Translate

Booze Ridge (Especial Salvaje Oeste)



    Estoy sentado en mi celda del sheriff de Booze Ridge, esperando a que me ahorquen mañana a las 12 por el asesinato a sangre fría del granjero Thomas Becker. ¿Lo maté? Claro que sí ¿A sangre fría? Pues también. ¿Me arrepiento? Sólo de no haberme cargado a la puta de su mujer cuando tuve ocasión. En mi defensa alegaré que la mujer de Thomas siempre me ha vuelto loco. Ella lo sabía y es culpa suya. Las mujeres están sobre esta tierra para satisfacer a los hombres. Siempre la he deseado y jamás pude entender qué demonios había visto en Thomas. Ella era mía, solo mía. Verónica Becker me pertenece a mí. Lo volveré a repetir para los duros de mollera. Es mía. Sólo mía.

    Pero no me ahorcarán por el asesinato del inútil de su querido maridito. Mi hermano Noah "Lápida" Hill y mi banda me sacarán antes. Es cuestión de tiempo, ya veréis… Le gusta el efecto dramático de aparecer a última hora, con su sombrero calado y su chubasquero gris montado en su adorado caballo tiznado. No se separa de él ni muerto. Lo quiere más que a mí, el condenado.

    ¿Qué cómo empezó todo?
Supongo que todo empezó hace muchos años, cuando el padre de Becker contrató a mi padre en su granja de mierda. Por aquel entonces éramos unos muertos de hambre. Mi madre había fallecido meses atrás y aún no teníamos los huevos de tomar lo que nos pertenecía. Mi hermano y yo, tuvimos que ver como mi padre se partía la espalda para hacer prosperar al viejo y ávaro Becker.

    Tendríamos que haber matado al buenísimo del viejo, a Thomas, y quemar hasta los cimientos toda la maldita granja el día que nos echaron como a perros sarnosos. La misma granja donde se había dejado media vida tantos años antes mi padre,  y media vida mi hermano y yo más tarde.

    Tras morir el viejo en el campo, fulminado por un ataque al corazón (que se pudra en el infierno mil veces), se hizo cargo de la granja su hijito del alma, "Tommy", junto a su reciente esposa Verónica. Una señorita de una familia venida a menos de Nueva Orleans.
Él estaba siempre sonriendo. Odio a la gente que siempre está de buen humor. Malditos falsos que creen estar por encima de los demás porque nos dejan lamer las sobras sus platos. Invirtió todos los ahorros en comprar cuatro bueyes más y se empeñó hasta los ojos. Tenía grandes sueños. ¡Valiente gilipollas!

    La afable Verónica nos traía de comer y nos remendaba la desgastada ropa. También cargada impertérrita con su sonrisa, el cabello recogido en una delicada trenza dorada. Y sus contoneos. Me provocaba a propósito. Dios lo sabe bien. Y yo, me desbocaba como un toro cuando la observaba a escondidas, asearse despreocupada, tras la casa. Me embrujaba con sus malas artes. Tenía claro que ya bastaba de mala suerte y que debía ser mía. Qué mala puta. Todo es culpa suya. Si me hubiese dado lo que es mío, el maridito quizá aún viviría.

  La falta de pastos por la sequía y una enfermedad que afectó a la mitad de las reses, terminaría con los sueños de grandeza de Tommy. No podía darnos más trabajo ni pagarnos. Apenas tenía para su adorada familia. Le dije que nos pagara como fuera. Que no era culpa nuestra su desdicha. Que se empeñara y que nos daban igual sus problemas. No le quedaba dinero y nos quiso insultar pagándonos con uno de sus dos últimos caballos. El tiznado que tanto le gustaba a mi hermano Noah. Una limosna, tras tantos años.
 
  —Páganos, gilipollas —le escupí a la cara. Me importa una mierda, cómo lo hagas. Sé un hombre de una maldita vez, con dos huevos, si no, puedo llevarme a tu mujer para que caliente mi cama.

    Se lo había estado buscando desde hacía tiempo con sus provocaciones y, ¡qué más le daba! ¿No se debía a su Tommy, no estaban a las buenas y a las malas? Pues que pague ella en especie lo que nos debe. ¡Y que Thomas mire si quiere!

    El tembloroso Tommy, trató de hacerse el bravucón, amenazando con descerrajarme dos tiros si no nos íbamos de inmediato. 

    —¿Tú? ¿Y cuántos cómo tú? —les respondí asqueado— Si no sabes cargar un rifle sin dispararte a un pie, payaso.

    En cambio, Vero, su dulce mujer, mucho más decidida que mi antiguo patrón, al salir de la casa rifle en mano, me dijo:

    —¿Quieres hacer la prueba a ver qué tal disparo yo, Lee? No te confundas conmigo, amigo. Nunca subestimes a una mujer que lucha por su casa y por el hombre al que ama. Nunca. Os vais ahora u os saco las tripas a tiros.
    —Vaya con la rosa, si al final va a tener espinas, aparte de dos buenas tetas —respondí sorprendido.

