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El faro "sumergío" - Klaus Fernández (basado en una historia de Luis Fernández)


Las aguas oscuras del embravecido mar están frías de pelotas. 

¡En qué hora me he metido en la mar para ver un faro sumergido!

No me hace falta equipo de inmersión ya que poseo unas branquias que oculto desde hace años bajo un pañuelo espantoso. En invierno y verano. En ve-ra-no. Con la "caló" que hace. Menuda fatiga paso.

Cuando alcanzo la cúpula llena de verdín del faro no puedo dejar de pensar en lo descuidado que está todo. Unas amorfas sombras parecen escabullirse al enfocarlas con mi linterna en todos los ojos. Como ciervos deslumbrados en una carretera comarcal. No pocos ciervos me he llevado por delante. ¡Que vayan por el paso de cebra, coño!

Me introduzco fatigosamente por una de las vidrieras rotas. Paso a duras penas, me está pesando el desayuno continental que me he apretado esta mañana. Hay unos tíos podridos con unos jerséis y chusbasqueros flotando por todos los lados. La gente tira ya de todo al mar. 

También les alumbro con mi linterna en toda la jeta. ¡Que se jodan! ¡Por asustarme y por estar muertos!

Algunos de los desgraciados marineros se cabrean, me dicen algo, pero a mi plín. Rosquín roscones, me toca los cojones.

Consigo apartar al último y me cuelo en tu fiesta. Perdón, en el interior del faro.

Llevo conmigo una llave que pesa un huevo. Y encima cada vez está más caliente. No, si al final me va dejar marca, la muy puta.

Dentro del faro, oigo el retumbar de tambores. Estando la luz como está de cara, no entiendo que se dejen la radio puesta. 

Sigo buceando hasta la parte inferior.

Esto está hecho un desastre. Libros abiertos flotan como perezosas palomas por la estancia. Libros de cocina, de autoayuda. Me golpea en la cara uno de Recetas para hacer pan en la Thermomix.

La cama tampoco está hecha. Esto parece una cuadra.

Las paredes ennegrecidas, repletas de fotografías de gente fea y otras cosas, muestran símbolos y runas desconocidas sobre un detallado mapa tallado a mano de Dargord. ¿Puede ser que sea el taller de un tatuador? Con tanto dibujito y demás... No sé. Es posible.

Una caja está semiabierta. En su interior hay un cráneo descarnado. Es el de mi madre. Lo sé por las gafas que aún lleva puestas. Esas malas que se compró en Alain Afflelou.

Nado hasta la base del faro tras pasar por unas, cada vez más ennegrecidas y turbias aguas. Las criaturas intentan tocarme -no me extraña, en la disco me pasa igual, todos quieren tocarme- pero les enchufo la linterna y salen cagando ostias.

En el fondo hay un portón. Y un cadáver. Es mi hermano Per con el rostro desencajado. Tiene mejor cara ahora que cuando estaba vivo.

Le descuelgo de una patada y su carcasa vacía que tiene por cuerpo se deshace como una galleta mojada en leche, pringándome entera. ¡Cómo odio que me pase eso! 

El portón está minuciosamente tallado con la majestuosa figura de un pulpo a la gallega. La puerta se comba a cada golpe que procede de su interior. Pum, pum, pum. Algo desea salir. Algo GRANDE. Algo RICO. Algo que debe comerse con pan y haciendo el moji moji en la salsa.  Extraigo la puta llave, que está más caliente que el sillín de una moto, del bolsillo. 

Hay dos candados. El otro candado yace abierto a los pies del tieso de mi hermano. Giro la llave y... no pasa nada. Golpeó el candado con la linterna, finalmente cede y se deshace en el suelo de la estancia como una aspirina en un vaso de agua. Pronuncio las estudiadas palabras con el timbre de voz necesario para romper el último vestigio protector. Algo parecido a glug glop gloo glup. Con todo este agua es difícil pronunciar las sagradas palabras.

El portón se abre lentamente, el ruido de los tambores cesa y vislumbro desde su interior un nervudo tentáculo abriéndose paso…

Madre, qué rico...

