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Sombras sobre Ahu Tongariki - Klaus Fernández (Mes antológico Cthulhu)



Isla de Rapa Nui, Polinesia. Año 1933
Los habitantes de esta lejana isla, conocida también como Isla de Pascua, nos recibieron con desgana. No estaban sus nativos para grandes recibimientos puesto que se hallaban inmersos en peliagudas cuestiones políticas. El año en curso, el Consejo de Defensa del Estado de Chile había hecho un requerimiento para que la isla pasara a ser un bien del Estado, abriéndose así un panorama incierto para sus habitantes que desconocían en qué medida afectaba esto a su modo de vida.

Las preocupaciones de mi profesor de arqueología, Jaime Salas-Díaz, un hombre mayor que ya peinaba abundantes canas; y las mías, su leal ayudante, Roberto Alvarado, eran bien distintas.

Mi profesor estaba realizando una tesis en la que afirmaba que existía una conexión perdida entre la isla y la mítica ciudad sumergida de R’lyeh, el lugar de descanso del dios Cthulhu, una deidad sideral abotargada mezcla humanoide entre un pulpo y un dragón.

Por supuesto, en nuestra prestigiosa Universidad de Chile se rieron en su cara, tachándole de viejo chocho. Le insinuaron incluso jocosamente que fuera a buscar también las relaciones perdidas entre el ratoncito Pérez y el Chupacabras. El profesor Salas-Díaz afirmaba vehementemente, y encolerizado también, tener pruebas recientes e irrefutables que validaban sus teorías. Las presentaría ipso facto a la Universidad, nada más regresar de su próximo viaje a la Isla de Pascua.

En dichas pruebas, corroboraba incluso que los célebres moáis eran representaciones adaptadas de algunas deidades estelares, destacando de entre todas ellas una en especial. Era una exclusiva tallada con largos tentáculos en su rostro y la única que miraba al mar hallándose localizada en una parte poco conocida de la isla.

Partimos a los pocos días con la reputación de mi estimado profesor por los suelos, siendo el hazmerreír ya no solo del campus sino de la ciudad al completo.

La mañana que llegamos a Rapa Nui, tal como la llaman sus nativos originales a la Isla de Pascua, nos hospedamos en una vieja cabaña cerca del puerto. Dedicamos el resto del día en preparar los materiales para la excursión de la tarde. Mientras el viejo profesor descansaba tras nuestro pesado viaje de casi diez días en barco, yo me dediqué a dar un paseo y observar la bastante limitada fauna de la isla, motivada por su aislamiento y pequeño tamaño.

No hay mamíferos terrestres autóctonos, pero sí especies introducidas como ovejas, cabras, vacas y una gran población de caballos. Entre los reptiles, se encontraban dos especies de pequeños lagartos. La isla también albergaba varias especies de aves, algunas de las cuales eran importantes para la cultura local.

Pero, durante la tarde, el tiempo empeoró, en suma medida, con negros nubarrones y tuvimos que aplazar nuestra excursión para el día siguiente. Aprovechamos para disfrutar de la gastronomía en una pequeña cantina del puerto. Aunque el recibimiento fue hosco, mi profesor, curtido en mil batallas, arregló el ambiente invitando a todos los presentes a pisco, una especie de aguardiente elaborado por destilación de un vino genuino.

Tras unas cuantas rondas, tuvo a bien sentarse con nosotros un nativo, que entre trago y trago de pisco, nos advertía del singular moái de los tentáculos. Afirmaba que estar cerca de su presencia producía fuertes dolores de cabeza, visiones y diarreas, con lo que cualquier persona cabal evitaba su contacto. Que esta estatua ceremonial, de aproximadamente veintiún metros, también estuviera orientada al mar era un mal presagio, ya que todas las demás moáis lo hacían vigilando el interior. Según su cultura, esto era lógico, ya que protegían la comunidad donde vivían, cultivaban alimentos y administraban los recursos limitados de la isla.

Para colmo de los supuestos males, alrededor de dicha estructura, de un modo extraño y al caer la noche, deambulaban unos negros sabuesos que al alba desaparecían misteriosamente. 