    Esbozó una sonrisa y me disparó a la pierna derecha con la escopeta. No me llegó a dar de lleno pero aún así, aullé de dolor mientras veía la sangre salir a borbotones de mi pernera. Noah se acercó enfurecido a golpearla mientras ella decidida le apuntaba al pecho.

    —Adelante Noah, a menos de cuatro metros, seguro que yerro el tiro… —Verónica hizo un mohín con el labio de falsa tristeza Soy tan mala disparando. Pobre Verónica. Yo que tú lo intentaba.

    Noah se tragó sus palabras, montamos ambos en el caballo y nos marchamos. Pero volveríamos, vaya que sí. Cuando menos se los esperasen…


  Durante unos meses sembramos el terror en los alrededores. Formamos una banda: yo, mi hermano y unos cuantos vaqueros descontentos y sin empleo. Los asaltos a carretas y diligencias, el contrabando y los atracos nos hicieron un nombre en la zona.

    Decidimos que ya era hora de obsequiar a los Becker con una visita sorpresa. Al llegar a la granja nos quedó claro que las cosas les habían ido incluso peor. La casa resistía estoicamente en la nada. El antiguo cercado había desaparecido, seguramente,  para poder alimentar su triste chimenea. No se veía ni una sola res a la redonda y sólo la tímida luz de una ventana nos indicó que aún vivía alguien en la granja. Que queréis que os diga. Mi corazón no cabía en sí de gozo. Les había ido mal de cojones, y peor les iba a ir dentro de un rato.

    Empecé a gritar sus nombres montado en mi caballo.

    —¡Tommmy.... Verónicaaaaa, tenéis visita! ¡Hemos venido a cobrar lo adedudado! ¿Nos habéis echado de menos?

    Un envejecido Tommy ataviado con un gris pijama y botas salió armado con un miserable revólver. Igual de tembloroso que en el pasadoDetrás de él, su aún apetecible mujer, mi Verónica, de pelo revuelto y andares pesadumbrosos.

—Largaos de aquí, hijos de puta o...

    No dijo más. La mitad de su cabeza adornaba la pared. Se la había volado con mi rifle apoyado en mi antebrazo. Le quité de un certero tiro su maldita sonrisa. Su queridísima mujer apenas se percató de que le faltaba la mitad de la cabeza a su Tommy. Eso si no hubiese sido por la masa sanguinolenta que se había quedado pegada en su vestido y en la pared. No articuló palabra. Supongo que el terror es eso. Perder el habla. Lo había visto muchas veces antes. Mejor así. Calladita. Ahora la violaría junto al cadáver de su marido. A cobrarme lo que me pertenecía. Todo esto le pasaba por puta.

    Al igual que yo, Tommy no había previsto su muerte, como yo no había previsto que, tras el difunto Becker, Verónica portaba la misma escopeta con la que me amenazó tiempo atrás. Disparó y fulminó a mi caballo que cayó. Salté torpemente pero el caballo cayó desplomado sobre mí atrapándome las piernas. Sin mediar palabra volvió a disparar otra salva hacia mi sorprendido hermano que emprendió la huida a galope. Agarré mi rifle de nuevo y disparé esta vez a bocajarro contra ella. El impacto la lanzó contra la puerta de su casa como quien lanza unos periódicos al aire. Pero para mi sopresa, aun herida de muerte, se volvió a incorporar y se acercó con su escopeta humeando y me la posicionó en la frente. El cañón me abrasó la piel. Arrojé mi rifle lejos y levanté los brazos.

    —Tranquila, tranquila... Si me matas será asesinato a sangre fría… Te colgarán.

    Ella, llena de rabia, se sorbió las lágrimas, mientras retiraba el cañón de la escopeta de mi frente. A lo lejos, escuché el galopar de los vecinos alertados por el estruendo de los disparos. Aquello la terminó de convencer de no ejecutarme allí mismo. ¿Cómo podía seguir viva?

    —Bastardo… —dijo ella entre lágrimas—. Me aseguraré de que sea a ti a quien cuelguen, Lee. Soy mucho mejor que tú y cómo ves sigo viva. No tienes ni idea de con quién te has metido.

    Los vecinos llegaron entre gritos y polvo. Los hombres me golpearon varias veces en el suelo y las mujeres llevaron a Verónica dentro de la casa. Una de ella se santiguaba constantemente. Entre las mujeres se encontraba una joven india. Ninguna de las mujeres parecía darse cuenta de su presencia. Se acercó a Vero y le susurró algo inaudible al oído. Estaba prácticamente muerta.

    Tras una semana encarcelado, mi ejecución se ha programado para hoy, pero no me colgarán. Ni de broma. Al sheriff le tenemos untado y para guardar un poco las apariencias mi hermano y mi banda pegarán cuatro tiros y ya está. Os lo dije antes... no me van a colgar.

    Ayer soñé con Verónica. Estaba desenterrando un arma. La india estaba junto a ella. Estaban haciendo un pacto al lado de la chimenea. No entendía exactamente de qué estaban hablando pero él o eso la ofrecía un revólver. Se nombraba mi nombre. Extrañas formas se deslizaban tras ellas y algunas garras pozoñosas cerraban el boquete que le había infligido yo días atrás con mi arma. Después unos ojos carmesis se giraron y me miraron con curiosidad. Me desperté.

    Aún quedan algunas horas para mi ejecución y desde mi ventanuco enrejado veo a un mocoso disparar a unos tarros de mermelada con una escopeta. Cinco tarros repartidas desapasionadamente y un padre de aspecto grotesco y nariz aguileña enrojecida animando a un fofo niño a destrozarlas todas. Tras varios intentos fallidos, alcanza a la primera que revienta en el acto, mientras que dos tarros anexos se tambalea y caen sorpresivamente poco después. El cuarto tarro aguanta abatido en pie hasta que el cristal se resquebraja y el contenido grumoso se libera, goteando ávidamente sobre la sedienta arena. El quinto y último tarro cae al suelo poco después y estalla en mil pedazos.

    Fuera una multitud ansiosa de un nuevo ajusticiamiento espolea al asustado ayudante del sheriff para que se dé prisa. No veo al sheriff por ninguna parte. Qué más da. Sabe lo que se juega. No tienen ni idea de cómo va a terminar todo hoy. En cuanto vaya montado en mi caballo, libre como un pájaro, Verónica se puede ir preparando. Ya no quiero poseerla... quiero matarla de una vez por todas. Nadie se ríe de mí. Y ella... menos. Maldita mosquita muerta.
 
    El joven e imberbe alguacil me saca a empujones de la celda. Sigo sin ver al sheriff ni a mi hermano. ¿Qué cojones está pasando aquí? Un boquete en una celda y gruesos manchas de sangre reseca me ponen sobre aviso. Hace algunos días hubo un intento de rescate, al prisionero lo mataron en la reyerta, pero el sheriff sobrevivió... ¿o no? Joder, a ver si va a hacer la puta gracia de haberse muerto.

    Salgo a la abrasadora calle y mis temores se disipan de inmediato. En el horizonte veo una nube de polvo y el vigoroso galope de un caballo, indicándome que mi hermano ya viene de camino. Ese caballo tiznado favorito suyo es inconfundible. Y efectivamente al anterior Sheriff se lo cargaron. Que se pudra en el infierno como Becker.

    Me anudan mi áspera corbata de cuerda al cuello. Y mientas entrecierro mis ojos, diviso que el caballo de mi hermano ha aminorado el trote. ¿A qué está esperando? Espera… no es Lee quien monta su caballo… es la maldita Verónica. No puede ser.

    —¡Suéltamele, imbécil! —ordeno al joven alguacil, mientras me anuda la soga y aterrorizado no puedo dejar de comparar los tarros de mermelada reventados con la suerte final de mi hermano y mi extinta banda. Como una epifanía, la certeza de los hechos me sacude como un áspero golpe de calor. Los ha buscado a todos y los ha matado como a perros. Y ahora viene a ver cómo me cuelgan. Nuestras miradas se cruzan. Ella asiente con la mirada y parece susurrarle al viento "Te lo dije, Lee, veré cómo te cuelgan". Levanta el revólver de mi sueño, me apunta y dispara. Pero el impacto no me mata, y quedo bailando con la soga al cuello. Nadie parece darse cuenta del disparo del agujero humeante de mi pecho. Es un dolor insoportable, como si me arrastrarán las tripas por un camino pedregoso.

    Mi último pensamiento antes de que se abra la portilla debajo de mis pies es "hija de puta".



BOOZE RIDGE CHRONICLES

La muerte de la banda de Hill

   Ayer colgaron al infame Lee Hill. Sorpresivamente no murió en el acto y estuvo bailando con la parca durante casi diez minutos con los ojos abiertos como el sapo que era. La viuda de Becker no perdió detalle. Para regocijo de todos los presentes, el terror que tantas veces infundió Lee Hill, junto a su panda de forajidos, le alcanzó a él también. Sus pantalones claros y más tarde oscuros fueron testigo de cómo se orinó como un pobre niño frente a toda la multitud congregada que jaleaba cada estertor suyo.

    Por otra parte, su hermano y su banda fueron encontrados acribillados a tiros en la mina abandonada de Klaus Wolf, el alemán, a los pocos días. Se desconoce los autores de la matanza. Por las heridas, se ensañaron particularmente con Noah. Pero bajo la modesta opinión de este reportero, a nadie le importa en realidad.

Safe Creative 2203300826143

¡Déjanos tu comentario si te ha gustado la historia y recuerda que las demás historias basadas en el salvaje Oeste las tienes bajo el siguiente enlace!



Comentarios

  1. He disfrutado mucho con esta historia. ¡Bien hecho!

    ResponderEliminar
  2. Esto es una vuelta al pasado, a una nostalgia querida. Gracias por traernos de vuelta el western.

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado mucho esta historia, cada vez escribes mejor, te vas superando

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza