El lobo bajo el puente 2ª parte (Una historia de Rufino) - Klaus Fernández
"No quiero acabar el año enfadado con nadie así que ya estáis pidiéndome perdón"
Pues nada. De vuelta a la carretera. Toca volver a salvar el bosque -y a mi cuñado de paso-. Ser el adalid desinteresado de las causas perdidas. No quiero ni imaginarme que sería de este bosque sino estuviera yo aquí, velando por todos. El apocalipsis, sin duda.
Todo esto me lo recordaba mentalmente mientras revolvía las pocas monedas que me quedaban en la zarpa. Está todo carísimo. Te bebes cuatro cubatas de nacional, trece chupitos y te comes dos corderos completos, con guarnición y pan, y te esquilman sin piedad en la taberna.
Y terminan echándote -otra vez- por la puerta de atrás. Esta vez batí mi propio récord al volar casi 7 metros desde la puerta hasta el seto.
Hombre, creo que algo también tuvo que ver que se pusiera pesadita la hija del tabernero. Valentina, una bella y jovenzuela loba, que afirmaba estar enamoradísima de mi cuerpo pecaminoso. Yo no estoy para esto. Ella no cejaba en su empeño e intentaba torpemente seducirme. Es normal, soy un caramelito. Melocotoncito en almíbar. Me decía cosas como que la vida era corta y que había que comerse el postre primero. Que el tren del amor sólo pasa una vez en la vida.
Inocente. Nena, el tren soy yo.
En fin, el amor tiene estas cosas. Atonta a la gente. Yo voy a mi rollo. Paso de esto. Soy un lobo solitario.
Urgía ir al rescate de Isidrín. Podría estar en serios problemas. No había tiempo que perder.
Iré mañana por la tarde.
***
Hoy ya era Halloween.
Me desperté tras unos setos con la espada hecha un ocho y un dolor de cabeza espantoso. Es un escándalo, pagas una fortuna en beber y te ponen garrafón.
Me levanté, me sacudí un poco el peto y me encaminé hacia el dichoso puente.
Para llegar a él podía ir por dos caminos. Uno es lúgubre, misterioso y plagado de negros grajos. El otro es soleado, despejado y con petirrojos trinando.
Otro consejo del tito Rufino. Ningún camino fácil lleva al éxito.
Nada tiene que ver que evitara el soleado, por supuesto, por una historia que ahí me aconteció el pasado Halloween.
Hace unos años, buscando níscalos con la cestita que la había trincado a Caperucita, me topé con una casita en un claro construida enteramente de caramelo y miel. Una bruja anciana sentada en la puerta vigilaba nerviosamente su entrada. La vieja era fea hasta para perro y con muy poco estilo vistiendo.
Me acerqué tranquilamente a saludarla por ver si podía darme algo de agua para calmar mi sed. Realmente esperaba que no me diera agua -el agua es para los patos- y me ofreciera algo más contundente. Sé a ciencia cierta que estas ancianas destilan un licor en la bañera con conjuros que te quitan el frío de un golpetazo.
Pero la vieja se asustó al verme lleno de hojas, raíces y despeinado. Y con la boca muy abierta. También salí aullando por si acaso.
La vieja corrió rauda al interior en busca de algo. Esperaba que fuera a por una botella de agua y no por una escopeta, pero con tan mala fortuna que se tropezó y cayó dentro del horno abierto. Tres volteretas dio y dos niños cerraron la puerta del horno, dejándola atrapada y sanseacabó la bruja.
Los niños estaban bien rollizos. Hansel y Gretel se llamaban. Aunque por lo gorditos que estaban les pegaba mejor Torreznel y Pretzel. La vieja, por lo visto, les tenía medio secuestrados. Les obligaba a trabajar recogiendo patatas y remolachas de sol a sol. Pero poco empeño debían poner los gochos ya que estaban bien hermosos.
¿Veis? Es lo que yo digo siempre. Esta juventud de ahora no quiere trabajar.
No es una cuestión de habilidad o capacidad. Es de actitud. No quieren esforzarse.
Todo se lo decía a ellos mientras les hacía arar el campo trasero y yo me mecía en la silla bebiendo queimada y fumando.
Ciertamente, no era necesario que lo hicieran, no me gusta nada que salga de la tierra, pero así aprendían una valiosa lección.