Nos contó la historia de una pareja que, hace años, se encaminaron en plena noche al moái maldito y desaparecieron sin dar más señales de vida. Lo único que encontraron fue un zapato y un viejo cuaderno de cuero repleto de extraños dibujos y anotaciones absurdas entre dos piedras intentando ser devorado por una colonia de cangrejos blancos. 

En ese instante, mi profesor rectificó su postura corporal. No se hallaba cómodo con esta parte del relato y no pude evitar observar cómo ocultaba su gastado cuaderno en uno de los bolsillos de su raída chaqueta.

Al preguntarle, tras salir de cenar, por dicho cuaderno, mi amigo me despachó con la mano y me encaminó a dormir.

Yo era consciente de que el profesor llevaba meses de un talante errático desde que obtuvo  un documento que provenía de esta misma isla.

Al día siguiente, Pedro, el aldeano de la noche anterior, nos guiaría de mala gana y bastante reticente, pero que a la vista de unos cuantos pesos chilenos pareció perder su resistencia, a la ubicación deseada. Y así encaminamos nuestros pasos al Tapu-Moai, la única estatua que le interesaba al profesor de entre los más de mil aproximadas que había desperdigadas por la isla.

El transporte aquí es más limitado, si cabe, que la fauna y el recorrido tuvo que hacerse a pie, ya que ningún rapanui quiso prestarnos sus caballos para tan arduo viaje. El trayecto no tendría que habernos llevado más de media jornada, pero el astro rey no nos dio clemencia y nos castigó con dureza durante todo el recorrido, llegando casi al anochecer a las inmediaciones del moái. Parecía que el tiempo se hubiera acelerado o nuestra marcha hubiese sido muy lenta ya que nuestras previsiones eran llegar a la tarde.


Pedro se negó a que acampáramos a menos de un kilómetro del destino en base a sus viejas supersticiones. Era ya de noche cerrada y las temperaturas estaban bajando con gran rapidez. El viejo profesor intentó sobornarle con más dinero ya que poseía un gran interés en llegar lo antes posible, pero fue fútil, Pedro no atendía a razones.

Nos dispusimos a pasar la noche al raso mientras nuestro guía buscaba algo para improvisar un pequeño fuego.

Extrañamente, enseguida nos sumergimos en un raro sopor que nos hizo imposible mantenernos despiertos ni siquiera para aguardar la vuelta de nuestro guía o para que no nos molestaran unos insólitos y lejanos ladridos.

Mi sueño fue vívido y perturbador, y aún hoy me es difícil describirlo.

En mi pesadilla, me hallé delante de una gran puerta realizada enteramente de negra piedra, la entrada se encontraba adornada con inscripciones caóticas. Al alzar la vista al cielo nocturno comprobé, sin lugar a dudas, que no estaba en nuestro planeta. Las estrellas, las constelaciones, todo me era desconocido. Mis movimientos eran torpes y desincronizados, como si el tiempo y mi propia consciencia estuvieran en diales diferentes de una radio.

La gran puerta se abrió sin emitir ruido y un enorme ser indescriptible, pero con aspecto humanoide, salió a mi encuentro. Se comunicaba sin abrir, lo que yo suponía era su boca, y todos sus mensajes me llegaban directamente al cerebro.

En este instante se transmutó en un humanoide de menor tamaño y de apariencia similar a la estructura monolítica de un moái.

De alguna manera supe que había adquirido esta forma más familiar para que mi conciencia no sintiera un rechazo natural a su presencia.

Se presentó como un Vigilante de Arcturus y con un nombre impronunciable para una mente humana como la nuestra. Solo el timbre de su voz mental revelaba ya que pertenecía a una civilización antigua y poderosa. Provenían estos seres estelares de la constelación de Bootes, y Arcturus era una de las estrellas más brillantes del cielo nocturno. Su misión era mantener el equilibrio cósmico y oponerse a la influencia caótica de Cthulhu y sus acólitos.

