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Las horribles Navidades de Fingus (Especial Navidad 2022) 1a Parte - Klaus Fernández

 




Yo, Fingus, estoy hasta el coño.

Tras los nefastos acontecimientos del año pasado, con esa revolución fallida para hacerme con el control del taller de Santa Claus (si no os acordáis de lo que os hablo, podéis mirarlo aquí), la comunidad de elfos artesanos estaba en peores condiciones que nunca.
El asqueroso gordo había puesto al mando a su reno Rudolph con un látigo "animador de masas" para que este año no se volvieran a repetir los del anterior.

Os preguntareis el motivo de que el reno no estuviera desempeñando su anterior trabajo. Sí, ese de volar con su trineo mágico, con alegre musiquilla navideña, cargado hasta las trancas con el gordo infartado, camisas de una talla que no te vale, colonias baratas, calcetines, corbatas y millones de juguetes.

Pues es muy sencillo, le habían quitado todos los puntos del carné de conducir al estrellarse con varias chimeneas el año pasado. Rudolph iba otra vez bebido. Es lo que tiene ser un puto borracho. Esa naricilla roja no es para indicar, como un lucero, el camino, es sinónimo de que el amigo se ha pasado con el licor barato de cereza. Le detuvieron, él se resistió con frases tipo: “No sé por qué me invitáis si sabéis como me pongo”, “Esa chimenea salió de la nada, se me puso en medio” y “Quiero un abogado. De los de pago, no de oficio, que se venden al capital”.

Papa Noel le pagó la fianza y le dio otro curro más acorde a su problema. De jefe de planta para “motivar” a los díscolos elfos.

Como yo, Fingus el magnífico, fui uno de los instigadores de la revuelta, se me degradó. Fui vilipendiado. Se pasaron por el arco del triunfo todos los interminables años que le había dedicado al taller. Sin tener en cuenta mi larga trayectoria de artesano carpintero. Anda que no había hecho yo bellos pitos de madera. Preciosos. Enormes. Inmejorables. Hasta la reina María Antonieta tenía uno mío.

Fui expulsado sin honores, sin derecho a indemnización, me quitaron los años cotizados para la jubilación y me quedé sin seguro médico. Y todo después de entregar los mejores años de mi vida a la empresa de logística más explotadora del Polo Norte. ¡Qué digo yo! ¡Del mundo entero! ¿Qué cuál era? ¿Acaso no lo conoces? ¡No es una fábrica Amazon ni las oficinas de Twitter! ¡Es el poblado de Santa Claus! ¡Joder!

Tras la montaña, donde se ubica la fábrica y se destruyen las ilusiones de los pobres elfos, que se conoce como el taller de Santa Claus, se localiza el poblado. Está a escasos 4 kilómetros. Es un lugar terrible. Atestado de niños. ¡La antesala del Infierno! Si teníamos pocos derechos en el taller, aquí poseíamos menos.

Hace años, durante la desastrosa jornada de inauguración, se organizó un gran desfile en la calle mayor. Con elfos bailando y dando saltitos tocando flautas traveseras y arpas. Parecíamos sátiros salidos del infierno. Hizo tanto frío que 11 elfos murieron congelados y los visitantes creyeron que eran bellas estatuas esculpidas.

En protesta, los restantes elfos, con las pelotas congeladas, prendieron fuego al árbol navideño del centro de la plaza. Pero sólo ardieron cuatro ramas y, en cambio, murieron otros siete elfos abrasados. Todavía están buscando a los culpables de echar una combinación de gasolina, vodka y cerillas al árbol. Menos mal que nadie me vio.

Otra de las horribles condiciones que aquí se viven, aparte del machacón hilo musical navideño interpretado por los Elfos Cantores de Hispalis, es cuando algún elfo fallece por puro cansancio en su jornada laboral. Se le acomoda en un banco como si durmiera. Nada que rompa la ilusión de los visitantes, se activa un código, el código Maluma, y se le lleva disimuladamente a una cabaña montado en un carro con las piernas por fuera. En la cabaña, que recibe el bonito nombre de Tienda de objetos perdidos, se le apila como leña en un rincón. El último en recibir tal honor fue Betus, el ex sindicalista. Al menos le taparon con el último ejemplar del Marca.

El poblado está dividido en varias zonas. En el centro se ubica la casa de Santa Claus. Éste se asoma a determinadas horas por una ventana y saluda como un robot desganado a los infantes. Como solo se le ve la parte superior del cuerpo a veces no lleva ni pantalones.
Alrededor de la casa se localizan diferentes restaurantes, varias tiendas de souvenirs y la oficina de correos de Santa Claus rodeando una gran plaza donde se ubica un gran árbol navideño y unas columnas. Dichas columnas están unidas al árbol en su copa por un cordón luminoso azul que representa el Circulo Polar Ártico. Una gilipollez.

Todo este tinglado funciona con el esfuerzo sobrehumano de los elfos degradados, a los que les han arrancado cualquier atisbo de alegría, juguetes rotos del gordo colorao. Una farsa alimentada con desilusionados elfos como yo.

Pululamos mudos por todo el recinto para dar color a esta pantomima. Por supuesto no podemos hablar, desharíamos la magia de los visitantes. A nadie le gusta que los elfos les respondan en un lenguaje que no sea el suyo, los muy cínicos. Cuando lo que más me gustaría en el mundo es mandarlos a la mierda, y en todos los idiomas.

Para mayor humillación, soy el encargado de prender las luces del poblado. El que marca el inicio de la tortura, el encendido de los neones, la alegría de los niños y niñas. Pero este año, no. Este año iba a ser diferente. Tenía un plan. ¿Era un buen plan? ¡Qué va! Era una puta mierda. Se iba a cagar la perra.

Pero para ello primero había que ponerse de acuerdo con mi amigo Ludwingus. Él tambien había sido degradado. Ahora se encargaba de vaciar el buzón de deseos de Santa Claus por las noches y tirar las cartas a un descampado. Ludwingus y yo podríamos ponernos de acuerdo hablando pero era mejor hacerlo a hostias. Siempre es mejor así, ¿no? ¿Para que hablar si podemos arreglarlo a hostias? Dicho y hecho. Nos cruzamos en una calle aledaña de la principal, y sin mediar palabra empezamos a cascarnos. Después de unos minutos, tras quitarnos el bravío, empezamos a desarrollar el plan mientras reíamos como locos.

Por cierto, nuestra risa no es dulce ni armoniosa. Es lo más parecido a oír a un reno acatarrado.

Continuará...

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Comentarios

  1. Cuando pensábamos que Klaus no podía ser más gracioso, nos sorprende con otra tronchante historia. Fingus es el indiscutible rey de las navidades. Queremos más, necesitamos más.

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  2. Elfos Cantores de Hispalis 🤣🤣🤣

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  3. Elfos al poder.!!! 🤟🏻🤟🏻🤟🏻

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