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Almas perdidas en la ceniza - Parte 10 de 10 - Luis Fernández

 



Relato Diez - La reunión


    Baba Yaga se moría. Todos sus enemigos eran conocedores de ello. Después de tantos siglos pisando esta dimensión, el final se acercaba... Y todavía no había hallado un ser que ocupará su lugar, un heredero. De no hallarlo, ella desaparecería para siempre de la memoria de los mortales. De lo contrario, con un sucesor digno, ella sería inmortal. Viviría en las leyendas, viviría por siempre en la oscuridad de las esquinas, en el temor de los sueños, en los cuentos susurrados con miedo. De no ser así se perdería en las cenizas del tiempo.

    Su aspecto era el de una anciana huesuda, con dedos como sarmientos. Su grotesca boca estaba provista de dientes metálicos, hechos para desgarrar la carne y romper los huesos a la par, y una pierna en la que la madera había sustituido a la carne que había sido el acicate de las pesadillas de multitud de generaciones. Una de las cuestiones más perturbadoras era que su aspecto siempre variaba dependiendo de la persona que entrase a su cabaña, la cual, se alzaba sobre dos inmensas patas danzantes de gallina para cambiar de lugar, mientras el incauto hablaba con Baba Yaga en su interior.

    Al igual que su propietaria, también era la casa propensa a cambiar de forma. Algunas veces era un cabaña, otras un apartamento, una ermita, una furgoneta abandonada o el vagón de un basurero.

    La mayoría de las personas que la visitaban proyectaban una imagen en particular de ella y esperaban verla con el aspecto desaliñado de una cruel anciana, de voz gutural y porte autoritario. No era éste su aspecto, pero, tras tantísimos años, sólo algunos bendecidos y puros de corazón habían podido verla como era en realidad. La extrema fealdad era producto del dolor que sus visitantes traían consigo. Ella absorbía una pequeña parte de esa oscura sustancia con cada deseo que se cobraba, pero, año tras año, era cada vez más difícil extraer esa malignidad de ella. Solamente un extraño té de rosas azules retrasaba y atenuaba la erosión del envejecimiento. Tampoco era Baba Yaga su nombre verdadero. No debía revelar su nombre jamás, puesto que, al hacerlo, la persona que lo supiese podría esclavizarla durante un lustro. Tampoco podía negarse a decirlo si alguien le hiciese la pregunta. Aunque eso no había acontecido jamás. Al final el mal corrompe, y el mal absoluto, de forma absoluta.

    Fue esa la razón de que sucediera a su hermana mayor, Baba Jeza. Se había vuelto malvada y grotesca no solo en su aspecto físico. Secuestraba niños en su oscuro saco a desolados padres para luego devorarlos con delectación. Era temida por todos los lugareños. Había olvidado que su labor en esta tierra era guardar las aguas de la vida y de la muerte, que también debía responder al nombre de la dama blanca.

    Yaga incapaz de encauzar a su malvada hermana, se vio obligada a tenderla una trampa para acabar con su reinado de maldad. Y así terminaría arrojando a Jeza al interior de un horno en el que pensaba asar a dos niños que se habían extraviado. Allí moriría abrasado y su negra alma apenas dejaría un montón de grisáceas cenizas. Con un hechizo, Yaga le borró la memoria a los niños y éstos, incapaces de recordar a la verdadera autora de la muerte de Jeza, asumieron que habían sido ellos.

    Tres caballeros estaban ligados a ella por distintos tratos. Se encargaban de la custodia de su casa y le servían con lealtad como secuaces en sus impías tramas. Tomaban la forma de un lobo negro, un lobo blanco y un lobo rojo.
 
    Su caballero negro respondía al nombre de Miguel, que se había puesto a sus órdenes decenas de años atrás en pago a la oportunidad de ver una última vez a su hermano. El precio fue altísimo, pero Miguel aceptó. El caballero blanco solo pidió a cambio de servirla con lealtad y obediencia todos estos años ausentarse durante una hora cada año y entregar a su amada una rosa en cada uno de sus cumpleaños. En cambio, el caballero rojo nunca pidió nada y le era leal desde que ella misma sucediera a Baba Jeza. Jamás hablaba y, al contrario de los otros caballeros, no proyectaba sombra alguna.

