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Blancanieves en Kadath - Alberto Jiménez (Mes antólogico Cthulhu)


Casandra abrió el ordenador para mirar las ofertas de empleo y volvió a enviar a la papelera uno más de las decenas de mensajes que la informaban de su inminente desahucio programado para el día siguiente. Casi esperaba que se hiciera realidad. El hecho de salir de aquel apartamento minúsculo y deprimente sería considerado un regalo. Pero no tenía otro sitio al que ir.

La wifi pirateada al vecino, un desahucio al día siguiente y el embargo del coche (su única propiedad); todo eran señales de que había tocado fondo. Las ofertas de empleo no le llovían aun siendo una doble licenciada en Filología Bíblica y Filología Eslava. Decidió bajar al coche sus libros y documentos más preciados antes de que salieran volando por la ventana a causa de su ultrajado arrendador.

Tras completar una jugada maestra al Tetris en su maletero y los asientos que no eran el del conductor, logró rescatar lo que ella consideraba imprescindible. Y en la mente de Casandra lo imprescindible estaba fabricado en papel. Cerró la puerta del coche y se hizo a la idea de que aquella sería su cama la siguiente noche.

Volvió a entrar al portal con intención de recoger su ya obsoleto ordenador. La fuerza de la costumbre la hizo revisar el buzón de su apartamento. Había varios papeles. La costumbre la obligaba a rajar todos los sobres con un membrete oficial porque solo traían facturas y avisos del embargo que no podía afrontar. Sin embargo, una válvula en su mente le exigió que volviera a revisar los membretes de los sobres que acababa de destruir. Uno de ellos era de la Universidad de Miskatonic. Se abofeteó mentalmente y volvió con los restos a su mesa de trabajo.

Al reconstruir la carta (¿Quién sigue enviando cartas hoy en día?) leyó que la Universidad había recomendado sus servicios a un cliente que les había contactado desde España. Era la única estudiante europea, al menos en su promoción, que había aceptado estudiar un postgrado de Aklo. El viaje a Estados Unidos era una oportunidad y, por qué no decirlo, en su día fue la oferta formativa más barata que pudo pagar su beca.

En la carta, su antiguo profesor la felicitaba por el gran aprovechamiento de sus cursos y que, debido a su brillantez, la consideraba una colega. Desde España les solicitaban a alguien que estuviera versado en aquella rara lengua que ni tan siquiera tenía referentes históricos precisos. La carta le informaba que el cliente pronto se pondría en contacto con ella.

Revisó la carpeta de Spam en su correo electrónico y tuvo que llegar hasta la semana anterior para encontrar el mensaje.

Un particular, un tal Sr. Nelson, la invitaba a traducir para él unos textos en su villa de Porto Sombrío. Pedía su comprensión por no poder enviar muestras o documentos sobre los que trabajar. El trabajo tendría que ser realizado in situ. Por supuesto, además de sus honorarios, le facilitarían vivienda, manutención y transporte. Solo tenía que aceptar el encargo y le enviarían un coche para llevarla hasta su próximo trabajo.


Respondió de inmediato, claro está, y, se pegó a la pantalla esperando el siguiente mensaje apretando el botón de actualizar de forma compulsiva cada minuto. Contra todo pronóstico, a los diez minutos recibió una respuesta solicitando confirmar una dirección de recogida.

Media hora más tarde, un empleado de la agencia de alquiler de vehículos dejó en sus manos un Mercedes.

⸺Nuestro cliente ha dejado la dirección de destino en el navegador del coche ⸺le explicó el empleado⸺. Solo deje que el coche haga su trabajo. Este coche es un Serie S de nivel 3, una maravilla. Si quisiera, podría hasta dormir por el camino.

⸺Perdone mi ignorancia de proletaria pobre pero ¿qué significa eso?

⸺Este coche hace de verdad lo que Tesla promete pero no consigue: el conductor es prescindible.

⸺Perdone que desconfíe ⸺argumentó Casandra⸺ pero soy muy analógica. Prefiero estar yo a los mandos.El empleado estaba tan entusiasmado que le dejó mostrarle los distintos modos de conducción, incluyendo el Drive Pilot que no pensaba usar en ningún momento.



