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La graña - Alberto Jiménez

Dos soles, una humedad endiablada, un régimen de lluvias inaguantable. La noche es solo una semipenumbra que dura apenas un 20% del ciclo. Plantas un palo y salen hojas. Quizá no es un sitio idílico para otros pero a mí me encanta. Por eso no me importó venir a vivir aquí sabiendo que no iba a volver nunca. Para mí fueron tres meses de viaje hasta Binson, tres años de formación allí. Un viaje sin billete de vuelta. En la Tierra habrían pasado más de setenta años si, en algún momento, me hubiera arrepentido. Cualquiera a quien yo hubiese conocido ya estaría muerto a mi regreso. Pueden quedarse con la vieja y contaminada Tierra. Prefiero la libertad que me ofrece este nuevo mundo.

Hace décadas que se conoce este mundo, aunque solo ocho que lo estamos explotando. Primero llegaron las misiones no tripuladas, después los verdaderos pioneros. Los que iniciaron todo el sistema. Nosotros, la segunda generación, no saldremos en los libros de Historia: otros abrieron camino y yo solo soy el de mantenimiento.

Eso es a lo que me dedico. Al mantenimiento. Mi factoría ocupa decenas de miles de hectáreas de cultivo del chalka, la base de la alimentación de toda la humanidad más cercana se produce aquí. Más de un ochenta por ciento de la producción de este bambú esporagénico crece en este suelo, en plantaciones como la mía, por toda la superficie del planeta.

¿Solitario? No. Algo más de dos mil operarios como yo estamos en este pedrusco. ¿Nos vemos? Si no es necesario, no. En las pocas ocasiones que no hay tormentas podemos enviar mensajes a través de drones aéreos que llevan información entre las distintas plantaciones y la factoría del núcleo donde se procesa el chalka. Por ejemplo, si me rompiera una pierna, alguien vendría a sustituirme. No me he puesto nunca enfermo ni ha habido problema que no haya podido solventar yo solo. Lo cierto es que vinieron a verme hace cuatro años porque (yo creo) temían que me hubiera vuelto loco. Una vez que valoraron como positivo mi estado de salud física (y mental) y que todo seguía funcionando correctamente me volvieron a dejar solo. Tengo claro que están a punto de volver a visitarme ya que ha pasado un nuevo ciclo de cuatro años sin incidencias reseñables.

Revisando una de mis cosechadoras me siento como podría sentirse un humano si hubiera compartido tiempo y espacio con los dinosaurios. Con la diferencia de que yo me encuentro metido en las entrañas de mi monstruo de metal de color amarillo anaranjado. Color complementario del océano vegetal de color morado que supone mi plantación.

La mayoría de las ocasiones se trata de retirar a mano kilpinos muertos que se han quedado atascados entre el mecanismo de las cosechadoras. Bueno, las llamamos cosechadoras pero siembran, fumigan y miles de cosas más de forma autónoma.

Antes de que llegáramos nosotros, este planeta mantenía un perfecto equilibrio en el que la chalka y otras especies vegetales se desarrollaban por todo el planeta, los kilpinos se alimentaban de ellas y la graña de los kilpinos. Ni qué decir tiene que, decirlo así, es simplificar mucho las cosas.

También existe la chalka salvaje, de color rojo, mucho más sabrosa (la que yo utilizo para mi propia comida). Crece en zonas más agrestes, entre rocas y como a puñados mezclada con otras plantas de la zona. Si la intentas cultivar, en dos generaciones, se vuelve la chalka de color morado y sosa de sabor que todos conocemos.

Los kilpinos se llaman así porque fueron los primeros habitantes que se descubrieron. Recibieron el nombre del planeta Kilpin34 (en honor al descubridor, Amadeo Kilpin, de este sistema solar). Hay decenas de variedades de kilpinos. Yo creo que si alguien los estudiara con detenimiento, encontraría que, en realidad, hay miles de especies diferentes de ellos por toda la superficie. Aunque parezcan iguales, los hay que vuelan y otros que solo reptan. Yo no soy ningún experto pero, viendo la variedad de colores y formas que adoptan, está claro que hay infinidad de especies distintas.

