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El Lobo Maltés (Parte 2 de 2) - Klaus Fernández


 
EL LOBO MALTÉS
(PARTE 2 DE 2)

“Me llamo Rufino Wolff. Soy detective privado y mi negocio es descubrir lo que otras personas desconocen”.

   TRES
 Todo salta por los aires

Biblioteca, Mansión Baker

    Tras unos minutos, Filipo nos encaminó hacia la biblioteca situada en el segundo piso. La última en entrar en la sala fue Valentina que seguía cojeando. Yo, lo de esta muchacha no lo entiendo. A ratos anda bien y a ratos cojea. Tiene más teatro que María Guerrero. Todos nosotros íbamos vestidos igual que llegamos la noche anterior ya que nadie había traído muda alguna. El coronel, de cazador, el sacerdote con su sotana, la viuda con su traje rojo, la bióloga con su kimono, el profesor de esmoquin y yo, con mi arrugada gabardina como si hubiera dormido en un coche. De hecho, había dormido con ella puesta. Pijama no me había traído y estos caserones son fríos como un mausoleo.

    En la biblioteca había, aparte de muchos libros (es una biblioteca, ¿qué queréis que haya en ella?), muchas fotografías recientes de las diferentes estancias de la casa: la cocina, el conservatorio, la sala del billar, el hall y la sala del chantaje. Esta última, votada la mejor habitación del crimen en la edición pasada del Lobluedo. Las miré detenidamente, parándome en una en particular. No, no era la cocina. Sonreí para mis adentros. Allí estaba la última pista para saber quién era el asesino. Ya lo tenía y lo apunté en una hoja de mi libretilla.

    Rufina estaba hechizada con mis sagaces deducciones. Tenía los ojos y la boca muy abiertos de la sorpresa. ¿Eso no te lo esperabas tú, eh carita de fresa?

—Con esta última pista que he descubierto, ya sé quién es mapachicida. Y lo voy a anotar aquí —pensé mientras cerraba satisfecho mi libretilla, me encendía un pitillo guardado celosamente tras la oreja, ahuecando las manos.
—Aquí no se puede fumar —ladró el lobo Pardo. 
—Me la sopla. Acabo de averiguar quién es el asesino de Louis—respondí echándole la colilla a la sotana.

    Hubo un silencio incómodo, alguna risa nerviosa, un sacerdote rodando por el suelo intentando apagar su encendida vestimenta, hasta que Filipo, revolviendo las ascuas de la chimenea con un atizador, dijo con voz grave:

—Entonces quitémonos las máscaras ya. 
—Ah, ¿pero qué esos no son vuestros caretos? —pregunté más chulo que un ocho. 
—Todos teníamos motivos para cargarnos al mapache. Yo, el primero —continuó el mayordomo—. A todos nos chantajeaba por nuestros delitos ocultos. Todas las pruebas, que tenía en nuestra contra, las guardaba en su caja fuerte, dentro del Lobo Maltés. Una de ellas es que no somos lo que aparentamos. Somos criminales, asesinos buscados en todos los continentes. La preciosa figurilla del Lobo Maltés es hueca y al girar su cabeza oculta un compartimento donde están los documentos que nos extorsionan. Al mapache Louis le gustaba burlarse de nosotros y, con tal fin, nos dio a todos un arma con un número anotado. Para recordarnos quién tenía el mando. Seis armas con sendos números, son partes de la combinación de la caja de seguridad. Y así fue, hasta que uno de nosotros fue por su cuenta y se lo cargó antes que los demás. Rompiendo el pacto de caballeros que teníamos. Mucho hemos tardado los demás en mandarle al otro barrio. Pero, claro, el asesino no poseía los restantes 5 números de la combinación.
—Lo cierto es que ninguno se fía del que tiene a su lado —continuó el profesor. Con la inesperada muerte de Marlowe, que aún no sabemos qué pinta en todo esto, la policía llegará en una hora y todo esto saltará por los aires. Saquemos nuestras armas—dijo el profesor mostrando una tubería de plomo. 

    Los demás sacaron las suyas. El coronel, una pistola. La bióloga, una cuerda. El sacerdote, un puñal. Filipo, una llave inglesa. Valentina, un candelabro. Yo, al no tener nada, saqué el envoltorio de unas magdalenas y el jabón de la habitación—. Juntemos los números, demos con la combinación, cogemos los documentos, salimos echando chispas y nos olvidamos del que se cargó hace una semana a Louis.
    En ese instante se dieron cuenta que yo no había aportado nada que fuera un arma. Bueno, para algunos vecinos cerditos que tengo, el jabón sí es una arma. Yo era el único inocente del grupo. El único integro de esa pandilla de sinvergüenzas.