Abandonó su coche junto a sus exiguas pertenencias en un lugar discreto, no sin antes trasladar al Mercedes la caja con libros y apuntes de su período en la Miskatonic, en previsión de que pudieran hacerle falta. No son cosas que una encuentre en internet.

Inició el navegador del coche y se dejó guiar por él para salir de la ciudad. Según el navegador, el tiempo estimado de llegada era de cinco horas. Si hubiera cogido un tren le habría dado tiempo para repasar aquel idioma maldito.

Descartó la idea varias veces pero, al tomar la autovía y comprobar que la velocidad era constante, y las curvas eran pocas y suaves; decidió probar aquello del piloto automático.

Le tomó media hora acostumbrarse a no tocar los pedales o el volante. Aquello le daba miedo pero el temor a perder el trabajo era mayor que el de un posible accidente.

Dejó que el coche hiciera su trabajo y repasó los documentos que había recogido del impenetrable idioma aklo. Se enfrascó en el estudio de aquellos símbolos y, tal como siempre le sucedía, la mente le jugaba malas pasadas cuando leía aquellas líneas. En este caso tuvo el fatal resultado de hacerla quedar dormida.

Tras despertarse confirmó que había hecho bien al aceptar el trabajo. Había tenido mucha suerte. Los reflejos anaranjados del sol rebotaban sobre el alero de una casa enorme, casi se la podría llamar mansión. Estaba dentro de un terreno propio, el coche había aparcado en la entrada que presidía el cuidado jardín. Al menos por lo que dejaban ver los últimos rayos del día, el extenso jardín domaba el cerrado bosque que rodeaba la propiedad. El lugar era idílico. De hecho le pareció intuir una piscina en la parte trasera donde ya se imaginaba tomando un descanso. Pensaba que había triunfado y no sabía cuánto se equivocaba..

«¿Y si el tal Nelson fuera un atractivo millonario?» «Quédate un poco más. Me he acostumbrado a tu presencia».

Descartó aquellas infantiles ensoñaciones de su cabeza y recogió una de las cajas del coche para dirigirse a la puerta principal. Llamó con una sonrisa en la boca. Mantuvo la compostura y el buen ánimo durante unos minutos. «Sabían que venía, ¿no?» «¿Puede que el coche me haya traído a una dirección distinta? Ya sabía yo que no tenía que confiar en este tipo de tecnología…»

Cuando ya empezaba a sentirse inquieta por la espera, se escucharon unos ruidos al otro lado.

⸺¡Hola! ⸺elevó la voz para hacerse oír⸺. Soy Casandra Gurpegui, la traductora ⸺le chilló a la puerta.
⸺Un momento, por favor ⸺la voz del interior sonó rasposa. Como la de alguien que se acabara de levantar de la cama tras una noche de concierto con muchos cigarrillos de por medio.

La voz, los extraños ruidos y la tardanza; la dejaron plantada, sintiéndose estúpida con una pesada caja de cartón en las manos. La sonrisa se le había borrado.

Al abrirse la puerta no pudo evitar dar dos pasos atrás. El hedor que provenía del interior de la casa la golpeó sin misericordia. El individuo que salió a recibirla tampoco contribuía. Vestía una sudadera sucia con una capucha tan amplía que dejaba su rostro en sombras.

⸺Buenas noches ⸺la voz seguía sonando rasposa sin intermediar la puerta⸺. Es una suerte que haya llegado antes de la caída del sol. ¿Me permite que la ayude con eso? ⸺el individuo señaló la caja que portaba Casandra.

La sorpresa (y el peso muerto, por qué no decirlo) le hizo entregar sin problema la caja al desconocido. Al hacerlo le rozó la mano. Dura y seca como la voz. Casandra se llevó la mano a la nariz ahora que se había liberado de la caja.
⸺¿Usted es el señor Nelson? ⸺quiso saber ella.
⸺¡Ay! Disculpe que sea tan torpe ⸺hizo un ruido de carraspera, como si tragara moco⸺. Me llamo Musgo. Trabajo para el señor Nelson ⸺el tipo hizo una pausa y se quedó quieto como si pensara que algo se le escapaba⸺. No le puedo dar la mano, ahora llevo su equipaje.

Le siguió al interior pues, el tal Musgo, se giró sin más explicaciones llevándose sus pertenencias. Casandra comprobó que el hedor era aún más fuerte, tanto que le dio una arcada. Claramente emanaba de algo muerto que se pudría en alguna estancia de la casa.

Subió tras Musgo por unas escaleras que conducían al primero de los dos pisos que parecía tener el lugar. Por fortuna el olor a descomposición pareció quedarse en la planta baja. Sin embargo, al comenzar a subir el ambiente se tornaba irreal. Veía las escaleras frente a sí pero, a sus lados, las paredes eran como una fina cortina de arena en constante movimiento, aunque ella no sentía la más mínima corriente de aire. Optó por fijar la vista al frente, en los pantalones de su anfitrión y en el suelo. Las botas que llevaba Musgo se movían sueltas en los pies. Como si solo se sujetaran a estos por los cordones. Los pantalones le creaban una extraña curva doblando las rodillas en sentido contrario al natural.

Según ascendía, notaba como el frío bajaba por las escaleras. Una fina neblina de condensación se descolgaba desde el segundo piso. Su propio aliento se perdía en la oscuridad. Confió en que el hombre de la sudadera supiera donde iba, pues, aunque el sol ya se había ocultado casi por completo, no había encendido ninguna luz a su paso.



⸺Este será su lugar de trabajo ⸺dijo el hombre tras cederle el paso a una biblioteca⸺. Era el lugar de trabajo del Sr. Nelson y todos los documentos con los que trabajaba están aquí. Lo hemos dejado todo tal y como estaba.
⸺¿Trabajaba? ¿Estaba? ⸺que hubiera hablado en pasado la descolocó un poco más si cabe⸺. ¿Quiere decir que él no está aquí?
⸺Sí, pero dudo que en realidad quiera verlo ⸺la respuesta no la tranquilizó para nada⸺. Y antes de eso, debe demostrar que puede hacer el trabajo que el Sr. Nelson dejó a medias.

Casandra se asustó al comprender que el trabajo no estaba asegurado, por lo que prefirió obviar lo extraño de la petición, del lugar y de su propio contratador y se centró únicamente en el jugoso cheque que la esperaba después de realizada la traducción.
⸺¿Qué le dice este párrafo de aquí? ⸺el tipo de la capucha le acercó un libro⸺. ¿Conoce estas escrituras?
⸺Por supuesto ⸺sonrió con suficiencia Casandra⸺, es un ejemplar de “Viaje a la desconocida Kadath”. Mitos de viajes a través de portales interdimensionales.
⸺No son mitos ⸺el hombre no ocultó su molestia por el tono de Casandra⸺. Son tan reales como el aire que respiramos. Lea el párrafo.

Casandra no pudo evitar que una gota de sudor le recorriera la espalda. No tenía tanta experiencia en la traducción de Aklo, podía hacer una traducción literal pero, como en cualquier idioma, se podía dar lugar a distintas interpretaciones. Los modismos que leía podían cambiar el significado del párrafo completo. La voz de su anfitrión no daba pie a equívocos. Mucho se temía que, las consecuencias de no ofrecer una lectura correcta, no serían un simple contrato roto. Miró hacia la caja que había transportado su anfitrión pero decidió no jugar aún esa carta.
⸺Habla de una puerta a una de esas dimensiones ⸺afirmó Casandra⸺. La forma de abrirse hacia la ciudad de Kadath.
⸺¿Y la llave? ⸺insistió el hombre⸺ ¿Cuál es la llave? Debe ponerlo ahí.
⸺Primero tengo que ver al Sr. Nelson ⸺la insistencia la hizo saber que tenía la sartén por el mango (otro modismo) en aquella situación⸺. Tenemos la firma del contrato pendiente. Viendo este lugar dudo que tengan el dinero que dicen que me van a pagar. Este lugar huele raro. ¡Usted es raro!