    Baba Yaga sabía que se estaba quedando sin tiempo, pero no podía imaginar que éste fuese tan escaso. El tiempo es un concepto muy relativo cuando los días son apenas suspiros. Una carta marcada en sangre le fue entregada por un huérfano sin bautizar días después. Era convocada a presentarse a medianoche en pocos días al cónclave en la Motilla del Azuer, España, para o bien presentar a su heredero o bien admitir su incapacidad y ser destruida por los restantes tres miembros: Krampus, Valac y Doménica. Por supuesto no eran esos sus verdaderos nombres, pero ella sabía exactamente quién era quién.

    Leyó la carta. El mensaje era claro. Una pata de la silla de la que todos formaban parte se estaba carcomiendo, pudriendo. Una silla no se tiene en pie si le falta una pata. Su pata debía revitalizarse o todos se convertirían en meras almas perdidas en la ceniza. Si no encontraba un heredero ellos buscarían cómo hacer que la savia volviese a fluir por la pata que ella representaba. Siendo solo Baba Yaga quien, como ceniza, fuese arrastrada por el viento de la memoria y olvidada. No iban a dejarse arrastrar por su desidia. No le tendían una mano: iban a descartarla de la Historia. Enfurecida echó la carta al fuego. Se estaba quedando sin tiempo.



    La noche era cerrada y la lluvia no amainaba, cuando Yaga llegó al centro del yacimiento, de más de 3.000 años. La acompañaban sus tres caballeros, a los cuales les estaba prohibido acercarse más. No era este lugar para ellos, nunca lo sería. No eran dignos. Ya la esperaban impacientes sus tres enemigos. Entre ellos cuatro regían las tinieblas, el miedo, la muerte y la noche.
 
   En el centro de las ruinas de La Motilla del Azuer, en su lugar más sagrado, se encuentra el enterramiento de un niño en posición fetal. Un ser ignoto y poderoso, llamado a dominar el mundo, con su existencia truncada debido a las fuerzas que contrarrestaban todo aquello que ellos simbolizaban. Llegado su momento se alzaría para dominar las tinieblas, el miedo, la muerte y la noche. El poder que aún emanaban sus restos era lo que ligaba la siniestra reunión.

    A la diestra del semicírculo, se hallaba el que se hacía llamar ahora Krampus, de grandes orejas de elfo e inmensos cuernos, cubierto por un tupido pelaje oscuro. Danzando con sus patas de fauno. Su canasta se agitaba a su espalda, signo inequívoco que ya tenía al menos un niño para cenar después. El amo del miedo y del frío.

    A la siniestra, el regordete y sonrosado fauno de nombre Valac de sonrisa picarona y cuerpo púber, jugaba aburrido con sus alas de ángel. Si no hubiese sido por sus gélidos ojos sedientos de maldad nadie podría haberse imaginado que regía con yugo de acero las más sombrías tinieblas con más de treinta legiones de demonios.

    Y en el centro del semicírculo, Doménica, con multitud de nombres anteriores, la diosa de los desesperados, de los pecadores y de la noche. Vestida como una sensual monja católica. Licencia que se tomaba con exagerada y pomposa libertad. Le encantaba crear el desconcierto entre sus devotos, reírse de las religiones, profanarlas con símbolos prohibidos y seducir con su lujuriosa carne los deseos inconfesables de hombres y mujeres.

—Te has ablandado, nos has puesto en peligro con tu desdén, con tu, maldito sea mil años, afecto por los deleznables humanos. Sabes perfectamente, que nuestra fuerza reside en nuestra unidad. Y en que la débil y despreciable humanidad, nos tema. Que susurren nuestro nombre con miedo. Sin su temor, desapareceríamos. Nadie se acordaría de nosotros. No lo vamos a permitir. Te exigimos un heredero... tú ya no nos sirves bramó Krampus envalentonado alzándose sobre sus patas.