—Pero, pero... entonces tú no eres un asesino como nosotros. Tú eres realmente un detective —asumió espantada la Dra. Orquídea Salvaje—. Lo cierto es que me da igual quien seas, vais a morir todos ya que os habéis bebido mi té de pangolín envenenado y ultra mortal. Ayer pensé en envenenar la cena, aunque parece ser que el reparto de Luigi's Pizza no llega hasta aquí —dijo mirando a Filipo con cierto reproche. Luego quise bajar a escondidas por la noche para emponzoñar el desayuno, y tampoco hubo manera. Había uno sentado en la cocina comiendo a oscuras. Ya por la mañana temprano, volví a ir a la cocina y me volví a encontrar a alguien. Era Rabbit Marlowe. Presa de ira, le golpeé con el maldito saxofón. Saboteé el teléfono con la llave inglesa de mi cómplice, el profesor, y le dije a Rogelio que fuera a por ayuda al pueblo para quitármelo de en medio.

—Niña, he luchado con la manos desnudas contra fieras en el Serengueti —bufó el Coronel. He bebido agua de charcos contaminados y no me va a afectar un simple bebedizo envenenado lo más mínimo —dijo mientras caía muerto al suelo rompiendo con la cabeza una mesita. 

    El lobo, presunto sacerdote, seguía intentando apagar el fuego y saltó por la ventana desesperado hacia una piscina dos pisos más abajo. Rogelio, que era un trabajador muy diligente, la había vaciado hacía 2 meses para quitarle el verdín al agua. Al menos, ahí, el padre dejo de arder entre dos hamacas, una sombrilla y la depuradora. Filipo, agarrándose el pecho como una soprano de las buenas, se desplomó cayendo sobre un revistero.

—Yo no he bebido tu té envenenado —comenté, así sin darle importancia.

    Valentina, en cambio, empezaba a ladear la cabeza y perder el equilibrio. No me extraña con esos taconazos que llevaba puesto. Le estaba haciendo efecto el veneno o los tres Martinis que se había metido entre pecho y espalda en el desayuno.

—Se acabaron las chorradas. ¡Martín —le ordenó al profesor—, ata a estos dos que quedan a unas sillas y abramos la caja fuerte! 

    Mientras Martín nos ataba espalda contra espalda a unas sillas, la dra. Orquídea Salvaje, desprendiendo su particular perfume a vainilla, intentaba dar con la combinación.
Súbitamente se escucharon dos disparos, provenían de una falsa pared abierta. Una sombra entró empuñando una pistola. El profesor cayó fulminado sobre otra mesita con un tablero de ajedrez. Todas las piezas saltaron por los aires. Jaque Mate. Sobre el tablero sólo quedaron en pie las dos reinas. La pérfida doctora, cayó sentada sobre un sillón, tras varios intentos mirando alrededor sin saber dónde caerse muerta.

—¡Nadie le hará daño a mi hermana gemela y a Rufino, el amor de mi vida! —dijo Julieta. 

    ¿Cómo te has quedado, Rufina? La verdad es que no se sorprendió lo más mínimo, ya que estaba profundamente dormida agarrándome un pulgar.

—Rufino, mon amour, supongo que ya has averiguado que somos dos. Eres tan guapo como perspicaz. Louis se casó con Valentina, mi hermana gemela. Y nos mudamos las dos a la mansión. Hasta nos hicieron un retrato los tres juntos que cuelga en el hall. 

Ella siempre se encarga de hacer de viuda negra —continuó Julieta—. Yo no valgo, soy muy enamoradiza. El plan de Valentina era muy sencillo. Nos cargamos al mapache, heredamos, nos compramos vestiditos, pillamos el Lobo Maltés y le echamos el muerto, nunca mejor dicho, a otro. Mi hermano, Rabbit Marlowe, buscaba y vigilaba al mejor candidato de la ciudad mientras hace que toca jazz en la ciudad para no levantar sospechas. Tú eras ideal. Una vez localizado, se marchó a trabajar de mayordomo para Louis. Fue él también quien rasgó una parte del cuadro.

