un tronco. Le metí en un saco y en una carreta en dirección lejos del bosque. Antes le propiné también dos patadas, con mis recién calzadas Dr. Martens, estando en el saco. Por libidinoso.
Después, presto, me encaminé a casa de mi hermana con dos cajas de 24 botellines y una guitarra española que me había tocado en la feria. Cantar me da mucha sed y si no bebo regularmente, me rasca la garganta.
    Ahí se encontraba el pobre Isidrín sudando la gota gorda esperando. Con lo pequeño que es y vestido así parecía que fuera a hacer la comunión. Margarita ya se había asomado al balcón esperando ver al otro sinvergüenza. Isidrín hacía tiempo disimulando que tensaba las cuerdas mientras asomaba la puntita de la lengua por el hocico, signo inequívoco de cuando uno está concentrado. Yo hago el mismo gesto cuando abro una botella de vino bueno.
    Le hice una señal al zorro y empezó nuestro playback. Tres horas de puro espectáculo. A Isidrín se le daba bien aparentar y yo, que queréis que os diga, tengo más arte que el emoji de la flamenca del Whatsapp. Hasta salí cantando desgañitándome, en un momento dado, tras mi escondite a apretarme los dos últimos botellines de las ya exiguas cajas y Margarita ni se dio cuenta. Para rematar el show había que poner la guinda al pastel.
Lamentablemente había que acabar recitando un poema. Eso siempre funciona a mi pesar.
    A mí la poesía me aburre mortalmente. Llamadme un lobo inculto y lo que queráis pero es así. Si queréis ver una manifestación de la belleza o de sentimientos, miradme a mí empinando el codo.  Eso sí que es arte en estado puro...
    Pues nada, a hacer de tripas corazón. Que Isidrín recitara un poema que acababa de improvisar. Suelo tener ya uno preparado y escrito pero está más visto que El Señor de los Anillos. Empieza con: "(Poner aquí el nombre de la chica), qué ojos más grandes tienes, son para verte mejor". Y continúa haciendo énfasis en sus orejas y dentadura.
    Pero esta vez, me sentía invencible, iba a improvisar uno nuevo.

    —Berta, esto Margarita, mi amor. Me gusta el vino, me gusta el helado, pero lo que más me gusta es estar a tu lado —recitó Isidrín replicando palabra a palabra las mías mientras yo seguía parapetado tras el árbol.

    Margarita se quedó blanca. No se lo podía creer que ese fuera el final de la velada. La verdad es que es un poema bastante malo. Se mascaba la tragedia. Hasta salió mi madre al balcón. Miró al pobre Isidrín, pegó un bufido y se marchó meneando la cabeza.

¿Qué queréis que os diga? ¡Llevaba 48 botellines encima!  
    Peligraba la vida del artista. La mía no, puesto que ya había iniciado lentamente mi retirada intuyendo el desastre. Isidrín tenía altas posibilidades de que le cayera un macetazo encima del colodrillo.  
    Y de repente Margarita se echó a reír. Le había encantado esa frescura y desparpajo en mi poesía.
Cuando eres capaz de hacer que el objeto de tu deseo se ría contigo, lo tienes en el bote. La risa es la llave que abre todas las cerraduras. Ya me lo dijo hace años, mi pariente italiano, Giacomo Lobanova. 
Conclusión. Mi hermana cayó rendida a los supuestos encantos de Isidrín, se olvidó por completo del otro, del que no volvimos a saber nunca nada más. Y se casaron al año.
    Otro éxito más en mi larga carrera. Que alguien me traiga otra medalla.
    ¿Si alguna vez Margarita descubrió ese engaño? Pues sí, hace unos años.
    Y menudo cabreo se cogió e Isidrín recibió al fin su macetazo.


Canción de su historia de amor según Isidrín.


Canción de la historia de amor según como yo la vi.


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Comentarios

  1. Creo que ya con este último relato, sacaré la edición ampliada de Menos lobos, Caperucita. Son el total casi 200 pág. Y estarán todas las historias que han ido apareciendo en este blog. ¿Tenéis ganas?

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  2. Rufino es un exagerado, un seductor, un personaje entrañable que necesitamos cada día más y más en nuestras vidas. A mí me divierte muchísimo. ¿Publicar un librito con apenas 200 páginas? Nope. Las hazañas (comprobadas) de Rufino no están para novelitas. Tienen que ser 1.000 páginas (mínimo), así que a.... escribir, perdón a transcribir, Klausete.

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  3. Hay que publicar los Episodios Nacionales Rufinescos 😁

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  4. Pienso igual que Luis. Nos faltan todavía muchas historias de Rufi. Además de los textos queremos ver una edición ilustrada. Por pedir...😅

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  5. A Rufino le parece bien.

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