El hombre dió un paso atrás ante la vehemencia de las palabras de Casandra. Sin embargo, una risa maliciosa se colaba bajo la capucha:
⸺No confía en nosotros ¿verdad? Aunque nosotros sí lo hagamos ⸺aseveró el tal Musgo⸺. ¿Quiere ver al Sr. Nelson? Lo verá a él y a mis hermanos. Y entonces ya no habrá vuelta atrás ⸺Casandra recogió la amenaza con la mayor dignidad que pudo⸺. Acompáñeme al piso de arriba.

Esta vez le indicó que pasara ella delante. El frío era más intenso con cada peldaño. No le hizo falta que Musgo le indicase cuál era la habitación de destino. Aquella que era más fría, de la que emanaba una neblina de condensación que corría por sus pies y se lanzaba escaleras abajo, aquella puerta congelada como un frigorífico mal cerrado.

La visión del interior la hizo retroceder resbalando con la escarcha del suelo. Tropezó con el cuerpo duro y deforme de Musgo. Volvió a mirar y seguía estando allí, frente a ella, un ataúd de cristal, con seis seres de pesadilla postrados en torno a él.

Musgo se retiró la capucha y mostró su verdadero rostro. Era otra de esas criaturas más cercanas a un perro que a una persona.

⸺Ahí tiene a Nelson ⸺Musgo le señaló la urna de cristal⸺. El estúpido de Nelson que creyó haber encontrado la puerta a la desconocida Kadath.

Casandra, con la huida bloqueada por Musgo, con sus compañeros que parecían en trance, movida por la curiosidad, logró acercarse para ver el interior de la urna de cristal.

El tal Nelson no era uno de ellos. Se vio sorprendida al encontrar a un hombre joven, de su edad, de barbilla fuerte y hombros anchos. Su piel era pálida como la nieve y los labios rojos como las fresas del bosque, llenos de vida aún.
⸺¿Qué le ha ocurrido? ⸺titubeó Casandra⸺ ¿Está…muerto?
⸺No ⸺contestó Musgo⸺. Creemos que está viajando por la ciudad de Kadath. Su cuerpo se ha quedado anclado en este mundo sin que su esencia pueda volver. Dejó instrucciones para que, si no conseguía despertar, pidiéramos ayuda. De eso hace ya dos semanas.

Casandra pensó en el correo electrónico perdido en la carpeta de Spam pero juzgó prudente no comentar nada de ello.
⸺¿Soy la única que ha respondido al anuncio?
⸺Coco se comió al anterior ⸺dice señalando a uno de sus compañeros que no hizo gesto de haber escuchado su nombre⸺. No, no le matamos nosotros ⸺Musgo hizo unos aspavientos de disculpa, como queriendo que ella borrara cualquier imagen que sus palabras hubieran podido sugerir⸺. El hombre salió corriendo y se partió el cuello al saltar por las escaleras. Y… Bueno, el tipo podía pesar cerca de las doscientas libras. Habría sido un desperdicio dejarlo ahí tirado.

Casandra compuso un gesto de terror que Musgo interpretó como una necesidad de más información:
⸺No nos juzgues por nuestro aspecto. No somos monstruos, solo comemos carroña, carne muerta. Sí es cierto que la carne humana es nuestra favorita. Pero, aún estás viva ¿no? No nos interesa tu carne, solo tu trabajo. ¿Puedes hacerlo? ¿Verdad que puedes abrir el portal?

Las inquietantes revelaciones sobre la nutrición de aquellos cánidos se sumó a que, ahora, todos la miraban a ella. Quizá aquella deforme raza quería componer un semblante de esperanza, ella solo interpretaba que estaban deseando que se lanzara por la escalera para encajar en su dieta.
⸺En cuanto al dinero ⸺dos de sus compañeros se levantaron del suelo y acercaron un cofre ante ella⸺, no será problema. Nelson tiene una fortuna en esta propiedad.