Algunos días antes

Erin entra montando una escandalera atropellada a mi habitación de la universidad de Masquetónica, a última hora de la tarde. Agita un telegrama con mi nombre. Yo estaba terminando de cerrar mi maleta. Sollozando como una magdalena, me dice que lo lamenta mucho pero mi abuelo la ha espichado. Así sin paños calientes. Yo ya lo sabía, puesto que el yayo tenía la costumbre de avisarme que se iba a morir por las noches desde hace una semana. Decía también que no quería que nadie fuese a su entierro, que ya iría luego él por la noche a visitarnos.

El honorable Jens Obediah Blekksprut, el pesado de mi abuelo, se había ido al otro barrio ayer por la tarde.

En mis sueños premonitorios, el abuelo Jens, hinchado como un turista alemán, cubierto de picaduras de mosquitos y rojo como un centollo, flotaba en una parda viscosidad. Tenía los ojos abiertos de par en par. Asustado. Normal, le acaban de clavar por una paella reseca, y con el arroz duro como perdigones, en La Malvarrosa.

Me miraba con ojos vidriosos, fríos, desprovistos de vida alguna. Me gritaba con la boca cerrada que debía volver a vengarle a Valencia o Dargord. 

Dargord me pillaba más cerca.

Y que también debía cumplir el destino que mi familia me había querido evitar todos estos años escondiéndome en la Universidad de Masquetónica. 

Y yo pensando que era para evitar que me casara con ese primo feo del pueblo de al lado.

La última imagen de mi abuelo, antes de despertar, era la de él expulsando sapos y culebras por el abono de la cuenta.

Apenas somos cuatro tías en la Universidad. Ser mujer, de pelo rizado rojizo, con vitiligo segmentario en más del sesenta por ciento del cuerpo, no me ha hecho muy popular que se diga. El primer año me lo pasé huyendo para que no me quemaran por bruja. El segundo año ya los perseguía yo montada en escoba. Al tercer año, ya fumaba porros y me lie con Erin, otra tía. Al cuarto, ya me dejaban y les dejaba en paz.

Abrazada a Erin, le confirmo que me largo dentro de un rato. Ella insiste en acompañarme. Le digo que no. Le suelto una chorrada sobre que jamás debe permitir que nadie escriba por ella el libro de su vida, que nadie le imponga a quién o cómo amar. Que yo soy solo una página en su libro. El resto está en blanco. Lo había leído todo antes escrito en los baños. 

Ella se queda dormida como una ceporra. La beso por última vez y salgo por la puerta como una ladrona. No volví a verla nunca más.

Cuando llego al puerto del ahora abandonado pueblo pesquero de Dargord, mi hermano Per me está esperando mojado como un gato bajo la copiosa lluvia. El barquero me tira con la maleta de 50 kg al suelo y se marcha descoyuntado y escupiendo a mis pies, antes dice; "Aberraciones. Maldito culto. Con este último viaje, mi familia paga su deuda de los cojones". Mi hermano le fulmina con la mirada, le lanza cuatro monedas falsas al interior de su embarcación y le hace un corte de mangas.

Me abraza y aceleramos el paso dirección al cementerio. El pueblo está hecho una mierda. Nunca fue bonito, pero es que ahora está como Detroit.

Ya nadie vive aquí excepto mi familia. Mi madre se arrojó desde los acantilados, chillando hasta la muerte. Mi padre dijo que fue al descubrir que volvía a estar embarazada de nuevo. Yo creo que se resbaló después de una cogorza.

Mientras llegamos al camposanto, las olas se tragan al barquero haciéndole naufragar. Con tantas deudas, de los cojones, la barca ya estaba mal y dos más dos son igual a barco hundido.

Al llegar al cementerio, hacemos un poco el paripé con un coro de desconocidos de ropajes negros que susurran una cantinela con muy poca gracia. La lluvia se intensifica. Se rompe una presa cercana y la riada se los lleva como troncos en un río. Los muy melones estaban de pie en una vaguada.

Regresamos a casa de mi padre. Mi progenitor empieza a quemar la cena, nunca fue hábil entre fogones, mientras mi hermano pone la mesa. Cenamos en silencio unas raspas de pescados al foc. Per no deja de mirarme las manchas de mi vitíligo en brazos y manos. Después anuncia con un sonoro bostezo estar cansado y que se retira a su cuarto. Lo hace caminando hacia atrás. Mi padre me ordena quedarme, y sólo una vez que oye cerrarse la puerta del cuarto de Per del piso superior, me pregunta si he traído la llave. Le contesto que no sé de qué me habla. Él se cabrea y dice que me tirará al mar como a mi madre. Le respondo que era broma y le enseño la llave. 

Es hora de abrir el portón, anuncia. Mañana se lo diremos a tu hermano, continua. Fuera sigue arreciando la lluvia.

La falta de pigmentación de mi piel no es una enfermedad… es un mapa de puta madre. Uno detallado para seguir las corrientes marinas que me indicarán la ubicación exacta del faro perdido de mis ancestros. La entrada al viejo mundo. Intentar acceder al faro sumergido sin seguir estás indicaciones, sin valerse de estos pasadizos marinos, es perder por cada minuto de inmersión el equivalente a un año de vida, como poco, en sus negras aguas. Eso me dice mi padre, pero creo que exagera un poco. Está un poco achispado y lleva ya varios güisquis.

Juntando la parte interior de las palmas de ambas manos se revelan las palabras exactas que deben ser pronunciadas para abrir el portón.

Con la dificultad añadida de estar bajo el agua. Le retiro el güisqui a mi padre y le mando a dormir. La llave, por lo que se ve, y que me entregó mi abuelo años atrás, era solo una de las dos que nos harán falta para completar el noble destino de nuestra familia. El destino irrenunciable y sellado de los Blekksprut. Lo del apellido no sé si se dice así o no, parece como si estuviéramos escupiendo. A mí me gusta más el apellido que me puse al salir del pueblo. Mejías de la Oca.

Me despiertan los enfurecidos alaridos de mi padre, confirmando que mi hermano es más estúpido de lo que jamás llegó a pensar. A mí no me extraña, yo creo que era adoptado. No puede ser que yo sea tan lista y el otro tan zote.

Que se ha ido ya al faro, para ser el primer en dar la bienvenida a nuestro señor Yog-Sothoth, dice mi padre. 

Ahora

El gigantesco tentáculo me atrapa y empieza a quebrarme los huesos. Me escurro. La radio con el sonido de los tambores se intensifica un poquito más. Voluminosas columnas de fuego del interior de la dimensión de mi señor convierten esto en un horno. ¡Qué calor, joder!

Un majestuoso ojo sin párpado me observa cotillo y un segundo tentáculo estruja mi insignificante cuerpo. Me está estrujando como una pelota de playa. Antes de que todo se oscurezca, pienso en Erin, y espero que el reinado de Yog-Sothoth, sea benevolente con ella. Ya que yo no lo veré.

Creo.

Espero.

Joder.


Yog-Sothoth conoce la puerta. 
Yog-Sothoth es la puerta.
Yog-Sothoth es la llave y guardián de la puerta.
Pasado, presente, futuro, todo es uno en Yog-Sothoth.




Muchas gracias al autor, Luis, por el relato original. Espero que me perdone por haberle fusilado y haber hecho mi versión. :)

PS: Te perdono, me he dado una "jartá" a reir :) - Luis

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Comentarios

  1. Si eres un artista de renombre, actuar en la ciudad del pecado, es decir Las Vegas es el no va más. Algo parecido es ser "fusilado" por el humor y gracejo de Klaus. Es un inmenso honor disponer de una versión divertida de un relato mío. ¡Muchas gracias! Esta versión divertida es con creces mejor que la versión seria. Es más ya no podrás leer nunca más la versión seria sin una sonrisa, por lo que le estaré eternamente agradecido... por cierto, ten al día tu testamento dónde todas tus propiedades pasan a mi poder... Just saying

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  2. Jajajaja. Muchas gracias por tus palabras. De lo otro ya hablaremos 😄

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  3. Me postulo como albacea de vuestro patrimonio a la muerte de cualquiera. Como tal, gestionaré con honestidad todo vuestro patrimonio hasta la mayoría de edad mental o fallecimiento, lo que antes ocurra. Me parto :-)

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