Estos seres, inmortales a nuestra medida del tiempo, llevaban eones en guerra contra estos enemigos. El curso del conflicto pareció finalizar cuando pudieron apresar al Gran Soñador, Cthulhu, en una prisión fuera del tiempo. Una en la que un gran sello le mantenía encerrado en su interior y en la que el propio tiempo trascurría de un modo no lineal; este no avanzaba mas que pocos segundos para volver a retroceder acto seguido, tal era el dominio de Los Vigilantes sobre esta magnitud física. De este modo, Cthulhu, no podía trazar ningún plan de escape, el propio tiempo era insalvable. 

Esta prisión atemporal, naturalmente, fue creada a 36,7 años luz de Arcturus, nadie construye una cárcel en el patio de su casa, y sellada con un gran piedra.

A la prisión se le llamó R’lyeh, que en su idioma significaba "Prisión eterna", marcada por estructuras de piedra monolíticas en su exterior, en la Tierra, y protegida por unos guardianes, los mastines de Máldoror. Son estos unos seres creados por su habilidad para moverse a través del tiempo y el espacio en ángulos rectos. Dichos sabuesos no podrían salir jamás al exterior, ya que es bien sabido que la línea recta no se da en la naturaleza, con lo que quedaba asegurada su dedicación eterna a ser los carceleros de Cthulhu.


Pero los vigilantes no eran inmortales, sólo atemporales, y se encaminaban al fin del ciclo de sus vidas en este plano de su existencia. Antes de desaparecer, debían transmitir la amenaza de Cthulhu a otras razas para que ellas pudieran seguir manteniendo encerrado al dios caótico.

Intentaron durante siglos enseñarnos, advertirnos, que les atendiéramos. Pero la humanidad no sabe escuchar.

tras incontables eones, el caos se apoderó del aprisionamiento. Un maremoto en el Pacífico provocó un tsunami que provocó micro fisuras en el sello. El tiempo se escapaba de entre las paredes de R’lyeh como el agua entre los dedos de una mano.

Lentamente, el tiempo se fue equilibrando entre el interior y el exterior, entrelazándose, normalizándose.

Y el Gran Cthulhu empezó a corromper a sus carceleros. Los mutó, les prometió una vida alejada de su prisión y dedicada a su eterno servicio.

Poco a poco, algunos sabuesos mutados fueron capaces de salir de R’lyeh, de Rapa Nui, pero no había líneas rectas en el exterior, sólo podrían hacerlo al abrigo de la noche cuando no se distinguen las geometrías.

Toda la información recibida me provocaba un malestar abrumador, no me veía con la capacidad de asimilar de forma coherente la existencia de formas antiguas y estelares, el derrumbe de todas mis creencias que, de algún modo, sustituían toda mi fe.

Me desmayé.

Al despertar, me hallaba de nuevo, yaciendo en el suelo de Rapa Nui. Estaba amaneciendo. El dolor de cabeza era intensísimo y tenía el cuerpo completamente agarrotado.

Miré a mi alrededor, no había rastro del profesor ni de nuestro guía.

El paisaje alrededor mío me era familiar pero diferente, como si todo mi entorno fuera más joven, menos erosionado y unos cercanos árboles parecían menos altos que la noche anterior.

Me sentí atraído, como una polilla a la luz, en dirección al Tapu-moái, la entrada de la cárcel de Cthulhu. Tras andar diez minutos, la vi recortada contra el horizonte.

Era escalofriante, abrumadora, enfermiza. El discurrir del tiempo era extraño, podía percibir como dos intervalos temporales luchaban por dominarse. El que regía en aquel interior y el nuestro.

Al tocar la fría piedra, observé unas cavidades en su base que parecían ocultar unos antiguos manuscritos. Introduciendo la mano, logré extraer unos pergaminos y un viejo cuaderno. Los rollos de papel se deshicieron en mi mano como pétalos al viento, no así el pequeño libro. Constaté con horror que el cuaderno era el de mi amigo, el profesor. Pero parecía menos ajado, más nuevo que el que pude observar en la taberna.

Hojee sus páginas repletas de indicaciones, advertencias, consejos. Estaban escritas en un idioma desconocido pero que yo podía interpretar. Sin duda, mi pesadilla o experiencia con el Vigilante, me había dotado de esa capacidad.