Abrieron el cofre ante ellos y estaba lleno de brillantes monedas que parecían antiguas. Lo volvieron a cerrar y salieron por la puerta.
⸺Lo dejarán en el maletero del coche como muestra de nuestra buena voluntad ⸺continuó Musgo⸺. Confío en que podrá hacer su trabajo, que abrirá el portal.
⸺Espere ⸺Casandra quiso saber algo más⸺, pero ¿para qué quiere que abra el portal? Para recuperar a Nelson, ¿no?
⸺Nuestro amo tlhaw'DIyuS nos envió aquí con un propósito, encontrar a uno de sus mortales seguidores en este mundo que tuviera conocimientos suficientes para abrir el portal. A través de él llegará para conquistar vuestro mundo.
»Aunque Nelson dejó su cuerpo preservado, y a nuestro cargo, para su vuelta; en el proceso, Nelson se llenó de orgullo. Enloqueció. En contra de nuestro objetivo, el ansia de conocimiento se apoderó de su mente. Abrió un portal para él, solo de ida. Mi teoría es que ha quedado extasiado con la magnificencia de Kadath y no volverá.
»Tú debes abrir el portal o en su defecto ir tras él, ir a Kadath de la misma forma que él fue, y traerlo de vuelta.

Casandra buscó, en lo más profundo de sí misma, el coraje para pedir que la dejaran sola. Cuando se encerró en la biblioteca, para trabajar en la traducción, se derrumbó. Le flaqueaban las rodillas y tuvo que apoyarse en la mesa para ser capaz de sentarse.

El coche estaba controlado por ellos, la había traído hasta aquí pero no la llevaría de vuelta. Huir por el bosque con esas bestias tras ella no parecía una opción. Lo cierto es que ni siquiera sabía dónde estaba. Realizar el trabajo, y esperar que aquellas bestias cumplieran con su palabra, parecía la única salida.

Afrontó la tarea que tenía delante con ánimo en un principio. Aunque, poco a poco fue consciente de la montaña de libros y apuntes que el hombre que yacía como Blancanieves en una urna de cristal, había tenido que leer. Y solo para que su cuerpo se quedara en estado de catatonia. «¿Cómo iba a ser ella capaz de tener éxito?»

Leyendo aquellos textos, tratando de descifrar aquellos escritos, comprobó que allí la luz jugaba con otras reglas. Se dió cuenta de que no había ningún foco de luz que la alumbrara. Sin embargo podía ver en la penumbra que la extraña luz provenía de algún sitio detrás de ella. Una luz que se movía con sus ojos proyectando una sombra allá donde mirase. Mirar a derecha e izquierda, viendo como las sombras bailan dentro de la habitación, la mareaba y asustaba al mismo tiempo. Aún así se levantó de la silla y giró rápido la cabeza tratando de sorprender el foco de aquella luz. La sombra giró con ella.

Contempló la posibilidad de estar volviéndose loca, solo tras unas horas de estudio de aquellos malditos textos. La espada que pendía sobre su cabeza, a la hora de la interpretación de los símbolos, la hizo tomar una decisión desesperada.

Rebuscó frenética dentro de la caja con sus cosas de la universidad, y sí, allí estaba. La figurilla de un ser semihumano retorcido se encontraba en sus manos.

Casandra encendió el fuego de la chimenea. Necesitaba entrar en calor y una fuente de luz que pudiera entender.

El profesor Phillipe Carnegie, aquel que la consideraba una colega, le hizo este regalo como premio a sus excelentes notas. «Para que vea por tus ojos, si alguna vez lo necesitas», eso dijo. Sacó las notas con las palabras que debía pronunciar el día que quisiera hablar con él. Bien, pues aquel día había llegado. Y esperaba con toda su alma que no fuera lo que había considerado siempre: la fantasía sin fundamento de un viejo acabado.

⸺HIja', jIH. QI'yaH! ⸺declamó Casandra esperando que su pronunciación fuera la correcta.

Una voz sonó dentro de su cabeza:
⸺Casandra, ¿eres tú? ¿Qué lugar es este?
⸺¿Profesor? ¡Oh, Dios mío! ¿De verdad es usted?
⸺Sí, soy yo. Carnegie, tu profesor de aklo. ¿Qué necesitas de este viejo?
⸺¿Cómo es posible?
⸺Has usado la figurilla que te di. Es uno de los pocos objetos que conseguí que funcionaran realmente. Si alguien merece tenerlo eres tú. Eres lo suficientemente joven e inteligente para el trabajo que yo ya no puedo realizar: el trabajo de campo, ir a las fuentes. Puedo ver por tus ojos y guiarte en lo que necesites.
⸺No entiendo cómo, pero… ⸺Casandra decidió no plantearse la realidad de lo que estaba sucediendo. Que alguien hablara dentro de su cabeza era la menor de sus preocupaciones⸺. Estoy en un aprieto, profesor. Necesito abrir un portal a Kadath, recuperar la mente del antiguo traductor y traerlo de vuelta.