Tras reventarles a trabajar todo el día, me marché por la noche con las posesiones que tenía la bruja. Una escoba voladora, un gorro seleccionador que no paraba de parlotear mandándote a diferentes mágicas casas, unos tapices flamencos y la receta original de las torrijas con brownies. También me llevé el mando de la tele.
Ni las gracias me dieron los muy muggles y se enfadaron bastante. Por si acaso, evito ese camino.
¿Qué no os cuadra la historia? De acuerdo, he mentido. No estaba buscando níscalos, estaba, no sé, robando cobre.
Bueno, al lío.
Me fui por el camino oscuro, ese lleno de ojillos rojos en las sombras y extraños ruidos. Ojos que se encendían y apagaban como las luces de un baño público. Por supuesto les saludé a todos. Pertenecían a una familia de roedores bastantes graciosos. Pérez creo que se apellidan.
En el camino también me crucé con grupitos de niños disfrazados de Halloween. Me hizo particularmente gracia uno de una pequeña lobezna disfrazada de Caperucita Roja que se hacía acompañar de un conejo vampiro y un cerdito Frankenstein. Los otros grupos eran muy cutres. Había uno que iba de fantasmas.
En el camino también me crucé con grupitos de niños disfrazados de Halloween. Me hizo particularmente gracia uno de una pequeña lobezna disfrazada de Caperucita Roja que se hacía acompañar de un conejo vampiro y un cerdito Frankenstein. Los otros grupos eran muy cutres. Había uno que iba de fantasmas.
Consejo. Si te vas a disfrazar, hazlo bien, no todo vale. Una sábana por encima con dos agujeros no es un disfraz, es una horterada, ¡Gástate un poco de dinero, so pobretón!
Menos mal que los asusté un poco y salieron llorando, dejando atrás sus sábanas y las pocas chuches que habían recolectado. Los dulces no me venían mal para ir picando algo, hubiera preferido unos torreznos, pero es lo que hay, y las sábanas para cambiar mi ropa de cama. Luego le diría a mi madre que me los remendara un poco. No me iba a poner sábanas en la cama así con esos agujeros. No todo vale. ¿Recordáis?
Llegué a Loboviejo ya bien entrada la noche.
Menos mal que los asusté un poco y salieron llorando, dejando atrás sus sábanas y las pocas chuches que habían recolectado. Los dulces no me venían mal para ir picando algo, hubiera preferido unos torreznos, pero es lo que hay, y las sábanas para cambiar mi ropa de cama. Luego le diría a mi madre que me los remendara un poco. No me iba a poner sábanas en la cama así con esos agujeros. No todo vale. ¿Recordáis?
Llegué a Loboviejo ya bien entrada la noche.
A escasos metros del puente un enorme caldero hervía sobre un fuego y un enorme troll removía con su garrote la pestilente sopa con carne de su interior.
De vez en cuando, con un cucharón, el troll probaba el caldo, cerraba los ojos y asentía con la cabeza.
¡Pobre Isidrín! Triste final había tenido, no fue rival...
¡Ah, no! Isidrín yacía desmayado, en posición de una estrella de mar, junto a una cercana mesa con cubiertos para dos comensales.
No parecía que hubiera sufrido violencia alguna. Es más, luego me reconoció que perdió el conocimiento cuando vio las dimensiones del troll.
Volviendo a la sopa, sin duda, el ingrediente principal iba a ser mi cuñado.
Hombre, puestos a poner ingredientes, yo creo que una ovejita, así de las gorditas, era mejor opción. Mi cuñado tiene poca chicha. Me oculté tras un seto para pergeñar mi plan de rescate. Maldije mi suerte. Tenía que haber traído la escopeta. Pum, pum y au revoir mon ami Troll.
A lo mejor con ese palo curvo, dos ramas y unas raíces podría fabricarme un arco. No sé, no sé. Tenía mis conocimientos de supervivencia un poco oxidados.
Y mientras roía unas raíces para fabricar el arma que me daría la victoria en esta liza, el segundo comensal, una troll, me sacó de un trompazo de mi escondite y me echó al lado de mi cuñado. 8 metros de vuelo. Un nuevo récord en mis olimpiadas rufinescas.
«Esta noche toca cenar le ragoût de renard avec le loup», dijo la muy canalla.
Desastre total.
«Venderé caro mi pellejo», les dije.
