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Los sacerdotes impíos - Una historia de Francisco (Especial Doppelgänger 2023)


"Los vampiros desbocados y sueltos por Valdepeñas nunca son un buen negocio. Ni para los humanos ni para los vampiros".

Valdepeñas, 1874.

Francisco observaba, desde al atardecer, cobijado en las sombras de un cercano tejado, el abandonado palacete modernista de la Cruz Roja de Valdepeñas. Un local, protagonista involuntario y continuo de irregularidades y enfrentamientos del Ayuntamiento con su actual propietaria, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

El inmueble estaba envuelto en un negra leyenda, cual mortaja de cadáver, para desesperación de la Junta, que veía imposible desprenderse de él.
Siendo la Cruz Roja una de sus últimas propietarias.

Decíase que el inmueble estaba habitado por el fantasma de Don Rodrigo Cifuentes Balbuena, un artesano del s.XVII que, iracundo, había hecho acto de presencia en su propio velatorio.

¿La razón?

A la sufrida esposa se le había ocurrido darles de cenar unas gachas a todo el cortejo fúnebre. Error fatal, ya que según una leyenda manchega: "Cuando hay un difunto de cuerpo presente, mejor no hacer gachas porque el espíritu las removerá y… las consecuencias mejor no saberlas".

También se rumoreaba que en su oculta bodega medraba un Morgo, una mujer avara, que en pos de la búsqueda de un oculto tesoro, había quedado sepultada bajo unas rocas maldiciendo a Dios. Todas esas historias eran fantasías, relatos para asustar niños. Patrañas. 
Lo que sí era cierto es que, desde hace un año, era un nido de vampiros.

Unos vampiros escindidos con violencia de los de El CírculoLos mellizos Marcel, Antoine y Amandine, unos antiguos aguaciles e infravalorados vampiros, habían cometido la osadía de exigir mayor rango y diezmos a esa caduca estructura piramidal. Por supuesto, los vampiros ancianos, las Arcaicos se negaron en redondo. Les amenazaron con la "verdadera" muerte si continuaban con sus desmanes e impropias exigencias.

Ofendidos y contrariados, los mellizos se escindieron con un violento baño de sangre masacrando a catorce futuros acólitos y exterminaron a dos de los cinco Arcaicos. Estos, al morir, extinguieron junto a ellos a toda su larga progenie creada. Unos cuatro mil vampiros aproximadamente. Con esa acción, a la que posteriormente se le denominó El Cisma, los antiguos aguaciles sellaron su destino.  

—Les darás una lección. Violenta. Sangrienta. A ellos y a todos los que se atrevan a ir contra de nuestros intereses —ordenaban el resto de los Arcaicos supervivientes al nuevo aguacil, Francisco, mientras se alimentaban de un grupo de monjas clarisas en su sala del trono. Será notorio, ahora ya no importa nuestra habitual discreción. Mátalos. Mátalos a todos. Nadie deja el Círculo...
—Es el Círculo quien prescinde de ti —terminó con vehemencia la frase, Francisco.

No era tarea sencilla localizar a los mellizos Marcel. Conocían bien las tácticas de ocultación y pisos francos de toda la red vampírica. Nunca fueron estúpidos y sabían bien que tras el Cisma debían poner tierra de por medio y desaparecer de Valdepeñas.

Barcelona. Madrid. Lugo. Toledo fueron ciudades investigadas por el nuevo aguacil. Ubicaciones en las que los contactos humanos y vampíricos de Francisco afirmaban haber visto a Antoine y Amandine realizar sus desmanes. Resultaron ser viajes infructuosos. En el mejor de los casos eran antiguos asentamientos al cargo de vampiros menores simpatizantes que apenas fueron rivales para un aguacil deseoso de hacer méritos.

Pero la ubicación exacta de los Marcel resultó ser una paradoja. Otra bofetada en la cara al Círculo. Ya lo advertía Poe en su cuento “La carta robada”: "La mejor forma de ocultar algo es ponerlo a plena vista". Los mellizos estuvieron todo este tiempo en Valdepeñas. A plena luz aunque paradójicamente fuera todo lo contrario. Ocultos en el abandonado palacete modernista de la Cruz Roja. 