—Que pobre y estúpida bestia eres Krampus replicó Baba Yaga. Nosotros, que te ayudamos a sobrevivir no hace tanto, cuando apenas te sostenías en pie. Nadie te temía, eras un hazmerreir, el comparsa ridículo de San Nicolás. Limitado a una sola estación del año, si me apuras a un sólo mes. Pero la humanidad se globalizó. Volvió a adorar la navidad aun cuando la nieve dejó de amontonarse a las puertas de sus casas, volvió a escribirle a Santa Claus, y por ende a San Nicolás, y a temerte a ti. Sé humilde.

—En cambio, a mí no me ayudado nadie —exclamó Doménica —siempre he estado aquí y lo seguiré estando. Mientras exista un Dios, existirá el miedo a no disfrutar de su gracia. Y donde hay miedo hay temor, y yo seré eterna. Sois ridículos. Soy la más fuerte de todos. Siempre temerán a Dios. Y yo seguiré siendo inmortal.

—¿Qué hay de ti, Valac? De todos nosotros eres el más débil, eres el amo de las tinieblas, muy cierto. Pero no eres más que un estado intermedio entre la luz y la noche. Eres prescindible, siempre lo has sido —afirmó Baba Yaga, jugándose su única carta. ¿Treinta ejércitos para un bebé regordete que apenas puede volar? ¿Al que los artistas confunden con Cupido y representan como el paradigma del amor o sujetando un espejo? Sé que cometiste traición años atrás, Valac. Negaste tu verdadero nombre a un sacerdote católico. ¿Pensabas que no lo sabía? No soy yo el eslabón más débil de nuestras cadena, no soy yo la pata carcomida. No todas las sillas tienen cuatro patas, existen aquellas con tres, como los taburetes... ¡me das tanta pena!

    Valac no cabía en sí por la ira, enrojecido en un ataque infantil y antes de que pudiese levantar su estridente voz, Krampus descargó su garrote sobre el infeliz infante desparramando sus sesos sobre la planicie con un sordo plof. Los ojos de Valac saltaron de sus cuencas como retorcidos muelles de una caja de sorpresas averiada. Mientras Krampus lamía su garrote atestado de minúsculas plumas sanguinolentas, éste señaló a Baba Yaga con un huesudo dedo... 

—Tienes siete días más. Elige el lugar y preséntanos a tu sucesor. Sin excusas. Tu pata sigue podrida y ninguna silla se ha soportado jamás sobre dos patas.

    Al cabo de una semana, Krampus y Doménica se presentaron en la cabaña danzante de Baba Yaga. Les había llegado la misiva. No podían estar más ansiosos por conocer al heredero de Yaga. Montaban guardia impasible, a las puertas de la cabaña, los tres caballeros de Yaga.

    Yaga estaba sentada a la mesa con sus ropajes más hermosos, con cuatro cubiletes de madera rellenos de agua y un cubo más grande a los pies de la mesa. Pero del heredero no había ni rastro.

—¡Qué es esta patraña? ¿Dónde está tu heredero? No hemos venido desde tan lejos para perder el tiempo bramó un enfurecido Krampus.

    En cambio, Doménica, entró fumando tranquilamente y para nada sorprendida.

—No tengo heredero —comenzó Baba Yaga, ni tampoco lo decidiréis vosotros. He estado pensando mucho. Y no solo mi tiempo se agota, se agota el de todos nosotros. Somos antiguallas de una vida pasada. La malignidad y nuestra propia ambición nos ha carcomido, devorado. Dejamos ser la antítesis para lo que fuimos creados. Por aspirar a ser algo mayor, quisimos desequilibrar la balanza a nuestro favor. El equilibrio siempre ha existido por sí sólo. Nosotros quisimos doblegar el juego a nuestro favor y cambiar nuestro rol. Ser recordados entre lágrimas, entre temor. Qué inocentes fuimos. Nuestro poder nunca radicó en nosotros —sentenciaba Yaga con las manos posadas en la mesa.

