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Las horribles Navidades de Fingus (Especial Navidad 2022) 2a Parte - Klaus Fernández


Lee la primera parte aquí.

—Es un plan horrible —resopló Ludwingus. De todas las malas ideas que has tenido a lo largo de tu horrible vida, esta es, sin lugar a dudas, la peor. Y yo no puedo ir a la cárcel, soy un caramelito. No duraría ni un día.
—Dirás que no puedes ir otra vez. El plan es maravilloso. Y en su simplicidad radica su belleza, su majestuosidad —replicaba Fingus mientras le golpeaba la cabeza a un poco dispuesto Ludwingus contra un muro.
Te lo repito. Aprovechamos mañana, la noche del día 24 de diciembre, cuando no esté el seboso en casa, es el único día que va a trabajar, para entrar y prender fuego a todo.
¡Que arda todo! ¡Fuego purificador! ¡Fueeeeeego! ¡Leñeeee! 

Fingus simulaba el crepitar de las llamas con las manitas y con un extraño brillo en los ojos. Años más tarde le diagnosticaron piromanía pero supongo que eso ya lo sospechabais.

—Todo los elfos saben que Santa Claus no vive en esa casita bucólica en el mágico poblado. Ahí se le pela el culo de frío. Para que luzca muy entrañable, la casa viene con lo justito: un sillón, una estufa apagada y cuatro cuadros comprados en el Ikea con unos señores que no sabemos quiénes son. Detrás de una puerta que reza "Baño de Señoras", hay un ascensor que lleva a un apartamento en lo alto de la montaña. Ahí sí está rodeado de comodidades y variados vicios.

Le metemos unos potentes petardos y artefactos explosivos en el ascensor y al llegar arriba que estalle todo. Y que arda todo, todito, todo —Fingus volvía a tener esa rara expresión—, será nuestro 4 de julio particular. Cuando todos corran a apagar el fuego, nosotros aprovechamos que el Pisuerga pasa por Valladolid y atracamos el "Banco de Santa Claus" (Nota informativa: Aquí se guarda todo el dinero que piden los niños y niñas, que ya no quieren ni la muñeca Chochona ni la pelotita de moda de los huevos).

>>Lo tengo todo preparado. Pero necesito tu ayuda, fiel amigo Ludwingus. Tú, la última vez que estuviste en la cárcel, estudiaste algo de electrónica, ¿verdad? ¿Sabrías hacer algo parecido, no sé, algo sencillo como una bomba explosiva de relojería?
—No sé, Fingus, en el taller lo único que nos enseñaron fue a soldar cuatro cables a una placa de cobre y a evitar a un licencioso enano guardián llamado Grendal Bigeggs. Este era muy vicioso y tenía muchas... apetencias.
—Me renta. Confío en ti. 
Para nada —pensó realmente Fingus—, si has estado en la trena, será por algo. Pero si al final sale algo mal, siempre es bueno tener a alguien a quien culpar.

—¿Y para qué sirve hacer explotar la casa del buen viejo? —preguntó cándidamente Ludwingus.
—¿Que para qué sirve? ¿Eres tonto del capirote? ¡Justicia! ¡Dar un volantazo a esta vida miserable! ¡Girar las tornas! ¡Romper la rueda! —y así estuvo media hora soltando frases y paridas hasta que se cansó. Por su parte el otro elfo ya se había dormido. Ludwingus estaba tomando una fuerte medicación, Elfoxetina, por unos supuestos problemas musculares y, si no está pendiente de algo, se duerme.


Mañana ya sería Navidad, y nuestros intrépidos y desalmados elfos, alegando una inventada enfermedad no fueron a trabajar. Un artimaña que habían aprendido del fallecido sindicalista Betus.

Durante todo el largo día y noche estuvieron trabajando arduamente sobre la bomba.

Es un decir, ya que alternaban largas horas procrastinando. Al final, todo fueron prisas, echarse la culpa de la poca previsión y esfuerzo desempeñado, para sacar una bomba de chichinabo. Para que estallara, había que activarla manualmente, y a los treinta segundos explotaba.