Valdepeñas, cuna del vino y de vampiros, padecía desde hacía semanas 
una alarmante plaga de misteriosas desapariciones.

Francisco, regresó de inmediato a la localidad, tras la vuelta de su enésimo viaje en balde buscando a los mellizos, para recibir un ultimátum mental de Los Arcaicos.

El Círculo, para su sorpresa, no le exigía investigar las desapariciones, sino que le remarcó con bastante nitidez que ya no admitirían más demoras en su búsqueda. Era su prioridad, todo lo demás pasaba a segundo plano. Si no era capaz de desempeñar el trabajo encargado quizás ya era hora de "que prescindieran también de sus servicios".

Un furioso Francisco se veía incapaz de averiguar el paradero de los díscolos vampiros. Uno de sus informantes humanos, deseoso de servir y convertirse en un futuro no muerto, afirmaba que se ocultaban en una finca en Cádiz. El aguacil decidió que seguiría esta pista al día siguiente. Pero, antes, esta noche seduciría y se alimentaría de un joven estudiante.

Detrás de una infecta taberna de la calle Esperanza, en un callejón regado de vómitos y orines, mientras clavaba sus colmillos en el blanco cuello del estudiante, averiguó por casualidad el nido de los Marcel.

Mientras con voraz apetito succionaba la vida del imberbe aprendiz a través de su cuello, todos los recuerdos y vivencias de este pasaron a la psique de Francisco.

No era la primera vez que el ahora moribundo estudiante había tenido contacto con un vampiro. Días atrás una apuesta joven, de belleza etérea, piel pálida y rubios tirabuzones, le había propuesto retozar en el interior de un abandonado palacete. El estudiante aceptó de buen grado pero, una vez en su interior listo para el encuentro sexual y mientras se quitaba la camisa de lino, dejó al descubierto un pequeño crucifijo. La vampiresa emitió un profundo silbido arrancándole el crucifijo de un zarpazo. Su mano chisporroteó al contactar con el adorno de hierro. Acto seguido ella desapareció por una pequeña fisura del suelo. El estudiante huyó espantado sin su crucifijo y sin comprender muy bien lo sucedido.

Francisco, en cambio, sí lo entendió todo perfectamente.

La vampiresa rubia, sin duda, era Amandine. Por lo tanto su mellizo no andaría lejos. Los esquivos Marcel se ocultaban aquí, en Valdepeñas. Le partió con las dos manos el cuello al estudiante. Ya no tenía más hambre.



La negra noche se adueño de Valdepeñas y tupidas nieblas recorrieron las calles.

Francisco abandonó el cercano tejado y se encaminó a la entrada del palacete de la Cruz Roja de Valdepeñas. Una raída bandera con una gran cruz roja colgaba lacia de unos de sus balcones. Ese símbolo no significa nada para un vampiro si no crees en Dios. Tampoco fue impedimento entrar en el local. Poseía el permiso para hacerlo, ya que ayer por la noche, mostrando interés en adquirir el palacete, un interventor de la Junta le dio las autorizaciones necesarias para inspeccionarlo.

Entró por la desvencijada puerta principal. Él no era una vil rata almizclera temerosa que entraba por una ventana o puerta trasera. Él era Francisco de la Sacristana, ejecutor de El Círculo. Él era la inevitable Muerte.

Calculaba que el nido estaría compuesto por los citados Marcel más aproximados veinte vampiros de nueva creación. Un sencillo reto con el que ya había bregado anteriormente con un mayor nido en Ciudad Real. Se sorprendió de la cantidad de cenizas que flotaban en el aire y que ningún vampiro o lacayo saliera a su paso. Usualmente, las tumbas de los vampiros se encuentran en mal estado pero esta estaba particularmente deteriorada.

Su avanzada visión nocturna le permitió descubrir con facilidad una entrada oculta tras un pilar. Se hizo paso a través de los montículos de ceniza y se descubrió sonriendo al encontrar el chamuscado crucifijo. Con una patada lo apartó de su camino lanzándolo a una esquina.
Al presionar una piedra de una pared, un muro corredizo dejaba paso a un pasadizo que se adentraba en lo profundo de una antigua bodega. 

El silencio era sepulcral.

