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El Bueno, el Feo y el Lobo. 1ª parte El Bueno (Especial Salvaje Oeste)

 


   "Morir es demasiado piadoso para ellos"

   Tengo por costumbre, desde ya hace varios años, juntarme con unos parientes lejanos. La verdad es que es por orden judicial. Esa fue la injusta sentencia: pasar por terapia y esto. Todo es muy precario e indigno de nosotros obligándonos a reunirnos en una cabaña con piscina, aire acondicionado, barbacoa y WiFi.

    Todos estos familiares viven, como yo, en un gran bosque y se vierten falsedades sobre ellos. Nos aqueja el mismo mal: se inventan historias sobre nosotros.

   Evidentemente tenemos un grave problema de imagen.

   Mi primo Wolfo vive en tierras germanas. No pocas veces se han aprovechado de su buen corazón para calumniarle unos injuriadores hermanos escritores, llamados Grimm, en sus horribles cuentos. Él tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Como es así de bueno le acusan falsamente de robar ovejas de las cercanas granjas. Wolfo no entiende tanta mentira ya que procura hacerlo por las noches sin que le vean. Otro noble primo, Wolfen, vive muy al norte de Europa, en la parte nevada, donde hace un frío de pelotas y es de pelaje albino. Siempre, según él, eso le sirve para ligar un montón. Dice que atrae muchas envidias y por eso le difaman. No hay otra explicación. Y no tiene nada que ver que aterrorice los pueblos cercanos al amparo de la oscuridad y sea un borrachín.

    Bueno, pues con estos, me reúno cada año. Este año Wolfo venía hasta con una tobillera electrónica. Entre Wolfen y yo se la quitamos en cinco minutos. Ventajas de estudiar la FP. La pulsera se la pusimos a un gato orientador que andaba por aquí.

    Me estoy desviando. Dejad de interrumpirme.

   En dicha cabaña, situada en un lejano bosque y muy alejada del mundanal ruido, a dos paradas de metro de mi casa, aprovechamos para charlar, hacer ejercicios de Yoga, Pilates y darnos masajes en las zarpas. Son jornadas muy productivas donde salimos renovados y purificados. Todo muy mindfulness y healthy. Comemos verdurita y cositas a la plancha.

    ¿Te lo has creído? Jeje. Antes de comer verdura, me corto un brazo.

   Realmente a lo que vamos es a emborracharnos, fumar como carreteros y perder la dignidad. La última vez fue el no va más. Después de todo el finde dándolo todo, por la mañana, tuve que sacar al primo Wolfo, tieso y bocabajo, de la piscina. Rodeado de coloridas colchonetas.

    El otro primo, Wolfen, yacía con medio cuerpo asomado debajo de unas tumbonas, con los ojos en blanco y su lengua exageradamente larga fuera de la boca. Semicubierto por botellines de cerveza vacíos. Parecía que le hubiera pasado por encima un camión. Yo hasta le vi las marcas de los neumáticos. 

    Al gato delincuente de la pulsera no fuimos capaces de encontrarle por ningún sitio. A fecha de hoy sigue desaparecido. No pasa nada, era un poco soso y cortarrollos. El año que viene que venga otro orientador para ponerle la pulsera.

    Mis primos estaban más derrotados que los visigodos.

    Yo, en cambio, estaba hecho un marqués. Llevo preparando mi cuerpo muchos años para que no me afecte el alcohol tanto como a ellos. Les quiero un montón pero juegan en tercera regional de la liga Borrachil. A mí lo que me sienta mal son las malas mezclas. Además he perfeccionado un remedio infalible que hace que no me emborrache nunca. Me bebo medio vaso de aceite de oliva antes de cada trago. El aceite crea una fina capa en mi estómago que impide que el vil bebercio me afecte. O eso creo. Ya que hay partes del fin de semana que tampoco recuerdo con nitidez.

    Si recuerdo haberle contado, chocando botellines y abrazándonos, una aventura a mis primos acaecida hace años. Fue en una época en la que deseaba ver mundo, no estar atrapado en un bosque. ¡VIVIR! Con lo que agarré un petate y me fui a recorrer mundo en interraíl. Y así, en tren, casi sin quererlo y a lo tonto, llegué desde Europa hasta América. Al salvaje Oeste.