Y en la cima de la cadena trófica está la graña. El carnívoro que se alimenta de kilpinos y mantiene a raya su población. Ojos grandes y oscuros, puede que por su hábito de cazar en zonas oscuras. Una boca ancha como si tuviera una sonrisa permanente. A los ojos humanos su cara causa simpatía pero el resto… Su espalda está cubierta por placas que se pliegan una vez y luego se superponen a la siguiente placa, formando una especie de coraza flexible que les cubre la mitad del cuerpo. Seis patas peludas, igual que su vientre. Las traseras, tienen dos rodillas que les permiten saltar varios metros. A los lados, donde deberían existir orejas tienen unos tentáculos que parecen tener vida propia. Sirven igual para lavarse la cara como para investigar los alrededores. Es como si unos gusanos salieran de su cabeza y se dedicaran a investigar en todas direcciones. Son difíciles de ver, cazan con preferencia por la noche y se ocultan a la vista con mucha eficacia. Yo no la he visto más que en fotos y vídeos.

Mis jefes me han dado la enhorabuena varias veces. Yo, y Daff Peloki de Plant53, estamos a la par en productividad. Si no es uno es el otro. Ambos estamos a mucha distancia de las cuotas que consiguen otras plantaciones. Mientras la media es del 98% de productividad, Daff y yo, peleamos en cifras de 129-132%. No sé cual será el secreto de Daff pero yo me encargo de mantener a raya a mis kilpinos con un repelente de mi invención.

Noté que evitaban unos arbustos y me dediqué un tiempo a generar un jarabe de estos tallos que crecen de forma esporádica en las zonas más húmedas, por donde corre el agua de lluvia. Fumigar con el jarabe de junco de forma masiva una zona no surtió efecto. De forma experimental, diseñe unas hectáreas para un cultivo combinado de chalka y estos juncos. Las soluciones agrícolas tradicionales no surtían efecto, si bien disminuía la población de kilpinos, la chalka no se desarrollaba. No se comen mi chalka pero tampoco tengo mucha chalka que defender.

Luego conseguí mi bebé: un kilpino criado con una solución mixta de junco y chalka. Como híbrido son estériles (ya me aseguré de ello) y, al mezclarse con la población general de kilpinos les echan de la plantación: les rehuyen. Mi población controlada de kilpinos espanta a los demás y comen solo un poco de la chalka cultivada. Un precio que estoy dispuesto a pagar.

Esto ha funcionado bien hasta hace un tiempo. En períodos de 3 meses he ido reponiendo mi población de kilpinos modificados, lo cual me ha permitido mantenerme en el primer puesto con números de entre 133 y 134%, mientras que Daff ha pegado un bajón hasta el 121%. Estos han sido los mejores días de mi vida.

Hasta ahora.

105% de productividad ¿Qué? ¿Cómo es posible? Ya veo a Daff abriendo una botella de cerveza de chalka a mi salud. Riéndose. Mis jefes dicen que no pasa nada. Que siguen muy contentos con la productividad. Que la mayoría de las plantaciones no llegan a mis números. No se dan cuenta que no tengo otra cosa. Que si no consigo ser el número uno me volveré loco. Entonces sí me volveré loco.

Revisé una por una todas mis cosechadoras. Reinicié todos sus sistemas. La conexión con los satélites, sus sensores,... eran inmejorables. No encontré problemas agrícolas que no fueran aquella gran cantidad de kilpinos que devoraban la cosecha, y que no eran los míos. ¿Dónde estaban mis herramientas biológicas de control de plagas? Eso me preguntaba hasta que lo encontré: uno de los míos partido por la mitad.

La Graña. La Graña se estaba comiendo a mis kilpinos y no a los demás. Por el motivo que fuera algo había cambiado con la introducción de la nueva especie híbrida. La hipótesis que sobresalía entre todas era que había creado un bicho muy apetecible para La Graña. El depredador se cebaba con mi creación y el resto de kilpinos se cebaba con mi plantación. Tomé la determinación de usar todo mi tiempo libre para ser el primer experto de Graña del planeta.

No hay mejor motivación que la necesidad para el conocimiento humano. Modifiqué las cosechadoras para que también rastrearan la presencia del depredador. Al poco tiempo encontré su rastro, sus caminos, sus hábitos. Preparé un buen montón de su (ahora) comida favorita para poder observarlo cerca de su zona de descanso.

Sorpresa número uno: antes de que pudiera observar algún movimiento, el cebo había desaparecido. Sorpresa número dos: combiné los supuestos itinerarios de la Graña con un sensor térmico y no coincidían. Había dejado rastros falsos para que yo los siguiera. Sorpresa número tres: un montón bastante superior de kilpinos muertos yacían en la puerta de mi casa a modo de ofrenda.

Entendí el juego. Hicimos una serie de intercambios. Mis kilpinos golosina por un buen montón de los que se comían la cosecha. Así comencé a ver a la Graña. Solo se mostró cuando quiso. Había estado a mi lado todo el tiempo. Me llevé un susto enorme cuando una planta se dio la vuelta. Esa planta rara que estaba por ahí no era otra cosa que un animal depredador mucho más inteligente de lo que se esperaba. Si se queda boca arriba, las patas y los cilios que salen de su cabeza parecen algún tipo de vegetal. Yo era quien había sido objeto de observación todo este tiempo.

De pie, sobre sus patas, no sería más alta que un perro. Quiero pensar que el aspecto acorazado de su espalda es defensivo, por lo tanto, no es agresiva por principio. Aún así, no puedo estar tranquilo. Si algo sé de evolución, es posible que haya desarrollado esta forma para protegerse de depredadores. Estos, o han desaparecido o no los hemos encontrado. No hay constancia de fauna de mayor tamaño que este bicho en todo el planeta.

Me sigue mirando a distancia aunque ha dado el primer paso para mostrarse. Eso es un signo de confianza. ¿No? Lo cierto es que, en mí, no ha generado ninguna tranquilidad. Creo que voy a morir en lo que puede ser el primer contacto con una entidad alienígena con inteligencia. Ha mostrado que la tiene pero ¿hasta qué punto? ¿Tendrá algún tipo de lenguaje con el que pueda comunicarme con ella?

—Yo, amigo —digo señalando a mi propio pecho.

Estoy haciendo el tonto. Estoy hablándole a un bicho. Parece confirmar mi estupidez el hecho de que la Graña no muestre ningún interés a mis palabras. Se dirigió hacia el montón de mi ofrenda de amistad, cogió un único kilpino golosina y se lo comió. Después de echar un vistazo hacia atrás desapareció de un salto en el espeso bosque de chalka.

Daba por perdido el encuentro con el depredador. Me temblaban las piernas por la tensión acumulada. Tuve que sentarme para analizar lo que había pasado. Por más vueltas que le di no llegué a ninguna conclusión. Sentado con mis pensamientos me pilló por sorpresa el regreso de la Graña. Al alcance de mi mano sus enormes ojos miraron los míos. Aquellos cilios y flagelos que salían de su cabeza parecían estar en intensa actividad hacia mi persona.

Regurgitó una gran cantidad de los kilpinos que suponían una plaga para mi cosecha de chalka y se quedó mirándome, esperando algún tipo de reacción por mi parte. La única reacción que obtuvo por mi parte era que yo permanecía con la boca abierta. Si yo pensaba que había resultado estúpido mi intento de comunicación, ahora, la Graña, también lo pensaba.

Cogí uno de mis kilpinos golosina y se lo ofrecí. Abrió la boca enorme y un tentáculo salió como un rayo para hacer desaparecer mi creación. Después de tragárselo volvió a desaparecer de un salto entre la maleza. Al poco tiempo volvió a regurgitar delante de mí un montón ingente de los kilpinos que se estaban comiendo mi producción. ¿Quería que le cambiara mis kilpinos a cambio de los que constituían la plaga en proporción de cuarenta a uno? Eso me parecía un negocio redondo.

En la quinta cosecha del ciclo volví al primer puesto en producción. Mi nuevo socio demostró ser muy competente en su trabajo con la motivación de la golosina que le entregaba regularmente. Cada vez dedicaba mucho más tiempo a la granja de kilpinos modificados. Eso implicaba dedicar una parte de la cosecha a la producción de juncos para la cría en, lo que ahora era, mi pequeña granja de kilpinos.

Este bicho, la Graña, me sigue dando un poco de repelús, pero no puedo interpretar como algo hostil esos saltitos ofreciendo su costado. Parece que baila a mi alrededor, contento por las nuevas camadas que serán su comida. Mi única experiencia con animales ha sido a través de películas y documentales de formación. Desde luego, no promovían el contacto con la fauna local. Aunque, al final, terminé tocando su lomo. Lo que más le gusta es que le toque esos tentáculos que tiene por orejas. En cuanto empiezo a rascarla, se cae de lado y empieza a emitir un sonido armónico. Lo que menos me gusta es que esos tentáculos también me tocan a mí.