Francisco estaba decepcionado. Esperaba alguna resistencia. Pero en el lugar sólo se respiraba silenciosa muerte. Tras unos minutos andando en la oscuridad llegó a una bodega. El olor a derramado vino añejo inundaba sus fosas nasales. Era un espacio circular donde las enormes tinajas se habían apartado a un lado para dejar sitio, en el centro, a un ataúd de piedra, sellado con fuertes cadenas. Desde ahí unos raíles, como haces solares, partían hacia unas paredes adornadas con grilletes. Todo el piso estaba cubierto por una gruesa capa de negra ceniza. Cenizas que también flotaban perezosas en el aire.

Al lado del sarcófago se hallaba un pedestal con un libro abierto.

Francisco se aproximó al escrito, pasando las hojas distraídamente con una uña. Era este un negro libro, tanto en su portada como en sus páginas. La infame y perdida obra "Mysteria Angelorum et Lamia". Relataba el escrito el origen de los vampiros. Se remontaba éste a cuando fueron expulsados los ángeles del cielo. Contra la creencia popular, Lucifer o Luzbel, no fue el único. Ni siquiera fue el más importante. Semyazza era el líder supremo y el que promovió la desobediencia contra Dios.

Los caídos, una vez desprovistos de la gracia de Dios y condenados al destierro, se embrutecieron. Sintieron el azote del hambre y se alimentaron de la sangre humana dando origen a los Arcaicos. Quizás buscando en ese líquido alimento una parte de perdida divinidad.
Tras siglos de malnutrición y de ser perseguidos y cazados por el arcángel Miguel, algunos ángeles caídos decidieron hibernar, ocultarse a los ojos de Dios en estructuras místicas de piedra.

Aguardando un ritual que los despertara.

La segunda parte del libro relataba con precisión ese ritual en el cual era necesaria la sangre de cientos de humanos mezclada con la de unos sacerdotes impíos vampíricos.
 
Pero, evidentemente, el ritual había salido mal. La sangre para resucitar al poderoso Semyazza era insuficiente, débil y escasa. Los mellizos Marcel se desintegraron en ceniza sin haber podido reanimar al ángel caído para su causa.

Su misma suerte sufrió toda su progenie. Esas eran las cenizas que flotaban por todo el recinto y reinaban en el suelo.
Francisco partió de una patada un soporte de madera y se habilitó una rudimentaria estaca. El ángel caído era demasiado poderoso para dejarle con vida.

Ya se disponía a desencadenar los fuertes amarres del ataúd cuando recibió otro mensaje mental de los Arcaicos.

—Detente inmediatamente. La muerte de Semyazza puede acarrear la nuestra. Nuestro origen, nuestro creador, está perdido en el tiempo. Bien pudiera ser el que duerme en el sarcófago. Asegúrate de que no sufra daño alguno y que no despierte nunca para reclamar su lugar —ordenaron los Arcaicos. Cumple con el cometido encargado y ocupa de pleno derecho tu puesto como nuevo alguacil.

Francisco lanzó lejos la estaca y se dispuso a cumplir la orden dada.

Epílogo.

Desde aquí huelo la sangre, el sudor que genera el miedo, oigo el ritmo acelerado de ese corazón. Anticipo ese sabor acre y metálico que parece recorrer ya mi boca. ¿Por qué me sigue pasando esto? No hay nada ahí. Llevo más de cien años dentro de este sarcófago, en el fondo del mar, y sigo sin saber si aborrezco o me siento agradecido por las alucinaciones.

Los personajes y el Epílogo son propiedad de Alberto Jiménez, que amablemente los cedió para mi interpretación. ¡Gracias!
 
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Comentarios

  1. Yo no sé vosotros, pero el proyecto Doppelgänger nos vuelve a entregar otra gran historia. Me gusta mucho como Klaus ha tratado a los personajes de Alberto y nos presenta un relato diferente en estilo pero a su vez muy cercano a la esencia de Francisco. Enhorabuena.

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  2. Me ha gustado mucho adentrarme en este universo, al igual que el de Luis, y amenazo con más relatos. ¿Cómo os habéis quedado?

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  3. Tremendamente honrado de que usen mis personajes para que sigan teniendo vida, aunque ya estaban muertos.

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