Translate

El lobo bajo el puente 1ª parte (Una historia de Rufino) - Klaus Fernández

 



"Esto de madrugar es duro, pero el mundo necesita ser iluminado con mi presencia”

    Quedaban pocos días para Halloween y era un período bastante intranquilo para los habitantes del gran Bosque. Por estas fechas, mi felicidad y sosiego se ven interrumpidas por centenares de niños y niñas  llamando a mi puerta, disfrazados de brujas y vampiros, pidiéndome caramelos y dulces. Nunca les doy nada. Bueno, sí. Un portazo en las narices. Alguno casi pierde los dedos.
    
    Halloween no es una festividad que me guste particularmente. La gente se viste para asustar, pero yo no. Yo no asusto, yo enamoro.
    
    No participaré en la pantomima de un Halloween inventado por los dentistas para forrarse con las caries de inocentes criaturas. Soy un lobo concienciado.
    El caso es que cuando llamaron a mi puerta, unos días antes de Halloween, ya me disponía a abrirles, amenazarles con una escopeta  -laquitatonterías- y darles con mi portazo patentado en sus dulces caritas, resultó que no eran unos críos.
    La verdad es que no entiendo la razón de que me sigan molestando con ese cartelón enorme que cuelga en mi valla y que reza: "Cuidado con el lobo". Quizás debería cambiar la actual imagen y no poner esa en la que estoy bailando una Kizomba en postura sensual.
    Resumiendo, el que llamó a mi puerta era un gato estrangulando nerviosamente su gorro acompañado de otros animales. Un cerdito, un tejón, un conejo, un perezoso y un perro. ¿El fisco? Esperaba que no. Quemo diligentemente todas mis facturas recibidas en un barril que poseo en la parte trasera.
    El minino se presentó como Blas, el presidente de la comunidad, creo. No lo sé con seguridad ya que nunca voy a las reuniones de vecinos. Me aburren mortalmente. Prefiero quedarme soplando birras en el bar con mi amigo Fermín, el cazador, e Isidrín, el sufrido cuñado.
    Venía el minino, y su banda de pesados, a pedirme ayuda con más miedo que vergüenza. Supongo que se creerían que me los zamparía ahí mismo sin mediar palabra ni hambre.
Así. Como una fiera desbocada.
Mala fama que tengo.
Eso no lo hago.
Bueno, a veces.
Ayer.
Hace un rato.
    
    Resultaba que el único puente que da acceso y salida del gran Bosque había sido tomado por un espantoso, terrible y voraz troll. Nadie podía cruzar el puente para ir a pedir caramelos, proferir "truco o trato" o que le estamparan la puerta en las narices, a los pueblos cercanos.
Que eso era un escándalo. Que alguien, por Dios, pensara en los pobres niños, me decía Blas con una carita de degollado que no podía con ella.
    Y que yo, un ser desalmado, temible y letal, era el único que podía arreglar ese desaguisado.
    Le recordé al gato que también era de un guapo arrebatador, indómito y con un gusto exquisito por los trajes de seda y el buen vino.
    Como si no fuera suficiente que hubieran venido a tocarme la pera con sus vulgares historietas, el desconsiderado tejón Sebas dijo algo parecido a: "Sí, sí, pero ¿a qué hueles? ¡A algo ilegal, a algo que se fuma con los ojos achinados!".
    "¡A lo que huelo es al éxito y la perfección!", le dije ya empezando a cabrearme.   
    Quiero ser un lobo tolerante, pero me lo ponen muy difícil. Yo así no puedo. Por supuesto les dije que me negaba a ayudar mientras cargaba los cartuchos de mi escopeta. Veía que hoy no me iba yo a dormir sin haberle descontado alguna vida a más de uno. Bueno, al gato, con fortuna, le quedarían otras seis.
    Yo, a la fábrica de soltar pelo, que era el gato, no le conocía de nada, y menos a los otros pardillos, y me hablaba en un lenguaje desconocido para mí. Incluso ofensivo. Hasta que no sacó de sus bolsillos un saquito de tintineantes monedas no comencé a entender su idioma. 
    Ahora sí. Así sí.
Hombre, me habría gustado que trajeran mejor un carro lleno de oro. Parecido al que me dio la niña esa de la rueca, que convertía la paja en oro, por ayudarla desinteresadamente con ese enano saltarín. No me acuerdo del nombre. Y vosotros tampoco. Sólo os acordáis del nombre del saltarín, pero claro el desconsiderado y despistado lobo soy yo, ¿verdad? ¡Falsos! ¡Más que falsos!
    Nada, acepté tan miserable pago después de todo. Si es que soy un buenazo y un desprendido. ¡Un filántropo! Abusan de mi buena fe, se me convence con nada, pensé, mientras hacía brincar el saquito en mi zarpa y les ahuyentaba con tres salvas al aire. Salieron corriendo como los conejos que eran. Bueno, al menos uno de ellos ya lo era.

***

    El puente de marras, también llamado el de Loboviejo, no andaba lejos de mi hogar. Se le conocía, por ese nombre tan peculiar, debido a un antepasado mío que junto a un conejo delincuente, dicen las malas lenguas, se dedicaban a contrabandear en él. Cochinas envidias ya que nunca le llegaron a pescar. Al que pillaron fue a un pato. Mientras se lo llevaban esposado, y con exagerado hipo, profería mil gritos diciendo nosequé de que le habían traicionado. Un lobo nada menos. Uno que había cantado "La Lobiata" en cuando le apretaron un poco. Vamos que al pato le tocó pagar el pato. De ahí la expresión. Son todos unos chismosos en este bosque. 

    En fin, me fui a fundirme el escuálido pago en una buena farra con mi cuñado Isidrín. ¿Acaso habíais pensado que iba a resolver el problema del puente? ¡Para nada! ¡Ni ganas, ni intención! ¡Tengo una fama que mantener como para hacer las cosas según dicta esta sociedad corrupta y materialista! No tengo problema en entrar y salir del bosque por unos túneles, negaré que existen, que hicieron mis antepasados para contrabandear cerca del puente.
    Quizás después, lo mismo, me acercaba a él para echar un ojo. No prometo nada, soy un lobo ocupado.
    En la taberna no encontré a mi Isidrín, cosa rara, y me dijeron que le habían ofrecido otro trabajo.
    Jeje. Mi cuñado es un buscavidas. Siempre bicheando.
   Pero cuando el tabernero me dijo cuál era dicho trabajo, le escupí todo el chupito en la cara.
Vale, podía haber escupido en otra dirección. Pero la sorpresa fue sincera.
A Isidrín le habían ofrecido acabar con un troll. Bajo un puente. A mi Isidrín. Al enclenque de mi cuñado.

    Maldición, siempre me toca arreglar la mala cabeza de los demás.



¡No te pierdas el resto de los relatos inéditos de Halloween que os hemos preparado bajo el siguiente enlace!

Registro SafeCreative: 2302093462191 Todos los derechos reservados.

Sigue a Klaus Fernández en Instagram

Comentarios

  1. Rufino nunca defrauda. Divertidísimo como de costumbre. ¡Queremos más!

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  3. Maldita sea. Me han censurado. Esta historia se iba a publicar en su totalidad hoy pero me ha pillado el toro. Me han comido los plazos. Desventajas de tener una vida social tan extensa y disoluta. El resto lo publicaré pronto. Creo. No sé. Ya veré.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Igual si te damos un saquito de monedas, de das más prisa...

      Eliminar
  4. Me gusta cómo piensas, nena.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza