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El Bueno, el Feo y el Lobo. 3ª parte El Lobo (Especial Salvaje Oeste)

  


"Morir es demasiado piadoso para ellos"

primera parte & segunda parte

TERCERA PARTE: EL LOBO

Penitencia Hill, espantoso pueblo repleto de borrachines y gente que no sabe ni pintar una valla.


    Estaba claro que el día siguiente iba a resultar ajetreado. Se me había pasado el mareo de golpe. Debía pensar en algo y rápido. Ser sagaz, tener la mente despejada, ser en definitiva, yo. Así que agarré por el cuello un pacharán navarro, y salí al exterior dispuesto a bebérmela entera. Bruno, el cantinero, me dijo algo de pagar. Ni caso, le hice una pedorreta con la boca y fue pago suficiente. Bastante había hecho con limpiarle el bar de todas esas botellas para su inventario. ¿Qué cuándo era su inventario? ¡Yo qué sé!

    A mí lo que me preocupaba era el duelo de mañana y esperaba que con la fresca noche se me ocurriría algo.

    El cantinero se quedó recogiendo,  levantando mesas y sillas. A los paisanos perjudicados los fue lanzando como troncos de leña por la puerta en dirección al abrevadero. Según los iba echando, se sacudía las manos como buen profesional. En la calle ya no cabían más. Menudo pueblo de borrachos pensé mientras me terminaba el pacharán "Zoco Lobo".

    Se me había ocurrido una idea genial. Podría llamar a mi primo Wolfo, hacer que viniera, aprovechando nuestro parecido, hacerme el muerto y dejarle con las tostada del duelo. Espera un momento... ¡Eso es lo que habían hecho conmigo!

    Je, je. Qué listo y canallón es mi primo Earp. Le di otro trago al pacharán tragándome todas las endrinas.

    La gata Flora me chistó desde una ventana superior del saloon. Alcé la vista y la saludé tocándome la visera del sombrero. ¡Qué pesada es! ¿Qué querrá?

    Rufino, si quieres sobrevivir mañana al duelo, ve a esta dirección de mi parte y me tiró una nota en un avión de papel. El vehículo aeronáutico salió, dio una vuelta  y volvió a entrar por la ventana. Flora, contrariada, lo arrugó y me lo tiró hecha una bola—. El pueblo, sobre todo yo, te necesitamos. ¡Eres una luz brillante en esta oscuridad que nos atenaza! ¡Adalid de las causas justas! ¡Excelente bailarín y vaquero! ¡Tienes unos ojazos que derriten el plomo más duro! ¡Padre de mis futuros hijos!

    Bueno, realmente solo me tiró la nota, el resto me lo imaginé yo. Pero, seguro, segurísimo que lo pensó suspirando, agarrándose el pecho con una mano y con la otra sujetándose la frente. Y de rodillas frente a un rojo crepúsculo.

    Recogí mojada la nota del abrevadero. No me explico como siempre que lanzas una papel desde lo alto, siempre cae en un sitio húmedo o lejísimos. ¿A vosotros no os pasa?

    La nota indicaba una dirección mal escrita. La vieja mina abandonada. Toda la belleza de Flora quedaba eclipsada por las faltas de ortografía. Una horrorosa. La nota tenía más faltas de ortografía que palabras. Hay que estudiar más. Menos bailar, más estudiar. Yo lo he dicho siempre. Menos mal que había una señal de la ubicación de la vieja mina abandonada en un poste. También ponía que estaba embrujada. Tacháaááán.

    Nada tenía que perder, así que me fui andando hacia la mina. El camino estaba mal iluminado, oscuro como la boca de un pariente mío. Seguramente el dinero del pueblo para poner unas farolas dignas estaría en el bolsillo de algún corrupto. Como odio a los ladrones.

    Una sombra me seguía a pocos pasos en la distancia.

    Tras diez minutos me quité las botas. Me estaban matando. Al final va a resultar que la talla no era la mía cuando se las quité a ese coyote en el tren. Ahora entiendo a las féminas cuando se quitan los tacones a los diez minutos de estar en una fiesta. El dolor de pies es espantoso, horrible, insoportable. Como el parir. Se te revuelve hasta el estómago. Anduve otros veinte minutos hasta llegar a la entrada de la mina. Llegué reventado de andar. En el acceso, junto a una pequeño fuego y varios tarros, se hallaba sentado fumando un viejo buitre cherokee. Y yo pensando que esa tribu no existía y era sólo el nombre de un modelo de coches. 

    Siéntate junto al fuego me invitó mientras chupaba su pipa—. Te he visto en mis visiones. Aguardaba tu llegada desde esta tarde pero mis espíritus no contaban con que te gustara tanto el cachondeo —y el beber, apunté— y que fueras a venir cuando te saliera del hocico.

    Me senté repanchingado en el polvoriento suelo. Muchas visiones chupando la pipa esa y mucho lo que tú quieras pero, si esperaba mi llegada, podría haber preparado unas sillas. Vamos digo yo. Que tenemos menos detalles que una sábana bajera.

   Cuenta una leyenda cherokee, que existen dos lobos en nuestro interior, que luchan continuamente entre ellos. Es un conflicto entre nuestro lado más oscuro, el lobo negro, y nuestro lado luminoso y noble, el lobo blanco. Esa dualidad define en gran parte lo que somos. ¿Tú quién crees que ganará la batalla?

    Está clarísimo respondí muy seguroes el lobo que...

   Elijas alimentar —terminó la frase Búho gris dando una larga y pausada calada a ese palo que olía fatal—. Bien respondido. Eres digno de mis enseñanzas.

    Yo iba a responder que era el lobo con mejores armas pero lo dejé estar. Le pegaba más llamarse Buitre fumado al colega.

    Tan espiritual y sereno estaba el cherokee, que yo, para no ser menos, y lo había visto en una película, abrí un tarro del suelo que estaba frente a él, en el suelo. Me eché los polvos de su interior en la zarpa y se los soplé a la jeta. Búho fumado se quedó pálido. Acaba de restregarle en la cara las cenizas de su padre.

    Búho gris me despachó, con cajas destempladas, tosiendo, bajo mi punto de vista, de un modo un poco sobreactuado. Tampoco era para tanto, sólo le había vaciado medio tarro en su rostro. El cherokee también me dio un nuevo revólver. El revólver del Diablo, me dijo. Uno que sólo lo puede empuñar no sé quién y para no se qué. No entendí nada al muy pesado con tanta tos y los ojos llorosos. Tras un rato, aprovechando que la tos le daba un cierto respiro, me encaminó al interior de la mina con un gesto de la mano. 

    —En el interior de la mina sagrada, deberás enfrentarte a tu lobo interior. Sólo actuando de modo honorable y en armonía con los espíritus sagrados, podrás doblegarle  —me aleccionó Búho gris.

    Me metí con desgana en esa mina tan oscura. Desmayado de hambre. Llevaba sin comer casi dos horas. A mí me parecía que el buitre había visto muchas películas en las que tienes que meterte en sitios oscuros para descubrir cosas. Eso nunca sale bien a no ser que tú seas el de la motosierra.

    Nada más pasar el umbral de la entrada, me esperaba un vagón oxidado sobre unas vías. Me senté en su interior, accioné una palanca y me coloqué las patas encima de las rodillas.

    Como un lobo bueno.

    Con un traqueteo, el vagón empezó a moverse hacia el interior de la mina. A mí todo esto me parecía el Tren de la Bruja del Parque de Atracciones del pueblo de mi madre.

    ¡Y qué hambre estaba pasando! Los rugidos de mi estómago retumbaban por los pasillos de la mina como truenos. A ver si acaba pronto esto y ceno algo. Andando hacia la mina, le había echado el ojo a dos ovejas que tenían una pinta muy sabrosa.

    Pero esto no se acababa nunca, la vagoneta recorría, giraba y torcía por interminables pasillos adentrándose en la tierra. A cada giro esperaba que se descolgara un esqueleto o una bruja del techo para asustarme. Nada, esto era un muermo. Si no fuera porque, de vez en cuando, las vías pasaban por un pozo de lava hirviendo, un desfiladero en el exterior o un barco vikingo varado en un lago; me habría muerto de aburrimiento.

    Finalmente, al entrar en otro interminable pasillo, oí unas voces al fondo. Me bajé dejando que el vagón siguiera su recorrido sin mí adentrándose por un pasillo. A ver si podía asustar a la gente de las voces. 

    Una de la voces pertenecía al tahúr. Se quejaba amargamente a su hermano, de que un lobo malo le había humillado y obligado a pintar una valla. La otra voz, más grave, le decía que fuera un hombre, es decir un conejo, y le ajustara las cuentas al lobo. O sea a mí. ¡Qué falta de decoro y respeto! ¡Hablando así a mis espaldas!

    Salté de mi oscuro escondite, como un Nosferatu, y me planté delante de ellos. Eran un conejo y un lobo. 

    Ambos chillaron del susto, el conejo saltó a los brazos del lobo. 

    —¡Ése es, el lobo malo! ¡No te puedes fiar de los lobos! ¡Están deseando comernos y hacernos el mal! —dijo señalándome Tequila Rabbit.

    Sí, a mí también me parece un nombre espantoso.

    —Te recuerdo que yo también soy un lobo —aclaró el Dr. Curtis Penitencia—. Madre te adoptó de pequeño, no te comimos por respeto a la vieja y por que tienes que ser más insípido que una pizza de cartón. Ya me ocupo yo de este canis lupus.

    El malvadísimo Dr. Penitencia soltó de un golpe a su hermano, se colocó encima de las vías y desenfundó rápidamente sus dos revólveres. Antes se recreó haciendo eso de meter y sacar varias veces las pistolas de sus fundas.

    —Hora de morir —dijo con una sonrisa ladeada.

    Yo estaba muy tranquilo. Sin miedo a la muerte.

    Más que nada porque en ese momento pasaba mi vagoneta a todo meter por la vía y se lo llevaba por delante. El vagón descarriló llevándose al conejo también de paso. Un 2x1. Como en el Carrefour.

    Curtis salió por debajo del vagón hecho un cromo. Con un ojo hinchado y los pantalones caídos.

     —Hogga de morig —farfulló con una boca sin piños.  

Las patas del conejo asomaban por debajo del vagón. Le faltaba hasta una bota. 

    Os voy a dar gratis una de mis perlas de sabiduría. Así por mi cara bonita. Soy así de generoso.

    ¿Cuál es la clave del éxito? ¿Por qué creéis que soy el lobo que toda suegra quiere tener para su hija y para ella misma? ¿El amigo ideal de farra al que se rifan en las fiestas? ¿Es debido a mi personalidad arrolladora, visión de futuro, belleza sobrenatural o porque sea capaz de zamparme cuatro barriles ardiendo de ovejas de una tacada? Todo suma, no lo negaré. Pero lo fundamental es el esfuerzo. No os durmáis en los laureles. Cuando llegas a lo más alto es fácil pensar que ahí estaremos siempre. Qué no hay que hacer nada más. Qué ya está todo hecho. ¡Errooooooooor!

    El Dr. Penitencia se había labrado una buena, o mala (según lo veáis), reputación aterrorizando al pueblo con su banda de malhechores. Hasta renombró el pueblo y le puso su nombre. Una vez a la semana pegaba cuatro tiros en la avenida principal, se bebía unas cuantas botellas —sin pagar, y dejaba de pintar unas vallas. Todo resuelto. No me hace falta más, debió pensar. Echó a su banda y se durmió a la sombra de un guindo con un botijo. Luego vienen mal dadas. Le echamos la culpa a los demás de nuestra mala cabeza. Pasamos penurias económicas y mandamos al hermano a hacer trampas para sacarnos un dinerito. No tenemos casa, dormimos en una oscura y húmeda mina, tampoco pagamos impuestos y hacemos el tonto con las pistolitas. Llega al pueblo un lobo integro, guapetón, porte regio y unos ojazos, que se puede llamar, no sé, así un nombre al azar, Rufino, y se te acaba el chollo.

    No te has estado preparando, eres más vago que la mandíbula de arriba y te pasan por encima. 

    ¿Por qué? Por vago. Por poco previsor. Por no prepararte. En mi nuevo libro "Cómo ser un lobo en Wall Street" —la segunda parte de "Cómo comerte una Caperucita en 40 segundos" te doy pautas y herramientas para que te puedas parecer un poco a mí.

    Evidentemente, el lobo Curtis no lo había leído, dudo que supiera, y ahora así nos encontramos con este pastel. Sin dientes y haciendo el tonto con las pistolitas.

    Si fuera un caballero le habría dejado que disparara primero, pero que queréis que os diga, estaba ya aburrido de tontadas y le disparé yo. Hace un tiempo, en otro duelo, cierto gato con botas empezó con las mismas chorradas y se llevó otro tiro.

    Sé que soy una mala influencia, pero soy muy gracioso.

***

    Una hora más tarde, salí de la mina, arrastrando a ambos delincuentes de las patas. Los solté con un porrazo delante de Búho gris. William se hallaba sentado cómodamente junto al viejo cherokee en unas sillas de camping de esas de tijera. ¿Ahora sí, no? 

    Todo lo acontecido anteriormente lo podría describir mejor pero ya tengo hambre y vosotros ganas de que acabe mi relato.

    Os hago un resumen rápido.

    Una persecución en la mina. Montón de escenas con intercambios de disparos. Pasamos a subirnos a un tren en marcha. Más escenas saltando de vagón en vagón. Indios disparando flechas encendidas. Tren ardiendo. Salto encima del brazo de un depósito de agua, sale agua, apago el tren y un orfanato en llamas. Me caso con la hija del jefe indio. Me hieren en una hombro. Sigo disparando al malvado. Me divorcio de la india, apenas nos conocíamos. No la guardo rencor. El maquinista del tren, un tejón negro, se encaloma a la parte superior con una llave inglesa. Patada en los bajos. El tejón chilla y vuelve a la cabina de donde no debió salir. Y menos para hacerse el protagonista. No le habían dado vela en este entierro. El lobo malo, o interior, me desafía a comer tartas. Otro duelo a muerte. Cuando va por el primer bocado ya me he comido siete tartas. Él se da cuenta, otra vez, que ha mordido más de lo que puede masticar. Volvemos a dispararnos. Le doy en la hebilla del cinturón. Se le caen otra vez los pantalones. El tren vuelve a la mina. Me bajo con el Dr. Penitencia implorando perdón. Levanto el vagón con una sola mano y me llevo también al conejo. Salgo de la mina. Fin.

    —¡Es usted maravilloso, brillante! —dijo William con la voz hinchada de admiración.

    —¡Y modesto! —añadí sin darme aspavientos —. Toma, quédate con estos dos y di que has sido tú. Que te nombren el nuevo sheriff. Yo me voy de este pueblo de mala muerte.

    —¿Volveremos a verte? —preguntó el conejo con la cara llena de lágrimas.

    Saqué una armónica de mi poncho, toqué una pequeña melodía y respondí: "Puede ser". 

    Y me fui, dejando a un nuevo sheriff al mando que más tarde se haría llamar... Billy, el niño. En la estación de tren, levanté un brazo y el tren llegó como un taxi. Me subí iniciándose así mi merecida leyenda.

    Tras esos acontecimientos, el pueblo de Penitencia Hill se cambió oficialmente el nombre y pasó a llamarse Rufino Hill.

    Y como no os creéis nada nunca de lo que os diga, todo os parece una fantasía mía, aquí os dejo las coordenadas del pueblo.

    Latitud 34°16′05″ S Longitud 62°42′45″

¡Qué incredulidad! ¡Qué asco!

FIN DEL VOLUMEN UNO



SafeCreative: 2205041063573

Comentarios

  1. A mí, Rufino me hace mucha gracia. Podría estar en un entierro y me seguiría partiendo de risa con el. No me veo harto. ¡Todos queremos ser tan cool como él! ¿Para cuándo la novela en papel impreso?

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  2. Espero que para este mes salga. Va lento esto. Gracias por tus bonitas palabras. Rufino te lo agradecería igual pero ahora tiene un resacón del quince. Algo que le han dado de garrafón, dice.

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  3. Creo que los relatos de Rufino deberían estar publicadas también en Goodreads, del que usted es miembro y tiene un blog vacío.

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  4. Como al terminar cada historia del Sr. Rufino tengo ganas de conocer más desventuras del mismo, cada una mejor que la anterior.

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