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Poste de socorro - Alberto Jiménez


Foto: Nuria Vital


⸺En serio ⸺dijo Silvia⸺ ¿por qué has querido venir conmigo?

⸺¿Por qué no? ⸺Luis mantenía la vista fija en la carretera que iluminaban las luces largas.

⸺Porque no soy la chica más popular del trabajo precisamente. Y tú eres… Bueno, tú eres tú.

⸺No te quites méritos ¿por qué no iba a querer estar contigo?

⸺Pues Luis, mira, no soy Betty la Fea, que de repente me quito las gafas y ya está. Nadie me hace caso en la empresa si no es para darme más trabajo. Y así, en dos días, que si «vente a tomar algo con nosotros», que si «por qué no hemos hablado antes», que «qué guapa estás». Un beso aquí, otro allá y, ahora me veo camino de la playa, a las tantas de la noche, por un “a que no hay narices” que, encima, ha salido de mi boca.

⸺No veo por qué no podemos hacer esto. Somos adultos ¿no?

⸺Sabes que en la playa no va a suceder nada ¿verdad? Entre nosotros digo. No va a haber… ⸺Silvia hizo unos torpes gestos con las manos que pretendían ser una representación erótica.

⸺No va a pasar nada que tú no quieras, guapa ⸺Luis sonrió con esa seguridad que ella tanto odiaba y que, al mismo tiempo, tan atractivo le hacía a sus ojos

⸺Mira ⸺dijo Luis señalando hacia un lado de la carretera⸺, ese es uno de los que te decía en la cena.

⸺¡Ah, vale! ⸺contestó Silvia⸺. Pero esos ya no funcionan ¿no?

⸺¿Cómo? No, no. Los postes de SOS, siguen funcionando.

⸺¡Meh! Otra de tus historias. Hoy en día todo el mundo tiene un móvil. Si tienes una emergencia, de cualquier tipo, lo normal es que cojas y llames al 112.

⸺Bueno, pues, por lo que sea, siguen en funcionamiento. Y no solo eso. Se pueden trampear para hacer una gansada.

⸺¿Gansada? ¿A qué te refieres? ⸺dijo Silvia echando en falta más circulación en la carretera.

⸺Pues te paras en uno de esos teléfonos… ¿Has visto alguno de cerca? Es como un teléfono fijo de los de antes, con un par de botones debajo, para avisar si tienes una urgencia en la carretera, claro. Cada poste tiene un número. Si pulsas una secuencia en el botón de emergencia, descuelgas y dices el número, puedes hablar con otro poste.

⸺Ya. Vaya tontería. En caso de que fuera verdad, eso, ¿para qué sirve?

⸺Pues… Yo que sé. Supongo que para los técnicos de mantenimiento de los postes, así comprueban que funcionan correctamente.

⸺Sí, bueno. Pero ¿para qué me sirve a mí?

⸺Ya te he dicho. Es solo una gansada, una tontería. Yo me acuerdo que lo hacíamos cuando éramos casi niños. Apenas teníamos la edad justa para conducir. Íbamos a la playa y alguien comentó que, eso, se podía hacer. Paramos, hicimos la llamada, los otros la cogieron, y nos echamos unas risas.

⸺Es que sigo sin creérmelo ⸺sonrió Silvia con malicia⸺. Primero, no me creo que esos postes funcionen aún cuando todos tenemos móvil. Lo siguiente es la tontería esa de hacer una combinación de botones para hablar con otro poste. No tiene sentido. Y además, solo tiene sentido si vas en dos coches. No vas a dejar a alguien tirado en la carretera solo por hacer la gracia.

⸺Pues sí. Íbamos en un solo coche. Ya te digo que éramos muy jóvenes. La gracia era esa: dejar al más asustadizo y novato del grupo para contarle, a través del teléfono, una historia de terror. Y tenerlo solo, tirado en medio de la nada, atemorizado por la historia que acaba de oír por el terminal del poste de emergencias.