PRIMERA PARTE: EL BUENO

Penitencia Hill, pueblo vaquero en medio de la nada, pero bien comunicado por tren.

    Llegué al pueblo cerca del mediodía. Un viaje horroroso. Tenía la espalda baldada. Mi bello cuerpo no está para esto. Debéis saber que mi cuerpo es mi templo. Yo lo adoro y vosotros deberíais también hacerlo si estimáis en algo vuestra vida. Es puro almíbar, canela en rama, perita en dulce, miel sobre hojuelas.

    Estos trenes no están preparados para viajes tan arduos, son muchas horas sentado sin ninguna comodidad. Sentándome aquí y ahí esquivando al revisor para que no me pillara sin billete. Sí, vaaale, me había colado en el tren, ¿estáis contentos?

    Otro pariente mío, el sheriff Wyatt "Lobo" Earp, me había invitado a pasar unos días en su bonito y lejanísimo pueblo. Penitencia Hill, según mi guía Lonely Wolf era un pueblo normal del Oeste. Poseía una estación de tren, construida por osos pandas mal pagados, dos docenas de casas cochambrosas, una cárcel con las paredes plagadas de tiros, una iglesia, una cantina-saloon, con alegres gatas de cabaret, llamada La Gata Flora, una funeraria y un cementerio con forma circular. Como complemento al pueblo, y a las afueras, una mina abandonada y embrujada. Lo normal según el autor de la guía.

    Sólo les faltaba vender tickets a la entrada del pueblo para que pareciera un parque de la Warner. Y ya puestos, únicamente, le faltaba la atracción de las cascadas salvajes en un aserradero. Aunque parecía que estaba en proyecto junto a un casino indio. 

    A la entrada del pueblo habían colocado un cartel de madera. Era el censo actual, el cual un pato greñudo se encargaba de tenerlo al día pero, por lo visto, le resultaba harto difícil. Cuando se oían disparos, el pato giraba su vista hacia el pueblo, y rectificaba el cartel. Estaba desesperado y una tétrica cigüeña enterradora se ponía las botas haciendo ataúdes.

    Para no desentonar, y adaptarme con el ambiente vaquero, había ido tomando prestadas varias cosas en aquel tren asesino de espaldas. Pocas cosas, no soy avaricioso. Una alfombra tipo jarapa del interior de una maleta de un cerdo dormido a la cual le hice una agujero en el centro y me lo puse por encima como un poncho. Un monóculo de una nutria y unas botas con unas espuelas chulísimas también cayeron en mis bolsillos. El sombrero lo compré gratis en una tienda. 

    Cuando el traqueteo del tren ya iba disminuyendo, indicativo que se acercaba a destino, me pareció oír el silbido de unos disparos. Curioso modo de anunciar la llegada del tren del mediodía pero yo no soy nadie para juzgar las costumbres locales. Como si quieren pegar cañonazos.

    Revisé la hora con mi nuevo reloj de cadena y bajé del vagón de un salto con la maleta del cerdo. Justo a tiempo para observar como tres pistoleros se marchaban del andén, aún con las armas humeantes, montados a caballo. Un cuerpo yacía desplomado en el suelo y una cabra con traje junto a sus hijas chillaba de terror. Era por la visión del cuerpo o al percatarse lo carísimo que es viajar con niños en tren. Una cigüeña vestida de negro con chistera, salida de nosedonde, y ya le estaba tomando medidas al cuerpo caído para su futura caja de madera. La estrella de sheriff estaba tirada en el suelo a pocos metros. Me acerqué curioso al grupo que se estaba empezando a arremolinarse. Vaya por delante que no soy un cotillo, lo que pasa es que me gusta estar bien informado. Con espanto observé que el cuerpo era de mi familiar Wyatt "Lobo" Earp...

    Mal aspecto tenía el amigo. Estaba bastante perjudicado y a punto de irse al otro barrio. Pero muerto, lo que se dice muerto, todavía no. Súbitamente, me agarró de la mano, buscó a tientas su estrella de plata del suelo, me la puso en la zarpa y con lastimera y muy solemne voz me dijo:

    ¡Venga mi muerte, Rufino!