Pero de un garrotazo me hicieron cambiar de opinión y visitar, vía exprés, a Loborfeo, dios de los sueños.
Resumen.
Los dos atados al poste y la sopa empezando a coger aroma. Sólo faltábamos nosotros dos.
Los ingredientes principales.
Isidrín y yo negábamos con la cabeza. Que no, que somos muy huesudos, sosos, de carne dura y mil cosas más, pero no se dieron por aludidos los muy Carpantas.
«Y bailamos como los ángeles». Pero ese detalle, al igual que a ti, les dio igual.
Se avecinaba desastre y ragoût de renard avec le loup.
Para mayor desgracia, la pequeña lobezna Caperucita, pobrecita desdichada, del grupo anterior de Halloween, hizo aparición en todo este despropósito. Se acercó a pedir dulces. Llevaba la cesta repleta de manzanas.
De los otros críos, la pandilla del terror, ni rastro.
La troll, creyéndose una chef de altura, le dijo al marido: "Creo que le vendría bien unas manzanas Sparkling para darle un punto de acidez al estofado".
El marido asintió, todos los hacen, y más si tienes por esposa a una troll de casi 2 metros.
Le dieron amorosamente mis dulces a la lobezna a cambio de sus manzanas. Ella aceptó de buen grado el trato y se fue dando saltos de alegría.
Ambos trolls dieron unos buenos bocados primero a las manzanas, asintieron y echaron el resto a la sopa.
La sopa estaba ya lista.
No quedaba nada más que encomendarnos a Santa Lóbula y esperar un milagro.
Cuando nos desataron para echarnos al caldero, saqué fuerzas y le metí un buen mordisco a la pierna del troll. Error. Estaba duro como una peña.
Me erguí, seguiría vendiendo cara mi piel de lobo, mi cuñado se escondió tras mía, y afronté con valentía mi fatal destino.
No hizo falta, los dos trolls yacían derrumbados en el suelo. Intoxicados.
¡Milagro! ¡Santa Lóbula nunca me falla! ¡Santa Lóbula, patrona de los borrachos y de las causas perdidas!
Entre Isidrín y yo les atamos por los pies a unos caballos, les di un mordisco a los cuartos traseros para azuzarles y que echaran a trotar lejos de aquí.
¡Esos se lo pensarían dos veces antes de volver a nuestro bosque!
¡Nadie se mete con Rufino y Isidrín!
Cogimos todo lo valioso que hubiera por aquí y nos fuimos a la taberna. El trabajo bien hecho siempre da mucha sed. Y hambre. De hecho, mi cuñado me tuvo que separar de los cuartos traseros de los caballos ya que no me soltaba. Soy como los pitbulls, una vez que muerdo, no suelto.
De camino a la taberna, mi hermana Margarita y esposa de Isidrín, nos cazó. Nos llamó de todo menos bonitos e hizo que fuéramos a cenar con la familia. Reforzó su amable petición agitando un rodillo de madera sobre su cabeza.
Nada había que hacer ahí.
Nunca, nunca te enfrentes a una loba con un rodillo en la mano.
Con Margarita no se juega.
«¿Por qué Santa Lóbula me fallas en estos momentos, en los de mayor necesidad? ¿Yo que no voy nunca a verte a ningún sitio y sólo me acuerdo de ti cuando me haces falta?», me decía agachando las orejas y arrastrando los pies.
A lo lejos, la ruidosa taberna se burlaba de mi suerte.
***
Mientras cenaban nuestros amigos en familia, en la noche de Halloween, un disfraz de Caperucita junto a unas manzanas impregnadas con un medicamento adormecedor yacía oculto en un cubo de basura.
«Maldición, siempre me toca arreglar la mala cabeza de mi tito y de mi padre», pensaba la pequeña Rufina mientras miraba, con los ojos muy abiertos, a las dos personas que más quería en el mundo.
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¡Rufino & isidrín, dupla perfecta! Deseando leer el próximo récord de lanzamiento de las olimpiadas rufinescas. Estamos ahora en 8 metros... :)
ResponderEliminarGrrrr...
ResponderEliminarRufino vuelve a sacarnos una sonrisa. El malvado bueno o un bueno muy malo. No lo tengo claro.
ResponderEliminarUn tío práctico y vividor, diría yo. Vaya, un crack. ¡Venga Rufino, sigue contando!
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