Uno de los postes de SOS quedó iluminado en la distancia por los faros del coche. Luis vio la oportunidad, aprovechando que era de noche y que no se habían cruzado con ningún vehículo hacía tiempo, frenó con tranquilidad a la altura del poste naranja con el teléfono de urgencias.

⸺¿Qué estás haciendo? ⸺le preguntó Silvia⸺ ¿Por qué hemos parado aquí?

⸺Para demostrarte que no me invento mis historias ⸺remarcó la última palabra acompañando el gesto de unas comillas en el aire con ambas manos.

⸺¡Ni loca me voy a quedar ahí sola en mitad de la noche! ⸺Silvia se puso a la defensiva⸺ ¿Esto era lo que esperabas? ¿Esta era la broma? ¿Conquistarme y dejarme aquí tirada para luego echarte unas risas con los compañeros?

⸺Creo que has visto Carrie demasiadas veces.

Una vez dijo esto, Luis se bajó del coche, cruzó por delante de las luces que iluminaban la solitaria carretera.

⸺¿Qué haces? ⸺preguntó Silvia pensando que quizá se le había ido de las manos la broma.

⸺¿Cómo? ⸺Luis se volvió hacia la conductora⸺ Demostrarte que sí se puede hacer. Conduce tú. Solo tienes que ir a unos dos kilómetros más adelante ⸺dijo señalando con el dedo hacia la noche iluminada por los faros⸺ y encontrarás otro poste como este. Estará sonando. Descuelga el teléfono y verás que tengo razón. No me invento nada. Vamos ve adelante.

⸺Pero ¿cómo te recojo? ⸺Silvia bajó la voz avergonzada⸺ Vamos, ¿te vas a quedar aquí toda la noche o qué?

⸺Confío en ti. He venido por aquí miles de veces. Si no me equivoco, tenemos que estar a punto de pasar por un restaurante de carretera que está abandonado, después hay un cambio de sentido, das la vuelta y me recoges. Es un momento.

⸺Creo que esto no es necesario ⸺la vergüenza de Silvia iba en aumento.

Luis abrió la puerta del acompañante, se agachó y la besó en los labios.

⸺Silvia ⸺siguió Luis⸺, está claro que no confías en mí. Te voy a demostrar que no me invento mis anécdotas. Para que confíes en mí no veo mejor forma que ponerme en tus manos, aunque sea con esta chiquillada. Yo sí confío en ti.

Conduce dos kilómetros desde aquí. El teléfono estará sonando. Descuelga y te contaré lo que podemos hacer cuando lleguemos a la playa ⸺volvió a sonreír con su maldita y cautivadora sonrisa⸺, solo si tu quieres.

Silvia observó como Luis saltaba el guardarrail. Él le hizo un gesto para que avanzara. Sin tener la certeza sobre qué estaba haciendo, miró cómo la figura de su compañero de trabajo se desvanecía en la noche por el retrovisor.

Se estaba planteando qué era lo que sentía por él. Conducía mucho más despacio de lo que pedía la carretera. No quería pasar por delante del poste de socorro y no verlo. Alternaba su vista en la distancia recorrida y el arcén por si aparecía el poste. Apenas conocía a Luis. Era alguien que, de forma natural,  te entraba por los ojos. Si encima se ponía a hablar... Ya habias caídoen sus redes. Estaba en las conversaciones de las mujeres de la oficina, conversaciones de las que no era partícipe, porque era ninguneada tanto por los hombres como por las mujeres de la empresa. ¿Qué dirían esas ratas si les vieran a ambos juntos? Morirían de envidia. Pasaría de ser invisible a ser la más odiada, al menos entre el público femenino. Y eso, no le parecía mal.

La mente espesa por sus pensamientos y la atención, con un coche que no era el suyo, clavada a la carretera; se vio sorprendida por unos focos en dirección contraria.

