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El coche de una época (Especial Navidad) - Alberto Jiménez

Echo de menos a mi madre. La echo mucho de menos. Ella tenía una fuerza que yo no he tenido nunca. Ella es la que nos sacó adelante a mí y a mi hermano, ella sola. Sin ninguna ayuda. Trabajando a todas horas y sacando tiempo, no se sabe cómo, para estar con nosotros, ayudándonos con las clases, llevándonos de excursión o para lo que hiciera falta.

Ajenos al sacrificio que costaba cualquier excursión, siempre andábamos metidos en el coche, de viaje a algún sitio. Las montañas, el zoo, el cine en Madrid, la playa o visitar otra ciudad cercana; cualquier cosa menos quedarnos en casa.



Lo único bueno que hizo mi padre por nosotros al abandonarnos, fue dejar el coche. Aquel Seat 124, nos llevó a todos los sitios que permitía el exiguo capital que lograba ganar mi madre compaginando dos trabajos. Como el dinero nunca sobraba, mi madre no cambió de coche en su vida. El 124 sufrió todas las reparaciones posibles a lo largo de su existencia.

Mi madre se murió hace ya ocho años pero sigo soñando con ella. Cuando lo hablo con mi hermano, me cuenta que a él le pasa lo mismo. Nuestra madre sigue presente con nosotros todas las noches. Ya peinamos canas los dos desde hace tiempo, no somos unos niños como para que esto, la muerte de un familiar, aún la tengamos tan presente. Esta curiosa resistencia del recuerdo de nuestra madre, es una de las pocas cosas con sustancia de las que hablo con mi hermano. Cada uno vivimos en una ciudad diferente. Nuestra relación se reduce a llamadas esporádicas y sé que, en la cabeza de ambos, está ese deberíamos vernos más con el que nunca cumplimos.

Todavía mantenemos la casa del pueblo donde crecimos. Un pequeño pueblo lejos de rutas turísticas, rodeado de olivar y de cuatro casas más que se caen a pedazos. Desde la muerte de nuestra madre apenas voy por allí. La casa se ha quedado triste y fría. Si he de visitar a alguno de mis tíos, que aún viven allí, prefiero dormir con ellos, en alguna de las antiguas habitaciones de mis primos. Alguna vez he aprovechado para dar una vuelta por el interior de nuestra vieja casa. Ver nuestras habitaciones ancladas en el tiempo me deja un insoportable peso sobre los hombros. En la nevera había una tira de fotomatón con cuatro fotos. Cuatro fotos en las que aparecíamos mi madre, mi hermano y yo. Felices. En una de ellas, mi madre guiñaba un ojo y sacaba la lengua, parecía burlarse de mi bajo estado de ánimo.

Como muchas otras veces me quedé sin trabajo. Podía seguir buscando empleo a través de internet y preguntando a amigos y conocidos. El móvil funciona en todas partes. Así que decidí no ser un huraño y visitar a la desatendida familia del pueblo.

Aquella vez decidí quedarme en nuestro antiguo domicilio. La chimenea volvió a expulsar humo, moví algunos muebles, reparé y pinté paredes. Y, un día, entré también en el garaje. Allí estaba el viejo Seat 124, bajo una lona llena de polvo. Con las llaves puestas para que no se pierdan. Mi madre estaba en todo.

Giré la llave de contacto sin esperanza, con la certeza de que no se oiría ningún ruido. Sin embargo, algo se movió en el interior. ¡Lo intentó, el coche lo intentó!

Abrí el capó del coche como si allí hubiera un pequeño duende que me fuera a señalar con un dedo dónde estaba el problema. Sabía que no tenía ni idea de coches pero también tenía conciencia de que tenía mucho tiempo libre.

Vacié por completo el interior del coche buscando toda la documentación relativa al modelo, años de fabricación, reparaciones hechas… Lo dejé limpio por dentro y por fuera. Cambié todo lo que estaba a mi alcance: filtros, batería, carburador, cables y bujías. Puede parecer un tópico pero en YouTube hay gente que hace vídeos de todo.

Funcionó.

Llegó el día en que, al girar el contacto sonó el motor con una regularidad aceptable. No se notaban saltos ni ahogos, pero sí algún rozamiento. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo de felicidad y orgullo. Giré la rueda que encendía la radio del coche y, con una breve búsqueda, comenzó a sonar Happy de Pharrell Williams. Me reí como un loco, yo solo, dentro del coche.

Aquella noche me fui a dormir con una satisfacción increíble. Con la sensación de ser inmortal o todopoderoso. Pensando que por la mañana, cuando me despertara, tendría varias ofertas de trabajo como mecánico esperando en mi correo electrónico. O, incluso, que abriría mi propio taller de reparaciones.

Por la mañana lo que encontré fue algo bien distinto. Empecé escuchando unos golpes extraños en el garaje. Cuando entré, encontré a un hombre desconocido forcejeando con el coche para soltar su pie. Había entrado a robar por la noche y, de alguna manera, su pie había quedado atrapado bajo la rueda del vehículo.

Le amenacé con una pala desde la distancia para que se estuviera quieto mientras llamaba a la Guardia Civil. En este pueblo tan pequeño llegaron de inmediato. Se llevaron al hombre que decía que el coche se había movido solo.

Lo cierto es que tuve que soltar el freno de mano para mover el coche y liberar el pie del ladrón.

No le conté nada a mi hermano sobre aquella desagradable sorpresa. Quería que lo del coche fuese una sorpresa. Esta navidad me iría hasta su casa con él. Todas las Nochebuenas eran un tanto anodinas desde hacía tiempo. El tío Francisco, que soy yo, tenía toda la culpa. Soy un amargado que no ha sabido crear una familia como mi hermano con sus tres hijos y su novia de toda la vida. Ninguna de mis parejas me ha aguantado lo suficiente como para compartir una cena familiar en Nochebuena.

Mientras me dirigía hacia la casa de mi hermano, pensé, no sin vergüenza, que otra vez iba con las manos vacías. La carretera se presentaba fría, vacía como mis bolsillos. Sin regalos para mis sobrinos, y ningún detalle para mi hermano o mi cuñada. Me quedaba el consuelo de saber que, haber recuperado el Seat, sería un gran regalo para mi hermano. La niebla se enraizó al asfalto pero no reduje para nada la velocidad. En mi pensamiento estaba llegar lo antes posible. Sabía que sería genial darnos una vuelta por ahí antes de cenar o solo simplemente sentarnos un rato dentro, rememorando los viajes que hacíamos con nuestra madre cuando éramos pequeños. Estaba deseando llegar y contarle cómo lo había reparado.

La radio se encendió sola y comenzó a sonar una vieja canción de Kiko Veneno: “En un Mercedes blanco llegó, a la feria del ganado…”. La guantera se abrió y, sin pensar intenté cerrarla con una mano. El despiste me hizo salirme de la carretera hacia el lado derecho. Lo justo para evitar chocar de frente con un Mercedes de color blanco que circulaba por el centro de la calzada.

Detuve el coche en el arcén con un frenazo. Me quedé blanco como la niebla, pálido como el espectro que casi termina con mi vida en forma de coche. El Mercedes desapareció en la niebla sin detenerse a comprobar el estado del ocupante al que había sacado del camino.

—¿Andrés? —pregunté a mi hermano por teléfono— Sí. Oye. Escucha. Tardaré un rato en llegar. Hay mucha niebla en la carretera, ¿vale? Os llevo una sorpresa. Te quiero, Andrés.
»¿También tienes una sorpresa para mí? No tenéis por qué… Bueno, ya llegaré. Un beso, hasta ahora.

Ya que estaba parado comprobé la puerta de la guantera. Limpia y vacía. Había dejado toda la documentación en la vieja casa familiar. Limpia y vacía como mi cartera. ¡Vaya invitado que llegaba sin nada! Presioné varias veces la puerta de la guantera hasta que se cerró. Di una vuelta al coche comprobando que la salida de carretera no hubiera provocado ningún daño al Seat.

Continué camino hasta la casa de mi hermano sin sufrir ningún otro percance. Conseguí aparcar delante de su casa sin problema. Al llamar a la puerta le pedí a mi hermano que cerrara los ojos para mostrarle mi sorpresa. Cuando encaminaba a mi sonriente hermano hacia el coche me percaté de la presencia de una mujer a la que no conocía.

—Francisco, esta es Alicia —me presentó mi cuñada desde la puerta, intentando retener a los niños que también querían salir—. Mi amiga Alicia, ¿no te acuerdas de ella?