>>Tú, Doménica ansías encapotar el día, ser adorada por los suicidas y someter a los pecadores. Y no te diste cuenta de que, si solo existe la oscuridad y la noche, no se anhela la luz del día. Si sólo existe muerte, la vida deja de tener valor. En tu ansia de poder has olvidado que el día y la vida son las que precisamente te refuerzan.

>>Y tú, Krampus, estúpida bestia, la gente ha dejado de temerte hace tiempo y has pasado a ser una figura decorativa más de las Navidades. Aspirabas a usurpar el puesto de San Nicolás, cuando en realidad sin él a tu lado, no eres nada. De nuevo, son nuestros enemigos los que nos otorgan nuestra razón de ser.

>>Y yo, me he dejado arrastrar por la malignidad de los humanos, de su necesidad de obtener respuestas. Y a cada pregunta que me hacían, envejecía de cuerpo y me acotaba de mente. Las rosas azules dejaron de surtir efecto en mí hace tiempo. ¿Pero quién cree en mí en estos tiempos modernos? Nadie. En estos tiempos, que cada ser se cree con la potestad de opinar, de juzgar, de insultar en base a información sesgada que él mismo se proporciona. Debemos aceptar de una vez por todas, que el mundo ha dejado de creer en nosotros. Es hora de marcharnos y dejar al libre albedrío si la humanidad quiere seguir recordándonos o noSolo somos almas perdidas en la ceniza y hace tiempo que no está en nuestra mano no arder y desaparecer para siempre.

    Estos cubiletes están llenos del agua del río Lete, el río del olvido. El que bebe su contenido olvida y queda olvidado para todos los demás. Si nuestra existencia es necesaria, nos recordarán y volveremos más fuertes que nunca. Todos sabemos que nuestro envejecimiento y la decrepitud que sufrimos se aceleran año tras año. Han dejado de creer en nosotros. Ahora depende de nosotros decidir el cómo y el cuándo de nuestra desaparición, y dejar de arrastrarnos hasta el día más que inminente de nuestro ocaso.


    Krampus refunfuñó malhumorado con sus patas de cabra, y bufó sabiendo que Baba Yaga llevaba razón. Doménica se encendió otro cigarrillo y mientras le daba la última calada dijo:
—Me parece bien, es mejor irse con estilo que sufrir como una perra. Me recordarán —agarró el vaso de agua y se lo bebió de un solo trago para desaparecer silenciosa entre una suave brisa cenicienta.
 
    En cambio, Krampus levantó el desvencijado cubo de madera entero y se lo vertió en la fauces:

—Jamás me gustaste, Baba... —y cayó desplomado al suelo para deshacerse entre el polvo de la cabaña.
 
    Ya sólo quedaban Baba y sus caballeros. Ella también iba a beber del río Lete pero antes debía liberar a dos de sus fieles caballeros.

—Mi caballero negro —se dirigió Baba Yaga al lobo negro arrodillándose frente a él, me has servido lealmente durante decenas de años. Es hora de que te reúnas con tu amada Maite y tu hermano Pedro. Continúa el sendero que te llevará fuera del bosque y, en el claro, sentados al calor de una hoguera, ellos te esperarán para partir juntos lejos de aquí —dijo Baba Yaga, más hermosa que nunca.
 
>>Pablo, mi caballero blanco, me has traído las más exóticas rosas azules para mantenerme joven sin pedir nunca nada a cambio. Márchate y entrega a tu amada esta vez la rosa en mano. Te libero. Disfrutaréis de un año juntos con la edad y el año de vuestras vidas que elijáis ambos, y después estos doce meses, ambos os encaminareis al claro del bosque, tras la cabaña y os marchareis juntos de este mundo —dijo una radiante Baba Yaga, a unos agradecidos caballeros.