Tampoco tenían la llave de la casa de Santa Claus para entrar y dejar la bomba en el ascensor. Fingus le decía a Ludwingus que se sentía muy decepcionado ya que suponía que él había estudiado en FP la rama de Cerrajería.

Este respondió que él no había estudiado nada, que solo se ha dedicado a trabajar como una mula toda su vida. Pero este giro no le interesaba a un Fingus ya preso de sus delirios de grandeza.

Se hacía evidente un cambio de plan.

El apartamento estaba en lo alto de la montaña. Se accedía a él, bien por el ascensor, o por una senderito custodiado por renos con metralletas.
El año pasado fue ametrallado un elfo, que subía unas baguettes y un panettone, y que había tenido la poca precaución de no avisar de su reparto. Descartado entrar en la casa por la puerta o ser cosido a balazos por los renos de gatillo fácil, solo quedaba otra opción. Una brillante en la que nadie había reparado.

Una lisa pared rocosa de casi 250 metros llegaba hasta la casa por la cara norte. Ahí el apartamento se coronaba como el ojo de Saurón. Eso es lo que decía al menos Fingus.
Pusieron manos a la obra al abrigo de la noche. Lenta y ardua fue la subida por esa fría pared, azotados por rachas de gélidos vientos y las lejanas risas de las criaturas ajenas a su noble misión del poblado navideño.

Aunque la bomba no pesaba mucho, apenas unos 2,5 kilos y poder explosivo a determinar, y aunque estuviera atada a la cintura de Ludwingus, a Fingus se le hizo muy pesada. Tras cuatro horas escalando, Ludwingus llegó el primero a la cima, a Fingus le quedaban aún 50 metros.

El buen elfo se desató la cuerda con la bomba, la posicionó al lado de una pared del apartamento, y anudó la cuerda de nuevo a un tronco de un árbol, echando el resto de la soga por el risco para ayudar a Fingus. Acto seguido, se asomó por el risco, y haciendo un gesto de que todo iba bien con la mano, empezó a manipular la bomba.

La cuerda le dio a Fingus en toda la cara y cuando apenas se había agarrado a la cuerda una fuerte explosión le sorprendió haciendo que casi perdiera el agarre.

¡Vaya si la bomba funcionaba!

La deflagración le hizo zarandearse de un extremo a otro de la pared como una piñata. Vio con consternación como el gorrito y las botitas de Ludwingus caían de cielo envueltos en llamas. Preso del terror, se quedó agarrado a la cuerda. Ni para adelante ni para atrás. Ahí se quedó durante horas para regocijo de los visitantes del poblado.

Les habían encantado los fuegos artificiales y les pareció muy original esa figura ornamental de un elfo que simulaba que estuviera subiendo por una cuerda o escalera. El año siguiente se puso de moda y en casi todas las casas el adorno más vendido y expuesto por los balcones fue un elfo, Papa Noel o los Reyes Magos subiendo (o bajando) por una cuerda.

A Fingus le rescataron ya por la madrugada, bien congelado de frío y al borde de la muerte. La difícil operación se la denominó "El descenso del elfo mayor de la Misericordia". Le descendieron con una cuerda atada a la cintura como a un jamón. Tampoco llevaba pantalones. Se le habían caído en el primer zarandeo. Todo el poblado le vio el pequeño pito agarrotado de frío.

De ahí al hospital después, cuando se recuperó, una temporadita a la trena con Grendal Bigeggs (y sus múltiples apetencias) y de vuelta al poblado.

Esa fue su mayor condena. Estar rodeado de alegres niños y viendo como se forraba el gordo infartado con las regalías del adorno de moda.
El que de verdad lo petó ese año: Elfo subiendo por una cuerda sin pantalones.

Banda sonora al finalizar el relato.



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Comentarios

  1. Hahahahaha, buenísimo. Elfo subiendo por una escalera sin pantalones. Los pantalones se le habian caído en el primer zarandeo :)

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  2. Nada bueno se cuece en Laponia. Recomiendo la película "Reyes contra Santa" donde vais a encontrar muchas similitudes.

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