—“No me acuerdo pero ya me gustaría” —pensé para mis adentros, mientras la tal Alicia me miraba con una sonrisa y se colocaba el pelo detrás de la oreja con el sencillo movimiento de un dedo.

—Un Seat 124 Sport 1600 —indicó Alicia hacia el coche como respuesta a la presentación.

—Sí, ¿cómo lo has sabido? —pregunté un tanto extrañado.

Mi hermano no pudo contenerse y abrió los ojos al oír el modelo del coche.

—¿Es el coche, Francisco? Este es el coche de mamá, ¿verdad? —mi hermano tenía el brillo en los ojos de los niños cuando abren sus regalos en Navidad— ¿Todavía funciona? ¿Cómo es posible?

—Entrar dentro rápido, hace frío —dijo mi cuñada, Esther, desde la puerta, metiendo a los niños dentro.

Mi hermano se subió dentro del coche, se puso al volante y lo arrancó. Empezó a hacerme preguntas técnicas sobre la reparación del coche. Preguntas que, en vez de contestar yo, iba contestando Alicia. Mi hermano levantó el capó del coche para mirar dentro pero, como es otro que no tiene ni idea, igual que yo al principio, comenzó a dar vueltas al coche mirándolo todo.

—Te felicito —dijo Alicia dándome un pequeño golpe en el brazo—. La mayoría no se atrevería a meterle mano a un coche así.

—¡Vaya! ¡Qué detalle! —mi hermano había abierto el maletero y estaba sacando unos paquetes de él— Para Andrés, para Esther y estos tan voluminosos deben ser para los chicos. Gracias Francisco. Voy a guardarlos en el garaje para que los chicos no los vean hasta mañana.

—¿Qué es…? —quise saber señalando alternativamente a mi hermano cargado de paquetes y al maletero que yo suponía vacío.

Mi hermano miró hacia el coche y observó a Alicia que seguía con la cabeza metida en el motor apretando cosas con las manos. Sacó una moneda del bolsillo y la usó como destornillador apretando algo en el interior.

—Perdona —quiso disculparse Alicia— es que soy un poco friki de los coches. Es a lo que me dedico, ¿sabes?

Entonces me fijé en que sus manos se notaban trabajadas. No estaba de farol en cuanto a lo de los coches.

—Ir a dar una vuelta por ahí —gritó mi hermano desde la puerta de su garaje—. Si no dejo a Alicia un rato más con ese coche no me volverá a dirigir la palabra. Esther y yo todavía tenemos que ir poniendo la mesa.

—¿Puedo? —me indicó Alicia señalando a la puerta del acompañante.

—Por supuesto —dije sin entender de dónde habían salido los regalos para mi familia y por qué una mujer atractiva parecía que sentía algo de química por mí.

Nos sentamos en el coche, arranqué el motor y noté como Alicia prestaba atención al cadencioso sonido de la mecánica de explosión. Yo también presté atención y noté que había desaparecido el ruido de rozamiento del motor. Asentí hacia Alicia en modo de reconocimiento.

La portezuela de la guantera se abrió de nuevo. Esta vez sobre las rodillas de Alicia.

—Perdona —quise disculparme—. Antes también me ha sorprendido en mitad de la carretera.

Ella miró dentro y sacó un pequeño paquete con su nombre en el envoltorio. Me miró entre sorprendida y sonriente. Hizo ese gesto que me gusta tanto de colocarse el pelo detrás de la oreja con un dedo. Observé que, en el envoltorio de su regalo, estaba la foto de la nevera de mi madre que sonreía, sacando la lengua y guiñando un ojo.

 
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Comentarios

  1. Respuestas
    1. Ahí se queda. Queréis que haga de todo una novela y no me da la vida. Jeje.

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  2. Preciosa historia navideña. Este Alberto cada vez escribe mejor. Le tengo mucha manía... creo que tienes otra historia navideña en el tintero... ¿para cuándo?

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    1. Hay que refinarla. Igual me he metido en un jardín muy complicado.

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  3. No va a escribir más ya que le tengo secuestrado escribiendo historias para Rufino 😁

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  4. Me ha encantado primo,me he quedado con ganas de más,preciosa historia,te dije q la leería cuando me siéntese con fuerza,aunq me volví a emocionar,pero me encanta. Un beso muy gordo 😘

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