Con los ojos de su antiguo profesor de la universidad de Miskatonic viendo a través de los suyos, ambos repasaron los estudios del desdichado Nelson. Pero no solo eso, también le pidió que revisara todas las estanterías, los cajones del escritorio y hasta las vistas desde la ventana de aquella estancia.

⸺Creo que tengo algo ⸺la voz del profesor sonaba temblorosa por la emoción⸺. Vuelve a la ventana ¿Qué ves allí, al lado del agua?

Miró a través del cristal. Casandra quiso ver a su llegada una piscina en la parte trasera. Quizá lo fue en su momento. Ahora su definición para aquel infecto lugar se acercaba más a una alberca de aguas negras; unos bultos oscuros flotaban en su interior y un raquítico árbol bebía en su borde.

⸺¿Se refiere al árbol? ⸺preguntó Casandra⸺ Es un árbol medio muerto, envenenado por ese lugar. Mucho me temo que sea el lugar de deshechos de la comida de estos seres.

⸺Exacto ¿no había anotado «comulga con el fruto de la muerte» en la traducción?

⸺Sí, aunque yo lo traduciría de otra forma. Yo diría que pone «Siembra el fruto de la muerte».

⸺Sabía que no me engañaba al pensar que eras la lista de la clase.

⸺Creo que él pensó que debía comulgar con el fruto. Comer el fruto de ese árbol que está ahí. ¿Qué es? ¿Un manzano?

⸺Sí, eso creo. Y de hecho… ⸺Casandra rebuscó un instante en la papelera y recogió una manzana podrida y con un único mordisco⸺ aquí está la prueba. Lo está viendo ¿verdad profesor?

⸺Un único fruto no es suficiente. Se necesitan todos los del árbol para crear un vórtice lo suficientemente amplio para que puedan trasladarse los cuerpos. Al morder esa manzana creó un pequeño portal dentro de sí mismo, una mínima singularidad en un cuerpo vivo que lo que hizo es que se separasen alma y cuerpo ⸺Casandra casi podía oír rumiar al profesor dentro de su cabeza⸺. Lo que se precisa es plantar varias de esas frutas aberrantes creando un determinado símbolo en el suelo y el portal se abriría a este mundo. No puedes permitir que eso ocurra. En cuanto a ese hombre, no creo que nunca despierte. A menos que…

⸺¿Profesor? ⸺Casandra sondeó su mente buscando un el final de la frase.

La comunicación se había cortado, se giró para recuperar la fuente y se encontró con la figura de Musgo. Allí estaban los restos de la figurilla bajo la pezuña que ya no se ocultaba en calzado humano. Bajo ese pie deforme terminaba la esperanza de salir con vida de allí.

⸺¿Con quién estabas hablando? ⸺indagaba Musgo mientras acortaba distancias rodeando la mesa⸺ Nuestro amo nos previno acerca de los objetos prohibidos. Guardianes de este mundo que intentarían obstaculizar su llegada. Y tú eres una de ellas. ¡Qué estúpido he sido! ⸺confundido, el ser comenzó a golpearse la cabeza con violencia.

⸺No, yo solo trato de hacer el trabajo ⸺se defendió Casandra. Empezó a retroceder interponiendo una mano entre ella y Musgo⸺. Yo nunca os busqué, vosotros me llamasteis.

⸺No podemos fiarnos de ti. Te he visto hablando a través de esa figurilla —Musgo seguía avanzando y señaló tras de sí, a los restos de la cerámica.

Casandra se quedó de espaldas a la chimenea. Cogió al azar papeles, apuntes y cuadernos del dormido Nelson.