Un movimiento peculiar me hizo aproximarme a unas rocas azotadas por el mar. Al llegar vomité de horror. Lo que restaba del cadáver de mi profesor, de mi amigo estaba siendo devorado por unos cangrejos. Había sufrido una espantosa muerte, despedazado por unos sabuesos, restando sólo una pierna y un zapato.

Volví a vomitar.

Descubrí que jamás saldría de esta maldita isla, ya que había retrocedido en el tiempo. Nosotros éramos la pareja que desapareció hace años, nuestro era el cuaderno.

Estábamos atrapados en un bucle temporal. Salí corriendo espantado pero, tropecé con unas piedras, cayéndome entre unas rocas. Grité de dolor, me había roto ambas piernas, chillé y chillé, pero sabía en mi interior, que nadie vendría, moriría esa noche, cuando los mastines salieran a cazar.

Nunca podría avisar a la humanidad de los horrores de Cthulhu, ya que no pasaría de esta noche. Quizás con suerte, en nuestra siguiente llegada a la isla, dentro de unos años, el tiempo se haya estabilizado y nuestro destino no sea igual a este.

Rezo para que sea así, que el cuaderno vuelva a llegar a nuestras manos y que el sello de la prisión aguante.

Rezo para que no se produzca otro terremoto y el sello termine de partirse.

Rezo para que mi muerte sirva para algo, para que la humanidad aprenda finalmente a escuchar.

Pero albergo pocas esperanzas, nunca hemos sido buenos escuchando.

Epílogo.

En 1960, se registró instrumentalmente un terremoto de 9,5 MW, en Valdivia generando un tsunami que afectó a Rapa Nui, causando daños considerables, entre ellos la destrucción completa de un extraño moái con tentáculos.

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DATOS COMPLEMENTARIOS Y HECHOS REALES

No es cierto que todos los moáis estén orientados al interior, hay siete esculturas del Ahu Akivi que son una excepción notable a la regla general. Estos miran hacia el mar y se encuentran en una ubicación única con una orientación astronómica estudiada. Se piensa que representan a siete exploradores enviados por el rey Hotu Matu'a antes de su colonización de la isla. Tampoco existe el Tapu-Moái y, por supuesto, ninguno de ellos tiene tentáculos.

Hubo un terremoto en Valdivia en 1960, que es el más fuerte registrado en la historia con una magnitud de 9.5, que generó un tsunami que también impactó a Rapa Nui, causando daños significativos. 

Los mastines de Máldoror son una variante de los sabuesos de Tíndalos, unas criaturas ficticias creadas por el escritor estadounidense Frank Belknap Long. Forman parte del universo de ficción de los Mitos de Cthulhu, iniciado por H. P. Lovecraft.

Aparecieron por primera vez en el relato de Long titulado Los Perros de Tíndalos en 1929, y Lovecraft los menciona en su relato El que susurra en la oscuridad en 1931.

Se describe a los Sabuesos de Tíndalos como seres interdimensionales que habitan en los ángulos del tiempo, a diferencia de los seres humanos y la vida común que descienden de las curvas. Se piensa que son inmortales y que persiguen a través del tiempo a aquellos que llaman su atención, usualmente por realizar algún tipo de desplazamiento temporal. Su apariencia es desconocida, ya que los personajes que se encuentran con ellos rara vez sobreviven para contarla.

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Comentarios

  1. Vaya despliegue de imaginación. Me ha gustado mucho. Le tengo mucha manía a Klaus, no solo sabe escribir historias muy divertidas si no que además cuando se pone a escribir literatura “seria” también sobresale. Mucha manía le tengo.

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  2. Muy Chuthulo! No, en serio,muy chulo, aunque el mundo Lovecraft me dé algo de grima, el relato me ha cautivado hasta el bucle final. Je,jeje

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  3. Aquí nos demuestra Klaus que sabe tocar todos los palos. Los del misterio y los del humor igual de bien.

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  4. Genial, me ha encantado tanto el relato como la forma de contarlo. Enhorabuena

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