    Por esa razón Rabbit Marlowe me atormentaba con sus nefastas interpretaciones. Para vigilarme. Ahora ya iban encajando las cosas. Tenía que ganar tiempo mientras intentaba zafarme de las ataduras. Hacer que siguiera hablando. Tenía que pensar en algo. Pero era difícil, Julieta tenía unos andares hipnóticos mientras recitaba sus crímenes. ¡Y que dientes más blancos y perfectos! No como su hermana, Valentina, cuya dentadura parecían las teclas del piano de un loco.

Valentina siguió con su plan, nuestro hermano se ocupó del mapache y se llevó la copia del Lobo Maltés para que pareciera un robo con violencia. Todo estaba listo para que te cayera el mochuelo. Pero...
Ahí empezaron los problemas. Con esa sonrisa tuya. Esa maldita sonrisa.
Aceptaste el trabajo pero me enamoré de ti nada más verte desde la calle. Locamente. Quise avisarte. En el motel quise decírtelo, pero tuviste que marcharte antes. Valentina entró en la habitación sólo para ver cómo huías con nuestro único coche. Ella no andaba fina con el trompazo que se había metido en tu oficina, cojeaba mucho y tardó en subir las tres plantas Julieta soltaba todo aquello jugando como una vaquera con su Colt calibre 45 automático. Muchacha, ten cuidado, que las armas las carga el Diablo y mi pérdida sería una desgracia enorme para la humanidad.
Rabbit averiguó que el mapache no era tan tontorrón después de todo, y que temía por su vida desde hacía tiempo. Este fin de semana se reunirían una serie de personajes que lo complicaban todo mucho. Valentina se marchó rápidamente del motel y llegó derrengada hasta la mansión ya que no teníamos coche.
Yo llegué más tarde esa noche, cogí un Uber. No sé porque no lo cogió también mi hermana. A veces es un poco tontita, bueno, es rubia. Luego todo se desmadró con esa jauría de lobos criminales aquí. Supongo que lo averiguarías todo viendo la foto de nuestro cuadro juntos aquí en la biblioteca. Ataste todos los cabos sueltos y apuntaste nuestro nombre en tu papel.
—Efectivamente, así fue —respondí mientras intentaba borrar el nombre de "Rogelio" de mi libreta con un dedo libre.
—Me iré con mi hermana a un hospital, no tengo tiempo para entretenerme contigo. Te has salido con la tuya mi bizcochito —dijo Julieta mientras me zampaba los morros. 

    Yo creo que se entretuvo un poco de más estando su hermana como estaba. Pero en fin. Yo estaba atado y no podía hacer nada. 
    Cuando salía al porche, dispuesta a coger el Bentley con su hermana agarrada de un lado como si vinieran de los Sanfermines, las luces parpadeantes de la policía las iluminaron. Las esposaron a ambas y las llevaron a la trena. Yo lo vi todo asomado a la ventana. Llevaba desatado desde que Julieta entró por la falsa pared. Valentina pasó antes por el hospital donde la desintoxicaron a tiempo. Los tres Martinis, según los médicos, la habían creado una capa de alcohol en el hígado que la había retrasado el efecto del veneno. Me fui a casa en el Bentley con el Lobo Maltés, como pago por los servicios prestados y un trabajo bien hecho. La verdad es que nadie echó en falta al Lobo Maltés ya que pensaban que lo había robado el fallecido Rabbit Marlowe.

EPÍLOGO

    Dejé a Rufina dormidita en el regazo de su madre. Se había perdido la mejor parte de la historia. Las malas lenguas dirán que me lo había inventado todo de nuevo. Me da igual. Dejé la botella en la mesita junto a la estatuilla caída. La puse de pie. De lejos oí volver a Isidrín y a mis sobrinos. Ya me podía marchar, cerré delicadamente la puerta vislumbrando de fondo, encima de la mesita, una estatuilla regalada a Margarita años atrás. Una con forma de Lobo Maltés.

    Años más tarde, Rufina se hizo investigadora privada. Su familia no sabe a ciencia cierta cuando empezó a gestarse su afición a las historias de detectives y a los esmóquines. Al final va a resultar que las primeras impresiones sí importan.



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Comentarios

  1. Me ha gustado mucho, muchísimo. Reconozco que no tenía ni idea quién era el asesino... y mira que me releí una y otra vez... pues nada. Deseando leer más.

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  2. Jajaja. Rufino siempre nos saca una sonrisa. Mucho se ha demorado esta segunda parte parra poder averiguar el desenlace.

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  3. Rufino regresará pronto...

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