Navidades del 99 - Enlayers (Especial Navidad 2023)
Eran las once y cuarto de la mañana del día veintitrés de diciembre de mil novecientos noventa y nueve cuando el teléfono sonó en casa de Mari Carmen Sarmiento. Era su hermano Juan Carlos para, un año más, poner una excusa para no asistir a su casa en la cena de Nochebuena. En esta ocasión el pretexto era que Susana, su bendita mujer, había pasado una noche horrorosa con fuertes jaquecas y no se encontraba nada bien. Tras deshacerse en mil perdones terminó asegurando que no debía preocuparse por la santa de Susi, pues estaba acostumbrada a sobreponerse a lo peor. De hecho, casi estaba por asegurar que no tendría ningún problema en recuperarse a tiempo para que pudieran verse en la casa de sus padres el día de Navidad. Mari Carmen estaba segura de ello.
No era la primera vez, ni sería la última, que Susana le ponía a su marido una excusa para no acudir a casa de su cuñada. Y eso era bien sabido por todos los Sarmiento, que no podían dejar de cotillear y susurrar a sus espaldas, sobre qué debía haberle hecho a la buena de Susi para que no quisiera pisar su casa ni en pintura. Lo cierto era que no les faltaba parte de razón, aunque la verdad distaba mucho de las hipótesis que baraja la familia.
Y había momentos en los que a Mari Carmen le daban ganas de gritar a los cuatro vientos que sí, que tenían razón y que, a la hermosa de Susi, le había hecho de todo en aquella casa. Fue durante aquel lejano verano de mil novecientos noventa y tres, durante la tórrida relación que ambas habían mantenido, al amparo de aquellas cuatro paredes. Y si por Mari Carmen hubiera sido, se habrían ido a vivir juntas bien lejos, donde nadie las conociera, pues no le cabía la menor duda del amor que ambas se habían profesado, al margen de la ardiente pasión que las había devorado. Pero al final, la educación católica y los prejuicios de la buena de Susi terminaron con la relación con la misma rapidez con la que había comenzado. Después Susana se había comprometido con Juan Carlos, el hermano mayor de Mari Carmen. Tras un corto noviazgo, que había llevado a muchos a sospechar que se casaban de penalti, se dieron el “Sí quiero” el veintitrés de junio de mil novecientos noventa y cuatro, en la Iglesia de Santa Bárbara.
Si algo tenía claro la mediana de los Sarmiento era que el secreto para triunfar en la cena de nochebuena no estaba en el asado, en la lubina o en las guarniciones. De hecho, ni siquiera estaba en el postre o en el cava. Una carne demasiado hecha, un pescado salado o un postre simple, eran perdonados con displicencia por los invitados si los verdaderos protagonistas de la velada habían estado a la altura: los aperitivos. Esos primeros bocados, acompañados de un buen vino, marcaban la diferencia y decidían el éxito o fracaso de las nochebuenas. Y Mari Carmen siempre triunfaba.
En su mesa nunca faltaban los patés, las almejas picantes, los quesos, los ibéricos ni, por supuesto, las verdaderas estrellas de la noche: los langostinos cocidos. Una cena de nochebuena no era cena si no había unos buenos langostinos cocidos, los cuales debían cocerse en casa, siguiendo las tres reglas de oro de los Sarmiento: usar una cazuela profunda con abundante agua hirviendo, no cocer más de doce langostinos por tanda y, finalmente, dejarlos reposar 3 minutos en agua salada con hielo, antes de secarlos.
“No hay lugar en el mundo donde se coman langostinos más ricos que en casa de mi cuñada Mari Carmen” no se cansaba de repetir Mario a todo aquel que quisiera escucharlo. Pilar, su mujer, había intentado en incontables ocasiones replicar la receta, pero, finalmente, había tenido que tirar la toalla y darse por vencida. La pequeña de los Sarmiento apostaría sin dudar un billete de cien pesetas a que su querida hermana le ocultaba algún ingrediente secreto que marcaba la diferencia. Lo cierto es que no se equivocaba, pues había dos pasos en la elaboración que a Mari Carmen siempre se le “pasaban por alto” comentarle a su querida hermana. El primero era añadir un par de hojas de laurel en el agua de cocción y el segundo era que siempre, siempre, compraba los langostinos en la víspera de nochebuena, cuando las pescaderías vaciaban las lonjas para no quedarse sin mercancía al día siguiente.
Durante todo el camino Teresita había estado cantando y charlando con esa lengua de trapo tan graciosa que tenía, pero ahora, mientras buscaban un hueco en el aparcamiento, se había quedado callada. Con la nariz pegada al cristal, contemplaba con ojos asombrados las luces navideñas que adornaban el centro comercial, mientras el eco de “campana sobre campana”, que resonaba en los altavoces del aparcamiento en aquellos momentos, se colaba distorsionado en el habitáculo del Seat Córdoba rojo de su tía. Por fin encontraron un hueco, justo al lado de un enorme árbol de navidad lleno de luces de colores. Tía y sobrina se cogieron de la mano y se adentraron alegres, en el centro comercial, el cual se encontraba abarrotado.
La gente charlaba, reía y, por supuesto, compraba. Por primera vez la mediana de los Sarmiento fue consciente de hasta qué punto aquella navidad iba a ser diferente a cualquier otra. En el ambiente se palpaba una ligera sensación de expectación, de nervios contenidos y risas forzadas. Parecía que nadie se escapaba de la influencia del final no solo de un año, sino también de un siglo y de un milenio. Al fin y al cabo, llevaban semanas escuchando una y otra vez profecías y mensajes apocalípticos que se habían propagado como la pólvora: cuando terminase aquel año, la humanidad llegaría a su fin. En otros países puede que se lo estuvieran tomando más en serio pero la mayoría de los españoles, haciendo gala de su carácter alegre y festivo, estaban decididos a celebrar por todo lo alto aquellas “supuestas” últimas navidades, cantando, riendo, bebiendo y comiendo aún más de lo normal.
Aquel lugar era un sueño hecho realidad para cualquier chiquilla y, unos instantes después, Teresita corría emocionada a través de aquel laberinto de juguetes. Su tía la siguió, divertida y emocionada, contagiada por la felicidad de su sobrina. Y cuando por fin hubieron recorrido todos los pasillos de la campaña, su sobrina insistió en dar una segunda vuelta, a lo que Mari Carmen no supo negarse. En esta ocasión la chiquilla parecía decidida a tomarse la visita con más calma. Las carreras, las exclamaciones de sorpresa y los rumbos erráticos del principio, fueron sustituidos por un avance lento y premeditado, acompañado de una fuerte concentración y un escrutinio exhaustivo de cada uno de los módulos promocionales.
A medida que repasaban de arriba abajo aquellos lineales repletos de juguetes, la alegría inicial de la niña fue apagándose, siendo sustituida por mohines contrariados y una cara cada vez más seria y decepcionada. Su tía no estaba acostumbrada a ejercer de madre y seguía a su sobrina con una preocupación creciente. Mas, ¿qué podía hacer ella para alegrar de nuevo a la muchacha?
La respuesta llegó unos instantes después, cuando anunciaron por megafonía que, en breve, iba a comenzar un pequeño guiñol que el centro había preparado para los más pequeños. Unas chicas muy simpáticas aparecieron de la nada y montaron en el suelo un precioso mosaico con enormes piezas de colores donde, rápidamente, niñas y niños fueron acomodándose, mientras que sus padres aprovechaban para salir volando a realizar sus compras. A Mari Carmen le pareció que aquello llegaba en el mejor momento, sobre todo porque en el rostro de su sobrina había vuelto a asomar una sonrisa. Así pues, le propuso a la niña que se quedara viendo la obra mientras ella corría a hacer las compras navideñas, a lo que accedió inmediatamente. Aquel era, sin duda, un acuerdo perfecto para ambas partes. Y tras recordarle una última vez que no debía moverse de allí hasta que ella volviera, se alejó camino a la pescadería.