—¡Atrás! —amenazó con los papeles sobre la hoguera—. Atrás o lanzaré todo esto al fuego.

El gul llamado Musgo se volvió aún más desquiciado. Se golpeaba a sí mismo, rompió una lámpara y lanzó una silla contra la pared; signos de que no sabía qué hacer.

Aparecieron dos más de aquellos guls en la puerta, atraídos por los ruidos de su líder. Casandra se envalentonó al ver que rehuían del fuego. Tiró varios manuscritos a la chimenea lo cual avivó el fuego de forma considerable.

—¡Nooo! —el chillido de Musgo al ver los documentos ardiendo casi le dió lástima.

Casandra prendió varios pergaminos y los usó a modo de antorcha para proteger su salida de la biblioteca.

Los guls se afanaban intentando salvar papeles de la hoguera. En su frenesí extendieron el fuego por toda la habitación. La madera seca y el papel formaban un excelente combustible para las llamas.

Casandra huyó en dirección a la puerta pero le cerraron el paso varios de los guls que provenían de la parte baja de la casa. Se defendió de ellos arrojando parte de sus pergaminos incendiados.

Ya solo podía huir hacia arriba. La casa comenzó a arder desde sus cimientos y la traductora iba incendiando para cortar el paso a las criaturas que la acosaban.

El último reducto que le quedaba era la habitación con la urna de cristal, con el bello Nelson durmiendo un sueño eterno. Su cuerpo preservado en la Tierra y su mente cayendo en la locura de Kadath.

Atrancó la puerta y esperó al fatal desenlace. Encerrada en aquel frío habitáculo, podía oír los aullidos de dolor, de desesperación y rabia de los guls. Sus golpes, sus gritos y sus amenazas. Pero también comenzaron los indicios del fin de la ratonera en que se había metido: empezó a entrar humo, se apagó la electricidad, se pararon las máquinas del frío y comenzó a escucharse como el edificio se desmoronaba.

Los guls consiguieron tirar la puerta abajo y entrar. Quizá para salvar el cuerpo de Nelson, quizá para destruirla a ella. En cualquier caso, Casandra, consiguió abrir el sarcófago transparente y encerrarse en él junto a su ocupante.

Le dió tiempo a ver cómo se abalanzaban sobre ella los siete guls. Con diversas quemaduras sobre su piel pero aún llenos de rabia que querían despellejarla.

El edificio se desplomó con un crujido seco. Envueltos en llamas, escombros y vigas retorcidas el edificio se vino abajo. Toda la estructura y sus ocupantes colapsaron en un amasijo de piedra, hierro, cristal y carne.

Casandra se recuperó de la conmoción de la caída. Cuando tomó conciencia de sí misma se dio cuenta que había quedado fundida en un necrófago beso con el cuerpo de Nelson. Pero ella sabía que no salvaría a nadie así, con un beso sacrílego y robado. El sarcófago había sido diseñado para preservar la vida de Nelson a toda costa, por fortuna para Casandra.

Magullada por los golpes, salió tambaleante en dirección a la nada, solo tratando de alejarse de la casa en llamas. Su deambular finalizó en el manzano ponzoñoso. Miró con curiosidad los pocos frutos que ofrecía y arrancó una de las manzanas.

Abstraída, observando la fruta en su mano, volvió a pensar en las distintas traducciones: «Sembrar el fruto de la muerte». «Comulga con el fruto de la muerte».

En cualquier caso, el profesor tenía razón, los frutos de aquel árbol eran las semillas para abrir un portal a otro mundo y traer pesadillas a éste. No podía permitirlo, tenía que destruir aquel germen del mal. Por lo que volvió hacia casa con intención de buscar algo con que prender fuego al manzano.

Encontró lo necesario entre las ruinas. Hizo una pira con restos de madera sobre el árbol y le prendió fuego.

