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El pasadizo - Luis Fernández (Especial Halloween 2025)

  


—¿Cuánto queda? Estoy hasta los huevos de andar —bufa un asfixiado Hilario llevándose una mano al costado. El espigado muchacho está fundido. No puede más. Y andar por un pasadizo semiderrumbado a oscuras tampoco le está haciendo ni puta gracia—. ¿Me recuerdas por qué estamos aquí? No lo tengo nada claro.

Esteban, unos pocos metros delante, detiene el paso. Tras ignorar unos segundos a su compañero, decide finalmente volver a explicarle la razón de su presencia en el túnel abovedado de apenas dos metros de ancho y unos dos y medio de alto. Al bajar la luz de la linterna, una rata cuya curiosidad no es mayor que su instinto de supervivencia decide refugiarse en una grieta de la pared.

—Otra vez. Y desde el principio ¿vale? Se dice de la familia Montemirra, natural de Sevilla desde el siglo XVI, que no solo era una estirpe de perfumistas, sino de alquimistas que trabajaban con sustancias prohibidas. Su apellido provenía del uso que le daban a la mirra.

—¿Qué es un alquimista? —interrumpe Hilario—. ¿Y qué es eso de la mirra?

—Joder, eres un puto inculto —resopla Esteban contrariado. El eco de su voz retumba en el pasadizo. Si hay algo que siempre le ha molestado sobremanera son los ignorantes y su amigo hace podio cada vez que abre la boca. Todo lo contrario a él, un genio entre mortales—. Te lo explico para que lo puedas entender, pedazo de imbécil.

» La mirra es una resina pegajosa y aromática de un árbol que se usaba como perfume y medicina en la antigüedad. Fue uno de los regalos de los Reyes Magos a Jesús. Y los alquimistas —Esteban hace una pausa para coger aire y regodearse en su voz— eran como científicos antiguos. Querían descubrir cómo funcionaba el mundo mezclando cosas, calentándolas, triturándolas o disolviéndolas. Soñaban con transformar metales baratos, como el plomo, en metales valiosos, como el oro. Pero lo que más anhelaban era hacerse con el elixir vital, capaz de curar todas las enfermedades y darles una vida muy, pero que muy larga. Su mayor secreto era la famosa piedra filosofal, que podía hacer realidad todo lo anterior.

—¿Cómo la de Harry Potter?

—Sí, esa. —responde Esteban dándose por vencido. No merece la pena corregirle. En cuanto se hayan hecho con lo que busca, se deshará de él. Tendrá un pequeño accidente, uno de esos tontos—. ¿Puedo continuar?

Hilario asiente.

—Los Montemirra se hicieron famosos por sus fragancias intensas, capaces de perdurar semanas enteras en la piel. Pero pronto se corrió el rumor en Sevilla de que sus fórmulas incluían esencias obtenidas de prácticas macabras: grasa humana licuada en alambiques ocultos, flores marchitas recogidas en cementerios y gotas de sangre extraídas de vírgenes durante la preparación de sus ungüentos y perfumes.

» La leyenda decía que cada generación de Montemirra seleccionaba a un hijo primogénito con el cargo de nariz consagrada: un heredero cuya sensibilidad olfativa era perfeccionada a costa de encierros y privaciones de todo tipo. Estos descendientes, una vez pulidos en su arte, eran capaces de entregar los perfumes más sofisticados, los más exóticos. La mayoría de ellos enloquecían al poco tiempo, pero la riqueza generada por sus descubrimientos permitía a los Montemirra vivir en la opulencia durante decenas de años.

» Y así fue hasta que la Casa Montemirra ardiese en un incendio en 1879. Se dijo que las llamas no fueron accidentales. Según algunos fueron el resultado de un ritual fallido, el de embalsamar un cuerpo entero con un perfume que lo mantuviera incorrupto, otros dicen que fue un encargo del 15.º Duque de Alba de Tormes, Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia cansado de la creciente notoriedad de los Montemirra en la corte. Fuese lo que fuese, el hedor del humo junto al olor dulzón y denso a mirra mezclada con carne quemada impregnó las calles de Sevilla durante días. Después los Montemirra supervivientes se trasladaron a Torrejón de Henares, Madrid.