Lo que, en un principio, a Teresita le había parecido una idea genial, ya no se lo parecía tanto unos minutos después. Ante los niños y las niñas estaba siendo representada, una vez más, la consabida historia de cómo una estrella había servido de guía a los tres reyes magos que, siguiéndola, habían conseguido encontrar al niño Jesús. Y mientras los más jóvenes parecían estar divirtiéndose un montón, a ella ese cuento la aburría soberanamente y, antes de darse cuenta, ya estaba bostezando de forma descarada.
“No puedes dormirte ahora Mayte” se dijo Teresita. Le gustaba mucho como sonaba “Mayte”, la hacía sentirse mucho más mayor e importante. Por desgracia al tener una Abuela que se llamaba Teresa, parecía condenada a que todo el mundo la llamase Teresita. Tras un par de bostezos más, y con esa idea rondándole en la cabeza, fue buscando una postura más cómoda y, a cada segundo que pasaba, más difícil se le hacía mantener los ojos abiertos. En algún momento debió quedarse traspuesta porque, de pronto, dio una fuerte cabezada que la sobresaltó y despertó a partes iguales. En esos momentos en la obra de teatro uno de los reyes se inclinaba hacia el pesebre con un regalo en las manos, por lo que no debía quedar mucho tiempo para que terminara y, por tanto, para que volvieran a casa. Convencida de que en cualquier momento volvería su tía, se levantó y se asomó al pasillo por el que la había visto irse, pero no había ni rastro de ella.
Estaba a punto de volver a la colchoneta de colores para esperarla, cuando su mirada se cruzó con la del juguete que había estado buscando aquella tarde sin éxito. Se trataba de un nuevo tipo de mascota de orejas puntiagudas, que tenía una pequeña boca de pato y unos ojos enormes. Se podía encontrar en infinidad de colores, pero el que le gustaba a Mayte era precisamente el que estaba viendo en esos momentos, luciendo sus inconfundibles rayas negras y naranjas: el furby tigre. La pobre mascota se encontraba colocada de cualquier manera, en precario equilibrio, sobre una pila de cajas que avanzaba, bamboleante, tras una mujer vestida de rojo. Y mientras Mayte lo miraba embelesada, el furby parpadeó un par de veces con aquellos brillantes ojos redondos y, mirándola directamente, la sonrió. El asombro de la muchacha fue mayúsculo.
Sin pensárselo mucho, la sobrina de Mari Carmen se fue tras el muñeco, dispuesta a evitar que la mascota cayera al suelo, lo que parecía que iba a acontecer en cualquier momento. Pero los pasillos estaban repletos de gente que debía sortear, lo que hacía muy complicado avanzar. Por su parte, la mujer de rojo arrastraba aquellas cajas haciendo que la gente se apartara a su paso sin ningún esfuerzo y, en cuanto pasaba, el hueco se volvía a cerrar. Eso le recordó a una imagen que había visto en televisión en la que una lancha avanzaba muy rápido, arrastrando tras de sí a un hombre agarrado a una cuerda que utilizaba las olas generadas por la barca para saltar con una tabla y hacer piruetas en el aire.