>>En cambio, tú, caballero rojo, me has servido durante todos estos años ocultando tus verdaderas intenciones. Hace tiempo que sé quien eres y la razón de tus maquinaciones, envenenar mi mente con tu maldad. Descúbrete, Jeza. Dejémonos de mentiras.

    Y así, el colosal caballero rojo empezó a transmutarse hasta adquirir la estatura y las facciones de su familiar muerto. Sus ojos destilaban odio y rencor. Jeza ya no era ni hombre ni mujer, lo era todo junto y nada. 

—Puta insolente, sé desde tu nacimiento tu verdadero nombre. Has cambiado de aspecto, pero a mí no me engañas. Recogerás mis heces y orina, limpiarás mis pústulas noche tras noche con tu lengua, maldecirás el día que naciste... ¡Valeria! —escupió el nombre Baba Jeza como triunfo ante Baba Yaga al obligarla a ser su esclava durante el siguiente lustro por la mención de su nombre.

—Eres aún más estúpida que Krampus, Jeza —se rió Yaga. No me llamo así. Valeria me nombró su sucesora hace más de 200 años. No te diste cuenta, ¿verdad? Pero yo en cambio SÍ sé cómo te llamas tú... Kostya. Ahora obedece, bebe y cae en el olvido. Una sorprendida Kostya no pudo detener su propio brazo, agarrar el cubilete de agua y beber ávidamente. Espesas lágrimas negras brotaron de sus ojos. Vencida y olvidada para siempre.

    Ahora le tocaba a Baba Yaga beber y marcharse de este plano. Echó un último vistazo por la ventana. Echaría de menos el bosque. El bosque que tantas alegrías le había dado. Tantos paseos. Aún recordaba como si hubiese sido ayer cuando llegó a la cabaña por primera vez junto a su hermano Hansel. Durante meses sufrió horrores a manos de Baba Jeza. Y sólo fue la intervención de Baba Yaga la que daría fin a la pesadilla. Ella y su hermano volvieron a su hogar y fueron felices, muy felices durante muchos años. Después empezaron los recuerdos, y la certeza de que no escaparon de la cabaña por sí solos. Les habían ayudado en su huida. Ella recordaba muy bien cómo llegar a la cabaña... pero no había necesidad de volver.

    Solo la terrible enfermedad de su hermano muchos años después interrumpiría esa felicidad y azuzaría la necesidad de volver al bosque, a la cabaña. La muerte de Hansel era inevitable, pero estaba en sus manos, mitigar el dolor de su hermano hasta su muerte.  

    Volvería a la cabaña para cerrar el trato con Baba Yaga, ¿El precio? Ser su sucesora y aguardar la traición de su caballero rojo. Y así fue. Yaga fue justa con la anterior Gretel, y ella, tras sucederla, lo fue con todos los solicitantes de sus servicios durante siglos. Ya no dependía de ella ser recordada o no. La humanidad debía decidir ahora por sí misma, si quedaba olvidada como tantos otros y su alma perdida en la ceniza o en cambio...

    Bebió.
FIN DE ALMAS PERDIDAS EN LA CENIZA



¡Muchas gracias a Klaus y a Alberto por ayudarme a finalizar este último relato!
¡Sin ellos, sería yo el que hubiese quedado perdido en las cenizas! ¡Os quiero!

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No te pierdas las anteriores partes bajo el enlace y el especial próximamente con todas las claves!



Comentarios

  1. Buen final y cierre para tu antología. Deseando verlo impreso. Crear que incluso podríamos añadir algunos relatos tuyos del gerentes a modo de apéndices. 👍

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  2. A mí no me ha gustado nada. Sobretodo ya que no salgo yo en ningún relato. Y mira que los diferentes temas se prestaban a mi muy interesante vida. ¡Bah! Lo compraré igual.

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    1. Hahaha, Rufino es, simple y llanamente, el mejor. ¿Los demás? Pálidas sombras a su lado.

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  3. El editor tiene trabajo. Me pondré a ello de manera inmediata 😉

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  4. Estoy deseando releerlo en papel��

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  5. Muy buen relato, como todos

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