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La urgencia de la vejez - Klaus Fernández

 


Nunca he entendido la urgencia de nuestros mayores.

Cuando están en una época de su vida en la que deben disfrutar de cada minuto de su merecida y bien ganada jubilación, parecen que tienen prisa por todo. 

Una urgencia desmesurada.

Se cuelan en la filas de los supermercados, de las farmacias, exigen que se les atienda los primeros en los bares, chistándoles a los camareros para ser atendidos los primeros -el tiempo es oro- y se impacientan con cualquier trámite. A su parecer, todo va muy lento y despacio.

Se vuelven muy intolerantes con la supuesta e inexcusable pérdida de tiempo que les hacen padecer. Algunas veces, tienes arrebatos violentos con este derroche de minutos y simulan que te agreden con un paraguas o un bastón.

Tiendo a pensar que es por una cuestión de no querer perder un tiempo precioso en tonterías cuando ya se encaminan a la recta final de sus vidas. Todo minuto es valiosísimo.

Pero nuestros mayores no son tan mayores, y recién jubilados pueden quedarles, si no están enfermos, unos buenos veinte años todavía de vida.

¿Por qué esta urgencia? ¿Podría ser por qué están asustados? ¿No están cómodos en situaciones que les saquen de sus rutinas habituales? Desean volver lo antes posible a la seguridad de su hogar.

Pero tampoco me cuadra. 

Te preguntan algo, en la cómoda seguridad de su casa, y desean la respuesta corta.

Que no te andes con rodeos, que respondas ya a lo que te preguntan y no te adornes. Te cortan inmediatamente si amagas con cualquier camino secundario. Dame lo que quiero y punto.

Os ejemplifico una típica conversación.

—Hijo, ¿qué tal estás?
—Bien, aunque últimamente en el trabajo...
—Vale, vale. ¿Qué sabes de tu hermano?
—Oh, él está bien, hace unos días que no hablo con él, pero...
—¿Y mis nietos?
—Pues bien, ayer fueron a una excursión del cole y...
—Lo que sea, ¿bien entonces?

Es lo dicho anteriormente.
Dame ya lo que quiero y punto.

Puedes pensar que esta urgencia viene dada por la infinitud de cosas que tienen que hacer, pero la mayoría de sus días se traducen en estar repanchingados en casa y ver la tele.

No les apetece complicarse. No hay tiempo para gilipolleces.

Si te llaman por teléfono, y se te ocurre participar a su juego, el de ir a lo básico, te recriminarán que parece que te molesta que te llamen.

Cambiarás de estrategia y empezarás a contarle cosas que te han pasado hoy, pero juegas en desventaja.

Quieres jugar en una liga en la que ellos llevan años ganando. Te vuelven a cortar y exigirán que contestes a lo que te preguntan.

La urgencia de la vejez.

¿Nos volveremos todos así cuando seamos mayores? ¿Nos importará un bledo todo y solo demandaremos rápido lo que estimemos que es importante?

Me gustaría que alguien me lo explicara. Esta urgencia.

Pero dame las respuestas enseguida. No tengo tiempo que perder.

Dame ya lo que quiero y punto.

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Comentarios

  1. Ay con nuestros mayores. Es cierto que les atropella una urgencia desmesurada y una falta alarmante de paciencia y empatía. No sabría decirte la razón de ello.

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  2. Jeje. ¡Cuántas veces me tengo que enfrentar a los viejos que se te cuelan en la fila del Mercadona! Posiblemente tengan mucho y más urgente que hacer que yo. Esa admirable capacidad de pisotear a alguien por lo gratis o lo que está en rebajas solo se consigue tras largos de experiencia.

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