Para cuando Mayte llegó al último punto donde había vislumbrado a la mujer de rojo arrastrando la montaña de cajas y al furby, ésta ya se encontraba al final de otro pasillo. De esta forma comenzó una persecución a través de la tienda hasta que, finalmente los perdió de vista. Y cuando ya estaba a punto de darse por vencida y unos pucheros de impotencia comenzaban a nacer en su rostro, volvió a verlos. La mujer de rojo avanzaba de forma lenta, pero inexorable, arrastrando su carga, hacia una enorme puerta y cuando apenas faltaban unos pasos para que la mujer chocara contra la misma, ésta se elevó en un abrir y cerrar de ojos. Aquello no pudo por menos que recordarle a la sobrina de Mari Carmen el cuento de Aladdin y supuso que la puerta se había abierto gracias a alguna frase mágica pronunciada en voz baja por la mujer de rojo. Mayte corrió a toda velocidad para intentar acceder a la cueva antes de que esta volviera a cerrarse y, sin apenas poder creerlo, lo consiguió en el último segundo, encontrándose en un lugar donde las penumbras eran las reinas.
Parpadeó un par de veces, intentando acostumbrar sus ojos a aquella semioscuridad. Poco a poco el lugar fue tomando forma y ante sí pudo percibir enormes pasillos que se perdían a lo largo y alto de aquel inmenso lugar. Miró a la derecha y luego a izquierda justo a tiempo para ver cómo la mujer del polo rojo giraba arrastrando su carga hacia el interior de uno de aquellos inmensos pasillos. Lo hizo tal vez demasiado rápido, pues la pila de cajas que remolcaba se inclinó peligrosamente hacia un lado, haciendo que el furby atigrado que coronaba la cima se tambaleara a un lado y al otro. A la muchacha le pareció percibir que una mirada aterrada aparecía en los ojos de la mascota antes de precipitarse hacia al suelo.
Por puro instinto, Mayte salió corriendo hacia allí, mientras que una vocecita en su interior la alertaba de que, por mucho que corriera, era imposible llegar a tiempo para evitar lo inevitable.
Se dice que las desgracias nunca vienen solas y en aquel momento esa máxima se cumplió fielmente pues la joven, con las prisas, se tropezó y, aun cuando consiguió dar varios pasos a contrapié, finalmente, aterrizó sobre el pavimento. Pero tan rápido como cayó se levantó y siguió avanzando, sin tan siquiera molestarse en ver qué daños había sufrido. Poco a poco se fue acercando al lugar donde había caído aquella mascota que la televisión prometía como altamente evolucionada, suave, amable y dispuesta a aprender cosas nuevas a tu lado.
Y mientras se acercaba con precaución al bulto que había quedado tirado en medio del suelo, una puerta similar a la que había atravesado hacía unos instantes, se abrió a pocos metros de distancia, delante de ella, dejándola petrificada en el sitio. Una luz azulada, proveniente de una inmensa luna llena, se abrió camino entre las sombras del almacén según la puerta ascendía, creando un rectángulo luminoso que se detuvo a los pies de la muchacha, dejando bien iluminada a la figura atigrada que había delante de ella y que, en esos instantes, se daba la vuelta para mirarla directamente a los ojos.
Aquella silueta no pertenecía al furby, tal y como ella había creído, sino a un enorme gato atigrado, algo entrado en peso, que, tras mirarla con poco interés, se dedicó a lamerse las zarpas de forma indolente antes de restregarse con ellas detrás de las orejas. La joven se acercó lentamente al gato mientras el mismo seguía con su aseo personal. Cuando se encontraba a apenas un par de metros de él, se acuclilló sin dejar de observarle de cerca. Finalmente, el felino, dejó de acicalarse y se dignó a levantar la cabeza y mostrar algo de curiosidad por aquella desconocida. Mayte se quedó completamente quieta, sin atreverse casi a respirar para no espantar a aquel hermoso gato que la miraba fijamente. Entonces el minino paseó su lengua de un lado al otro de su pequeña boca y le regaló una tenue sonrisa, tras lo cual, se levantó y se dirigió con movimientos indolentes hacia la puerta. Cuando estaba bajo el dintel de la misma se paró, miró hacia atrás y emitió un leve maullido, en una clara invitación para que la muchacha le siguiera. Ella no se lo pensó ni un segundo.