—¿Y qué tiene que ver todo esto con la mierda de pasadizo en la que estamos metidos?

—Hace algunos días, descubrí entre los papeles de mi difunto padre...

—¿Don Jacinto? ¿El historiador local?

—¿Quién va a ser si no, gilipollas? ¿Cuántos padres crees que tengo? —Esteban voltea los ojos incrédulo—. Descubrí que, a finales de la Guerra Civil, la casa Montemirra viendo que Madrid estaba a punto de caer en manos de los nacionalistas, mandó construir un pasadizo secreto que comunicara bajo tierra su mansión con la iglesia de San Pablo a unos cinco kilómetros a las afueras, en caso de que necesitaran escapar y pudiesen salvaguardar sus secretos o... sus tesoros.

—Esteban, hace ya un huevo de años que se sabe que la casa está abandonada. Y a los Montemirra no se los ha visto por el pueblo desde hace siglos. ¿Qué te crees que te vas a encontrar?

—Pero que cortito eres, Hilario. La casa está vigilada día y noche por un servicio de seguratas y, si la vigilan... es porque todavía queda algo de mucho valor dentro. Joder, encontrar una forma de entrar sin ser descubiertos ha sido un golpe de suerte.

Hilario mira la hora en su móvil.

—Llevamos más de tres horas metidos aquí dentro. ¿A qué hora entramos en la iglesia para buscar la entrada tras el relicario? ¿A las diez de la noche? ¿Y sí al final del pasillo no hay nada? ¿O una puerta cerrada a cal y canto con llave? ¿Por qué no damos media vuelta ahora que podemos? Con el cristo caído y apoyado contra la pared que nos hemos encontrado hace un rato me he dado un susto de la hostia. Yo creo que es una señal.

—Cuando el sabio señala la luna, Hilario mira el dedo. Habrá una puerta, seguro que sí y la abriremos con esto —Esteban saca de su mochila una antigua llave de hierro fundido con la inscripción Odorum mundus per mortem aperitur—. Esta preciosidad estaba junto a los papeles de mi padre. Estoy seguro de que nos ayudará. ¡Vamos, aún nos queda un trecho!

Resignado, Hilario olisquea brevemente el pasadizo y sigue a Esteban. No es ni con mucho tan gilipollas como se cree su amigo. El mundo de los olores se revela a través de la muerte —se repite en voz baja y no puede evitar sonreír al amparo de la oscuridad de que no hay mayor placer que hacerse el tonto ante quien se cree listo.

Cayetano, Lorenzo José y Felisa de los Dolores Montemirra (1878).

Al poco llegan al final del pasadizo. Les espera una puerta cerrada y tapada con dos sacas repletas de huesos.

Antes de hacer uso de la llave, Esteban titubea. Está extrañamente alterado, temeroso de lo que se va a encontrar tras la puerta. Todas las alarmas de su cuerpo le piden a gritos no traspasarla. Indeciso mira la llave que parece arder.

—Bueno, ¿qué? —inquiere Hilario azuzando a Esteban. Este vuelve a mirar la llave que descansa en su mano y abre la puerta.

Esta se abre con un chirrido descubriendo una sala con escasas velas titilantes que proyectan sombras largas y danzarinas sobre las paredes de piedra oscura, revelando a su paso retazos de tapices ricamente bordados. El aire huele a cera derretida, mirra y una humedad antigua mezclada con un regusto descomposición.