Un coche a toda velocidad venía en su dirección. Los faros la cegaban. No lo suficiente como para dejar de distinguir el resplandor morado que salía de su interior, para dejar de ver al hombre que estaba sentado en la ventanilla, sacando todo su cuerpo fuera. Le dio tiempo a distinguir que llevaba algo en la mano. ¿Una botella? ¿Una pistola? Desaparecieron detrás de ella, gritando desde el interior algo ininteligible.

Volvió a dirigir la vista al cuentakilómetros y confirmó con terror que había superado con creces los dos kilómetros. Clavó los frenos y su mirada se perdió en el paisaje enrojecido que había detrás. Por suerte, las luces de frenado fueron suficientes para localizar en la distancia el poste que se había pasado. Aceleró marcha atrás hasta colocarse al lado del teléfono de socorro que ya estaba sonando.

La impresión de aquel coche que había salido de la nada, después de no cruzarse con ningún otro, y el incesante sonido de un teléfono en medio de la nada, le produjo una sensación de irrealidad. Como si estuviera en un sueño, salió del coche y avanzó hacia el repetitivo timbre con la certidumbre de estar avanzando menos pasos de los que daba en realidad.

Descolgó el teléfono.

⸺Luis, hay unos tipos que van hacia… ⸺soltó Silvia de forma atropellada al auricular.

⸺¡Escúchame, zorra! ⸺Una voz ronca y desconocida le abofeteó el oído⸺ ¿Me estás escuchando, desgraciada?

⸺Siii… ⸺Silvia consiguió emitir un hilo de voz.

⸺¿Cómo se te ocurre dejar a este tipo tirado aquí? ⸺se escucharon unas risas detrás de la voz ronca⸺ Hay que ser muy zorra para hacerle algo así a un tío. ¿Me estás escuchando zorra? Sé que sí ⸺el auricular de Silvia emitía un leve resplandor morado como el del interior del coche⸺. Vas a hacer lo siguiente. Vas a venir aquí ahora mismo. Vas a venir o sufrir las consecuencias. Porque no quieres que nosotros vayamos a por ti.

Silvia no esperó a oír nada más. Soltó el auricular del teléfono que quedó colgando y la voz seguía hablando desde allí. Un fino humo morado de cigarrillo goteaba desde el teléfono.

Silvia retrocedió, mirando aquella especie de incensario, hasta que tropezó con el guardarrail. El contacto con la barrera le devolvió cierta conciencia. La suficiente para saltar y volver a ponerse al volante para pedir ayuda. Sacó el móvil de su bolsillo y comprobó que no había cobertura. Frustrada, lanzó el móvil al interior del coche.

Por el retrovisor, observó en la distancia, el mismo tono morado de una luz que se acercaba hacia ella. El terror que sintió no le impidió arrancar a la primera y salir derrapando de aquel lugar sin saber dónde le llevaría su huída.

Los faros de sus perseguidores se acercaban y vio unas luces a un lado de la carretera. ¿Podía ser el restaurante abandonado que había dicho Luis? Si estaba abandonado ¿por qué había luces? Era una posibilidad de ayuda y no la iba a desperdiciar. Giró en la salida que llevaba hacia el restaurante y frenó con todas sus fuerzas frente a la entrada del local. Aun así, atropelló un contenedor de basuras que estaba vacío. El chirrido de los frenos y el estruendo contra el contenedor hizo que saliera el propietario.

Eso le pareció a Silvia cuando vio salir a un hombre de barriga prominente a la puerta. El hombre parecía cercano a la jubilación. El final de la vida laboral había hecho mella en su higiene. El pelo largo y gris estaba tan sucio como su camiseta, y su cara llevaba semanas sin tratarse con la cuchilla de afeitar. La barriga le delataba como el mejor cliente de su propio negocio.

⸺Chica ¿qué haces todavía ahí? ⸺el hombre increpó a Silvia que aún estaba aturdida dentro del vehículo⸺ Métete adentro.