   Y se desmayó el canalla posándose teatralmente la mano en la frente mientras se le desenrollaba la lengua fuera de la boca como si fuera una manguera de incendios. 

    En un pispás, entre dos hombretones le tiraron, sin contemplaciones, dentro de una carreta y se lo llevaron campo a través dirección, digo yo, al hospital o al camposanto. Lo que estuviera a menos distancia. En uno de los múltiples baches, Wyatt salió disparado de la carreta como un muñeco y se pegó un trompazo contra un cactus. Lo recogieron llenos de espinas, como un erizo, y de vuelta a la carreta. Si no se moría de las balas, lo haría por el viajecito que le estaban dando con esa carreta. 

    No obstante, cuando ya casi le había perdido de vista, le vi bastante vivo y espabilado en la carreta. Miraba curioso desde la lejanía hacia mi posición. Y, que yo sepa, para vengar una muerte, primero tiene que haber una, y mi familiar parecía haberse recuperado milagrosamente. Ah, los milagros ocurren.

    La gente perdió interés enseguida en la escena, ya que, finalmente tampoco había pasado mucho y un nuevo sheriff, con un poncho, estaba de pie en el andén.

    O sea yo. Me habían cargado el muerto o mejor dicho el no muerto.

    Otra vez.

    Y la cigüeña, seguía a lo suyo, midiéndome y canturreando. 

    Recogí del suelo de madera el revólver de mi primo con respeto, puesto que no me gustan las armas. Soy un lobo pacífico. Odio las armas. Prefiero los rifles de doble cañón basculante de calibre 8 con cartuchos de 2 onzas.  

   Un matojo errante me dio la bienvenida al pueblo mientras una nutria vestida de mariachi arrancaba notas de una armónica apoyado contra una pared. Unas gallinas con sus polluelos pasaron a toda prisa delante mía. Una de ellas se santiguó. 

    Un conejo salió corriendo a mi encuentro. Era apenas un conejo adolescente despeinado con un sucio peto y la chapa de servidor de la ley. Ocupaba ésta gran parte de su cuerpo y más que una insignia parecía que portara el escudo del Capitán América. Sin duda era el antiguo ayudante del sheriff.

    Le doy la bienvenida Sr. Sheriff al pueblo. No le tuteo ya que no creo que viva mucho y no le quiero coger cariño. Vamos a ver sus cosas pendientes —dijo el conejo William mientras sacaba una libretilla del bolsillo del peto y pasaba varias páginas. Hoy por la tarde tiene que ir a Saloon a arrestar al tahúr. Hace trampas y ya se le ha advertido varias veces. Luego sacar al viejo zorro borracho Johnson del abrevadero. No hacemos carrera de él. Más tarde pintar la valla de mi madre. La valla está fatal y se lo ha prometido ya varias veces. Pagarme el salario de dos semanas. Yo no vivo del aire. Y para terminar, mañana a las doce tiene usted un duelo a muerte, al sol, contra la banda del Dr. Penitencia en la avenida principal. Es lo típico de por aquí. Por supuesto nadie le ayudará ni siquiera yo. Por lo demás, ¿todo bien? ¿Le gusta el pueblo?

     Se me estaba poniendo el estómago del revés como un calcetín. Ahora entiendo la razón por la que más tarde me llamarían el Lobo Pálido.

    El mismo matojo de antes pasó de nuevo por delante mía burlándose de mi funesto destino. No sé como era posible ya que no había cambiado la dirección del viento.

    El pueblo era un chollazo.

  CONTINUARÁ...



Dibujo: Mike Bonales (https://www.mikebonales.com/ES/)

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Creative Commons Attribution 4.0

Comentarios

  1. Rufino es un crack. No sé cómo aún no despejáis de vuestras mesillas de noche, las estampitas, los retratos, y demás parafernalia religiosa por merchandising de Rufino I, el gracioso. ¡Ya está bien de falsos dioses! Enhorabuena por otro inolvidable relato.

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