Resultó que allí había un agujero en el muro que permitía al gato entrar y salir a su antojo. Tras pensárselo un momento la muchacha se agachó y siguió al gato al exterior, apareciendo frente a unos enormes campos de cultivo que, en esos momentos aparecían en barbecho.
El gato se dirigió por un camino bien delineado hacia lo que parecía una pequeña casita. A través de la única ventana disponible en la fachada se podía percibir el resplandor de una hoguera. Mientras avanzaba, la joven fue siendo consciente del frío que hacía y pensó que, si aquella casita tenía una chimenea como la de la casa del pueblo de sus abuelos, podría calentarse en la misma.
Pero cuando se acercó a la fachada se dio cuenta de que, en realidad, aquello sólo eran unas ruinas y la fachada que había visto era lo único que aún seguía en pie. El resplandor que había visto a través de la ventana era producido por una enorme hoguera que ardía dentro de un enorme bidón, alrededor del cual tres hombres calentaban sus manos al fuego.
El primero de ellos se cubría la cabeza con un gorro oscuro de lana, lucía una gran barba grisácea y tenía el cuerpo cubierto por un grueso abrigo de piel. El segundo era algo más bajo y rechoncho y al igual que el primero, se cubría la cabeza con un gorro de lana y tenía barba, pero esta era corta y pelirroja. En vez de lucir un abrigo largo tenía una cazadora marrón de cuero desgastado con el cuello forrado de borreguito. Pero el que más llamó la atención de Mayte fue el tercero, cuya piel era de color negro azabache y brillaba a la luz de la hoguera. Su pelo era corto y muy rizado y vestía con un chándal azulgrana, igual al que se ponía su padre para ir a jugar al fútbol. Fue éste el primero en darse cuenta de la presencia del gato y de la muchacha.
Se giró hacia los recién llegados mientras en sus negras pupilas titilaba el reflejo del fuego y en su rostro se dibujó una amplia sonrisa que dejó a la vista los dientes más blancos que jamás hubiera visto la joven.
─Pero bueno Sandokán, qué bueno verte por aquí ─dijo dirigiéndose al gato.
El aludido soltó un pequeño maullido y se acercó para restregarse en sus piernas a la vez que ronroneaba satisfecho, mientras el hombre se acuclilló para poder acariciarle detrás de las orejas.
─Veo que te has traído a una amiga. ─observó mientras miraba con interés a la recién llegada─. Acércate muchacha, no te quedes ahí que te vas a helar ─intervino el de la barba pelirroja.
La joven, al ver que el gato llamado Sandokán los conocía y no tenía miedo de ellos, se acercó y extendió sus pequeñas manos hacia el fuego, agradeciendo enseguida su calor.
─¿Cómo te llamas? ─intervino el grandullón de la barba gris, con voz profunda, mientras se acercaba a la muchacha y la envolvía con una vieja manta.
Cuando Mari Carmen quiso volver a la zona del guiñol, éste hacía tiempo que había terminado y no había ni rastro de Teresita. A punto estuvo de sufrir una crisis de pánico, pensando que había perdido a su sobrina. Pero entonces una de las simpáticas chicas de rojo que había participado en el guiñol se acercó a ella y la acompañó hasta la zona de información, que estaba un poco más allá. Y allí estaba la niña, dormida, abrazada a un furby atigrado. Tras dar las gracias a la joven, Mari Carmen metió aquel juguete en el carro de la compra y cogió en brazos a su sobrina. Teresita hizo todo el camino de vuelta a su casa durmiendo y dormida se la entregó a su madre.
Aquella nochebuena la cena fue un éxito rotundo en casa de Mari Carmen y el momento más emotivo fue, sin duda, cuando descubrieron que a Papá Noel se le había “caído” un regalo del trineo y que tenía el nombre de Teresita. La muchacha abrió el paquete con emoción contenida y no pudo evitar que se le escapase un grito de alegría al descubrir que se trataba del furby atigrado que tanto había deseado y al que le puso inmediatamente el nombre de Sandokán.