El último mensaje que me llegó por dron aéreo me confirma en el primer puesto. Beberé cerveza de chalka a la salud de Daff y el resto. Lo cierto es que pensaba que bajaría el rendimiento porque estoy dedicando mucho tiempo a consolidar mi sociedad con la Graña: nuevos cultivos, criar sus kilpinos, rascarla esos tentaculitos (uf)… Sin embargo, las demás secciones han bajado mucho en producción, incluido Daff. Lo achacan a problemas con los kilpinos. Excusan que son muchos, que tienen problemas para controlar la población, que se les comen las plantas antes de que crezcan,… Uno ha abandonado. No tienen ni idea. Seguro que no están fumigando correctamente. En el próximo correo, cuando ya tenga bien establecida la relación con la Graña, informaré de ella. Seguro que puedo ayudarles. Me siento menos egoísta, más colaborador. Sí. Ya me he cansado de ver mi nombre el primero de la lista. Quiero ver sus caras de agradecimiento. Quizá es el momento de ascender, dar el salto a la oficina técnica de la factoría.

Es la primera vez que leo miedo en los informes. Algo absurdo cuando se trata de animales que podría aplastar con la bota.

Hoy no hay nada que hacer. Puedo sentarme en el porche con una cerveza. La Graña sigue de caza, por ahí fuera. Cada vez tarda más en regresar. Supongo que cada vez es más eficiente y tiene que ir más lejos a por sus presas pero no dejo de preocuparme por eso. Ahora me estoy preocupando por un bicho. Me estoy ablandando. Yo, que voluntariamente me aislé de todo y de todos con este trabajo, ahora me siento responsable de lo que le pase a un animal al que ni siquiera comprendo. Si mañana no la veo iré a buscarla.


Ya ha pasado demasiado tiempo, tengo que salir a buscarla. No es posible. Nunca ha tardado tanto tiempo en volver a por su ración de kilpinos. Recojo unos cuantos bien gordos para cuando la encuentre. En el vehículo, voy de camino a su última zona de caza. Se puede decir que peco de sobreprotección pero sí, he estado monitoreando con ayuda de las cosechadoras y de todo lo que tengo ahí fuera para saber por dónde se mueve. Si la encontré cuando no sabía ni que existía, creo que ahora tengo algunos datos más para poder encontrarla.

Localicé una señal térmica muy débil en uno de los sectores más alejados. Muy poca producción allí a donde iba. Los números que me ofrecía mi sistema de evaluación agrícola eran pésimos para esta zona productiva. Cuando llegué no podía dar crédito a la información que entraba por los ojos. Una cosecha echada a perder. Era evidente que una gran cantidad de kilpinos muy voraces había pasado por allí. A cualquier parte donde mirase estaba el rastro de la devastación.

La señal que me ofrecían mis aparatos de medida me llevaron hacia una elevación del terreno. Rocas y arbustos bajos por donde las cosechadoras no creaban terreno de cultivo. Un puñado de chalka roja, juncos y otras plantas. Desde la cima de aquella colina pude ver como una ola de miles de kilpinos de una nueva especie iba devorando la plantación como un incendio para el que no había agua suficiente en el mundo. Despacio, los largos tallos de chalka iban cayendo uno tras otro.

La cosecha estaba perdida, quizá esta plaga era la que habían sufrido en otros sectores. Levanté toda aquella maleza hasta que encontré a mi aliada. Maltrecha, golpeada, mordida. Hecha un ovillo con su coraza exterior. Un disco acorazado que parecía impenetrable. No había sido suficiente. Cuando la toqué estaba fría.

Noté cierto movimiento en su interior. Asqueado, pensé que alguna de esas fieras que se habían comido la cosecha, ahora quería comerse el cadáver de mi socia atacando a su blando vientre. Estiré el redondo escudo quitinoso con disposición de aplastar cualquier bicho que encontrara.

Lo que encontré fue una versión blanda y arrugada de mi amiga. Había tenido un cachorro. Se había hecho un ovillo a su alrededor para protegerlo de los golpes y mordiscos que habían acabado con su vida. Cavé allí mismo una tumba para mi aliada. Envolví a su retoño en una de las chaquetas que tenía en mi vehículo y emprendí el viaje de vuelta a mi casa.  

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Lexa. Otro relato de Alberto Jiménez

Comentarios

  1. Muy buen relato. Me recuerda muchísimo a los relatos cortos de Philip K. Dick. Chapeau!

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  2. El gran crítico Klaus habría añadido una nave prisión pero en realidad al relato no le hace falta. Está estupendo cómo está.

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  3. Me ha gustado mucho el relato, me ha sorprendido gratamente. Interesante el mundo que has creado ��

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  4. Me gusta como fácilmente la imaginación te lleva al mundo que creaste. Es algo que tiene grandes posibilidades,,,,,,,

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  5. Engancha desde el principio. Muy buen relato…esperando más!

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  6. Muy buen relato, te atrapa ahora quiero saber que ataca a la graña??

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