Formando un círculo, un grupo de cortesanos vestidos con ropajes de seda, terciopelo y brocados, adornados con bordados dorados y encajes finos, espera inmóvil. Sus rostros apenas quedan iluminados por el parpadeo de las llamas. La penumbra del lugar queda rota a partes iguales por la luz de las velas y los destellos fugaces de las joyas y sortijas de sus manos. Sus miradas están cargadas de expectativa hacia la puerta por la que acaban de entrar Esteban e Hilario.

—¡Damas y caballeros, permitidme presentaros a nuestro ilustre huésped de honor! —exclama un dichoso Prudencio Montemirra sin dejar de aplaudir—. Querido Esteban, no alcanzáis a imaginar cuán ansiosamente hemos aguardado vuestra venida. Perdonad, os ruego, el sobresalto que os he causado más era de suma necesidad. Es menester, buen amigo, que os encontréis sobresaltado. ¡Aturdido por el terror!

La multitud Hilario susurran al unísono Odorum mundus per mortem aperitur y estrechan el círculo en torno al desconcertado Esteban. Llevan esperando este momento décadas. Al fin, el tan anhelado sueño de la Casa Montemirra podrá continuar.

—¿Qué cojones es esto? —responde un asustado Esteban clavando su mirada en Hilario— ¿Qué quieren de nosotros?

—De nosotros no, amigo —corrige Hilario sacando un adornado puñal ceremonial de su pantalón—, de ti. ¿Sabías que el cuerpo de una persona aterrorizada libera compuestos volátiles como ácido butírico, amoniaco, sulfatos y cetonas? Claro que no lo sabías. ¿Cómo ibas a saberlo? En eso las bestias nos llevan ventaja... lo detectan al instante.

» Es un olor muy característico, muy penetrante, rancio y desagradable con notas a mantequilla podrida o vómito agrio, pero combinado con el olor corporal natural de muy pocas personas y maridado con nuestros conocimientos puede dar resultado al más exótico de los ingredientes; uno indispensable por su rareza. Eres excepcional Esteban y por motivos que jamás pudiste imaginar.

» Te doy las gracias de todo corazón, amigo. Tu genuino pánico, tu miedo a morir no solo es delicioso y embriagador, sino que además es muy necesario para nuestros fines. No temas, no caerás en el olvido. Atraparemos tu olor y lo honraremos. Tu genuino, aunque involuntario, sacrificio nos permitirá avanzar en nuestra búsqueda de la inmortalidad. 

» Dale recuerdos a tu padre en el infierno. A pesar de que era un hombre vil y deleznable, no fue mi intención que sufriera con el veneno que le suministré. Se me fue un poco la mano, ups. Que le vamos a hacer. Gajes del oficio.

Sin más explicaciones, Hilario clava el cuchillo en el abdomen de Esteban hasta la empuñadura y lo retuerce con sadismo varias veces. La sangre cálida y pastosa abriga la mano del último nariz consagrada de la Casa de los Montemirra. Esteban cae al piso de la sala con los ojos abiertos entre estertores mortales.

—Conducidlo, os ruego, a la sala de destilación, antes de que el último aliento de su ser se desprenda de su cuerpo —demanda Prudencio Montemirra con exagerados aspavientos.

» Hilario, hijo mío, carezco de palabras con que expresar mi gratitud. Supiste discernir aquel ingrediente oloroso que nos era esquivo y con ello has restituido la armonía que nuestro ánimo aguardaba con ansia. Esta noche nos hallaremos un paso más cerca de la inmortalidad.

—Sí padre. Pronto la Casa Montemirra se alzará de nuevo y su nombre volverá a ser sinónimo de éxito. Pronto, muy pronto.

FIN.

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Comentarios

  1. Muy bien relato. Me ha gustado mucho. Buen giro al final. Enhorabuena.

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  2. Por un momento pensaba que iba a aparecer Happy Panda de nuevo por lugares tétricos. Sin embargo encontramos una nueva línea de relatos que me están gustando mucho. Un buen giro final que nos deja con ganas de nuevas historias como esta.

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