Esa misma madrugada cuando sus padres ya se habían dormido, Mayte encendió la lamparita de noche de su habitación y sacó una caja de zapatos que tenía escondida debajo de su cama y, entre susurros, le fue enseñando a su nuevo amigo sus tesoros, mientras le contaba cómo había conseguido cada uno de ellos.
─¿Te acuerdas Sandokán que la noche en que nos conocimos, me caí justo después de que tú te caíste? Pues el hombre de la sonrisa más blanca del mundo me quitó el dolor de la rodilla con un poco de este elixir milagroso ─contaba mientras mostraba al furby un frasquito de cristal, adornado con estrellas y cuyo contenido era un líquido de color ámbar, que recordaba a la miel y que emitía ligeros destellos dorados cuando recibía la luz del sol.
A continuación, la joven sacó una pequeña caja metálica en cuya tapa aparecía un camello en relieve y que contenía unos extraños conos marrones que emitían un aroma exótico que la hacían pensar inmediatamente en el desierto y en países lejanos. Sacó uno de aquellos pequeños conos y se lo enseñó a Sandokán mientras continuaba su explicación.
─Después el afable señor de la barba pelirroja me contó una hermosa historia sobre una princesa del desierto y, mientras lo hacía, quemó uno de estos conos mágicos y me sentí transportada al lado de aquella princesa en medio de un oasis en el desierto.
A continuación, la muchacha sacó el último de sus tesoros una pequeña bolsa de tela repleta de monedas de oro rellenas de chocolate. Extrajo una y la puso delante del furby que seguía toda la explicación con gran interés.
─Después el grandullón de voz profunda, el que me abrigó con una manta que olía a leña, me dio una de estas monedas de oro y me enseñó que estaba rellena del chocolate más rico que jamás se haya inventado. Fue aquella moneda de chocolate la que me alivió el hambre y los nervios que tenía cuando los conocí. Después me dio todas estas sólo para mí. Una vez que entré en calor me acompañaron hasta el hueco en la pared y me dijeron que siguiera al gato que te dio tu nombre, Sandokán, pues él sabía llevarme de vuelta a casa.
Y así fue. Fue la noche más mágica de toda mi vida.
─La más mágica de toda tu vida─ repitió Sandokán y ambos se rieron alegremente.
FIN
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Buen relato de realismo mágico de Enlayers. Me ha gustado. Chapeau!
ResponderEliminarTenemos muchísima suerte de poder contar con tanto talento entre nuestras filas. Una entrañable historia navideña de las que nos gustan a todos.
ResponderEliminarOoooooh qué bonita historia. Me encantan los relatos navideños en los que la magia es la protagonista. Además me ha gustado la ubicación. No sé por qué, pero me ha resultado familiar. Por esos años yo también era una mujer de rojo.Mariola
ResponderEliminarSiempre es un placer saber que una historia le resulta cercana a quien la lee. Gracias
EliminarBonita historia navideña. Me deja un poco descolocado que la escena de las dos mujeres no tenga continuidad o influencia en la trama principal. En mi opinión, creo que eso despista un poco porque esperamos algo que nunca llega.
ResponderEliminarMuchas gracias Alberto por tu aporte. Este tipo de comentarios siempre ayuda a crecer como creador y lo tendré en cuenta para futuros relatos. En un principio quería dar una base sólida al personaje de Mari Carmen y ponerla en contexto de las navidades de 1999, ya no sólo por el fin de milenio, sino también por el cambio tan radical que ha habido en estas dos décadas sobre la libertad sexual. Como la protagonista principal iba a ser Teresita, su sobrina, y quería un relato breve, no fui más allá. Todavía tengo que aprender a concretar mejor mis ideas y este blog me está ayudando mucho en ese sentido.
EliminarEstán muy bien las aportaciones de Alberto. Nos hacen ver cosas que nos pasan desapercibidas. Yo también las valoro. Mariola
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