Había dejado la manzana que le hizo reflexionar atrás, sobre unas piedras cerca de lo que quedaba de la casa. Pensó que también habría que lanzarla al fuego pero se paró antes de llegar, notó un movimiento entre los escombros humeantes. Parpadeo varias veces para comprender lo que veía. Los despojos de siete guls formaban ahora una única y horripilante criatura. Tenía varias patas, manos con zarpas nacían a los costados o la espalda, ojos y colmillos pugnaban por salir a la superficie del grotesco monstruo. Quizá lo más inquietante fue observar cómo esta criatura estaba hablando con Nelson. El brusco paso del cuerpo preservado en frío a las llamas que lo devoraban todo, habían hecho que el cuerpo de Nelson se estuviera descomponiendo tan rápido como un muñeco de plástico arrojado a una hoguera. Aún así tuvo fuerzas para señalar en su dirección.

—¡Tú! —el bramido procedía de algún lugar de aquel cuerpo deforme formado por trozos de guls— Tú tienes la culpa de todo. ¡No toques las manzanas!

Casandra supo al instante que no escaparía con vida de aquella mole de músculos de pesadilla y tomó una decisión desesperada. Corrió en dirección a la criatura y ésta en dirección a ella para proteger el árbol. Antes de que colisionaran, la mujer se agachó en el último segundo para escurrirse entre las múltiples patas del monstruo. Casandra siguió corriendo hacia las ruinas aprovechando la confusión del gran gul, atrapó la manzana olvidada atrás, cogió uno de los hierros retorcidos de entre cascotes y solo dudó un instante ante el moribundo Nelson.

—Quizá en otra vida, quizá en otro momento —dijo Casandra viendo la súplica en los ojos de Nelson—. Ahora necesito que mueras.

Después de esas palabras, le atravesó el corazón con el hierro recogido entre los escombros.

—¿Quieres esto? —Casandra mostró la manzana al monstruoso y enorme gul que ya se volvía hacia ella— Ven a por ella.

Segura de que la vida se había extinguido, enterró la última manzana dentro del malogrado Nelson con su propia mano, lo más profundo que sus fuerzas le permitieron.

Al fin y al cabo, ¿qué necesita una semilla para crecer?: calor, humedad y restos orgánicos que le sirvan como sustrato. «Sembrar el fruto de la muerte».

Huyó hacia la parte delantera de la propiedad, saltando entre cascotes y ruinas, esperando llegar al coche. Quizá tropezó dos o tres veces contra los muebles y las paredes que aún quedaban en pie. Volvió la vista atrás para ver como las deformes garras de la criatura trataban de abrir sin resultado la urna de cristal. Allí, el aire se rasgó como se rompe una tela ajada por el tiempo. La manzana realizó su función. El portal se abrió tragándose todo lo que había alrededor. El gul, demasiado grande para la mínima abertura se deshizo como si lo hubieran metido en una trituradora.

Después de eso se hizo el silencio. Solo se escuchaba el crepitar del fuego en los pocos restos que quedaban por consumirse. Al fondo de la escena observó como el árbol de los frutos malditos también terminaba por consumirse. Los guls y el propio Nelson habían desaparecido absorbidos por un hueco en el aire frente a ella. Casandra esperaba no leer nada más que novelas en adelante.

Se volvió para ir hacia el coche. El camino de entrada aunque reconocible se había borrado por la vegetación. Hierbas y arbustos habían crecido alrededor de las ruedas. El coche estaba cubierto de polvo. Aun así se sentó al volante, arrancó a la primera. En la pantalla digital un símbolo comenzó a girar: «descargando actualizaciones». Por fortuna recordaba cómo se pasaba al modo manual. Accionó el limpiaparabrisas y comenzó a bajar de las montañas por un camino que apenas se intuía.

Tras ella, entre el humo de un incendio que todavía se estaba extinguiendo, el aire reverberaba como en uno de esos espejismos que se ven en la carretera. Un reflejo que no existe. Pues así, en el aire, de un reflejo que no debería estar ahí, apareció una extremidad queratinosa que no correspondía a nada de este mundo. 

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Comentarios

  1. Qué talento tiene este chico. Nada le viene grande (qué envidia le tengo). Un relato muy, muy recomendable. Enhorabuena.

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  2. No me parece acabado. Sigo sin verlo fino. Lo he vuelto a leer y ya he cambiado cosas. 🤓Gracias igualmente

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  3. Pues a mí me ha gustado mucho 😃

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