El viejo miró desafiante a otro coche que entraba en sus dominios: una especie de deportivo con una resplandeciente luz morada que salía de su interior derramándose pegajosa a su alrededor.

Silvia contempló la escena desde el interior del restaurante. A través del cristal vio al viejo plantado ante el coche con los brazos cruzados. El hombre al volante, que Silvia interpretó como el de la voz ronca, intercambió unas palabras con el viejo. En el asiento del copiloto una mujer con la cabeza rapada se sentaba con el cuerpo fuera y las piernas dentro. El viejo no varió su postura. La chica sacó la lengua. Y también una pistola. Apuntó al viejo y simuló dispararle.

El coche derrapó sobre el polvo del camino y desapareció de nuevo en la noche con la chica calva colgando de su ventana y riendo.

⸺Enterradores ¡Bah! ⸺soltó el viejo⸺. Demasiado jóvenes para entender las normas que rigen su trabajo y que, al final, también les tragarán a ellos.

El viejo dijo todo esto sin mirar a Silvia que todavía no entendía qué había pasado.

⸺¡Mi novio! ⸺gritó Silvia recordando de pronto que Luis aún seguía fuera⸺ Bueno, no es mi novio, pero… Mi amigo, está ahí fuera todavía. Tiene que llamar a la policía ⸺pidió al viejo⸺. Creo que ellos le tienen y…

⸺Sí, estoy seguro que había alguien contigo ⸺dijo el viejo con aire de resignación⸺. Pero ya no está con nosotros. Mira allí.

Silvia dirigió la mirada hacia donde señalaba el viejo, el fondo del establecimiento. En ese momento constató que el restaurante hacía tiempo que estaba cerrado. El local estaba abandonado, sucio. Una silla se había tumbado y nadie se había molestado en levantarla. Solo un par de mesas escapaban del polvo del tiempo. Una de las puertas de los lavabos al fondo expulsaba un líquido pegajoso y oscuro por la rendija inferior.

⸺¿Qué? ¿Qué tengo que mirar? ⸺quiso saber Silvia.

⸺Vamos, acércate conmigo ⸺le pidió el viejo que se acercó a las puertas⸺. Ahí está, tras esa puerta ⸺señaló al camino de sangre que surgía debajo de ella⸺. Tu amigo probablemente ya está muerto. Atropellado, golpeado, moribundo. Ve allí, ve con él. O sal por la otra puerta, sálvate de esa situación. La de ver morir a la única persona a la que le importas.

⸺¿Qué es este sitio? ⸺preguntó una turbada Silvia⸺ ¿Quién es usted?

⸺Una segunda oportunidad. Los enterradores limpian el mundo de la gente que no importa, los desconocidos, los olvidados. Si ya nadie sabe que estás ahí, hay que limpiar. Y yo estoy aquí para darte la opción. Vuelve con tu amigo o toma la otra puerta y vuelve a casa, como si no hubieras salido nunca de viaje —añadió encogiéndose de hombros—. Siempre está la opción de volver al coche y enfrentarte a los enterradores.

Silvia visualizó la escena de un Luis agonizando en la carretera. Viéndose a sí misma, sola, sin coche, llamando desde un poste de socorro que quizá no funcionara. Tratando de explicar qué había sucedido. Miró hacia la puerta de la que brotaba la sangre de Luis. Y huyó, escapó por la otra puerta.

Tras la salida, un grito partió la luna. La sangre de Silvia apareció por el quicio ya cerrado, manchando el suelo. Pese a la cantidad de sangre que fluía, ninguno de los dos charcos se unió al otro.
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Comentarios

  1. Lo dicho... esta excelente historia es la que me hubiese gustado escribir a mí si tuviera talento. ¡Y además es una muestra inéquivoca, de que Beto sabe escribir relatos cortos también! me ha gustado mucho. Me recuerda a Stephen King y eso son palabras mayores.

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  2. Muy buena. No tengo más que añadir, señoría.

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    1. Me ha enganchado desde el principio. Muy buen relato

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